¿Por qué Francia quiere derrocar la República Árabe Siria? por Thierry Meyssan / Red Voltaire


Analizando la historia de la colonización francesa en Siria y comparándola con las acciones de los presidentes franceses Nicolas Sarkozy y Francois Hollande, el analista Thierry Meyssan demuestra que algunos dirigentes franceses pretenden hoy volver a colonizar la República Árabe Siria. Esta pretensión anacrónica y criminal está convirtiendo a Francia en uno de los Estados más odiados del mundo.
 | DAMASCO (SIRIA)  
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Francia es en este momento la principal potencia que llama al derrocamiento de la República Árabe Siria. Mientras la Casa Blanca y el Kremlin negocian en secreto sobre la mejor manera de deshacerse de los yihadistas, París se obstina en acusar al «régimen de Bachar» (sic) de haber creado el Emirato Islámico y sigue afirmando que después de la eliminación de ese grupo yihadista habrá que derrocar la «dictadura alauita» (sic). Francia cuenta con el público respaldo de Turquía y de Arabia Saudita y, por debajo de la mesa, con el de Israel.
¿Cómo explicar esa obstinada persistencia en una posición perdedora, sabiendo que Francia no tiene nada que ganar, ni política y ni económicamente, en esta cruzada e incluso que Estados Unidos ya ha decidido renunciar al entrenamiento de combatientes contra la República, además en momentos en que Rusia está aniquilando los grupos yihadistas?
La mayoría de los comentaristas han subrayado, con sobrada razón, los vínculos personales del ex presidente francés Nicolas Sarkozy con Qatar –padrino de la Hermandad Musulmana– y las estrechas relaciones del actual presidente galo Francois Hollande con el propio Qatar y, además, con Arabia Saudita. Tanto Sarkozy como Hollande se las arreglaron para que Qatar y Arabia Saudita financiaran ilegalmente sus campañas electorales y se han beneficiado con todas las facilidades que los gobernantes de esos países árabes han puesto a su disposición. También hay que recordar que Arabia Saudita posee ahora una parte nada despreciable de las empresas más importantes de Francia, lo cual quiere decir que si el reino saudita decidiese retirar bruscamente sus capitales de esas empresas, esa maniobra causaría gravísimos daños a la economía francesa.
Quiero mencionar aquí otro factor que explica la absurda actitud del gobierno de Francia: los intereses coloniales de ciertos dirigentes franceses. Esta hipótesis exige que volvamos atrás en el tiempo.

Los acuerdos Sykes-Picot

Durante la Primera Guerra Mundial, los imperios británico, francés y ruso decidieron en secreto repartirse las colonias de los imperios austrohúngaro, alemán y otomano. Al término de una serie de negociaciones secretas en Londres, el consejero del ministro de la Guerra británico y superior jerárquico del personaje conocido como «Lawrence de Arabia», sir Mark Sykes, y el enviado especial del ministerio francés de Relaciones Exteriores, Francois Georges-Picot, deciden repartirse la provincia otomana designada como la Gran Siria e informan de ello al zar.
Los británicos, cuyo imperio era de carácter económico, se adueñan de las zonas petrolíferas ya conocidas en aquella época y de Palestina, para instalar en esta última una colonia judía. El territorio que se asignaban los británicos se extendía sobre los Estados que hoy conocemos como Palestina, Israel, Jordania, Irak y Kuwait.
Por su parte, el gobierno francés, dividido entre partidarios y adversarios de la colonización, admitía una colonización económica, cultural y política. Francia se apropió, por consiguiente, de los territorios correspondientes al Líbano y a la Pequeña Siria, donde más de la mitad de la población era cristiana y de los que la propia Francia se había declarado «protectora» desde los tiempos del rey Francisco I.
Para terminar, se suponía que los lugares sagrados de Jerusalén y de San Juan de Acre serían internacionalizados, decisión que nunca llegó a aplicarse seriamente porque los británicos ya habían contraído compromisos que iban exactamente en el sentido inverso, pero principalmente porque su verdadero objetivo era crear un Estado judío para continuar su propia expansión colonial.
Las «democracias» británica y francesa nunca debatieron públicamente esos acuerdos, que habrían resultado chocantes para el pueblo británico y habrían sido simplemente rechazados por el pueblo francés. Fueron los revolucionarios bolcheviques quienes revelaron la existencia de los Acuerdos Sykes-Picot, después de descubrir esos documentos en los archivos del zar. La revelación provocó la cólera de los árabes, pero los pueblos del Reino Unido y de Francia no reaccionaron ante las maniobras de sus gobiernos.

