Uruguay y el síndrome del pueblo elegido Por Leonardo Borges./ Caras y Caretas




“Entonces preguntó el ciego de la venda negra, cuántos ciegos serán precisos
para hacer una ceguera”
José Saramago
Las palabras casi siempre nos develan lo oculto, así como si la etimología fuera una especie de caja de Pandora, una Biblia que pueden utilizar los ateos, y de esta misma manera, las palabras pueden probar todo y convertirse en seductoras damas embaucadoras, que nos dan placer al caro precio de la mentira. Y para comenzar, es más que necesario aclarar los conceptos, limpiar las palabras de intereses ocultos o desatinados juicios de valor. Los anglosajones tienen una interesante diferenciación entre dos palabras. Utilizan History o story, dependiendo de si hablan de la disciplina científica o de narraciones o historias. Nuestro idioma no la tiene; sólo la utilización una tímida mayúscula (a veces no señalada) para dejar en claro si se habla de una ciencia o de simples narraciones. Algún lector podrá decir quizás que la Historia se alimenta de historias, o que la History se alimenta de stories. La Historia, así como ciencia –o disciplina–, posee un método científico, marcos analíticos, además de ser incrédula por excelencia. La Historia se alimenta de la imaginación, de la seducción de las palabras y, por tanto, es crédula y no delimita entre “verdad” –o por lo menos datos– y artilugios de la imaginación. Esto no debe hacer que las descartemos de inmediato, tanto menos para los que adoramos lo oculto, lo oculto detrás de las palabras, detrás de la verdad, detrás de los datos. Pero se debe tener la verdadera dimensión de las cosas, llegado el momento; quitar las capas sedimentadas por la imaginación o los intereses de generaciones pasadas (o presentes) y hurgar en la verdad, o por lo menos en los datos que pueden ser colocados en un marco interpretativo.
La Historia, es cierto, debe tener algo de seducción, debe atraer al lector, colocarlo en un mundo nuevo, transportarlo hasta el momento mismo del hecho, pero nunca al caro precio de ser Historia sin análisis, sin conceptualización o con conceptualizaciones arcaicas, anacrónicas.
Esto es en parte lo que le ha sucedido a nuestra Historia y no nos hemos dado cuenta, y mucho más en el caso Artigas. Hemos sido, si se me permite, hechizados por la mayoría de los problemas historiográficos existentes. Y el problema del héroe nos ha llevado a errores y anacronismos, amén de la creación de una identidad o de un sentimiento nacional (que en determinado momento era necesario, seguramente no ahora). Héroes y villanos y sus propios maniqueísmos han hecho un trabajo formidable. Desde que dejamos de criticarnos a nosotros mismos, sólo tenemos la necesidad de apuntalar una nación que, a nuestro humilde entender, está más que apuntalada. Mucho más desde la década de los 50, cuando comenzamos el proceso acrítico más profundo.
No es esta una crítica a los historiadores nacionales, quienes han seguido un derrotero impresionante en algunos casos, sino que allí se quedaron, no llegaron a la masa, al pueblo que mira, al pueblo cuyo único acercamiento a la Historia es la escuela y el liceo, la calle y el boliche. En la primera, se trata una Historia sin cronología, desde meses y días, en donde primero juramos la Constitución y luego somos independientes. Una Historia que bien se parece en ocasiones a la hagiografía de los próceres. De aquí, el adolescente se encuentra con una educación secundaria que ha luchado a veces por quitar la disciplina histórica de los salones, y que luego esconde determinados hechos detrás de inmensos programas monstruosos que pretenden muchas veces trabajar miles de años o miles de conceptos; o escondiéndola tras el velo de la orientación humanística en el bachillerato.
Por último, la dictadura que este país sufrió desde 1973 hasta 1985 quitó a los docentes, además de su cargo, la oportunidad de hacer crítica a toda una generación, que se crió entre el absurdo amor a los símbolos y mesiánicos años de la orientalidad, y que perdió el tren de la crítica (histórica). Por lo tanto, en las calles y boliches encontramos amantes e hinchas acérrimos de Artigas, por ejemplo, y detractores casi neuróticos de este. No encontramos casi nunca críticos, sino criticones; no encontramos defensores, sino aduladores ciegos.
Es de esta manera que se crea una historia popular, con toda la ironía que esto trae consigo. Una historia que vive paralela a la académica, pero que no discute con ella, a veces por arrogancia, a veces por miedo al establishment, al status quo reinante.
Podrían plantear algunos historiadores con cierta cuota de razón: es necesaria la creación de nacionalidad en el pueblo. Es una función social de la Historia. Quizás. Pero es un insulto a la capacidad del pueblo no enseñarle a criticar la Historia y solamente enseñarles a amar personajes, hechos, documentos, sólo por el miedo a que… ¿a que se sientan argentinos o brasileños?
