Don Cipriano 15 / Por Josè Luis Facello

“Cuatro Ombúes” octava sección de Cerro Largo.
22 de marzo de 1929.
Querido diario: la casa está en el lomo de la cuchilla y desde entonces puedo ver la redondez del mundo.
Al atardecer, con Aparecida esperamos la vuelta de mi esposo acompañado del mayoral y en ocasiones de alguno de mis cuñados.
Los campos de mi esposo son un cuarto de la gran estancia y según él, el mejor situado porque al sesgo lo atraviesa la vía del ferrocarril, de sur a norte, con desvío en Nico Pérez, un ramal al puerto capitalino y otro a la frontera con Brasil.
Un cuarto de estancia para cada hermano.
Aparecida después del pétreo silencio que acostumbra hacia los visitantes ha comenzado a hablarme, contándome que en el campo del “nene” Justo y escondido entre el monte de los antiguos, ellos construyeron un pequeño camposanto de cristianos. Ella dice que tiene un techo medio redondo, blanco y con una cruz de fierro clavada en la parte más alta. Mi otro cuñado, el “tate” Waldemar ocupa un campo con abundantes aguadas y monte virgen, un lugar innombrable para las mujeres porque allí van los hombres a la caza de carpinchos y guazubirás y a emborracharse lejos de las casas.
Te confieso diario mío que no sé si creerle a la india, pero guardo silencio porque es protegida por mi esposo como si fuese su hermana de sangre.
Hacia el oeste están los campos de Casira, mi cuñada. Según cuentan, porque todavía no conozco su casa, dicen que subiendo al techo  se alcanza a ver en los días diáfanos las abrillantadas  techumbres de Tupambaé.
Mi esposo quedó con la casa principal por ser el hermano mayor y los tíos todos, que en paz descansen, fallecidos en las guerras civiles. Por esa razón “Cuatro Ombúes” es el centro de reunión cuando algún asunto requiere conversación en familia.
Para Navidad hubo fiesta, y sin contar a los peones se reunieron unos treinta familiares y algún colado, por suerte entre las mujeres nos hicimos cargo de algunas tareas donde los hombres demuestran su falta de capacidad.
Aparecida imponía respeto. A veces me cuenta que tiene un sueño perturbador que se repite cuando unos perros cimarrones la atacan silenciosamente hasta que ella despierta escuchando su propio grito. Trato de consolarla con el abrigo que brinda la fe contra el acoso de lo desconocido, dicho sin demasiado convencimiento de mi parte porque en las cuchillas la soledad y los fantasmas tejen cosas que pueden resultar terribles a la hora de sobar un pensamiento. Mi esposo le da trato de hermana, de persona cristianizada, pero somos los únicos…
Llevo seis meses de embarazo y me siento más tranquila que al principio.
El mes que viene cumplo catorce.

22 de diciembre
Querido diario: soy la mujer más feliz del mundo, ayer Dios quiso regalarme un varón sanito y largo. Me acompañó doña Eusebia que entiende de pariciones y empachos, dándome fuerzas al decirme que me porté muy bien para ser primeriza. Aparecida me regaló un ramo de retamas expresando con la mirada buenos augurios para conmigo y el recién nacido.
La expresión de felicidad de mi esposo me colma de orgullo.

23 de diciembre.
Cipriano proseó, cosa desacostumbrada, en la mateaba mañanera. Está raro de contento y no para de hablar del primogénito, comentando muy seriamente, si aprobaba el nombre de Primo José, en razón de ser el primer hijo y en memoria del ex presidente Batlle y Ordóñez, que nos dejó solos en la tierra en el año que se va.
Dijo como “El Día” tituló en letras grandes: “Batlle era un Dios para esta muchedumbre acongojada”, refiriéndose a la fotografía de la marcha fúnebre. Una elección caprichosa pensé para mis adentros, porque la ejemplar actitud del niño Dionisio Díaz que pagó con su vida al salvar a su hermanita de la furia del abuelo, y que por esos días nadie bien nacido olvidaba por triste que fuese.
Le dije que me gustaba el nombre para nuestro hijo.

“Cuatro Ombúes”
8va. Sección Cerro Largo.
20 de abril de 1930.
Querido diario: mi esposo me dijo que si le daba otro varón me regalaría una yegua tostada que yo alabé en ocasión de las jineteadas de Semana de Turismo y que juntaba gente de todos lados en el campo de don Balmaceda.
La vieja casa ha sido invadida de sonidos infantiles que despejan las voces del viento y el balido de los animales que se cuelan adentro del patio como hojas secas. El sol se posa en las paredes recién caleadas, entibiando el aire y provocando ganas de comer naranjas a la hora de la siesta.
Primo José corretea en un caballo de palo que le hizo Ramón, el alambrador, mientras entre el humo de la cocina Aparecida observa dispuesta a salir en mi auxilio cuando alguna tarea se me hace costosa de más.

