No queremos su cabeza, señor Rajoy, solo que pierda y se vaya / tcxt



Ilustración Cotarro...
Cualquier balance de la legislatura recién terminada exige reconocer que Mariano Rajoy tuvo que hacerse cargo de la gobernación de España en uno de sus momentos más críticos, con la economía en recesión y bajo amenaza de una intervención europea. Esa situación se ha corregido y el PIB crece hoy a un ritmo cercano al 3%. El presidente saliente resume en estas dos frases la narrativa de su mandato y pide acto seguido el voto para mantener la senda del crecimiento. Envuelto en la bandera de la macroeconomía, el salvador Rajoy trata de ocultar las secuelas de un mandato nefasto que ha empobrecido simultáneamente a nuestras instituciones democráticas y a millones de ciudadanos. Veamos cómo dilapidó la mayor concentración de poder que haya tenido nunca un político en nuestro país:
1)  En 2011 la economía española estaba en el segundo sótano, con 18,1 millones de empleados después de haber superado los 20 millones antes de la crisis. En los dos primeros años de Rajoy esa cifra bajó hasta el cuarto sótano, 16,9 millones. En los dos últimos el ascensor ha vuelto a subir al segundo sótano: 18,04 millones. La creación de empleo en este último periodo ha tomado un buen ritmo, medio millón según las cifras del Gobierno, pero el número total de empleados aún contabiliza 100.000 menos y, lo que es peor, en el camino se han sustituido 350.000 empleos fijos por temporales, la tan temida precariedad que saca a la gente de las listas del paro pero no de las de la pobreza. Añádase la devaluación salarial producida al abrigo de la reforma laboral y la suma resultante son casi 10 millones de personas en riesgo de exclusión social.
2)  Esta legislatura será recordada como la legislatura de la corrupción. Por mucho que se afane Rajoy en transmitir que se han aprobado leyes muy estrictas para combatirla, su discurso carece de toda credibilidad después de haber negado contra toda evidencia que el Partido Popular estuviera engolfado en las tramas Gürtel, Púnica, Palma Arena, Noos, etcétera. No se puede olvidar que el propio Rajoy animó a su tesorero Bárcenas a ser fuerte cuando se desvelaron sus cuentas en Suiza. Los distintos sumarios judiciales han puesto en evidencia que las comisiones por contratos públicos eran una práctica en la que el PP de Aznar-Rajoy ha rivalizado con la Convergència de Pujol-Mas. Que Rajoy haya podido completar su mandato tras el escudo de que nunca supo nada es la evidencia más penosa de que nuestra democracia no ha sido capaz de crear un código para sancionar las responsabilidades políticas fuera de la jurisdicción penal. Mientras el Tribunal de Cuentas esté controlado por los partidos y la ley no penalice a los máximos dirigentes por estos delitos será imposible higienizar nuestra vida política. Y pocas cosas provocan mayor desánimo colectivo que la impunidad de la corrupción.
3)  La mayoría absoluta que los electores dieron a Rajoy no le ha impedido recurrir más que ninguno de sus predecesores al decreto-ley para legislar, lo que ha terminado por convertir el Parlamento en una mera cámara de resonancia del Gobierno. Ni la crisis de las Cajas de Ahorros, especialmente de aquella Bankia que presidía Rodrigo Rato, ni el rescate bancario a cargo de la UE , con la creación de un fondo de 100.000 millones sometido a estrictas condiciones, ni los innumerables escándalos de corrupción han merecido debates singulares y mucho menos la creación de comisiones de investigación. El lema mariano ha sido: rodillo y afasia.
4)  La actividad propiamente legislativa deja algunas herencias funestas, especialmente en el ámbito de la justicia. La ley de tasas de Gallardón, luego parcialmente corregida, provocó una rebelión de todos los estamentos concernidos por la mercantilización de un derecho fundamental. La supresión de la jurisdicción universal y la introducción de la cadena perpetua revisable son dos pesadas herencias que han tenido su colofón en la reforma de la ley de enjuiciamiento criminal. Incluso la asociación conservadora de fiscales se ha pronunciado contra una norma que fija unos límites temporales a la instrucción sumarial imposibles de cumplir con los medios disponibles y que puede dejar impunes delitos de complejo seguimiento. Por ejemplo, casi todos los casos de corrupción.
5)  El último despropósito en materia jurisdiccional ha sido la reforma del Tribunal Constitucional, que le otorga poderes para inhabilitar a quienes incumplan sus sentencias. Una reforma innecesaria, que no cubre ningún vacío jurisdiccional, y que está dictada exclusivamente por la demostrada incapacidad de Rajoy para gestionar políticamente el desafío de los secesionistas catalanes. El balance de la cuestión catalana no puede ser más desolador. La aplicación de la ley es sin duda una obligación del presidente, pero no puede ser su única respuesta. Rajoy aplica el criterio de que, a mayor confrontación en Cataluña, más votos en el resto de España. Donde necesitábamos a un estadista tenemos a un irresponsable contable de votos.
6)  La aprobación unilateral de una ley de Educación que reintroduce la religión como materia evaluable, contraponiéndola a la educación para la ciudadanía, ha contado una vez más con el rechazo de toda la oposición y la enemiga de casi todos los sectores involucrados salvo los centros concertados de confesionalidad católica. Lamentablemente el próximo parlamento tendrá que buscar un nuevo territorio de consenso en un campo crucial, donde realmente se juega el futuro del país.
7)  Y llegados al término de la legislatura, Rajoy no ha escapado a la tentación de aprobar un nuevo presupuesto (¡el quinto, en una legislatura de cuatro años!) para congraciarse con sus electores más enfadados por las anteriores subidas de impuestos. Ha sido una operación parcialmente fallida porque Bruselas no se los ha creído y ha anticipado que el futuro gestor tendrá que modificarlos.
La conclusión es que el salvador de la economía española nos deja una deuda pública que supera en 300.000 millones la herencia recibida, un índice de pobreza que empeora en cinco puntos el recibido y unas cifras de empleo que aún siguen por debajo y con unas cuotas de inseguridad y temporalidad inaceptables. Dice Rajoy que no cree que en las elecciones del 20 de diciembre esté su cabeza en juego. Esté tranquilo, don Mariano, nadie quiere su cabeza, simplemente esperamos que pierda las elecciones, y se vaya.

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