Don Cipriano 21 / Por José Luis Facello



 Anochecía con los ojos cerrados.
   Imaginó,  como el otrora  gaucho errante extendía el apero y el poncho entre el suelo y el manto de estrellas, a tres pasos del caballo de fiar pastando a sus anchas con los belfos verdosos y el perfume a macachines revoloteando en el aire. Sintió el olor y abrió el ojo izquierdo.
   Un instante después sonó el timbre y Sofía apuró el paso, para avisar seguidamente de la llegada de Lindolfo José, Mariland y el pequeño Melchor.
Se acercaron conversando con el dolido andar de un cortejo fúnebre, vestidos con la formalidad que dan los rústicos tonos grises procedieron a saludar, dispuestos como para enfrentar a la lente en el estudio del fotógrafo.
   Pero por esa capacidad que tienen los humanos de sorprender al otro, consiguieron acaparar miradas de envidia cuando le entregaron de modo ceremonioso una caja de madera como de habanos, pero que al abrirla dejaron ver el interior forrado de pana roja y tachuelas doradas conteniendo una antigua pistola Lefaucheux, de dos caños.
   Por un momento el viejo policía tembló al contacto en sus manos de un arma tan cara en la vida de los gauchos, allá por el siglo diecinueve, cuando las pendencias abundaban como las moscas y la guapeza alcoholizada se cobraba alguna vida al azar. Conmovido dio las gracias y se fundió en un abrazo con su hijo, un joven intuitivo y sagaz que continuó los pasos suyos, con diploma y menciones en el departamento técnico de la fuerza. Los tiempos cambian y dotarse de los conocimientos científicos permitiría enterrar la zaga de los Dupin, los Holmes como los falaces recursos de los Bond.
   Cada cual interpreta lo que quiere, lo que le viene en gana, pero carecíamos de una industria como la de Hollywood, que fuese al rescate de nuestra historia patria, comenzando por el piloto mayor del rey, el mareante Juan Díaz de Solís; un capítulo a la limpieza de la campaña encabezada por don Frutos e incluyendo también, el desastre para los nuestros en la campaña al Paraguay. Cómo no incluir la vida heroica de los gauchos errantes… películas sobre la represión al contrabando, a los anarcosindicalistas, a los comunistas y a las guerrillas, las de 1904 y las castristas de los sesenta.
   Pero, según la óptica de Lindolfo José, los enemigos de la patria se han mimetizado detrás del tráfico de dinero, operando entidades bancarias y financieras, y aunque parezca una locura resultaría más eficaz combatir esos delitos con un buen contador y un experto en intervenir las conversaciones telefónicas. Según él, de lo demás se encargan las unidades motorizadas, el rastreo por satélites y un eficaz sistema de comunicaciones. Pero eso usted sabe, me dijo en tono confidencial, la estrategia más conveniente queda restringida al ámbito de los políticos…
   Por otra parte, continuó mi muchacho, desde hace años los líderes mundiales van de traspié en traspié, usted me entiende, está todo cambiado y son pocos los que hablan del modo de vida americano, o referir a la dictadura del proletariado y hasta los centro europeos se han dejado de joder con la humanización del capitalismo y esas cosas…
   Sofía, su endiablada mujer, trajo la botella de whisky con vasos y un bols con hielo. Lindolfo José hablaba sobre la relación entre el poder, mi ojo izquierdo derivó por sobre el aparador, las conferencias, los temas inimaginables que reunían a miles de participantes de cuanta organización estatal o privada, y me fijé sin importarme en las agujas que marcaban las nueve y veintidós, no gubernamentales u oficiales, laicas o religiosas, políticas, cerré mi fatigado ojo y entreabrí su par simétrico sin ver cosa que importase, sindicales y sociales que mataban el tiempo analizando y discutiendo bajo el caótico estigma de la globalización y el espectro de la guerra de las galaxias…
   Terciario Plácido aburrido a esta altura del monólogo filial optó por cerrar el ojo derecho y tratar de atemperar la sed con un sorbo del destilado en esa especial noche de verano. Definitivamente, los del informativo por una vez acertaron, el clima está cambiado y anunciaban lluvias fuertes para mañana.