La ideología colonial francesa

La sangrienta conquista de Argelia marcó el inicio del avance colonizador de Francia, en tiempos del rey francés Carlos X. Pero se trataba tan sólo de una cuestión de prestigio que nunca llegó a obtener el aval de los franceses y que incluso condujo a la revolución de julio de 1830.
La ideología colonial no apareció en Francia hasta la caída del Segundo Imperio y después de la pérdida de los territorios franceses de Alsacia y Mosela. Dos personajes de izquierda, Gambetta y Jules Ferry, proponen entonces, ante la imposibilidad de recuperar esas tierras, ocupadas por el Reich alemán, partir a la conquista de nuevos territorios en África y en Asia, y se unen así a los intereses económicos de la derecha, vinculados a la explotación de Argelia.
Ante el carácter evidentemente poco glorioso de la conquista de nuevos territorios como sustituto de una justificada liberación del territorio nacional, los amigos de Gambetta y de Ferry se esfuerzan por desarrollar todo un discurso movilizador para justificar la empresa colonizadora. Según ese discurso, el objetivo de la colonización no es satisfacer apetitos expansionistas sino «liberar pueblos oprimidos» y «emanciparlos» de culturas «inferiores», lo cual es mucho más noble que una empresa de conquista.
Los partidarios de la colonización incluso crean el «Partido Colonial», para defender sus tesis en el Senado y en la Asamblea Nacional. Pero no debemos dejarnos engañar por la palabra «Partido», que no designa en este caso una formación política sino una corriente de pensamiento común a miembros de diferentes formaciones políticas francesas, corriente alrededor de la cual se reúnen un centenar de parlamentarios de derecha y de izquierda. A ellos se unen poderosos hombres de negocios, militares, geógrafos y altos funcionarios, como Francois Georges-Picot. Si bien eran muy pocos los franceses que se interesaban por la colonización antes de la Primera Guerra Mundial, su número creció rápidamente antes del segundo conflicto mundial, o sea… precisamente después de la restitución de Alsacia y Mosela a Francia. El Partido Colonial, que ya no era otra cosa que el partido del capitalismo ciego envuelto en un discurso adornado con constantes alusiones a los derechos humanos, trató entonces de convencer a la población a través de la organización de grandes eventos –como la siniestra Exposición Colonial de 1931– y alcanzó su apogeo con el Frente Popular de León Blum, en 1936.

