Carta para Ana Por J.J. Ferrite


Releí tu carta fechada en agosto/15 lo que nos produce una recóndita satisfacción por nuestra común condición de migrantes orientales, así como integrar esa especie exótica cuando nos identificamos como uruguayos y peronistas.
Tu carta fija posición previa a las elecciones presidenciales en Argentina, lo que le da el plus del compromiso asumido en una contienda reñida que trasciende las fronteras de nuestra américa. Te confieso que me identifico con la sustancia de lo que entonces expresaste y claro, con el diario del lunes 23 de noviembre cualquiera opina con “certezas” inobjetables. Hecha la salvedad te cuento.

En la primera frase das con la clave para interpretar lo que a muchos desvela, decís: “…estoy tratando de entender… el nivel de intensidad con que se vive la política en este país”. Intensidad que podría, lo mío es una corazonada, relacionarse con las ideas señeras, con la memoria, con la pasión y el odio…
Si lo permitís, te propongo hacer el ejercicio de hurgar en la formación de esa intensidad considerando someramente los hitos populares que distinguen la vida política en las dos orillas.
En el devenir del siglo XX, el siglo en que vivieron y soñaron nuestros padres y abuelos, criollos, negros o inmigrantes, hasta los comienzos del XXI en que estamos inmersos nosotros y los hijos de nuestros hijos, con la distancia generacional que nos toque.

A principios de siglo, con el olor a pólvora sobrevolando el cielo de Masoller se afianzó el centralismo porteño-montevideano, encarnado en el liderazgo de José Batlle y Ordóñez. Sensible y receptor de las ideas de la época asignó un papel rector a las instituciones y empresas estatales, reconocer al pueblo como sujeto de derecho, presente en la consolidación futura de la democracia representativa; adelantado en los países de la región cuando fundamentó el laicismo o habilitó el voto femenino. Considerando la subordinación al imperio británico y el énfasis puesto en el modelo productivo sujeto a los intereses de la corona. Más allá de la escala, idéntico modelo que también atenazó a la Argentina.
Si eventos internacionales como la Gran Guerra europea y la Revolución Rusa sacudirían el mapa geopolítico del primer cuarto de siglo, así como el crack económico de 1929, año que sacudió a Uruguay por el fallecimiento de don José Batlle. El batllismo perduraría por décadas como un movimiento político potencialmente transformador, para declinar hasta convertirse en la agrupación testimonial que conocemos hoy. Resumiendo, algunos de los requisitos de la intensidad como se vive la política, el convencimiento y la pasión, los batllistas lo tenían. No eran los únicos, pero como identidad de las mayorías llevaban la delantera a los blancos e izquierdistas.

La desobediencia civil de los años ´60 y principios del ´70 fue otra cosa.
La clase política blanqui-colorada estaba a la deriva y sin capacidad de conducir los destinos del país de modo soberano. La presión del FMI, la voracidad de los productores agro-ganaderos y la intermediación del puerto, gravaban al pueblo bajo el axioma del coloniaje. A las relaciones de intercambio desigual, los préstamos y el consiguiente endeudamiento, la inflación y un desarrollo industrial socavado por el retraso tecnológico conllevaron al desaguisado político y social que desembocó en el golpe cívico-militar de aquel aciago año 1973. Sueños, pasión e intensidades fueron cortadas de cuajo en línea con la doctrina de seguridad por los confines del continente.
Recordarás Ana, que al retorno a la democracia debieron pasar dos décadas de gobiernos blanqui-colorados hasta que en 2005 triunfase inobjetablemente el Frente Amplio.
Pero, no sé si cabría pedir auxilio a un sicólogo-social, dueño de la mayoría de los votos, de las intendencias departamentales, de las mayorías en el Palacio legislativo, fueron insuficiente para que el triángulo Tabaré-Mujica-Astori materializarán, mal que nos pese, la profecía (de los cambios) no-cumplida.
Quizá, esto último explique en parte la falta de ganas, de pasión e intensidad de un pueblo que más de una vez decidió autoconvocarse para ganar la calle, porque los dirigentes del Frente Amplio miraban para otro lado…

En esta orilla, en cambio, la pasión y el odio alimentan los procesos políticos, porque no existe política popular sino se rozan siquiera los intereses de los poderosos de adentro. Si por la vía democrática, no se propende a un equilibrio más justo entre ricos y pobres, con las tensiones y apasionamientos que implica; lo otro es retórica pura, filosofar de café, anécdotas de viejos militantes…

A principios del siglo XX, el radicalismo e Yrigoyen quiebran el monopolio de los gobiernos oligárquicos, ley Sáenz Peña mediante, para dar inicio a algunas reformas al calor chacarero del Grito de Alcorta. Proceso contradictorio sacudido por la protesta social y las organizaciones anarquistas, los comunistas y socialistas. El no-alineamiento a las potencias es un dato distintivo y anticipatorio de todo gobierno popular que se precie.
Salvo por el resurgimiento de los radicales en 1983 y el liderazgo que lo llevaría a la presidencia de la Nación a Alfonsín, el derrotero histórico del Partido Radical guarda cierto paralelismo con el Partido Nacional uruguayo.

Sería una herejía pretender asomarse al peronismo en diez renglones, pero sin duda fue el gobierno que entre 1945 y 1955, transformó la geografía y enalteció el corazón de los argentinos, de los humildes, asunto que a primera vista el distraído confunde con “agrandados”. La geografía se transformó por el desarrollo productivo que se visualizaba no sólo en el agro, sino en una fenomenal presencia de obras emblemáticas: flota fluvio-marítima, hospitales provinciales, industrias varias, escuelas técnicas, hogares para los desvalidos, etc. El Estado adquirió un rol de regulación económica y amparo de los más débiles, las fuerzas armadas acompañaron, los sindicatos comprendieron su papel de la política bajo la égida de Perón y Evita.
Dieciocho años de exilio del líder y la resistencia del pueblo por su vuelta a la patria, constituye la más grande epopeya de que se tenga memoria. Y esto, volviendo al principio, es otra de las claves de lo que es la pasión intensa por una causa justa, y que explica en parte el asunto que nos ocupa.

El kirchnerismo es la irrupción de la memoria, de la refundación después de la década menemista, el olor a patria grande, la vuelta al trabajo, al estudio y a tantas cosas que hoy como antes, los opositores descalificaron arteramente sin noción ni medida como no fuera oponerse, porque el odio también se memoriza y transmite.
Mal que les pese, los opositores no soportan el sustrato peronista acompañante a las medidas del gobierno kirchnerista, que con sus idas y venidas, marchas y contramarchas  hicieron posible la superación del menemismo como proyecto de país.
Por eso el realineamiento de dirigentes “peronistas” con el liberal-populismo liderado por Macri. Todos esos sectores que lograron en buena hora el 51.4% de los votos para acceder al sillón de Rivadavia, no pueden o no saben cómo explicitar y superar llegada la hora,  las contradicciones que conllevan en su seno.
Una parte no menor del frente Cambiemos expresa un odio visceral al peronismo y a Cristina, desde que una vez más, reniegan como otrora lo hicieron con Perón, pretendiendo en el fondo blanquear su negritud.
Pero esto es la Argentina profunda, mestiza por donde se la mire.
Ana, bienvenida a la patria grande.
Abrazos.

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