Don Cipriano 22 / Por José Luis Facello

 Cuando cerrábamos las puertas a las cinco de la madrugada les preparaba un buen desayuno, ellas lo necesitaban, lo pedían sus cuerpos lavados por la ingesta de té con hielo durante gran parte de la noche, en tanto los clientes pagaban el té por whisky importado y transpiraban los deseos monocordes de los solitarios, de los abandonados, de los cornudos. Otros eran unos pobres giles con unos pesos en los bolsillos que quemaban a espaldas de su familia.
   Mamá, interrumpió una de sus hijas, preguntando dónde estaban los vinos. Sofía respondió con exactitud como en los viejos tiempos, donde hallaría los importados, el origen y el año de cosecha. Lo que hay que saber a la hora de beber, y no la auto-promoción que pretende con un dudoso saber referirse a vinos con colores de frutos rojos, con el aroma del roble y otros tantos datos prescindibles.
   Martha miró con complicidad a Maryland para intentar sonsacarle a la suegra cuánto había de cierto en las habladurías de su esposo sobre aquellos lejanos y olvidados días, cuando ellas eran recién nacidas.
   Sofía tardó en responder, bebió un trago y buscó las miradas inocentes de ellas, las nueras que eran como sus propias hijas.
   Me creen si les digo que no sé demasiado de lo que pasó, porque nadie que lo vivió creyó como una posibilidad que tanta maldad pudiera desatarse en el país de las cuchillas, pacífico por antonomasia. Se tejían comentarios sobre alguien que no había visto lo que decían que sí vio, y mientras el rumor se extendía entre conocidos, trabajadores y policías… porque la nuestra es una familia de funcionarios y policías. Martha sonrió atenta a al menor infidencia.
Vivimos como todos, atentos a los imprevistos, a las noticias de última hora, a las novedades con las primeras luces del día. Por entonces, Terciario salía a las ocho de la noche y regresaba la mayoría de las veces a las ocho de la mañana, salvo cuando por motivos que ella  ignoraba y él atribuía las ausencias  a estar de comisión en la campaña o en alguna ciudad fronteriza. Y la tardanza en volver se extendía a tres o cuatro días o más... Se notaba el cambio operado en mi esposo, Terciario no era Terciario y su voz y sus caricias eran las de un hombre desconocido.
   Aprendí a convivir con los dos hombres al mismo tiempo, el Terciario que yo conocí y el otro con su aureola de misterio, mientras tanto, criaba a mis hijos como cualquier vecina. Así que, cuando vino la democracia volvimos a las anormalidades y empezamos un calvario que todavía no termina, las denuncias públicas empezaron a arreciar pero a mí nunca se me ocurrió imaginar que mi esposo tuviese que rendir con la Justicia cuentas de algo.
   Y mucho menos imaginar que sea un mal hombre. No me entra en la cabeza.
   Les pidió otro Martini a las muchachas y afirmó que tuvo muchos amantes antes de conocerlo,  pero que Terciario es el único hombre bien amado y que le había dado cinco hijos hermosos. Después rompió en llanto.

