Sur, verborragia y después. Por J.J. Ferrite


Reitero lo ya dicho en otra oportunidad. Integramos el colectivo de los migrantes que echamos raíces en tierras argentinas desde hace un tiempo, más exactamente una vida entera.
Somos respetuosos por los hombres y mujeres que ponen el cuerpo todos los días para resolver, en la diversidad de las ideas o los criterios, las situaciones que se les presentan en “el paisito verde y querido”, al decir de Benedetti.
Tenemos nuestras razones que para nada presentamos como objetiva, tenemos nuestro corazoncito, y si algo tiene un viso de originalidad es la mirada a la distancia y el visceral rechazo a la nostalgia que todo envenena.

La coyuntura en el paisito es compleja como se la vea, enmarcada en otra crisis global que voces autorizadas no arriesgan a formular diagnóstico alguno, menos promisorio. Esto genera sensaciones que van de la angustia individual al desánimo colectivo. Fenómeno que se desata, a veces inducido de modo perverso, allá, acá o en cualquier país. Fenómeno que desnuda la vulnerabilidad de los trabajadores, más si son pobres y que se expresa muchas veces como el reclamo de una mayoría silenciosa.
Los grupos que se benefician de este estado de cosas, porque usted sabrá que en la globalización hay ganadores y perdedores, como los especuladores que ganan pingues ganancias de las crisis emergentes. Los portavoces de estos grupos son gente de pocas palabras, más bien parcos y recurren a un idioma internacional con palabras de artero contenido simbólico. A saber: corrupción, transparencia, derechos humanos, olvido, honrar las deudas, productividad, ingresos, costos y competitividad, TISA, democracia, quinquenio, festejen, refinanciación, devaluación, etc.
La verborragia, bueno, es patrimonio compartido por los dirigentes políticos y sociales, instrumento de la prensa oral y escrita, recurso de los licenciados y opinólogos, también por cada uno de nosotros, cuando usted o yo divagamos en la mesa de un bar, o lo hacemos la fila en el banco o cuando deambulamos un domingo de sol por Tristán Narvaja.
Cuando usted o yo creíamos tener un respiro asegurado a las desgracias que ocurren en otras latitudes, digamos el golpe blando en Grecia, los migrantes sirios a la deriva por el mediterráneo y las fobias europeas, cuando nos creíamos a salvo de la acción de los drones sobre Afganistán o de las vísperas de la guerra en Ucrania o de la última matanza en cualquier ciudad estadounidense, se produce ¡ay! una guerra de monedas. Antes de que China devaluara el yen como un reflejo anticipatorio asistimos a las devaluaciones de diversa magnitud e impacto en Brasil, Argentina y Uruguay.
Si usted como yo es asalariado, retrocedió dos casilleros, lo jodieron.
No resultará cómodo para los exégetas del modelo económico imperante, pero sería irresponsable de nuestra parte no tomar nota como llamarnos a algunas mínimas reflexiones.

Como a los viejos edificios que se derrumban por la acción del martillo neumático o los explosivos, los partidos políticos en Uruguay parecerían propensos a inclinarse a diestra y siniestra, no al influjo de una dictadura o una gesta revolucionaria, sino por la presión que ejercen las grandes corporaciones de la naturaleza que sean, económicas, empresarias, culturales, etc.
El Partido Colorado después de la gran obra de Batlle y Ordóñez a principios del siglo XX devino en una mera agrupación testimonial; el Partido Nacional emerge con los resabios de la gerontocracia y la vitalidad electoral que le permitió ganar en buena ley en doce de los diecinueve departamentos; y el frente amplio, con minúsculas, retiene su irreprochable mayoría al precio de una elección (y lección) donde los votantes, prácticamente sin opciones, eligieron “lo menos malo”.
La lección proviene para muchos de Brasil. Las elecciones que erigieron a D.Rousseff como presidenta, a ceder o pactar con sectores poderosos que impusieron a su hombre de confianza en el ministerio de economía, seguido de devaluación, cuadro recesivo y despido de trabajadores. Con semejante cuadro de situación las acepciones clásicas de izquierdas y derechas se desdibujan, aunque la política concreta sea la encargada de resignificar los términos. Quizá desde Brasil, como antes fue el paradigma de Lula y el PT, se erija como un espejo donde las sociedades de la región se vean reflejadas, no como un calco, sino como los combados y engañosos espejos que alguna vez nos hicieron reír. Pretender emular las medidas de los gobiernos del PT, seguramente lo mejor que podía acontecer en aquella realidad, de parte de los gobiernos uruguayos desde 2005 a la fecha no resultó como se esperaba.

Quizá las elecciones de 2010 sea un punto de inflexión en lo que atañe a la política económica y social, en lo que respecta a la legitimidad de los dirigentes. Dicho sin mensajes subliminales que remitan a acciones destituyentes, a golpes de mercado, a sublevaciones financiadas por Dios sabe quién.
¿Recuerda cuando las gentes simples, el pueblo, creíamos que J.Mujica en la presidencia era el paso necesario para superar las contradicciones y limitaciones del gobierno T.Vázquez-D.Astori?
Un ministro (o monje negro) que arrastró a los gobiernos de T.Vázquez y J.Mujica, que con poderes hipnóticos neutralizó al PIT-CNT, sin un plan B muy propio de los gerentes, como no fuese aplicar medidas de ajuste y proyectar cifras temerarias  en la evolución de las pautas económicas. No deja de llamar la atención que inmersos como estamos en el tembladeral de la crisis global, con las particularidades del bloque que sea, en nuestro país se pacten acuerdos salariales por períodos quinquenales… mientras 2015 ha sido para miles de trabajadores despedidos el fin de la primavera democrática.
Cómo no advertir que desde el 2005 al presente, la movilidad social, la protesta legítima, el reclamo cajoneado no encuentre el cauce para que tamaña energía de un pueblo como somos, no se convierta en pan, frutos y esperanza.
Los Frenteamplistas, con mayúsculas, estamos empachados de verborragia y después…

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