Esta historia popular que se opone, pero que no lucha con la académica, se ha convertido verdaderamente en un cáncer para la idiosincrasia uruguaya. Un complejo de inferioridad terrible que ha minado a grandes y chicos y que es funcional al deseo de sobresalir de un pueblo “especial”, que se siente aun más que eso. Es el síndrome del pueblo elegido, que los uruguayos ostentamos y que nuestra mayor muestra de humildad es decirle al mundo que somos los más humildes.
Los mitos de la uruguayez que tanto han abonado generaciones de políticos de todos los partidos están en crisis. Hace muchas décadas que están en crisis, pero no nos hemos dado cuenta.
Humildad. Seamos honestos: ¿cuán humildes somos? Todos los juicios sobre nosotros mismos son soberbios. Tenemos la humildad falsa de aquel que está seguro de que es mejor.
Solidaridad. Seamos honestos: ¿cuán solidarios somos en realidad como pueblo? Porque la solidaridad de un pueblo está más allá de muestras anuales de nuestra filantropía televisiva.
Mitificación. Nuestra Historia oficial está plagada de mitos intocables, de errores históricos, de exageraciones una y otra vez. Pero no se critican, sólo están. Hablo de esa historia popular así como contrapartida de la Historia científica que crece, sacrosanta en un pedestal, muy crítica y analítica, pero que esta sobre el Himalaya, allí donde sólo llegan los preparados. Y no se acerca a la gente, a la escuela, a la esquina.
Esta dicotomía Historia científica-popular no es privativa de Uruguay, sino que se repite en otros países. Pero debemos intentar un acercamiento, si no, la labor de los historiadores se convierte en hueca, sin sentido.
Esto ciega a la hora de estudiar al prócer, por ejemplo. Al padre de una patria formada en un edulcorado romanticismo. Al instante de mencionar a Artigas, uno se convierte en antipatriota si no acepta cierta historia oficial.
Se ha dicho y es vox populi que los uruguayos no son patriotas. Y sin entrar mucho en el concepto, sólo vale decir que ser patriota no significa estar pertrechado con cientos de escarapelas o colgar una bandera. El pueblo uruguayo es más patriota de lo que se piensa, patriotismo que linda con el chauvinismo y que le hace mucho daño a nuestra crítica, a nuestra apertura mental. Pregunten a todos aquellos que han intentado dar otra visión.
Esto pretende ser un artículo que no quiere en lo absoluto ser antipático; sólo intentar acercar un análisis humilde de un tema tabú. La Historia, una Historia, una versión crítica del pasado y su relación con el presente. No una hagiografía o un conglomerado de hechos que prueban lo grande que somos, lo importante que es Artigas, el gran puerto “natural” que tenemos, entre muchos otros clichés históricos.
Es cierto que la Historia nacional ha tenido múltiples debates, sanos, importantes para toda disciplina. Pero muchas veces se quedan en la Academia y hay que ir a buscarlos; en otras ocasiones verdaderamente se hacen públicos, pero no logran calar hondo en la idiosincrasia nacional y sólo son pintorescas riñas entre gallos intelectuales.
Sigue ahí esa historia popular que sí cala hondo en el imaginario colectivo. La Historia puede hacer que un pueblo crea y haga cosas increíbles. Más allá de esto, la historia popular marca una forma de ser, de actuar y de sentir de los uruguayos en general. Nuestra historia y su relación con el presente han creado pequeños eslóganes, frases hechas que vegetan en el espíritu nacional. Tonterías dirán algunos, pero el sólo discutirlas es causal de indiferencia.
“Somos un pueblo tranquilo y mesurado”, “somos el país más democrático de América Latina”, “somos un pueblo extremadamente humilde”, “tenemos flor de índices de alfabetismo”, “seguimos siendo únicos en el concierto latinoamericano”, “la Suiza de América o la tacita de plata”, “no somos latinos”. Y peor aun: “Gardel es uruguayo”, “el dulce de leche también”, “vamos a ganar por la garra charrúa”, “¡sí!… aquella del 50”, “Artigas es superior a San Martín e igual a Bolívar”, “nuestro himno es el segundo mejor del mundo”. Son sólo frases que pertenecen irracionalmente a nuestra idiosincrasia, que nacen generalmente de postulados de la historia popular. Y que más de un intelectual diría que son verdades desde postulados históricos tomados como válidos.
Todos estos mitos se han ido enraizando en la mentalidad uruguaya hasta imbricarse de tal manera que no sabemos de dónde salieron ni cómo nacieron. Hemos perdido la capacidad de criticarnos a nosotros mismos y, lo más importante, a nuestra Historia. Hemos perdido la capacidad de escuchar a aquel que piensa diferente que nosotros, aquel que da una visión alternativa, sólo por el hecho de que no nos agrada. Artigas es el ejemplo máximo de falta de tolerancia del uruguayo medio.