La colonización de la Pequeña Siria

Al término de la Primera Guerra Mundial y con la caída del imperio otomano, el jerife Hussein de las Dos Mezquitas de La Meca y Medina proclama la independencia de los árabes. Conforme a los compromisos que había contraído «Lawrence de Arabia», el jerife se proclama «rey de los árabes»… hasta que la «pérfida Albión» lo llama a capítulo.
En 1918, su hijo, el emir Faisal, proclama en Damasco un gobierno provisional árabe mientras que los británicos ocupan Palestina y los franceses se apoderan de la costa del Mediterráneo. Los árabes tratan de crear un Estado unitario, multiconfesional, democrático e independiente.
El presidente estadounidense Woodrow Wilson reconcilia a su país con el Reino Unido alrededor del proyecto común de creación de un Estado judío, pero se opone a la idea de colonizar el resto de la región. Francia abandona la conferencia de Versalles y fuerza la conferencia de San Remo a otorgarle un mandato del Consejo Supremo Interaliado para administrar su zona de influencia. La colonización había encontrado su coartada jurídica: había que ayudar los pueblos del Levante a organizarse después de la caída del imperio otomano.
El gobierno provisional árabe organiza en Siria las primeras elecciones democráticas, que dan la mayoría en el Congreso General Sirio a una serie de caciques sin verdadero color político. Pero las figuras de la minoría nacionalista dominan la Asamblea, que adopta una Constitución monárquica y bicameral. Al anunciarse el mandato francés, el pueblo se subleva contra el emir Faisal, quien ha decidido colaborar con los franceses y con los maronitas del Líbano que lo respaldan. París envía tropas bajo las órdenes del general Gouraud, un militar miembro del «Partido Colonial». Los nacionalistas sirios enfrentan militarmente al general Gouraud en la batalla de Khan Mayssaloun, donde son aplastados. Comienza la colonización.
El general Gouraud comienza separando el Líbano –donde dispone del respaldo de los maronitas– del resto de Siria y trata de gobernar esta última sembrando la división entre los diferentes grupos confesionales y oponiéndolos entre sí. La capital de «Siria» es trasladada a Homs, una pequeña ciudad sunnita, antes de ser devuelta a Damasco. Pero el poder colonial francés se mantiene en Líbano, concretamente en Beirut. En 1932, se impone a la colonia una bandera con tres franjas horizontales que representan las dinastías de los Fatimidas (la franja verde), de los Omeyas (la franja blanca) y de los Abasidas (la franja negra). La primera franja es el símbolo de los musulmanes chiitas y las otras dos simbolizan a los sunnitas. Las tres estrellas rojas de aquella bandera representaban las tres minorías que conviven en Siria: cristianos, drusos y alauitas.
Francia pretende hacer del Líbano un Estado maronita, ya que los maronitas son cristianos que reconocen la autoridad del papa de Roma, y hacer de Siria un Estado musulmán. Y seguirá combatiendo a los cristianos de la Pequeña Siria por ser estos mayoritariamente ortodoxos.
En 1936, la izquierda llega al poder en Francia con el gobierno del Frente Popular. Este acepta negociar con los nacionalistas árabes y les promete la independencia. El subsecretario de Estado para los protectorados del Magreb y los mandatos del Medio Oriente, Pierre Vienot, negocia la independencia del Líbano y de Siria, como ya había intentado hacerlo con Túnez. El Parlamento sirio ratifica el tratado por unanimidad, pero León Blum –miembro del «Partido Colonial»– nunca llega a presentar ese documento al Senado francés.
Durante ese mismo periodo, el gobierno del Frente Popular decide separar de la Pequeña Siria la ciudad de Antioquía y propone agregarla a Turquía, lo cual se hará efectivo en 1939. León Blum pretende deshacerse así de los cristianos ortodoxos, cuyo patriarca es titular de la cátedra de Antioquía, que será blanco de la represión turca.
Finalmente, la división de Francia, durante la Segunda Guerra Mundial, vendrá a poner fin a la colonización. El gobierno legal de Philippe Petain [que colabora con la ocupación nazi] trata de mantener el mandato francés mientras que el gobierno legítimo de Charles De Gaulle proclama la independencia del Líbano y de Siria, en 1941.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno Provisional de la República Francesa pone en aplicación el programa del Consejo Nacional de la Resistencia. Pero el «Partido Colonial» se opone a la independencia de los pueblos colonizados. El 8 de mayo de 1945 tiene lugar la masacre de Setif, en Argelia, bajo las órdenes del general Raymond Duval. El 29 de mayo, es perpetrada la masacre de Damasco. Por orden del general Fernand Oliva, la aviación francesa bombardea Damasco durante 2 días. Los bombardeos destruyen gran parte del histórico mercado popular de Damasco. La aviación francesa incluso bombardea el hemiciclo del Congreso del Pueblo sirio.

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