Amodio, el fósforo y el combustible, por Marcelo Marchese / Red Filosófica Del Uruguay


Erran quienes argumentan que el asunto Amodio es un engañifa de viejos chotos para obviar graves graves problemas del presente. En lo inmediato, que la Justicia actúe presionada por cuestiones ajenas al Derecho no sería un tema menor, aunque más allá de lo inmediato se vislumbran cuestiones más profundas.En vastos sectores existe la sospecha, o certeza, de que la Justicia ha sido manipulada ¿En qué se basan para esta sospecha o certeza? En que en otros casos la Justicia efectivamente ha sido manipulada y en que antes de procesar a Amodio debería procesarse a otros, mucho más involucrados en delitos de lesa humanidad. Sea que la Justicia haya sido manipulada en este caso o no, lo absolutamente grave es que vastos sectores crean que la Justicia sea manipulable, pues resultaría que ante esos sectores un principio fundamental de nuestra República se va al diablo, y aunque otros crean que nuestra Justicia sea impoluta, esta duda, esta grieta que se ensancha, es sumamente peligrosa para el destino de la República.
¿Fue presionada en este caso la Justicia? ¿Se movieron ciertas fuerzas políticas en las sombras? No lo sé por ahora y ni lo negaría ni lo afirmaría; abriría un razonable margen de duda hasta tener más datos, pero una cosa sí sé: por más presión de tal o cual persona influyente, por más que existan intereses evidentes a la interna del FA para los cuales este procesamiento acarrea agua a sus molinos, uno puede presionar cuando existe la posibilidad de hacer presión. No alcanza un fósforo para prender un fuego, debe haber primero una suma de material combustible, oxígeno y protección.
En un juicio suelen operar cosas por encima de las cosas del derecho. La figura del traidor en nuestra cultura es una figura despreciable. El traidor es odiado por las dos partes, y si hubiera una tercera y cuarta parte, también lo odiarían. Odiamos al traidor pues tememos a nuestro traidor interior, al traidor que podemos llegar a ser o que somos a diario. Luego opera contra Amodio el desprecio a la mentira. Por más que la usemos despreciamos la mentira, y Amodio, aunque diga unas cuantas verdades, miente a cara de perro y nos toma el pelo. Nadie puede creer que lo liberaran por ordenar los papeles de la OCOA mientras a los demás los destrozaban. Por último, opera en contra de Amodio la repulsión que genera la tortura. Uno lee el fallo, donde dice que se introducían picanas en el ano, que ahogaban a la gente hasta desmayarse, y recuerda otros testimonios, donde ciertos seres de nuestra especie introdujeron ratas en las vaginas y castraron tipos, y toda esa realidad de la cual fuimos corresponsables nos horroriza, nos muestra una faceta inhumana o una faceta humana inaceptable, y por eso, a pesar de la Ley de Impunidad, o amparándose en su artículo 5º, se impone de tarde en tarde un castigo a quien participó en hechos horrendos y al margen de lo aceptable como miembro de la especie. El hombre teme una manifestación de algo que cree resultado de su ser animal y por eso debe poner un límite y acaso toda la historia cultural sea resultado de esa necesidad.
Dejando de lado argumentos y contraargumentos de las famosas dos bibliotecas del Derecho, las tres cuestiones arriba señaladas impulsan la decisión de la Justicia mucho más que cualquier plausible presión y ahora queda por ver qué consideraciones moverán al Tribunal de Apelaciones. En tanto se expide, este hecho del pasado interesa a la sociedad también por otros motivos.