Allí está la importancia de esta disciplina, para develarnos lo oculto detrás de nosotros mismos. Por esta razón debemos abrirla a la ciudadanía. No por otra razón, tanto se discute en el Parlamento nacional, tantas riñas de gallos intelectuales genera y tantas trabas se han puesto a lo largo de los años.
Nuestro país ha generado una visión de sí mismo a través de la Historia, esa dama sacrosanta a la que nadie puede acceder. Nuestra Historia se ha convertido en una virgen hermosa pero mentirosa, que nadie puede tocar y cada vez que se intenta, los gallos apologetas (que poco saben de Historia y mucho de retórica) sacan sus navajas a relucir.
¿Cuál es la necesidad de no criticarnos? Muchas pueden ser las respuestas. Hemos generado, es verdad, una dinámica, una cultura de supervivencia más que funcional en nuestra historia popular. Nuestra idiosincrasia “es”… y no se discute. La escuela genera la mitificación histórica y el liceo, en ocasiones, intenta quitársela (pero no lo logra, en general). Y por otro lado, los mitos de nuestra sociedad (que se crean a partir de la Historia) se pueden respirar en cualquier esquina del país, muchas veces en la familia, cuando no en los medios de comunicación. ¿Será casualidad que en los programas de secundaria no aparezca la Guerra de la Triple Alianza?
Nacen en la gente de dos vertientes: por un lado, una Historia ya superada creada en momentos que la nación uruguaya no existía y había que crearla; por otro lado, del producto psicológico de esta Historia, la creencia de que el uruguayo es un pueblo especial.
¿Cuál es la fecha exacta de la fundación de Montevideo? ¿Qué significado histórico tiene José Artigas? ¿Qué son los orientales? ¿Qué incidencia tuvo Inglaterra en la independencia del Uruguay? ¿Cuál es el significado de esta palabra? ¿En qué fecha exacta se dio la independencia de este país? ¿Qué significan Argentina y Brasil en nuestra historia? ¿Qué pensaba realmente ese José Artigas? Tantas preguntas que podrían tener, en todos los casos, más de una repuesta, más de un análisis, hermosas discusiones que nos hacen crecer.
¿Qué es lo que relaciona estas preguntas? Todas tienen varias versiones, pero dos son las que resaltan a la vista. Una académica, que varía según la época, los autores, las tendencias; y una popular, a veces incambiada desde los tiempos de Francisco Bauzá o Clemente Fregeiro.
Esa historia popular, que generación tras generación es aprehendida casi por ósmosis por los jóvenes del país, choca inevitablemente contra la académica. En realidad esa historia muchas veces es caduca, ya venció hace años, pero navega en un mar de silencios. Y lo que realmente naufraga es la crítica histórica, ese enriquecimiento que se da de la discusión. No hay una verdad absoluta, pero del choque, la discusión… el crecimiento intelectual.
Eso es lo que creemos que ha perdido Uruguay: esa capacidad de criticarse a sí mismo, ha perdido la irreverencia, ha relegado a los jóvenes a ser meros repetidores de conocimientos consabidos, estructurados, armados. Pero no soporta la desestabilización de ese castillo de naipes que el tiempo ha enraizado. Vivimos muchas veces en un océano de lo políticamente correcto que asquea a cualquier ser crítico.
Son intocables, además de nuestros héroes patrios –principalmente Artigas, quien está, según la historia popular (y muchas veces la académica), por encima de todos los demás héroes de América toda–, los partidos políticos, que se bañan en una santidad histórica a través de sus héroes, mitos, batallas y muertes que hasta hoy día festejan o conmemoran. Asistimos al absurdo de que se conmemora la victoria y la derrota, inclusive el mismo día, de un bando y del otro.
Es hora de abrirse el debate de acercar la Historia a la historia, de desempolvar los viejos libros, de comenzar a demostrar irreverencia ante lo consabido. No dejemos que otra generación se convierta en repetidora, o peor aun, en seres ahistóricos a los que no les importe su pasado, problema que ha apareciendo en los salones de clase del país, tanto en educación primaria, secundaria como terciaria, y que es gravísimo para nuestro futuro.
Es como una persona que desconoce por completo su pasado, su historia personal. Se encuentra a la deriva porque no puede armar ese rompecabezas que lo hace ser.
Quizás debemos darnos la oportunidad de reflexionar sobre nosotros mismos, analizar nuestros problemas en la región desde otra perspectiva. No seamos víctimas de antemano, dejemos de autoafirmarnos. No dejemos a este país a la deriva, no dejemos que siga navegando entre los mitos y la autoafirmació

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