Don Cipriano 23 / Por Joé Luis Facello


 
 Cerró los ojos y solo dijo, Sofía no tengo hielo.
   ¡Llegaron las pizzetas! anunciaron a coro las muchachas trayendo dos bandejas con aromas italianos. Johnny y Vanessa dieron vivas a la comida y el perro ladró festivo a Martha que obnubilada por las esencias del Martini le daba dados de pollo con mostaza. La música atemperó los ánimos al conjuro de la voz de Luis Miguel sino de Eric Clapton, mientras el vino y la cerveza volvían a rubricar la velada. Cuando Sofía llegó con la torta fue recibida con aplausos y el consabido coro entonando el “happy birthady” en honor a Terciario.

  Washington José y Lindolfo cerraron un círculo de conversación para coincidir en parte sobre la teoría en boga aunque desechada por algunos expertos en otras latitudes, acerca del Estado bonachón como la mejor carnada para atraer a los inversores extranjeros. La controversia se desató cuando un hermano desestimó seducir inversores de afuera cuando preguntó ¿a dónde iban las ganancias y los ahorros de los grandes empresarios y exportadores? La conversación derivó en la magnitud de las necesidades, mucho se requiere para modernizar el puerto, poner a punto el ferrocarril o desarrollar el transporte fluvial. Y la seguridad acotó uno, se avecinan años dónde las fronteras permeables, los contenedores herméticos y algunos jueces… bueno me refiero a las organizaciones mafiosas. Los narcotraficantes y lavadores de divisas en primer lugar. El tema dio para rato, tanto como para liquidar dos botellas de champagne originario del Valle del Marne.

   Aciertan los muchachos, pensaba el viejo policía, cuando cuentan lo que conviene contar… en lo que va del siglo los blancos gobernaron el país en dos o tres ocasiones, un verdadero desatino, salvo para el interés de los historiadores o para la estadística que a pocos importa… bajó los párpados hastiado de tanto palabrerío, de tantos personajes olvidables...
Hijos de tigre como su padre, sangre criolla como la de los tátara abuelos que civilizaron la cuchilla. Podían estar orgullosos, habían conquistado la tierra y amansado las pasturas, alambrado los campos habían, multiplicado la ganadería y el capital, habían cultivado los oficios camperos y la espera en la sala de los novios, el hartazgo del futuro previsible, asegurado y dorado. Habían… se habían ido a otros pagos, a la capital, habían partido buscando otros negocios otras mujeres, se habían aburrido, hasta que los hombres del partido colorado les otorgaron el honor de ser parte de, legisladores en el Palacio rodeado de asesores y ganapanes, habían podido ser alguien… pero eso era cosa del pasado. Del pasado recordó haber desfilado con las mejores pilchas y una chinita en ancas en las fiestas que engalanaban a Tupambaé.
   Abrió un ojo y derivó la mirada en derredor de la mesa que semejaba un campo a poco de concluir una batalla que a una mesa de cumpleaños. Sintió un estremecimiento cuando creyó ver restos de cuerpos mutilados, desmigados, ahogados en salsas exóticas, pinchos y escarbadientes quebrados como antiguas lanzas testimoniando los horrores de la guerra, malos recuerdos como el fantasma acechante a la hora del sueño.
   Eso parecen olvidar mis muchachos, que la democracia es el intervalo entreguerras… Un instante de lucidez fue suficiente para hacerse del vaso de whisky, su ojo recuperó la visión precisa de otros tiempos cuando desde el asiento trasero del automóvil en marcha de mastín, sin mira telescópica y un solo disparo le acertaba al sujeto en cuestión a más de trescientos metros.
   Bebió otro trago, amargo cuando recordaba que desde hacía varios inviernos lo habían raleado de la función pública, los tiempos cambian, un superior (el inescrupuloso de Santamaría) le agradeció por los servicios prestados a la patria… Lo promovieron de escalafón y depositaron en las manos una caja con una medalla y diploma… centró la mirada en el reloj cucú y disparó, dos son las dos.
   Los dos hijos lo observaron sin comprender mientras descorchaban otro champagne rezumando frío. Sofía lo miró sonriente como sólo ella sabía hacerlo, bebió de su vaso acompañado de un guiño cómplice mientras le susurró al oído que al ver la hora, Deborah y el novio se habían despedido dejándole saludos. Mañana trabajan, dio por confirmado.
   Maryland le recordó a su esposo que ella también madrugaba y que al nene lo dolía la barriga de comer tantas cosas, un argumento imbatible para urgir definiciones en momentos de crisis cuando se trata de una borrachera y pasó a tomar el control. Amorcito, si no te parece mal, mejor manejo yo. ¡Ay! cuñada, mírate cómo estás, ni para llegar a la esquina. Mejor los llevo a tu casa dijo Vicky en un rapto de lucidez. Ya pedí un taxi, adelantó Sofía.
   El calor no amainaba lo mínimo y la casa desde la llegada de noviembre era un horno, el aire estaba averiado así que optaron por salir al jardín. Sofía trajo más hielo, otra botella y dos vasos escarchados del congelador. Sentándose junto a él brindó por los viejos tiempos… La desnudó con mirada intensa propia de los borrachos, como la miraba en el tugurio de la rambla Roosevelt y la amonestó diciendo que para ella, hermosa, no había paso del tiempo.
   En el silencio profundo del barrio montevideano escucharon las campanadas del reloj cucú cuando fueron las tres, las cuatro y las cinco de la mañana, charlando de todo y de nada, riendo a ratos o concentrados para escuchar radio Imparcial o Fénix, reencontrarse con algunos tangos señeros o las afamadas orquestas tropicales que tenían en vilo a las multitudes reunidas en el Palacio Sudamérica o en los clubes de barrio cuando crecía el carnaval.
   Debieron esforzarse cambiando el dial copado por pastores y profetas de toda laya, desde sanadores y milagreros a vendedores de yuyos medicinales.
¡Joder con tanto gringo! balbució el hombre.
   Como en un juego brindaban por los amantes…
   Pero la noche es larga y cayeron en silencios invadidos por el recuerdo del hijo muerto. Un policía inexperto y buen gurí que en un tiroteo con otros dos lo pagó muy caro… Dos delincuentes tan jóvenes como él y capaces de madrugarlo, ella alumna ejemplar de la escuela Sanguinetti y el compinche, un negro con dos fugas en su haber de la Colonia Berro. Todos guapos, ¡la puta que los parió! maldijo el viejo policía.
   Nadie es capaz de sospechar cuánto les hace falta Baltasar José.
   Recién ahora, pasados cinco años de aquel mediodía trágico él, Terciario Plácido, comprendió cabalmente el inexorable derrumbe de su anciano padre. De la determinación extrema de Azucena, su madre, de cuando trajeron el cuerpo frío de Segundo José; al hermano que a los siete u ocho años el destino quiso  que lo recordara envuelto en el poncho y doblado sobre el lomo del caballo…
   Algo había comprendido de los hombres que actúan con malicia, que habían baleado a su hermano por una onzas de oro, que borraron las huellas entre un montón de papeles y sellos… y eso lo aprendió de cuando Primo José le prosió sobre el asunto de una sola vez, por única vez pero suficiente para poder odiar al mundo.
   Sin buscarlo ni menos pensarlo alcanzó a entrever el estigma de su propio destino, que guardó en secreto hasta que finalizado sexto año se despidió con un beso de la maestra, juró no olvidar a los suyos y se fue a estudiar a Montevideo.
   Quería ser policía, un buen policía.
   Cuando el reloj cucú anunció inmutable las seis, con los ojos abiertos Terciario y Sofía su mujer, dormían abrazados sobre el césped al amparo del frescor del relente al amanecer.


