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“La dudosa muerte de yo creía que” por J.J. Ferrite



_ ¿Cuántos días hace que no dormís? preguntó “Copetín” intrigado por el estado desmejorado de mi persona.
No supe si mentir, responder de modo evasivo o callar.
_ No puedo conciliar el sueño desde el 10 de diciembre.
_ ¡No jodas! Dicen que dormir poco conduce al estrés, a los ataques de nervios y a la enfermedad de moda: el pánico. Haceme caso, anda al médico.
No le respondí, estaba cansado como para dilucidar la verdadera causa del fenómeno que me tenía en ascuas, y menos para enfrentarlo.
_ “La única verdad es la realidad” había dicho el viejo general y eso siempre fue una máxima rectora de la militancia, que fue alterada sin decir “agua va” por las promesas electorales en clave de profecía.
   El llamado en cuestión es tener fe en algo tan potente e incierto como la consigna misma: “cambiemos porque nos merecemos estar mejor”.
Mi amigo oriental me miró por el rabillo del ojo y el hastío en la mirada por un asunto ajeno a su interés. Su negocio es comprar en Buenos Aires y vender en Montevideo, a condición que el cambio de moneda sea favorable.
_ Vos me entendés, vos sabés que los otros candidatos también apelaban a diversos sofismas de campaña que oscurecían aún más el entendimiento de la gente simple. Tener que escuchar en silencio al gobernador Buenos Aires que se vanagloriaba de su experiencia en gobernar, mientras la provincia a su cargo, no cualquier provincia, hacía y hace agua por todos lados.
_ ¡Mozo! Puede traernos unas rabas al ajillo y otra cerveza bien fría. Mi amigo no se siente bien, ensayó “Copetín” a modo de innecesaria justificación.
_ Y de los otros qué decir, el intendente de Tigre soliviantado por los poderosos aspiró (en la definición del diccionario) a ser presidente de los argentinos. El resto de los candidatos por derecha o izquierda sumaban a la derrota del kirchnerismo.
_ Ya está, ya pasó todo le dijo el otro con la mejor voluntad. El pueblo hizo escuchar su voz y ahora lo más inteligente es esperar a ver cómo viene la mano…
Lo miré sin entender, sin entender porque él no entendía que la única verdad es la realidad. Y de ahí a la duda había un paso.
_ Porque a vos todavía te cuesta creer que esto sea verdad. No me mires así que soy tu amigo.
Mañana, para empezar, nos rajamos a Colonia.
“Copetín” nunca dejaba de sorprenderme.
_ No lo había pensado, dije más animado y creyendo que la distancia pondría en sus justos términos asuntos como las verdades únicas y el realismo fantástico.
¡Mozo!  Una cerveza y un platito con manises, por favor.

El “Eladia Isabel” dejó a popa el racimo de rascacielos de Puerto Madero y navegó entre el verdor de los camalotes y un cielo resplandeciente. Eran las nueve y media de la mañana.
Acodados en la baranda fumamos de prestado gracias a un grupo que debatía sobre las propiedades medicinales de la marihuana. Quince minutos después hicimos la primera incursión al barcito de cubierta de un total de dieciocho. Debimos acabarla en diecisiete, pero “Copetín” insistió que es el número de la desgracia. Tres horas de navegación no es poca cosa para dos amigos atorrantes nacidos en tierra firme, y acostumbrados al asfalto.
Temporada alta.
Hombres de prominente barriga o escuálidos, hetero o gay tomaban fotos a diestra y siniestra; mujeres de edades imprecisas, bellas y feas tomaban fotos en derredor; hombres y mujeres semidesnudos se recostaban sobre la chapa naval para amar al sol y otros cubiertos con exóticos vestidos extranjeros deambulaban por la cubierta consultando las guías para turistas y tomaban fotos;  unos tomaban mate, los más coca-cola y los menos whisky y cervezas. Y correteando por todos lados los niños, los malditos niños.
Al promediar la décima cerveza “Copetín” y yo discutíamos sobre la conveniencia o no del jardín obligatorio para los botijas de tres años.
Una generación que pinta para genios, dije; otra generación perdida, retrucó mi amigo.
En apretada y dislocada agenda hasta arribar al puerto de Colonia conversamos de ajedrez, mujeres, concurso de murgas, del imperio portugués, los beneficios del whisky para los cardíacos, mujeres, el último gafe de Tabaré Vázquez, Peñarol y la copa libertadores, la triple (no creíble) fuga del penal de Gral. Alvear y la recaptura (menos creíble), y mujeres.

Solo, en la cubierta del “Eladia Isabel” en medio de la noche cruzada por el viento sur no pude menos que sonreír al rememorar las últimas setenta y dos horas de solaz holgazanería. 
Las playas de Colonia están copadas, primero y principal. El hostel barato y en la parrilla de Mario, el asado y el tinto tannat, de lo mejor.
Una aproximación a la realidad, quiero creer.
Orgullosos del carnaval más largo del mundo, bajo las noches estrelladas de Colonia no se presentó ninguna murga. Raro.
A insistencia de un cantor de tangos, maltratado por el tiempo como el barrio histórico fundado por los lusitanos nos animamos a incursionar en un bailadero propiciatorio a la farra con muchachas cincuentonas. La impresión fue mayúscula porque en el dancístico lugar solo pululaban muchachas ridículamente jóvenes… con tarifa en dólares. Engaño.
La cubierta del buque era atravesada por el rodar de las botellas vacías y los papeles volaban como gaviotas al capricho del viento. Premonitorio.

Tomé el bolso de la cinta, portando dos paquetes de imprescindible yerba para el más sagrado de los brebajes, y encaminé a tomar un café. El reloj marcaba las siete de la matina.
Miré los titulares del diario.
“Despidos y represión”.
Esta película ya la vi, me dije sorbiendo el café pero sin atinar a comprender cabalmente la dudosa muerte de yo creía que.

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