Uno observa que Amodio genera en integrantes del MLN más animadversión que los propios torturadores, pues algunos de estos tupamaros no se han esforzado demasiado porque paguen sus culpas y es más, se apenan por los viejitos, aunque a este viejito no le dan respiro. No se ha determinado si Amodio fue un infiltrado desde los inicios o si fue un traidor. Oficialmente, pues así le ha convenido al MLN creerlo, los traicionó. La idea de una infiltración llevaría a considerar que a los «otros» les servía el accionar del MLN para sus propios fines. La idea del traidor, como la del chivo expiatorio, es muy conveniente a la hora de lavarnos las manos de nuestras propias responsabilidades ¿Cómo llegó a la máxima dirección de la organización un elemento como Amodio Pérez? Seguramente porque se lo consideraba un eficiente instrumento en la aplicación de la línea política: era metódico, evaluaba riesgos, en fin, era un capo. Aquí el MLN, como otras organizaciones guerrilleras y políticas que pretendían cambiar el mundo, hubiera obrado con más sabiduría si hubiese considerado a la moral un elemento clave en la selección de dirigentes. Uno puede aprender a disparar con precisión, uno puede aprender a repetir un dogma, pero uno no puede copiar una moral que no siente: tarde o temprano se deschava. El MLN descubrió la moral de Amodio demasiado tarde. El MLN no fracasó por la traición de éste o del otro; no fracasó porque la tortura lo hiciera pedazos en poco tiempo. Pensar en la tortura como explicación sería volver a culpar al fósforo por la hoguera. El MLN fracasó a causa de su propia teoría política y si hubiera triunfado no hubiese generado un mundo con menos injusticias; uno tiene la certeza de que si hubiese triunfado se hubiera convertido en un nuevo mecanismo de dominación del Sistema: hubiera cambiado una tiranía por otra para la renovada supervivencia de la alienación del hombre.
Uno se pregunta qué sentido tiene apresar a Amodio por los delitos que cometió, sea señalar gente, sea participar en la tortura. Se supone que la cárcel es correctiva, pero hace rato que Amodio no señala a nadie ni colabora en ninguna tortura ni tendrá oportunidad de hacerlo, así que debemos desestimar la intención de corregirle ¿Para qué apresarlo? Acaso su procesamiento lleve a aclarar unas cuantas cuestiones y ahora se interrogará a Piriz Budes, a aquel otro traidor, a un traidor un poco menor, a otro que cantó porque le estaban haciendo sufrir lo insufrible y a militares que anduvieron en estas vueltas, que se cortarían la lengua antes de asumir que vieron cómo Amodio estuvo en el ajo, pues si Amodio estuvo, ellos también. Habría que ver qué ayuda más al restablecimiento de la verdad: si meter en cana a estas gentes, lo que llevaría en cana a otros y por el camino algo se sabría; o considerar que por ese camino todos se llamarán a silencio, no sea cosa que por restablecer la verdad terminen en cana. Mientras ello sucede, los mismos que quieren echar al olvido las macanas que en el pasado perpetraron «los dos demonios», acuden solícitos a enterrar a uno que fue los dos demonios en uno.
Desde otra visión sí tiene sentido apresar a Amodio, y luego de apresarlo a él, a otros que hicieron cosas más graves, que tienen menos atenuantes, y que las hicieron durante un lapso de tiempo mayor. Se supone que una prohibición, y una pena por pasar ciertos límites, actúa como un elemento moralizador. Confieso que en más de una ocasión (al lector sincero le habrá pasado lo mismo) tuve deseos si no de matar, al menos de infligir un daño severo a quien se lo merecía. Por muchos motivos debí contenerme y en el mejor de los casos sublimar el odio en algo más creativo ¿Habrá operado una suerte de bondad, mi formación cristiana? ¿Habrá operado el temor a las represalias? ¿Habrán operado las dos cosas juntas y otras muchas? Es un misterio; sólo puedo asegurar que me parece más eficiente que la gente obre en función de normas morales que en función del miedo, pero habida cuenta que vivimos en un mundo que conforma el cielo y el infierno, y habida cuenta que una ley también es resultado de una moral y que una moral se estimula y educa también en función del respaldo de una ley, de ninguna manera podemos aceptar que se someta a un ser indefenso a una picana, ni se introduzcan ratas en las vaginas, ni se castre gente, ni se arranquen uñas a bebes de un año ni se los viole delante de los padres.
Eso ha sucedido en nuestra tacita de plata. Torturas, acaso no tan siniestras pero sí igualmente metódicas, se siguen practicando en nuestro bendito país y se practicarán mañana. Es fácil culpar a los militares por el Golpe de Estado y las torturas, pero así volvemos a culpar al fósforo: nosotros, los uruguayos, reunimos el combustible para la hoguera del Golpe y el Terrorismo de Estado; nosotros reclamamos «orden» y festejamos que las FFAA acabaran por fin con tanto relajo. Nosotros, muchos de nosotros, luego fuimos en el 80 y votamos Sí a la Dictadura. Podemos culpar ahora a Bordaberry y lavarnos las manos. Podemos poner en la cruz a cualquiera o cargar las culpas en un chivo y enviarlo al desierto.
Y mañana ¿Qué?

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