De cómo los dirigentes de Peñarol bautizaron las tribunas con los nombres de los dirigentes de Peñarol por Marcelo Marchese





Cuando me enteré quedé estupefacto, mas luego, recobrado del golpe bajo, consideré que las personas manifiestan sus prejuicios inclusive hasta en la forma de cortarse las uñas. Veamos el trasfondo de esta decisión inopinada que trasciende al fútbol y muestra una visión de la vida.
El presidente honorario de Peñarol, Julio María Sanguinetti, salió a justificar esta decisión. “¿Por qué los presidentes? Porque son los líderes institucionales, y porque en el caso han sido realmente líderes, no solamente presidentes de ocasión. Si Peñarol es campeón del siglo es por el glorioso período Güelfi-Cataldi-Damiani. Es en ese período que se ganan las Libertadores, las intercontinentales, con un liderazgo muy importante, fundamental”. Así que nos enteramos, los hinchas de Peñarol y todos los demás, que no ganamos las Libertadores gracias a Spencer, Rocha, Mazurkiewicz, el Pepe Sasía, Fernando Morena, Venancio Ramos y Diego Aguirre, no, fue gracias a los presidentes, nos lo dice el presidente honorario de Peñarol. Con el mismo criterio, los cuadros de Leonardo da Vinci no debemos agradecerlos a Leonardo, sino a Ludovico Sforza, que bien que le pagaba a Leonardo para que experimentara en el taller y en la cocina. Con Velázquez y Goya sucede lo mismo, debemos estar agradecidos a Felpe IV y Fernando VII, pues sin su “liderazgo muy importante, fundamental” no se hubieran pintado los cuadros inmortales.
Según cuentan, cuando Maracaná, los dirigentes entregaron a los jugadores unas medallas de plata, en tanto, unos a otros y muy orondos, se colgaban brillantes medallas de oro, y es lógico, pues no ganamos la final gracias a Obdulio, Schiaffino o Ghiggia, ¡No!, fue un “liderazgo muy importante, fundamental” el quedeterminó la victoria. La cocinera de la casa no nos da un manjar, es al patrón que le paga el sueldo a quien debemos agradecer aquello que la cocinera supo cocinar. Es la lógica de los burócratas que piensan que al mundo se lo construye desde un escritorio, pues jamás pensaron, pues no les conviene, que al mundo lo mueven los trabajadores. Eso que el lector está viendo en este instante, sea el monitor, sea su escritorio, con absoluta certeza se lo debemos a un trabajador.
Mas no se crea que la directiva no consideró la posibilidad de bautizar a las tribunas con los nombres de los héroes de Peñarol. Preste atención a la argumentación de nuestro presidente honorario: “Naturalmente el debate lleva a preguntarse porqué no los jugadores. Yo hablé con varios miembros de la comisión que me hicieron el honor de consultarme, y todos coincidíamos en que era imposible. Porque uno dice, pongamos los jugadores de Peñarol de Maracaná, Máspoli, Schiaffino y Míguez. Y otro dice ¿Los de la Libertadores no corre nadie? Ni Spencer, ni el Tito... Otro dice, vamos a los grandes centrohalf, los Harley, los Fernández, los Gestido. ¡Y queda afuera Morena, el más grande goleador de la historia! Y así sucesivamente. Es decir, que se hace casi imposible tener un criterio equilibrado”. El argumento es el siguiente: son tantos los jugadores gloriosos, que es imposible elegir; siempre quedarán unos cuantos afuera. Es como si alguien dijera: “Son tantas las deudas que tengo, que no pago ninguna. Son tantos los cuadros de pintores que me gustaría tener, que tengo las paredes peladas. Son tantos los libros que debería leer, que no leo nunca”. Tal es el “criterio equilibrado”: en vez de alentar a los jugadores y a la hinchada con los nombres de nuestros héroes, los grandes atletas que jamás dieron por perdido un partido hasta el pitazo final, se homenajea a los hombres sentados en los escritorios, aunque se hubiesen esguinzado y rodado por el campo a la hora de patear una pelota. Me debería reventar decirlo, pero no hay por qué temerle a la verdad: ¡Qué bien que hizo Nacional al bautizar sus tribunas con los nombres de Scarone, Atilio García y Abdón Porte, aquel que se suicidó una tarde en el sitio de sus glorias. El cuarto nombre fue para no sé qué dirigente, cuando deberían haber homenajeado a Victorino, De la Peña o Seré. Por lo menos metieron tres de cuatro, ¿pero nosotros? ¡Qué papelón! ¿Y para colmo, creo que por voto de la hinchada, le encajamos al estadio el nombre “Campeón del Siglo”? ¿Pero no dice nuestro lema “Serás eterno como el tiempo y florecerás en cada primavera”? ¿A quién se le ocurre encorsetar la eternidad de Peñarol en unos cuántos años? ¿Ya resignaron el siglo XXI, y el XXII? ¿Sólo fuimos gloriosos durante el siglo XX? ¿Para cuánto tiempo fue pensado este estadio?