   A las cuatro de la tarde, prosiguió Sofía, las chicas almorzaban cosas sencillas hasta que llegado el sábado y domingo rompían la rutina y cocinaban como Dios manda. La comida casera suplía el dejo de nostalgia por el pueblo que habían dejado atrás, la añoranza por la familia perdida… y la mesa de los pobres.
   Y un buen día todo eso fue pasado, cuando me fue escamoteada mi parte reaccioné rompiendo la caja registradora… intervino la Ley y ya imaginan el resto.
   Bueno suegra, no se puede quejar…
   Vamos a avisar que está todo listo, dijo Sofía escapando al pasado y las amenazas del futuro.
   El ojo derecho recorrió en un alcoholizado paneo los objetos de la pared, la fotografía con Sofía en las Termas del Arapey; una cabeza de jabalí, trofeo de una cacería en los montes ribereños al río Negro; un pequeño cuadro con una distinción de la Fuerza; una reproducción de la capilla del palacio San José, de cuando el maestro Blanes pintaba para el general Urquiza; y por último, una fotografía en “Cuatro Ombúes” junto a su madre Azucena, y otra más pequeña con Sofía en Bocas del Cufré. El derrotero del ojo extraviado chocó con el reloj cucú cuyas campanadas anunciaban las diez y media de la noche.
   Sintió en la mano un frío intenso y pensó en la proximidad de un maligno ACV pero no era otra cosa que el hocico del perro, como recordándole que mirando allí abajo encontraría a uno de los niños jugando con papelitos de chocolatines. Linda reposaba en la sillita ajena a la bulla circundante al igual que Melchor, que dormía en unos de los sillones con la cara cubierta por una revista con las ofertas de Devoto.
   De manera enajenada, bebió otro trago, observó uno a uno a sus hijos y a las mujeres de sus hijos y a Sofía su mujer y después apuntó con el índice a los niños llamándolos por su nombre. Todos ellos son ahora la familia dijo, pero hicieron caso omiso de sus palabras, la rama principal del viejo tronco como la del coronilla imperturbable de la estancia, rezongó contra el aire enrarecido por el tufo del whisky barato, ¡joder mujer no me sirvas esta porquería!, es Jack Daniel´s papito dijo ella solícita, ¡esto no es un cabaret cambiame el vaso carajo! Papá te recuerdo que es tu cumpleaños, dijo una de las muchachas en auxilio de su madre. Te quiero Sofía…
   El ojo izquierdo siguió el derrotero excéntrico de una aceituna que cayó del platillo atrapando la tierna mirada de Jhonny y la indiferencia de los demás. Él con seis años sólo conocía la línea monótona del horizonte sobre el mar, donde el cielo y las aguas se confundían en un pálido celeste o borrascosos grises en los días de tormentas. El pobre niño dibujaba su casa como un rectángulo tensionado no por inquietas diagonales sino por decenas de cuadraditos donde vivía Jhonny y otros cientos y cientos de Jhonnys, los garabatos los representaba jugando al fútbol en una plaza cuadrilonga de hormigón lustrado y tejidos protectores donde lo único mágico, como la aceituna negra, seguía siendo la pelota que golpeada con el empeine describía una recta mortífera hacia el arco adversario, o esos cabezazos picados al área chica que generaban pánico en los arqueros, impotencia en los defensores y el ansia extrema que sólo es capaz de sentir en esos momentos la línea delantera.  
   Como le ocurría a Jhonny, aunque tampoco lo advirtiesen en el resto de sus rutinarias vidas, los botijas conocían las cuadriculadas manzanas del barrio donde habían nacido, las paralelas del cordón de la vereda o los bulevares adornados con doble hilera de palmeras, se aburrían en la recta fila de alumnos en el patio de la escuela cercado de tejidos protectores, al centro el mástil donde se iza la bandera y entonan los himnos  en las efemérides patria.
   Pero a estos botijas algo esencial les falta conocer y ese algo son las curvas, los esmerilados lomos de las cuchillas, los meandros erosionados por los ríos, los curvilíneos ojos de agua… y si no fuese por el vientre convexo de las embarazadas o los pechos llenos de las madres los niños de la ciudad no tendrían cabal entendimiento sobre la gracia y placer de las curvas.
   La aceituna detuvo su derrotero y Jhonny se la comió.
   El policía retirado bebió sin noción del tiempo ni del espacio circundante, cerró el ojo izquierdo dispuesto a escuchar, quizá como un resabio de trajinar calles en aquellos años donde una palabra podía ser la clave o la pista de conspiraciones mayores. Por allí escuchó que Washington José indagaba a su hermana sobre el monto de la inversiones y el costo del crédito para, ¿cuál era la importancia… que el proyecto de las tres emes fuese una realidad y no solo, a esta altura de su vida y la de Sofía su mujer de tamaña obra? un proyecto y estaba el tema de las garantías, nena ¿quién se hace cargo si algo falla? otra vez el Estado no es cierto. En estas ocasiones la muchacha demuestra su… me recordaba el solitario que sale del baile a la madrugada buscando un taxi sin distinguir la figura del fondo, cavilando inútilmente, perdido como él en ese momento, sin atinar a balbucear el barrio en que se había perdido. Ella estaba perdida, una perdida como su madre, que se rindió más que a la evidencia a la ignorancia. No es mi tema y bien lo sabés, pero te digo, al frente de todo están los japos, gente linda… son los del milagro japonés ¿entendés?
   Mirá nena, las inversiones pasan como las tormentas de verano nada bueno dejan salvo la anécdota de su paso. ¿A propósito, inquirió el funcionario, si el proyecto se demora o no se concreta porqué tú bien sabes cómo son estas cosas… ¿qué pensás hacer?
   Lo que hacen todos, disparó Vicky, me recibo y me voy a España con la tía Lourdes. Porque está visto que allá nos valoran como es debido a los jóvenes… revoleó el ojo izquierdo después que ordenó involuntariamente a su pesado párpado izquierdo liberar al maldito ojo, ¡malditos gallegos! y tenés más oportunidades, no como acá que es un ir y venir de búsquedas por la búsqueda misma… maldita muchacha es el calco de su madre ¡ya no hay paz en esta casa!
   Estamos en el cumpleaños de papá, no lo olviden chicos, intervino Deborah mientras observaba con ojo clínico el relleno de un sándwich del que asomaba entre la salsa kétchup la cola de una anchoa. Sofía optó por escanciar los vasos al alcance de su mano y dijo, que era la primera vez que escuchaba que un particular podía comprar un barrio como quién compra una estancia o una plantación de eucaliptus. Los tiempos cambian apuntó Martha con naturalidad, estamos en democracia.
   De cualquier manera es un asunto complicado, dijo Vicky, es tan imposible como inútil pretender engarzar a los pobres del Cerro con una joya arquitectónica como las tres emes. A propósito ¿a qué no adivinan con quién me encontré en la barriada?...
   Una rana hizo croac-croac repetidas veces hasta que Maryland estiró el brazo y le alcanzó el teléfono celular a su esposo… Sí mamá lo doy tus saludos y sin más cortó. El viejo policía agradeció el saludo con una mueca mientras revoleaba el ojo derecho tratando de reconocer un bocadillo decente, Sofía su mujer percibió la inquietud de Terciario y le alcanzó un plato colmado de sándwiches. Si lo conocería.
   Aunque no lo puedan creer en el Cerro de pura casualidad me encontré con la tía Epifanía ¿haciendo qué?, presidiendo la comisión de vecinos “Pro-vivienda digna y en defensa del patrimonio cultural de la Villa del Cerro”. Qué nombre tan largo para llamar a una comisión de barrio, dijo Sofía con clara intensiones de llevar la conversación para otro lado. Pero los globos de los ojos se incendiaron de rojos sanguinolentos cuando Terciario Plácido los abrió desmesuradamente después de escuchar sobre el tal encuentro… quería pensar que fueron cosas del destino o del azar, que su hija era inocente y nada tenía que ver con aquella oveja negra de la familia, una maldita comunista que no veía desde la trágica muerte de Azucena, su madre.
   A esa, ni nombrarla podía… ah maldita comunista ¡mil veces maldita! 

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