GREMIOS ESTATALES: PROFESIONALES DE LA PARÁLISIS Marcelo Marchese


La gimnasia gremial determinaba que al votarse el presupuesto arreciaran los paros de funcionarios públicos con reclamos harto razonables, pues el dinero que reciben es insuficiente; ahora bien, sólo un ciego de toda ceguera negaría que Lacalle, en su momento, dio en el clavo al decir: “yo hago como que les pago y ellos hacen como que trabajan”.

También es innegable que nadie en el espectro político se animará a encarar una necesaria reforma del Estado, a causa de la inmediata ruina que esto le significaría y es más, el triunfo del FA no sólo se explica por los penosos gobiernos que le antecedieron, sino porque a través de varios plebiscitos se convirtió en el defensor de las empresas estatales, algo que debe traducirse en "defensor del trabajo de los funcionarios públicos". El funcionario estatal es, básicamente, inamovible, y es necesario para la economía escuálida de un país agroexportador de fronteras arbitrarias y reducidas que encierra un mercado de tres millones y medio. Cuando uno argumenta acerca del carácter innecesario del Ejército, la única respuesta más o menos atendible, y esgrimida por el propio Ejército (1), es que da trabajo a gente que por otro lado no lo conseguiría y eso, además de ser de ayuda para esa gente, oxigena el mercado interno para que todos salgamos beneficiados.
Esto nos lleva a que exista un porcentaje atendible de trabajadores estatales que no son necesarios. Acaso podría el Estado necesitarlos a todos y aún a más gente si se hicieran otras cosas y mejor, pero haciéndolas como las hace hay gente de más que debemos pagar con el sudor de nuestra frente. El perjuicio no es sólo económico, pues se crea además un caldo de cultivo para una ética que luego inficiona el resto del cuerpo social, agravando nuestro estancamiento. Cuando aparece uno que trabaja, que considera que hacer sebo como funcionario estatal es una manera de robar al pueblo, los propulsores de esta moral le dicen: "Pará, pará: si laburás mucho nos dejás en evidencia".
Habida cuenta que el Estado debe atender parte de los intereses de una Deuda Externa que hace rato pagamos pero no para de crecer; que hace unas cuántas exoneraciones impositivas a las megaempresas y les regala toneladas de agua muy valiosa en los países civilizados; que atiende una serie de privilegios; que debe pagarle el salario a algunos que no trabajan o trabajan poco; y que debe recibir ingresos de una economía raquítica, los resultados son sueldos públicos bajos, para el que labura y para el que no labura, salvo los cargos gerenciales. La solución a este problema requeriría, hablando en forma harto esquemática, de dos medidas: la primera sería una transformación en nuestra economía hacia la producción de alimentos de alta calidad (cosa que haría cualquier economía pequeña con dos dedos de frente) amén de invertir no un poco más, sino diez veces más en innovación y desarrollo para diversificar nuestra matriz productiva. La segunda es una reforma del Estado acorde al cambio económico, por el cual se diseñen planes y objetivos y se establezcan evaluaciones del trabajo de cada área y oficina y de cada funcionario. Si un trabajador está por debajo de la media aceptable debe ser destituido y en esta evaluación debe incidir tanto el directivo como los propios trabajadores del área. Y si esta propuesta se pretende rechazar porque estimularía la competencia, es preferible que compitan en cómo trabajar más y mejor y no en las maneras de hacer sebo.
En términos generales y abrumadores el funcionario público se ha convertido en un "profesional de la parálisis", en su trabajo y en los paros que impunemente desarrolla. El paro es una medida importada sin mayor razonamiento de las huelgas de los obreros que al parar las máquinas perjudican al burgués, pues pierde pedidos de mercadería, clientes y en fin, plata. En el área pública el paro pretende perjudicar al gobierno, pues espera que la gente diga "estos paran por culpa del gobierno y el gobierno no sabe hacer las cosas, si las hiciera bien éstos no pararían" (2). Pero este razonamiento falla por el lado del poco aprecio que le tiene la gente al funcionario público, que además, al parar, la perjudica, ganando más descrédito. Veamos el ejemplo de los paros en la enseñanza pública.
