don Cipriano/29 / Por José Luis Facello




   _ En el boliche del turco los parroquianos están inquietos y murmuran cosas por el asunto de la “Estancia La Mina”…
   El anciano reavivó la fogata, desdobló el poncho como para guarecerse del frío o de la soledad que a fin de cuenta asolan a su modo.
   El crepitar del ramaje templó los recuerdos y por la cabeza de Primo José cruza su hermano Segundo José, montando el colorado de la estrella por los cerros aledaños a la mina, la memoria lo enfrentó a los altaneros gringos a las escapadas, abandonando las máquinas que los peones inutilizaron sin entender la lógica en la orden del capataz, máquinas que ha poco se convirtieron en nido de los pájaros y años después, en tierra fértil que alojase a las semillas anemócoras, pero si algún animal errante se separaba de la majada y en su desatino atinaba a pasar por la mina, no pasaría la noche sin antes de morir agarrotado vomitar hedores pestilentes. Y al otro día todos estaban anoticiados porque el dueño del animal encendía una pira cuya humareda repugnaba a leguas de según soplara el viento. Aunque bueno es decirlo y sin rencor alguno, no se diese funcionario por enterado en Melo ni menos en la distante Montevideo.
   Y debieron pasar muchos inviernos para que las tierras baldías mutasen en triste páramo hasta que un día cualquiera tomaran posesión los nuevos propietarios rebautizando el lugar como “Estancia La Mina”, de Joaquín Flores da Cunha & Asociados.
   Y comentan en el boliche, que en algo se parecen el brasilero y los gringos, dicen, que en principio son tipos raros e incapaces de entrar una sola vez al almacén de Mahalalei. La provista, dicen, la hacen cruzando al otro lado de la frontera en una 4x4 y un tráiler de tiro, pero lo llamativo para los vecinos del lugar es que los brasileros mueven las tropas cuando empieza a caer el sol… y de ahí, en el boliche se han ganado el mote de “la estancia las lechuzas”…
   _ Costumbre  pa´scapar a las malignas resolanas… dijo Cipriano creyendo entender. Escupió el brebaje tibio y arrimó la caldera a las brasas.
   Más el fondo de la cuestión y ahí parece que hay gato encerrado, se escuchó decir a un técnico agrario con una boina blanca encasquetada hasta las cejas y una matera al hombro, que por las noticias podría especularse que los brasileros estarían escapando al “rifle sanitario”, que dicho sea de paso, está haciendo estragos entre los pequeños productores de los departamentos norteños, Artigas y Rivera más precisamente.
   Y la aftosa que de antiguo se controló con las bestias enfermas sumidas en los pantanos y bañados, resulta que ahora se nombra como pandemia y que según los expertos se afinca en el Mato Grosso y la Sierra de Parecis, extendiéndose al Gran Chaco y abarcar los territorios riograndenses y orientales.
   Dice el técnico nuestro, porque el gurí es de Cerro Colorado, que se movilizaron ejércitos de veterinarios y procuradores de seguros, el movimiento ecuménico pro liberación de los animales domesticados y la agencia no-gubernamental Planet Green and Soya, según advierten los periodistas especializados de Mundo Chacra.
   Pero semejante movilización de recursos humanos y materiales fue permisiva a la hora de la matanza de reses sospechadas de tener carbunclo...
Por un momento, ¿usted recuerda Cipriano?, nos hicieron creer que somos los peores del mundo hasta que explotó en Londres el affaire de la “vaca loca” y entonces no se habló más.
   _ ¡Hum!...
   Era demasiado para su anciano padre, y como él decía, al mundo lo estaban complicando más de la cuenta… pero Cipriano siempre escondía una baraja.
   _ Pero m´hijo… ¿no era que el satélite vichaba ande pastaban los animales y cuál era el matadero habilitado y cuál el frigorífico reconocido por la última tecnología sanitaria disponible?
   _ Es mesmo como usted dice…
   El anciano padre retiró la caldera del fuego y en penoso equilibrio cebó un mate.
   Aparecida, sentada bajo el alero observaba a la espera de algún acontecimiento digno sino trascendente. Resignada a vivir hasta que los dioses la tomaran en cuenta y quizá por eso, se mantenía a razón distante del palabrerío y las zonceras de los dos viejos.
   Los perros dormitaban.
   _ Y entonces m´hijo, dígame ¿cómo pudieron robar quinientas vacas gordas de una estancia de Rocha… y pasado un mes ni policías ni satélite saben nada de nada?
   El mugido de las vacas desgarraba como un cuchillo el entramado de la niebla y los misterios modernos.