   Con los sones del Combo Camaguey o algo parecido que emitía de forma insistente el teléfono celular, el viejo policía levantó los párpados unos segundos y los bajó involuntariamente mientras maldecía al que había logrado interrumpir el eufórico estado soporífero que tan bien le hacía. Ya no había paz en ningún rincón de la casa, pensó con los ojos cerrados como una forma de evadir la realidad. Le había pasado cuando se enteró que Sanguinetti sería presidente y le pasaba ahora quince años después.
   Sofía y las otras mujeres como en una pintura futurista desdibujaban sus cuerpos a causa de vibrantes colores en movimiento recortados en masas luminosas como el mantel blanco y los brillos de los caireles. El cuadrante del reloj marcaba las diez menos cinco o las once menos diez sin que a nadie importara, ignorando si ese lapso horario pudiese ser el último en la vida de un hombre y tampoco importaba. Vio caer a sus camaradas en cuestión de segundos pero con el paso del tiempo, de los años, vivir le resultaba una carga onerosa como la muerte misma aunque fuese una vieja conocida.
   Sofía preparó Martinis y libaron entre mujeres, brindando las jóvenes por la liberación femenina y riendo desaforadamente cuando a las anécdotas irreverentes, opusieron visiones antimachistas que fueron desgranando muy en serio el trasfondo violento que encerraban.
   Vicky en cambio, con un dejo de  impronta profesional asoció la liberación de la mujer a nuevas ideas gastronómicas que se reflejaban necesariamente en el diseño arquitectónico, a saber, la relación entre el lugar de cocinar como parte del lugar de reunión. Citó autores y dio innumerables ejemplos de la arquitectura moderna y antropológica para arribar a modo de síntesis, a la ruptura entre el espacio de la “cocinera”, léase la persona al servicio de, y el espacio compartido, democrático e igualitario. Espacio arrebatado al dominio autoritario del macho. Los accesorios y la tecnología darían respuestas a las necesidades de la cocina rupturista con las costumbres perimidas.
   Con un lugar así, tan fríamente diseñado criticó Martha, te sacan las ganas de coger en la cocina. Se escucharon las risas desmedidas, fueron por otra botella de Martini y continuaron preparando los bocadillos de atún.  Martha se definió como defensora de las dietas equilibradas, magras, incluyendo muchas frutas y vegetales sin cocción. Admitió que si en la casa estaba sola con los niños el criterio era no cocinar y recurrir a algo frugal como un refuerzo de fiambre o pizza. Por esto mismo, dijo detestar los programas de cocina en la televisión, por el gasto que ocasionan y los cacharros que ensucian y ¿todo para qué? para que el plato en cuestión sea una feta de jamón crudo, rebozada y frita en aceite de oliva, acompañado de arroz integral y repollitos de Bruselas cocinados al vapor… ¡Por favor! esos tipos de la televisión tienen que estar completamente locos. Locos, fuera de época y machistas, subrayó Vicky con juvenil espontaneidad.
   Con cierta sincronía innata de quienes trabajan con las manos habían improvisado una pequeña cadena de producción para el armado de croassaints de jamón y queso con o sin manteca, con o sin mayonesa pasaban por el imaginario puesto de trabajo de las mujeres, con reminiscencias fugaces de lo que fueron las antiguas fábricas textiles.
   En paralelo con su hermana pero en el plano de una estudiante de medicina, Deborah de modo certero como el corte de un bisturí ahondó en el panegírico de las alabanzas a los alimentos aceptables y beneficiosos para gozar de una buena salud. Despotricó contra las grasas y los asados, el pan blanco y las frutillas, los propóleos y el alcohol y mientras tomaba el vermut la arenga crecía al recitar una lista de los imperdibles de la dieta sana: pescados de mar, conejos de Coofagra, el pollo sin piel y los lácteos de Conaprole, la mayonesa en sachet para gozo de la industria alimentaria dada la misteriosa alarma por los casos de salmonella y sus bacterias patógenas gramnegativas, argumentó con un dejo libresco entre decenas de recomendaciones más.
   Nena vos estás loca, le espetó la cuñada, en teoría puede ser como dicen los médicos pero ¿dónde viven esos tipos?, ¿se acuestan con alguien alguna vez o qué? No miran de vez en cuando la televisión para entender que en las sociedades modernas no hay tiempo ni plata para semejante dieta… Estas cosas, qué querés que te diga, me calientan.

   Mamá, lo pasado ya fue, por favor no cuentes otra vez las andanzas en el club nocturno porque no da… dijo con fastidio Deborah.
   Sofía bebió un trago despaciosamente, una técnica habitual en las interminables noches de la “Whiskería del Corsario”, las miró de la forma cautivante que dominaba a la perfección y comenzó a hablar como una enajenada de su niñez en una derruida casa en Villa Muñoz.
   Allí vivimos durante muchos años sin preocupaciones, no había hora para la comida porque no la había, apenas engañábamos el estómago con mate dulce o pan mojado en una taza de mate cocido. Basta mamá, por favor.
   Es muy triste lo que decís, comento una de las mujeres. Para nada, dijo imperturbable Sofía, te convertís en una persona calculadora y muy conservadora aunque nada tengas. Como también surgen inesperados gestos de otros, con la ayuda y comprensión cuando nada esperas del mundo…
   Y no es poco, dijo una de ellas como atemperando las dificultades. Porque a diferencia de este barrio medio pituco y podrido, allá tenés buenos vecinos, dijo Sofía entre sollozos. Bebió e invitó buscando la complicidad que demandan los momentos atravesados por sentimientos contradictorios.
   Que no daría yo por vivir en un lugar así, deslizó con sana envidia la mujer del joven policía mirando en derredor.  
   Pero después todo cambió. Mi padre se fue un día, y cuando mi madre vino otro día con un vago que pasaba el tiempo fumando lo que mangueaba, porque consideraba como los antiguos adelantados un asunto innoble trabajar como no se fuese esclavo o indiano. Asumí no con cierta resignación mi condición de pobre y me ofrecí para hacer la limpieza del local.
En la “Whiskería del Corsario” en poco tiempo aprendí a cocinar para las chicas del salón y de los patrones, un tipo de Las Piedras asociado a un porteño sinvergüenza que contrabandeaba whisky barato desde Buenos Aires para estirar los importados. 

Comentarios

Entradas populares