De héroes y traidores. Por J.J. Ferrite


Sueño y en el sueño el profeta dice: “Vigilaré por donde voy, para no pecar con mi lengua he puesto una mordaza en mi boca, me he humillado enmudeciendo, me he abstenido de hablar hasta de las cosas más honestas”.

Soy un pecador. Y convengamos, el ciudadano, las gentes simples, los militantes sociales poco y nada sabemos, o mejor, ignoramos mucho porque el ocultamiento de los hechos ha sido sistemático y la sobreinformación, como un tsunami, no nos ha dado el tiempo para pensar, como tan solo no sea un acto reflejo o la mera táctica de la sobrevivencia.
Los afortunados recalan en las pequeñas industrias, en actividades como el comercio doméstico, arrellanarse en un empleo público; grandes mayorías aguzan el oído y mientras tanto, esperanzados en el por-venir, se ajustan el cinturón;  y finalmente, una ínfima minoría detenta el histórico gozo de la clase privilegiada. Digo y pido perdón por la anacrónica clasificación que tanto molesta a tecnócratas y licenciados, pero es lo que se deduce de la estadística que da cuenta sobre la abismal brecha entre ricos y pobres.

Soñé que retornaba Amodio P. y ponía sobre el tapete de la alicaída política nativa la vuelta del anti-héroe, cuando con muy poco este librero radicado en España con identidad falsa ha sido capaz de desencadenar, gracias a la mediación de “El País y “El Observador”, el fuego cruzado entre un sinnúmero de viejos guerrilleros y militares (RE), todos ellos hombres y mujeres, ancianos, que persisten en batallar las batallas que solamente registran la memoria o las pesadillas.
Entre sueños, escucho a otros protagonistas de izquierdas y derechas, todos conversos demócratas que abominan de los otros y nosotros, por su parte, los  oportunistas guardan  silencio  y otros menos, plantean dudas sin saber de qué se trata el asunto.
“Soy un joven de treinta años” empieza escribiendo un joven de treinta años en una nota plagada de zonceras en un diario montevideano, como si la historia reciente o los asuntos que atañen a un pueblo dolido fuesen una cuestión etaria.
Soñé que la realidad desbordaba lo imaginable cuando tomaban estado público los pactos secretos y las interpretaciones de diverso tenor, pero que no agregan nada nuevo a las respectivas “historias oficiales” que cada bando ha construido desde tiempo ha, como justificando un rencor.
En sueños, un anciano que dijo no ser un profeta me entregó unos manuscritos apenas legibles con historias de héroes y traidores, nada importante, como no sea remitir a los ingeniosos malabares propios de escritores o bibliotecarios.
El desconocido se presentó a la antigua, soy Borges dijo y me desperté sobresaltado.

Historias de héroes y traidores, de tránsfugas y  demócratas puros, de ninguneados y olvidados tenemos a montones, que remiten a situaciones diversas, no solo en el plano de los enfrentamientos sociales, de los conflictos armados, como también de épocas de relativa paz y convivencia democrática.
Reitero, soy un pecador que ha optado por no callar.
Amodio P., es el antihéroe que surge de la nada pero condensa a su alrededor las expresiones selectas con que la sociedad uruguaya pretende, hipócritamente,  disimular debajo de una frazada corta al magullado cuerpo social.
De modo individual o colectivo, en soledad u organizado hemos postergado compromisos ineludibles, definir por ejemplo a dónde queremos llegar como pueblo oriental. Los representantes de nos, apelan a una batería inentendible de medidas tan sofisticadas como encriptadas en los temas económicos, que no hace más que develar la profunda crisis no solo de representación como también de alcance institucional. La crisis como una pandemia abarca a los tres poderes constitucionales, a la “clase política”, a los partidos tradicionales y al frente amplio, con minúsculas, zarandea el interior del PIT-CNT. La mayoría de ellos preocupados por destrabar la inercia que indefectiblemente nos conduce a males mayores.

Sería irresponsable reducir los eventos políticos de los años sesenta y setenta  a un asunto de vencedores y vencidos. Sería anacrónico cuando las banderas de los cambios revolucionarios y de la democracia dieron paso al retroceso en todos los frentes. Si la caída del muro de Berlín significó la derrota para el socialismo real, también lo fue para los liberales el proceso de globalización.
¿Por qué? Porque los frutos de los triunfadores están a la vista de quien quiera ver. Detrás de los guarismos del “crecimiento a tasas Chinas” que a muchos gobernantes encandila, la realidad se manifiesta con extrema desigualdad en todo el orbe.
Si en muchas sociedades es palpable la pobreza endémica, en otras la ruptura adquiere la forma de los inmigrantes ilegales, y en otras geografías cobran auge los muros y cercos divisorios, discriminadores. La guerra está en las puertas de Europa y en Medio Oriente. El trabajo esclavo pulula en apartadas zonas francas y en talleres clandestinos a dos pasos del centro de las ciudades.
Creer que somos, por tamaño y lejanía, ajenos a esos condicionamientos globales es la mayor de las zonceras.
Una vieja consigna rezaba: “sólo el pueblo salvará al pueblo”. Pueblos que hoy se agrupan por necesidad y necesariamente resisten la dictadura global.
Sueño como cuando era un niño que los personajes de historietas  representan la única verdad creíble de los héroes y los traidores.

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