   _ A ver, dígame ¿qué dice a todo esto el diario de don José Batlle y Ordóñez? 
   Primo José armó tres cigarrillos al amparo del poncho y el cuerpo de parapeto, porque de no, volaba el tabaco como pasto seco.
   _ Le recuerdo que “El Día” dejó de imprimirse hace años… dijo a modo de mojón, ingrato, del devenir de la patria; del otro asunto dicen que es todo automático Cipriano, calculado, dieciséis dígitos van en la oreja izquierda y el chip abrochado en la derecha… El set de caravanas cuesta dos dólares, vaya haciendo la cuenta…
   Pitó profundo hasta que se abrazó los pulmones, tosió y dijo reconfortado.
   _ Pero el “Programa de ayuda a la emergencia de la fiebre aftosa” lo financian, la mitad el Banco Mundial y la otra mitad los ganaderos grandes y chicos, como para no discriminar ¿me entiende? Por suerte, para algunas empresas europeas, dijo con un dejo amargo, que se encargan de suministrar las caravanas y los lectores, manejar el sistema operativo, asesorar y brindar un buen servicio técnico…
   Pitó profundo sintiendo que el pecho se partía en dos mitades como un barco chocado, tosió y dijo tranquilamente.
   _ Y por muchos millones de Euros más… garantizan la trazabilidad.
   _ ¡Hum!, guena gente… Pero yo le pregunté por los ladrones chicos ¿y entonces?
   _ Entonces el satélite no funciona como debería cuando hay relajo en la estratósfera ¿me entiende? y por eso en el boliche tampoco hay fútbol en la televisión ni seguimiento de nada cuando está nublado… y por lo que parece, los cuatreros y los contrabandistas ya se han avivado.

   El paso del tiempo es indetenible como incierto el tiempo de los hombres, cavilaba tardíamente Primo José, solo y sin mujer, salvo las contadas ocasiones que ellas querían, que demostraban algún interés, porque desde que cruzó la medianía de la edad y el dinero alcanzaba para unas copas, no más, buena parte de ellas tiranizaban al hombre sin importar fuera marido, compañero o amante.
   Los cambios eran indetenibles en el orden conservador y Mahalalei no escapó a ello.
   El comercio del turco se fue adecuando a los embates de los nuevos tiempos, aun en el país de las cuchillas tan refractario a cualquier cambio. El bolichero empezó por sustituir los largos bancos de ibirá pitá por unas mesas y sillas compradas en el remate del Sorocabana de plaza Cagancha, o reformar el sótano que fue antiguo refugio y última defensa contra los salteadores del desierto, reconvertido ahora en bodega donde almacenaba el whisky adulterado en origen y también  otras bebidas espirituosas, licores capaces de calmar la sed de soledad de propios y extraños durante los rally equinos de agosto. El hombre avanzó en las obras modernizadoras, extendió el alero y cambió el ramaje plagado de arañas y polillas por un quincho de mazo de la mejor totora de la laguna Merín, para así dar amigable hospitalidad a los clientes, porque el gobierno socialista había prohibido fumar adentro del negocio, so pena según dicen los del municipio de Melo, de pagar multas de 1000 pesos o una semana de trabajo comunal, pero advirtiendo la normativa que los reincidentes pagarían con treinta días de calabozo, en su mayoría  desacatados sanguíneos o sospechados de anarquistas.
   Al principio, los camioneros y jinetes que se atrevían a encarar la ruta 7, primero, para desviarse luego una legua por camino de tierra, como hacen cada dos por tres dos maestras, pobrecitas, creyeron que el innovador Mahalalei árabe al fin, había instalado una churrasquería o un “espeto corrido”, pero esas buenas gentes se equivocaron de cabo a rabo. En realidad, era la sana ansia de libertad y la costumbre de picar naco, armar en chala o con vulgaridad pitar cigarrillos americanos contrabandeados del Paraguay. Casi al mismo tiempo, los parroquianos tomaban unas cañas blancas acodados en el mostrador y proseaban sobre el cambio climático o el negocio de la trazabilidad que se traían los expertos montevideanos, mientras otros vichaban en la televisión satelital los informativos de la CNN o los canales brasileros.
   Y de las últimas elecciones evitaban referir porque se conocían todos y era al pedo, paridos en la cuchilla eran vástagos de la cepa colorada o blanca, salvo algún loco que nunca falta y afirma ser izquierdista y apostar plata a que no era el único, para mala sangre de unos cuantos una vez conocido el reciente veredicto de las urnas.