Nada de esto tiene sentido, o tiene un sentido nefasto, pero aún queda analizar una última argumentación a favor de esta decisión suicida para cualquier cuadro que pretenda seguir un camino de gloria: “Ese fue el criterio institucional, que es el que siguen los países. Por algo se pone Artigas, Rivera y Lavalleja, se ponen los líderes. Los que condujeron, que establecieron el rumbo, los que pusieron las condiciones para la existencia y el desarrollo de una nación”. Al presidente honorario se le escapa el detalle que los países son regidos con la misma lógica utilizada por los dirigentes que no homenajean a los trabajadores y los artistas, sino a los dirigentes. Fueron los dirigentes de Uruguay quienes le pusieron a todo los nombres de Artigas, Rivera y Lavalleja. Cuando Inglaterra y Brasil decretaron el nacimiento de Uruguay en 1828, según innumerables testimonios (y no hay uno sólo en contra) nadie recordaba de buen modo a Artigas y mucho menos pretendía homenajearlo. Ninguna calle se llamó Artigas, ni plaza, ni nada en absoluto. Era de muy mal gusto mencionarlo. Es recién en el período del militarismo que un lobby de intelectuales resuelve, con la anuencia del Estado, que el héroe a adorar por la masa sea Artigas, y a partir de ahí se pintaron cuadros, se hicieron canciones grandilocuentes, se elaboraron himnos, se construyeron estatuas horrendas, se bautizaron calles y plazas y se decretaron feriados para que se venerara a uno que no reconocía al Río de la Plata como frontera, pues esa veneración “se perpetuará con el tiempo a pesar de cualquier obstáculo”, como declaró Carlos de Castro, Ministro del dictador Santos y Gran Maestre de la Masonería, al justificar la persecución de quienes no se plegaran al culto que los dirigentes pretendían establecer. Ni Artigas, ni Rivera, ni Lavalleja “pusieron las condiciones para la existencia y el desarrollo de una nación”. Esas condiciones las impusieron Pedro I y Lord Ponsonby, y significaron la derrota de Artigas y Lavalleja (dejemos al astuto Rivera por fuera de este lío).
Así que la lógica “lo que hacen los dirigentes del cuadro es lo mismo que hicieron los dirigentes del país”, dicho por un presidente honorario de un cuadro que fue dos veces presidente del país, sería equivalente a decir frente a una buena ensalada “habida cuenta que estas verduras fueron regadas con pesticidas y fungicidas, en vez de sal y aceite rociémoslas con un poco de arsénico y estricnina”.
Las palabras se comportan de manera curiosa e independiente de nuestra voluntad. Podremos bautizar una cosa con un nombre arbitrario, pero el tiempo, como si la cosa reclamara su nombre, restablecerá la relación natural. El nombre de las tribunas fue impuesto a contrapelo de la hinchada e incluso, en una operación de muy mal gusto, por seis votos contra cuatro en el Consejo Directivo (el consenso no es un criterio de recibo allí adentro). Veremos si logran perpetuar en el tiempo esa tergiversación de la Historia, esa falta de respeto a quienes hicieron la gloria aurinegra. En cuanto al nombre del estadio, si el tiempo glorioso de Peñarol es cosa del pasado, los carboneros, con cada derrota, nos empecinaremos en llamarle “Campeón del siglo”.
Ojalá que ese nombre ignominioso sea sepultado por futuras glorias.

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