Todo tiene que ver con todo / Por .J.J. Ferrite


En Canal Encuentro fui gratamente sorprendido por un documental de Alejandro Fernández Mouján donde expone la clase de relación que el conquistador impuso a los pueblos originarios de esta parte de nuestra América. Desde fines del siglo XIX al presente, el documental revela continuidades intemporales signadas por la injusticia y el dolor así como la persistencia de los Aché por restablecer sus derechos.

El caso, en algún lugar del territorio de los aché en tierras paraguayas, da cuenta de un hecho ocurrido en 1896. El celo de unos colonos en defender su propiedad, un caballo carneado por los aché, deviene en una matanza ejemplificadora como recurrente en el enfrentamiento Civilización o Barbarie.
Una sobreviviente de los aché, niña de tres años, es nombrada por los apropiadores como Damiana considerando que el santoral de San Damián correspondía con el día del criminal procedimiento. Un estigma colonial que refundía un nombre, Damiana, con el propio cuerpo mancillado.
Una corta vida sin identidad propia que debió transitar por el trabajo esclavo característico de las criadas o sirvientes de las familias principales, crecer en la soledad y el aislamiento de los suyos, en tierras extrañas como debió ser para ella el traslado a la provincia de Buenos Aires, a ser objeto de estudio, sometida al registro fotográfico, a ser internada de modo anónimo en el Hospital Melchor Romero de la ciudad de La Plata para morir en 1907.
Un derrotero no menos doloroso ocurrió con sus restos mortales. Una parte de ellos, la cabeza, fue remitida a Alemania y recuperada hace unos pocos años del largo exilio en el Hospital Charité de Berlín. Otras partes fueron descubiertas como piezas de estudio en el depósito del Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
La comunidad Aché recuperó a su niña desaparecida y le dio sepultura en la tierra que la vio nacer, cerrando otro capítulo de la infame historia del coloniaje y de los colonos. No de la prepotencia y violencia que aún hoy desencadenan los colonos cuando de tierras y propiedades se trata.
Los cultivos de soja ponen sobre el tapete el problema que afecta a los pequeños propietarios o a quienes, como los pueblos originarios, carecen de títulos de propiedad o la documentación que acredite sus derechos. Papeles que tienen relativa importancia porque los colonos o las empresas agrarias avanzan a paso de vencedores, comprando o arrendando u ocupando campos, matando campesinos si lo consideran necesario, no solo en Paraguay, también en Argentina y Brasil por citar dos casos tan cercanos como reiterados.
La tierra es el más importante de los asuntos y una vergonzosa asignatura pendiente para los gobiernos democráticos, o populares, o progresistas.

Hace dos o tres veranos fui invitado a una reunión en Salinas, donde un heterogéneo y amistoso grupo de personas expresaban su visión sobre los pueblos antiguos, o los pobladores originarios de la Banda Oriental, o sobre las hierbas y flora nativa en la voz autorizada de una compañera botánica. 
Un muchacho mostró una fotografía de la era de las “máquinas de cajón”  diciendo que la mujer del centro era su abuela. Se veía un grupo de personas originarias de la campaña, peones rurales, sin duda mestizos. Pero la mujer de la foto inmediatamente atrapaba la atención por los rasgos indígenas que denotaba, a lo que el muchacho, vista la sorpresa y la incredulidad nuestra, certificaba que él y su familia eran descendientes de los charrúas.
Para mí fue una impresión fuerte como se dice, hijo de un hijo de gringos y de una mujer treintaitresina, con la identidad del puerto y la campaña que me acompañó desde la infancia. Pero el solo contacto con una persona que aseguraba ser descendiente de charrúas, era en Uruguay una verdadera rareza.
Desde los tiempos del general Frutos, las matanzas primero y el ninguneo después invisibilizó a nuestros paisanos los indios, máxime cuando fueron dispersados los escasos sobrevivientes, perdida la lengua originaria.  El testimonio de la toponimia del país es guaraní y así, Cuñapirú, Tupambaé, Uruguaí son nombres acompañantes…
Pero la segunda impresión de tal conversación me causó más que sorpresa, asombro, cuando alguien hizo referencia a las agrupaciones consustanciadas con la “cuestión de los pueblos originarios”. Pregunté de dónde partían para tal propuesta considerando que el nuestro era un país de mezcla, mestizo. La respuesta limpia como el corte de un bisturí señaló que desde los diversos partidos políticos se promovía esos agrupamientos  y que si no confluía en una agrupación unitaria sobre el particular era justamente por la diversidad, sino ideológica, partidaria. En aquel momento no percibí la figura del fondo y opte por callar, agradecer los mates y hacer votos por un pronto reencuentro.

Subí al ómnibus de COPSA bien entrada la noche, me arrellené en el asiento y recordé a E.Galeano caminante de nuestra Patria Grande, agudo observador y señero escritor, pero por sobre todo respetuoso de la cultura del otro.
Los otros, de los Andes a la selva amazónica, tienen voz propia.
El largo viaje en la noche del tiempo de la niña aché, Damiana Kryygi, es un grito silencioso que interpela a nuestra propia historia de olvidos.
A más de cuarenta años de muertes y prisiones, de exilios y migraciones, percibimos el “olvido del otro” y el destrato con las víctimas y familiares de parte del Ministro F.Huidobro y los parlamentarios del frente amplio, con minúsculas, que no atinan a despojarse de la mirada del colonizado, a desdeñar  la política como “el arte de lo posible” para atenerse a cumplir con recetas estrafalarias, al decir del cantor.
Para los Frenteamplistas, con mayúscula, superado el falso debate “de ideas y programas de los candidatos presidenciales”, se abren tiempos bautismales, de reflexión y refundación de la herramienta política sin que a nadie ofenda, por aquello de que todo tiene que ver con todo…

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