CAMINOS HACIA NINGÚN LUGAR /Semanario Voces

NDISCIPLINA PARTIDARIA, la columna de Hoenir Sarthou:

La desocupación de la sede del CODICEN, en la noche del martes, conmovió fibras hondas de la sensibilidad de mucha gente que se autodefine como “de izquierda”.
Todos los militantes de izquierda –quien más, quien menos- guardamos recuerdos amargos de la policía. Por eso, verla desalojando a un grupo de estudiantes, y verla luego reprimir en la calle a un grupo de manifestantes, provoca efectos emocionales y simbólicos de muy difícil racionalización: es la autoridad del Estado, materializada en unos individuos formados y entrenados para reprimir, la que intenta someter o impedir la lucha gremial y la protesta callejera.
Por añadidura, que eso ocurra durante un gobierno del Frente Amplio, resulta particularmente desconcertante para esa sensibilidad.
Desde luego, la forma en que se llegó a la desocupación no fue acertada. En primer lugar, porque el Ministro del Interior afirmó indebidamente, hasta pocas horas antes, que la policía no intervendría, lo que ayudó a que toda la situación fuera desconcertante. En segundo lugar, porque no se agotaron realmente las instancias de negociación y mediación. En tercer lugar, porque estuvo ausente el Poder Judicial, que debería haber intervenido para garantizar la legalidad del procedimiento (la existencia de un decreto que autoriza al Poder Ejecutivo no impide la actuación judicial), así como, desde el punto de vista público, jugaron un papel secundario las autoridades de la enseñanza, que son en definitiva las responsables del local y de lo que en él suceda.
Veamos ahora la situación desde el otro lado. ¿Quiénes ocupaban el local? ¿Con qué objeto? ¿Qué expectativas tenían?
Hasta donde se sabe, los ocupantes eran integrantes de una coordinadora gremial de estudiantes de Secundaria. Sus objetivos declarados eran reclamar la participación estudiantil en las cuestiones programáticas y presupuestales de la enseñanza, incluyendo una negociación directa con el Ministerio de Economía, que se planteaba como condición inmediata para la desocupación voluntaria.
Basta ver la situación con mirada racional para saber que, tal como se planteaban las cosas, el asunto sólo podía terminar de forma similar a como terminó.
¿Pueden un Estado y un gobierno admitir que se ocupen edificios públicos de varios organismos (que no son el lugar natural de inserción de los ocupantes, como sí lo sería en este caso un liceo) como medio para lograr una negociación con el Ministerio de Economía?
Bueno, sí, en los hechos, puede ocurrir. Puede ocurrir en situaciones revolucionarias o cuasi revolucionarias, cuando existe un poderoso movimiento popular organizado que aspira a derrocar a un régimen autoritario y políticamente desgastado.
Ahora, ¿es esa la situación actual del Uruguay y de su gobierno?
Nadie confunda lo que digo con una postura oficialista. Los lectores de Voces saben mi opinión sobre los gobiernos del Frente Amplio. Durante el gobierno de Mujica me convencí de que las fuerzas mayoritarias del Frente han perdido su rumbo histórico. Carentes de un proyecto popular en serio, compraron la receta neoliberal de moda y han gobernado para las empresas multinacionales, apostando a la inversión extranjera, a la que le concedieron el uso indiscriminado de recursos naturales (tierra, agua, minerales), exoneraciones tributarias desmedidas, puertos privados, zonas francas, leyes especiales, bancarización, créditos, contratos leoninos, acuerdos secretos, cláusulas de protección y mil privilegios de los que no gozamos los uruguayos. Los hechos demuestran, además (Astori lo reafirmó expresamente hace pocos días), que ante la proximidad de la crisis todo es recortable (salarios, presupuesto, educación, salud, etc.) pero no la política de privilegio para la inversión extranjera. El abandono en que vegeta la enseñanza es parte de ese “combo” ideológico.
No puedo estar más en desacuerdo con esas políticas. Pero, ¿eso significa que estamos ante un régimen que se desmorona? ¿Hay una extendida convicción popular acerca de esa situación? ¿Existen acuerdos respecto a con qué sustituir esas políticas?
Las respuestas son obvias. Vivimos en un país en el que cerca de la mitad de la población votó a blancos o a colorados. Y buena parte de la otra mitad apostó otra vez hace pocos meses al Frente Amplio. Esa es la realidad.
Las mayorías electorales no significan que un punto de vista tenga razón. Siempre es lícito disentir de la mayoría para pensar y proponer otras cosas. Pero, a la hora de actuar, no se debe olvidar que la voluntad mayoritaria debe ser respetada.
La vieja tesis de que una actitud combativa y desafiante sirve para poner de manifiesto la naturaleza represiva de un régimen político tiene una parte de verdad y una parte hueca.
Es verdad que la acción decidida de pequeños grupos organizados puede poner en evidencia la voluntad represiva de un régimen, de casi cualquier régimen.
Lo que tiene de hueco es que desata fenómenos para los que después no hay respuesta. La agudización de las contradicciones muchas veces sólo deja eso: contradicciones agudas, sin alternativas.
La declaración de esencialidad de la enseñanza y la ocupación y desocupación del local del CODICEN tuvieron efectos comunes: que el problema central de la enseñanza pasara una vez más a segundo plano.
Más de dos tercios de los gurises no terminan la enseñanza media. Y muchos de los que la terminan (hay pruebas escalofriantes al respecto) no están en condiciones de leer y entender un texto sencillo y no dominan la lógica elemental. Por otra parte, los programas de enseñanza cada vez tienen menos que ver con las necesidades reales de los alumnos y de la sociedad. ¡Esos son los verdaderos problemas! Que quedan ocultos tras la espectacularidad de la lucha prespuestal y la represión!
El de la enseñanza es un problema político de primer orden. Porque su decadencia está impidiendo la formación de ciudadanos. Nos condena a vivir en un país de mentes simples y apetitos básicos, en el que medran y se enriquecen los poderosos y los corruptos.
Sé que este enfoque puede no caer simpático a nadie. Tal vez alguien esperaba que este artículo tomara partido por los represores o por los reprimidos.
Estoy convencido de que la reforma de la enseñanza requiere mucho más presupuesto del que se le destina y que, si algo hay que recortar, no debe ser nunca el presupuesto de la enseñanza. Pero también estoy convencido de que el problema educativo no se soluciona sólo con presupuesto.
Es imprescindible pensar qué tipo de personas queremos formar, elaborar programas y capacitar docentes adecuados a esa formación, y destinar los recursos necesarios para impartir esa formación.
Es un profundo debate ideológico el que nos hace falta respecto a la enseñanza. Con la paradójica urgencia de que cada día que pasa estamos, como sociedad, menos capacitados para darlo.

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