Los docentes tienen buenos motivos para quejarse. No es fácil, por esa guita, dar clases a unos pibes que en absoluto están interesados en aquello que pretenden impartirles por métodos penosos. Los docentes argumentan que una suba de sueldo no sólo haría su vida más digna, sino que mejoraría el nivel de la educación, pues el docente dedicaría más horas a formarse y planificar clases. Por eso para y exige un mayor presupuesto, y en esos paros erosiona irremediablemente a la enseñanza pública, la cual, por unos cuantos motivos está cada vez más despegada del nivel de la enseñanza privada, que sin ser muy buena ni digna es sensiblemente superior a "eso otro". Que quiera mejorar su nivel de vida es muy cierto, que quiera o pueda mejorar el nivel de la educación ya es una cosa más compleja, pues ¿Cuál es el plan de educación presentado por el gremio docente? ¿Cuál es la reforma o REVOLUCIÓN educativa presentada por alguien? La respuesta es un silencio cósmico. El principal obstáculo para llevar a cabo una revolución educativa es el propio cuerpo docente y luego el resto de la sociedad, incluido en ese resto todos nosotros y el gobierno. Ni siquiera sabemos para qué se debe enseñar: pensamos que el objetivo es formar gente así luego consigue un trabajo, algo que pinta a las claras nuestra decadencia y agonía.
Pero supongamos que amén del sueldo existan otras preocupaciones, como efectivamente existe en cierto porcentaje de docentes que llevan a cabo su tarea con profesionalismo, y lo que es más importante, con amor por lo que hacen, lo cual conduce al profesionalismo. ¿En ese caso sería la parálisis la única medida que pudieran adoptar? ¡NO! Los docentes tienen a mano una medida que no adoptan por miedo. Todo oficio contiene unas cuantas cargas simbólicas y al docente le cae por su sóla tarea el añadido de ser el reproductor del saber que la sociedad cree que ha acumulado. El docente tiene cierto grado de prestigio ante la sociedad por su función y lo que es más importante, el docente, al ser "reproductor", reproduce innumerables cosas al pasar lista, al poner nota, al ejercer la autoridad. Un principio de nuestra enseñanza, o mejor dicho, un principio que denuncia la pobreza inaudita de nuestra enseñanza, separa al docente del estudiante por lo cual uno enseña y el otro aprende, que en rigor significa que uno desembucha y el otro memoriza. Ese rol es fundamental para el Sistema, pues la idea es que el estudiante se acostumbre a que uno mande y el otro obedezca, que uno sepa y el otro sea un ignorante. Si el docente en verdad tuviera un planteo alternativo, se animaría a tomar una medida que pondría en jaque al gobierno y a todos aquellos que somos responsables del desastre educativo. Basta con parar y dar las clases a su manera. Basta con hacer un paro administrativo, sin calificar, sin pasar lista, dejando en la sala de profesores el látigo innecesario ante gente que desea aprender. Basta con ocupar el centro de estudios, no para jugar al truco, sino para aprender de verdad sobre las materias que se deben dar y para dialogar de frente y por una vez en la vida con los estudiantes y con el resto de la sociedad, llamándolos a los liceos para dialogar, aprovechando un saber que anida en la sociedad y que desperdiciamos.
Esta medida jamás será llevada a cabo por este cuerpo docente. Esta medida es una demencia, pero sirve para desnudar la verdadera demencia que nos domina. Darse cuenta de la situación en que estamos es un gran paso, otro paso es ser conscientes de cómo reproducimos aquello que aborrecemos. Odiamos la impunidad y la generamos a cara de perro. Si un compañero destrata a un recluso, lo apoyamos; si un compañero hace sebo, lo ayudamos; si un compañero no da clases, hacemos la vista gorda. Protegemos nuestro cuerpo sea cual sea la barbaridad que haga un integrante de nuestro cuerpo y acusamos al gobierno, o en su defecto a Mongocho, de atacar solapadamente a nuestro gremio. Es verdad, el gobierno, ante una crisis inminente, toma distancia del movimiento sindical, pero eso no significa que no se ampare en su ataque en cánceres evidentes del movimiento sindical, y eso no significa que el movimiento sindical no se "estatice" a pasos agigantados, es decir, no reproduzca las taras del funcionario público. Tarde o temprano un gremio refleja los vicios de la masa de trabajadores que representa. Cuando una sociedad toma consciencia de sus contradicciones históricas, los gremios, partiendo de sus realidades sectoriales, pueden llegar a denunciar el modelo que se impone y esbozar una alternativa; cuando una sociedad está sorda a sus desafíos históricos e inmersa en la apatía intelectual, los gremios se encierran en sus reclamos particulares sin alzar la vista contra el modelo imperante, escapan de la crítica a su trabajo y la alienación que comporta y lanzan golpes con el bastón del ciego al borde del abismo.

(1) «...la prevista reducción de efectivos, ha llevado a plantear la posibilidad de cerrar Unidades Militares, lo que si bien en el actual momento económico sería de escaso impacto social, en caso de una nueva crisis resultará crítico, en especial en el interior, donde las Unidades son el motor de la economía" U. del V. Prada. «La profesionalización del Ejército: 1811-2011«. El Soldado Año XXXVI N. 180:
(2) Agréguese a esto la lógica denunciada por Leo Masliah enhttp://ladiaria.com.uy/articulo/2012/8/la-tercerizacion-de-la-lucha/

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