Sábado.

   El día había mudado del fresquete de la madrugada a un cielo límpido y celeste, apenas entibiado por el sol de junio que parecía enfermo. En eso, mal que le pese cavilaba el hombre, estaba deslucido como la estrella que nos alumbra.
   El hombre, Servando, aparenta haber pasado la medianía de la vida, magro de carnes y el rostro de pómulos afilados le dan un aire aindiado, mestizo. Las manos nerviosas exhiben las huellas de los trabajos manuales, una uña violácea lo testimonia, cortes superficiales le cruzan los dedos y las callosas palmas mientras una mano a perdido algunas falanges que esconde a las miradas de propios y extraños.
   No todo está perdido y especulaba con un acierto como los jugadores de quiniela, en tres o cuatro semanas consideraba poder concretar el alquiler de un garaje grande que no llegaba a galpón, pero suficiente para abrir un taller de electricidad. Probaría con la instalación de alarmas de autos y colocación de equipos de audio… eso para empezar, se tenía fe. No sabía si era visto como una buena persona, pero nadie dudaba de su valía como trabajador.
   Cuando maduró la cosa entre mate y mate, supo que necesitaba poco espacio y muchas ganas, bastarían unas pocas herramientas y mantener a raya a los mangueros de fiado y los inspectores del municipio, que eran a fin de cuentas otra clase de mangueros. También maduró, pero desistió de seguir adelante con tales pensamientos improductivos, que en este país había una clase trabajadora y muchas clases de ladrones. Debía reconocer que estaba, a esta altura de su vida, obsesionado con los ladrones, los políticos en primer lugar. Había llegado a la conclusión que iba tirando para el lado de los viejos y en este país, también se sabe, que salvo los funcionarios del Estado no se jubila más nadie porque se necesitan una pila de años de aportes y más del doble de edad, lo que hace que este derecho añorado termine por asemejarse a una condena a trabajo forzado…
   Por otra parte, el hombre no tiene la paciencia y humor de antes como para aguantar la impertinencia y el proceder abusivo de jefes y encargados… advierte calladamente que los muchachos sin sombra de barba resultan licenciados en algo, pero experiencia, lo que se dice conocer el trabajo…
   El hombre que cavila recostado en la cama fuma un cigarrillo. Extravía la mirada allende la ventana hasta los límites mismo del terreno y la doble hilera de eucaliptus y casuarinas que plantó con sus propias manos. El viento del norte augura, más tarde o temprano, lluvias y tormentas. Hace falta la lluvia mansa porque las plantas tienen sed.
   Como no agradecer a su padrino, don Cipriano, que al poco tiempo de que la fatalidad llegara a las casas él lo había encarado diciéndole con el respeto debido, que mejor se iba de la estancia, a buscar otros rumbos porque se le hacía que estaba como perdido en la vida. Elegir la muerte como lo había hecho Azucena, su madre de corazón, lo había afectado hasta los tuétanos.
   Su padrino en aquella ocasión lo escuchó en silencio y cuando habló fue para decir, si usted lo quiere así tiene mi bendición y una remesa en efectivo para que empiece el nuevo camino.

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