Don Cipriano 16 / Por José Luis Facello


El frío desanimaba a salir de la cocina y bastó una mirada cómplice para que en compañía de Aparecida matáramos el tiempo a puro ocio y conversación, pero te cuento diario mío, no de asuntos importantes sino por conversar nomás como para sumirnos  en esos estados de relajamiento en cuerpo y alma sin caer en culpas pecaminosas.
Los ladridos de los perros nos despertaron a la realidad con la llegada de un jinete, quién resultó ser don Gómez, el capataz de mi cuñada la Casira, con un encargue cobijado entre el poncho.

2 de agosto.
Cuando el peón sin apearse le entregó a mi esposo una misiva la curiosidad fue en aumento. Cipriano me llamó para anoticiarme con voz grave, de parte de su cuñada le manda esta criatura para que se encargue, me dijo, será por un tiempo… y como usté está amamantando podrá con los dos niños.
Tomé en mis brazos al bebé y apenas alcancé a escuchar que Cipriano decía que la madre estaba delicada, un silbido en los pulmones interpuso el peón.
La mujer no puede criarlos a todos, dijo mi esposo a modo de sentencia del sentimiento gaucho.

3 de agosto.
Ahora sé que el padre del niñito cayó preso en las afueras de Montevideo durante la insurrección de Terra, lo que según mi esposo ilustra la gravedad de los acontecimientos cuarteleros, fruto según cuenta, entre otras cosas a la debacle del derrumbe de la economía en el ´29… pero cuando lo interrogué con la mirada le restó importancia diciendo que eran cosas de los gringos.
El peón anotició que no estaba anotado, pero la madre quería que se llamase como el padre, Servando.
A solas, ellos habían proseado y tomado mate, y algo escuchamos sobre serios acontecimientos y repercusiones que sacuden a la república.

Noviembre.
El año termina signado por la muerte.
Al extremo del sacrificio de su propia vida por el ex presidente Baltasar Brum se supo por estos días del extraño episodio en la ruta a Pando, donde un control policial  termina de manera confusa, tanto que le cuesta la vida a Grauert y heridas a otros dos batllistas conocidos. Después, la represión salió de cauce cuando la policía arremetió contra miles de almas que fueron a las honras fúnebres del asesinado.
Cipriano masculla cosas feas sin poder retener la indignación que le provocan las oscuras circunstancias.

“Cuatro Ombúes”
11 de febrero de 1934.
Diario mío:
Mi esposo habla menos que poco como si lo aquejara una secreta enfermedad, porque si no me equivoco una fuerza interior lo trae a mal. Ignoro causa o motivo y me angustia pensar si no soy yo la causante de su abatimiento, pero si algo insinúo conforme a mis preocupaciones él responde que no hay de qué preocuparse. Me consuelo con los niños y los gestos comprensivos de Aparecida.

22 de abril.
De pasada al pueblo, mi hermanito Antonio trajo buenas nuevas. Mi padre ha recompuesto su espíritu, cosa que atribuye mi hermanito, a que nuestro padre se conchabó con una buena mujer brasilera. Por otro lado, las mejoras en el campo encaradas con su socio están empezando a dar sus frutos.
En cambio, seguimos sin tener noticias del paradero de mi madrecita.
Me ha contado el Antonio, en tono confidencial, que de por seguro el exilio de Luis Batlle en tierras argentinas, entre un montón de gente que ha tenido que salir con lo puesto. No sé si todos los blancos, me dijo con un hilo de voz, pero el doctor Herrera según dicen apoya al dictador.

“Cuatro Ombúes”
10 de enero de 1936.
Querido diario, a veces cuando escribo tus blancas hojas una lucecita trae a mi memoria el recuerdo de mi maestra Matilde y su esmerado ejemplo para enseñarnos en aquella fría sala donde nos agrupaban a los alumnos de primero, segundo y tercero. No porque faltase lugar como que éramos pocos los gurises que íbamos a la escuela.
Muchos cambiaban los cuadernos por el cuadrado de la chacra, o el cuidado de los más chicos, sino tener que salir al campo a pastorear los animales.
Se sabe, las familias más pobres están en lo suyo por necesidad, muchos son dueños de unas cuadras de campo pero viven como los sirvientes de otras épocas.
Días felices pasamos con mi maestra Matilde, me dijeron que se mudó junto a su esposo a Vichadero, un pequeño caserío enclavado junto a un camino rural y al pie de un alto cerro. La maestra aseguraba que los indios oteaban leguas a la redonda, atentos al mínimo movimiento del pastizal, a la corrida de una bandada de ñandúes, el derrotero de un gaucho errante o el galope de una partida del ejército.

