Red Filosófica Del Uruguay · LA REVANCHA CONSERVADORA



por Andrés Núñez Leites
NOS QUEJAMOS DE LOS GOBIERNOS PROGRESISTAS. Buenas razones nos asisten para ello: corrupción generalizada en las compras del Estado, acomodos de "compañeros" en cargos estatales para los que no están capacitados y además desplazando gente efectivamente capacitada, política económica orientada a privilegiar a los más privilegiados -aunque con algunas migajas para los más pobres y aumento del salario real para los trabajadores, al menos durante los momentos de alto crecimiento del PBI-, actitud negligente y por momentos criminal respecto de la salud pública y el medio ambiente. Pero la alternativa que ofrece la derecha no es más sana: mantener la macroeconomía corporativista, es decir, la tranferencia de recursos de la sociedad hacia los más ricos, pero reduciendo la ayuda a los pobres y aplicando sobre ellos la "mano dura".
Es que uno de los elementos que más desgaste ha provocado a los gobiernos progresistas ha sido el incremento de la delincuencia. El mismo, contrariamente a lo que cree el sentido común, no obedece a la pobreza absoluta sino a la pauperización relativa, es decir, a la distancia y a la percepción de la distancia económica entre las clases sociales. Desde el punto de vista de los actores concretos, la socialización en el consumo de mercancías como necesidad psíquica anclada en la identidad individual, de acuerdo a la exitosa estrategia de construcción de consumidores propiciada por el dispositivo de mercadotecnia a través de los medios masivos de difusión, sumado a la cultura del inmediatismo pos-utópico, crea una tensión que en algunos casos se resuelve a través de la ideación y ejecución de estrategias delictuales para el acceso a los bienes deseados que en realidad son vividos como un acceso al sí-mismo. Aquello que Marx llamaba redistribución violenta de la plusvalía. Esta realidad parece haber sorprendido a los progresistas: ¿cómo podía pasar que, a pesar de los planes de asistencia social y alimentación ejecutados masivamente luego de 2005, los pobres insistieran en delinquir? Aquí hay que precisar que los que delinquen no son necesariamente los "pobres" en cualquier definición que se dé de la pobreza. Por un lado, buena parte de los delincuentes no están en los estratos sociales más bajos, sino que muchos de ellos, de acuerdo al censo de cárceles de 2011 hecho por el MI, poseían trabajo y no residían en los asentamientos precarios, tan temidos por la derecha y tan intervenidos por la izquierda. Ello se explica por la relación entre delito y pauperización relativa que anotábamos. Por otro lado, buena parte de la delincuencia es de clases medias y altas, mayormente impune, y cuando no lo es, penada con muy poca severidad. Piénsese que, por ejemplo, en Uruguay, las SA no son sujetos penales... Pero la producción de imágenes mentales desde los medios masivos de difusión y desde los discursos políticos ha apuntado a identificar la delincuencia con los pobres y con mucho éxito. Se coaliga con esta estrategia -que no es otra cosa que una manifestación de la lucha de clases contra los pobres- el hecho que si pudiéramos clasificar los delitos de acuerdo al nivel de abstracción simbólica requerida para su ejecución, detección e interpretación, entre los delitos financieros cometidos por algunos funcionarios de gobierno y la rapiña llevada a cabo por un pibe chorro de cantegril, ésta última es la más concreta, visible y temible por la gente.
Crucemos el charco: en Buenos Aires la policía, supuestamente en un operativo vinculado al robo de un automóvil, dispara con balas de goma a mansalva contra adultos y niños que, en una zona pública, estaban ensayando para una presentación de murga en carnaval. Una salvajada, sin dudas, pero una salvajada que es la continuidad de una serie de despidos masivos de funcionarios públicos y de re presión abusiva de manifestaciones obreras. La derecha que volvió en Argentina al gobierno luego de lustros de progresismo, va de represión en represión y el objetivo siempre es el mismo: la plebe proletarizada organizada y la plebe no proletarizada. Se trata de una revancha. Se trata de volver a ponerlos en su lugar. Si los progresistas pecan de pobrismo, los conservadores y liberales pecan de odio a los pobres, y en cada paso intentarán reconstituir un orden excluyente en el cual el máximo derecho que tienen los pobres es a tener la suerte de ser elegidos para satisfacer la necesidad de los ricos y de lo contrario tienen que resignarse al hambre, porque, en esta visión del orden social, su pobreza se debe a la pereza y no a otros factores como los derivados de la desigualdad social.
Si tenemos en cuenta que en general lo que ocurre en Argentina es un anticipo de lo que ocurrirá en Uruguay, salvando las diferencias de idiosincracia local, el horizonte no es auspicioso. Junto a la represión y las políticas de ajuste, posiblemente veamos también a los líderes progresistas intentar camuflarse con los pobres, ayudándolos a resistir parcialmente a las políticas neoliberales en su versión más cruda y ayudándolos a olvidar que, durante el período progresista, fueron utilizados como objeto de caridad y cantera de votos, pero sin alterar las condiciones estructurales generadoras de su situación de eterna precariedad.

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