   No ganamos nosotros, había dicho con picardía criolla el fulano calzado con un cuchillo verijero que guardaba entre la faja que le ceñía la cintura. Primero, dijo con encuadre histórico, ganaron ustedes… los rosadillos comandados por el doctor Jorge Batlle Ibáñez, en segunda vuelta y ahora, perdieron ustedes por sí mismos bajo la batuta del doctor Jorge Larrañaga en primera vuelta, y para qué hacer mención al plebiscito por el agua… No sé si se acuerdan, la gente quiso que el agua quedase en manos de la OSE, la empresa del Estado.
   ¿De qué iban a prosiar sin mentirse? Si las históricas divisas se habían rejuntado con la intención patriótica, y democrática según mentan y argumentan  los doctores, pero inútil más allá de la cantidad de papeletas que como un enjambre de “candidatos” idearon los licenciados y politólogos que los había a granel.
   Muchos comen de la política, menos los pobres que apenas si trabajando prueban bocado, había sentenciado el paisano retobado.
(espacio)
   El anciano padre perdió la mirada en las brasas incandescentes como buscando una señal reconocible que ayudara a interpretar los enigmas modernos, en cambio, lo perturbó un mal presentimiento sin figura ni voz. Después de un rato acosado por un duelo insano entre la memoria pretérita y los últimos registros de su pobre vista que no hacía más que sumirlo en la confusión y el silencio, escuchando el silbido del viento en aires de pincullos decidió acudir a la sapiencia de su hijo.
   _ ¿Y todo eso es la tan mentada tecnología ‘e punta? preguntó sabiéndose una hoja a los caprichos del cielo.
   _ Y qué esperaba Cipriano, acaso usté no ha escuchado que los misiles inteligentes matan desgraciados por puro error colateral… y eso cuando los gringos no se tirotean entre’llos mismos… peliando en casa ajena.
   _ ¡A la pucha! se acabó el agua, dijo el estanciero de modo evasivo al curso que había tomado la conversación.

   La luna llena caleaba los campos de octubre con una pátina blanquesina que alcanzaba a posarse en las copas del monte cercano. El horizonte norteño cedía el griseo del pedregal a la nube azulina de la forestación, quizá como una manifestación del devenir.
   El paisaje impregnado de luna no preocupaba en demasía a los tres ancianos contempladores de los ignotos e infinitos mundos que viajaban por el firmamento del Este al poniente, aunque un imperceptible estremecimiento se apoderaba de ellos cuando la luna como un ojo extraviado asomaba detrás del cerro grande y en el transcurrir de lo que dura una cebadura, ella detenía su derrotero y se posaba en el coronilla con la elegancia de una garza blanca.
   Bajo un desconocido influjo, el rescoldo estallaba en multitud de chispas danzantes mientras la jauría ganaba el reparo del leñero; el abismal silencio se interponía en leguas a la redonda hasta que el rugido del invisible yaguareté resultaba atemorizante para los ancianos que prontamente se incorporaban, o tosían, o daban unos pasos murmurando cosas inentendibles y se acomodaban el poncho como distintas formas de conjurar los espíritus acechantes…
   Pero sabían, que por sobre la voluntad y la buena fe de los nuestros ocurrían cosas que escapaban a las leyes de la naturaleza, como el que contó haber visto desde tiempos del viejo Liberato, que en paz descanse, que en la cachimba plateaban las aletas y los combados lomos de las alimañas deformes que traían las lluvias del Brasil y las crecidas del río Negro, tarariras de un solo ojo, tortuguitas del tamaño de un butiá y serpies fluorescentes del largor de una brazada. En el invierno una piara de jabatos había ganado el monte huyendo como el peón de la “Estancia La Mina”, de los cazadores furtivos que se atrevían a incursionar en los alineados montes de eucaliptus, salignas, pinos y malezas de toda especie que escondían bestias amazónicas y que los científicos extranjeros daban por extinguidas. También por boca de los cazadores, fueron anoticiados sobre la existencia de enterramientos, sin cruz alguna, en el cerno de la forestación.
   Los serenos rostros de los ancianos se iluminaron al divisar la estela anaranjada de una estrella fugaz, pero sólo la mujer supo leer el derrotero del meteórico fenómeno.
   _ Algo bueno está por acontecer, dijo Aparecida sin agregado alguno.
   Roto el hechizo el hijo armó tres cigarrillos, pitaron con el gozo que dan los momentos simples, mientras Cipriano ponderó el aroma del tabaco,  relacionando el encarnado de la diminuta brasa, con la tozudez de no claudicar que tienen algunos humanos.
   El fogón humeaba de tal manera que terminó espantando a la luna.

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