Enero de 1937.
El domingo recibimos la visita de mi cuñado y su avispada mujer.
A los postres que hice con la ayuda de Aparecida, servimos pan de leche, cuajada y guayabada. No sé cuan grave es el pecado de la gula, pero antes de los postres dimos cuenta de los porotos negros y el arroz con charque de capón. Margarita y yo nos retiramos a la galería, al reparo del sol y de los oídos de nuestros esposos. Un vaso de sangría fresca fue el preámbulo para la conversación y así mi cuñada me contó de las cuestiones que su esposo era portador.
Primero me preguntó que sabía y yo enmudecí porque no sabía de qué estaba hablando, advirtió mi confusión y me atoró con qué si había leído últimamente el diario del doctor Batlle, o si tenía, dicho como al pasar, algún chisme de Montevideo, yo le respondí con un límpido no y ella lo atribuyó ladinamente a mi juventud. Y a la falta de confianza en Cipriano, dijo, que me ocultaba las cosas… no sé si dicho con malicia porque Margarita bueno… Dios me perdone.

Martes.
No entendí del todo y se lo dije, así fue que Margarita de manera detallada y con el mismo primor aplicado al tejido crochet, me fue contando sobre las intrigas y conspiraciones en los pasillos del gobierno colorado. Gobierno que desoyó a sus pares más de una vez y que culminó con el atentado malogrado contra el presidente Terra, en el hipódromo de Maroñas. Dicho sea de paso y por si fuera poco, ese día estaba de visita acompañado por Getulio Vargas, el presidente de Brasil. Te habrás enterado dijo la muy cizañera, porque hasta en Tupambaé se comenta que el presidente brasilero es muy querido por la negrada y odiado por los principales.
Por eso no va a llegar lejos, le dijo Waldemar a la Margarita.

Viernes.
Cipriano salió acompañado de un peón con dos caballos de reserva apenas pasados los resplandores de la siesta, al despedirse de mí y los niños, prometió volver en tres días.
Para todo el que pregunte se fueron a pescar al río Negro pero yo sabía por boca de Aparecida que del cuarto de armas faltaban tres revólveres y una carabina.

Viernes.
A una semana la ausencia de mi esposo sembraba tristezas.
Te cuento diario mío, me siento presa de los nervios cuando veo a los inocentes niños ajenos a todo, si hasta Aparecida, distraída al pie del coronilla es la imagen viva de la desolación.

Sábado.
Recién hoy rompimos el hechizo cuando los perros arremetieron contra el grupo que contorneaba la cuchilla, y a poco supimos que eran mi esposo, el peón y un jinete desconocido.

Febrero.
La tranquilidad ha retornado a la estancia.
La novedad secretamente inquietante es que el prófugo político resultó ser un hombre de buenos modales. Mediana estatura, joven aunque de edad indefinida oculta por la barba cuidada, viste un traje gris bastante desmerecido por el uso, y sucio por la travesía.
Debió sortear, según dijo en la sobremesa, algunos riesgos. Era la primera vez que el hombre hablaba del asunto. Cipriano había recomendado: nada de preguntas porque el hombre está cansado.
Finalmente habló. Fueron difíciles los días posteriores a la huida y eso duró hasta que lo pudieron embarcar a escondidas en un vapor de la ANCAP con destino al puerto de Paysandú.
Cuando arribaron a Fray Bentos esperó la noche para desembarcar porque había espías del gobierno por todos lados. Durante dos días permaneció escondido en un lanchón que lo llevó por el río hasta el punto convenido  donde lo estaría esperando don Cipriano, a quién una vez más reiteró su agradecimiento.
Tomaban café negro con fariña y proseaban largo con mi esposo, no reían pero se los notaba animosos.
En la cocina Aparecida me había dicho en voz baja, es un maestro de la capital que tuvo que escapar.

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