Radical evolución de los abrazos. Por J.J. Ferrite

Por dónde comenzar? dije mirándome al espejo del lunes, no cualquier lunes en tanto el siguiente al día D, posterior a las elecciones para elegir al presidente de los argentinos que sucederá a CFK. En un país presidencialista como este, lo demás no cuenta y lo que debía contar acabose en un empate técnico, 3% de diferencia entre uno y otro es prácticamente nada.
Elecciones sin fraudes, sin fogatas, sin escuchas telefónicas, en paz.
Las encuestas resultaron ilegibles a la sombra de la voluntad ciudadana; si la sorpresa devino para unos en la borrachera triunfalista de los resultados imprevistos, otros de improviso amanecieron en la nebulosa de la incertidumbre, justo un lunes,  que indefectiblemente se extenderá hasta el 22 de noviembre, el día B, con B de balotaje.
Me enjaboné la cara dispuesto a afeitarme.

Recordé a Galeano que se fue sin avisar y El Libro de los Abrazos que no leí.
El espejo titiló tembloroso y allí estaban abrazados el General y la Muchacha de Los Toldos en el tiempo feliz de los amantes, en aquellos tiempos difíciles surcados por cambios radicales que mudarían la naturaleza circundante y el espíritu de las mayorías hambrientas de dignidad, que fueron tocadas por el abrazo abarcador y recíproco entre el pueblo y el gobierno peronista.
Una relación casi romántica en ambos casos si  no fuese por las intrigas de W. Churchill y el embajador norteamericano, S. Braden, instigador serial contra los regímenes totalitarios y que a la postre devino en el bombardeo de la Marina sobre la Casa Rosada. Grieta social y fin de ciclo, murmurante o voceado por buena parte de la clase media, la misma clase media que negaba hasta el paroxismo el ADN peronista que le dio razón a su existencia.
¿Por qué la maquinita se desafila cuando yo no tengo repuestos?

El abrazo de Perón y Balbín fue otra cosa, una especie de faro señero que tendiera al encuentro de los dos partidos históricos, la centenaria Unión Cívica Radical y el movimiento peronista, sobreviviente a dos décadas donde imperaron las recetas del FMI y la voz de los profetas del odio. Mirándome al espejo recién caigo que no hay FMI ni fondos buitres sin los profetas del odio… ¡Entonces son socios, se necesitan porque ganan donde muchos perdemos!
Fue un abrazo tardío, como posibilidad, en medio del desencuentro de una sociedad empachada de revueltas y motines militares y de falsos profetas que pecaban de discursos principistas y metas confusas, tanto que postraron la economía del país hasta soliviantar la paciencia de los trabajadores que resistían pidiendo el retorno del líder exilado como expresión y garantía de la Libertad conculcada. Está claro, no había elecciones y cuando las había eran con candidatos proscriptos. Los radicales se prestaron…
¿Es qué nadie tiene en esta casa un maldito repuesto?

El espejo titiló con la culpa de la memoria empañada.
Abrazo oscurecido de dos resentidos, el presidente constitucional que con los artilugios de los antiguos mercaderes se fundía en un abrazo altamente simbólico y artero con el almirante fusilador.
C. Menem e I. Rojas dieron a luz un engendro que podría nominarse como liberal-populismo, fruto de un caldero donde se refundían peronistas y radicales, conservadores y golpistas, con el objetivo indubitable de desmantelar la Argentina conocida hasta los ochenta.
La implosión del albergue Warnes, como se conoció a la mole inconclusa del mayor hospital de niños de Latinoamérica, otra de las incontables obras del peronismo, completa aquel abrazo que dio paso al revanchismo de la puta oligarquía, de la derecha boba, de los zonzos del manual. Y de los nuestros, los tránsfugas y los traidores.
¿Pero, en qué cabeza cabe que pueda ir a trabajar este lunes sin afeitarme?

Es cierto, con los muchachos habíamos tomado unas cervezas, no era la primera vez ni sería la última, pero no entendía por qué el espejo se empeñaba en interpelarme como si nosotros fuésemos los únicos dementes capaces de soñar con los sueños del pasado.
A diferencia de un trono al que se accede por azulina línea sanguínea o un golpe cuartelero, o integrar el staff gerencial de la empresa por ser hijo de, heredero de; se necesita ser grande para dar la cara a un pueblo que espera identificarse con su igual, escuchar las palabras prohibidas, los silencios mágicos, los mensajes cifrados y el canto esperanzado. Subir al palco o salir al balcón y dar la cara sólo es posible para los muy grandes.
El abrazo de Néstor y Cristina fue eso, la persistencia de la voluntad y la memoria, mal que les pese a muchos, para desandar el camino de la ignominia consumada durante décadas infames contra todo lo que fuese pueblo, oliese a pueblo y pensase en pueblo.
Como a Perón y Evita, el poder tampoco les perdonó la osadía de conducir una etapa enarbolando las banderas de la reconstrucción de lo destruido, la emancipación del neo-coloniaje, y el abrazo con los humildes. Los K interpretaron el mensaje de Perón y lo hicieron política sin atavismos ni dogmatismos, con marchas y contramarchas, asuntos que crispan hasta la médula a propios y extraños, en particular, a los que tiempos ha abrevaron en el peronismo y hoy son adeptos o funcionales a la derecha o lo que es decir, a M.Macri.
¡Ma sí! me afeito con la navaja del tío Francisco. (Que Dios lo tenga en la gloria).

Me distraje porque el celular puso en mi oreja la voz de Juan Pueblo.
Cómo ¿y ahora que hacemos?
Cómo qué no estás seguro.
Juan ¿me preguntás a mí qué hacemos el 22?
Desayunamos, pásame a buscar y lo votamos a Scioli.
Así que lo de los globos anaranjados no lo ves…
¡Juan hablamos de los abrazos!
Del abrazo de Scioli presidente de los argentinos y Juan Pueblo.
Podemos ser de la clase media o trabajadores ¿qué importa?
Juan, lo que no podemos ser es desagradecidos… 

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