14 de agosto.
Ayer nos visitó mi hermano Rufino portando noticias de “Los Hórreos”.
A su sobrino le trajo un regalo, una boina colorada que le queda como a medida. Según cuenta el campo progresa de lo lindo, la hacienda crece a cada primavera y el bueno de mi padre ha hecho un lote de lecheras a partir de la compra de dos vacas Hollando en sociedad con un paisano asturiano.
Pasos cortos y vista larga, habría dicho mi madrecita. Pero de ella no hay noticias. Alguien creyó haberla visto en Las Piedras cerca de Montevideo, pero al parecer de mí hermano es pura suposición, de comentarios que lleva el viento sin motivo ni razón que no sea el puro comentario.
Gracias a la Virgen, en las casas mis hermanitos están todos bien.
En este invierno las heladas se hacen sentir.

20 de diciembre.
Rezo todas las noches para que la menguante del mes venidero favorezca el alumbramiento.

3 de enero de 1931.
Pasamos las fiestas en “Cuatro Ombúes” porque estoy pesada y me aconsejaron reposo después de tanto trajinar en aprontes y preparativos.
Enero viene caluroso y por tercer mes no llueve una gota. Mi esposo arrió las majadas al potrero de laguna baja donde el pastizal es abundante.

18 de enero.
Recordé los dolores y los gritos mientras mis manos aferraban los bordes del colchón cuando parí a Primo José. Cómo la otra vez, doña Eusebia alborotó la casa con los preparativos del parto y al poco rato me entregaba al recién nacido, mientras a su lado aguardaba Aparecida con una sábana recién planchada.
Sin un plan preestablecido y a una las tres mujeres sonreíamos felices.
El niño, otro varoncito, es menudo de tamaño y con buenos pulmones.

19 de enero.
En cuanto fue anoticiado de las buenas nuevas por Ignacio, el peón, mi esposo emprendió el regreso de los cerros.
A la noche, tarde, vio al hijo dormido en mi regazo.

20 de enero.
Después de conversar de bueyes perdidos y cavilar rumiando alguna cosa sin sentido, mi esposo preguntó que me parecía el nombre Segundo José. Entonces, le dije sin entusiasmo que me agradaba pero mis ojos no estaban tan seguros.
Él lo percibió y guardó respetuoso silencio.
El mejor tributo, dijo calmoso, que podemos hacerles a nuestros muchachos.
Yo lo miré sin comprender…
¡A nuestros campeones! Bautizar al niño como José, en homenaje al grande de José Nasazzi y a un virtuoso cañonero como José Pedro Cea.

“Cuatro Ombúes”
Julio de 1933.
Querido diario: aprovecho la salida de mi esposo en compañía de Primo José, a la casa de mi cuñado, para escribir al reparo del fuego en esta mañana gris.
En las próximas elecciones votaré por primera vez y cierto nerviosismo me carcome dada la responsabilidad de tal asunto cívico.
De otra naturaleza, portadora de paz fue descubrir el amor por mi esposo que fue creciendo de modo imperceptible, como el pimpollo en las ramas desnudas del ciruelo. Creo que aprendí a amar una vez que dejé a un lado el miedo que Cipriano genera a su alrededor, involuntariamente supongo yo, así como impensable hacia mi propia persona. Sus caricias al modo de una leve brisa de verano me erizan toda, endurecen mis pechos y abrazan como una lengua de fuego cada lugar de mi cuerpo, de mis sentidos, sucediéndole al placer un estado de grata confusión.
Lo ha dicho Rufino en su última visita a “Cuatro Ombúes”, susurrándome al oído, que había mudado de una gurisa flacucha a una china muy guapa. Esto en boca de mi hermano me produjo risa y más cuando aseguró que me había sentado muy bien la maternidad. Algo de eso hay, le respondí. A vos te cuento diario, si algo nuevo asoma ese es mi corazón que ha despertado al amor, que ha sabido guiar a la niña que había en mí para descubrir pétalo a pétalo mi condición de mujer querida.
Él es un buen hombre, simple como el agua y hondo como una plegaria, que nos conduce a mis hijos y a mí con rectitud y alegría.
Mi esposo y los niños han dado sentido a mis días y ocupado una parte del vacío que dejó mi madrecita perdida…

1° de agosto.
Ayer cuando reaccioné a la sorpresa inicial, di gracias a Dios y puse manos a la obra. La cuchilla despertó cubierta por una sábana blanca, helada y enmudecida, en cambio el cielo desnudaba un azul fortísimo que lastimaba la vista, preanunciando según dijo Aparecida, un acontecimiento de naturaleza buena.

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