La Zaga oriental /3. Por Josè Ferrite

Café & Bar HOLLYWOOD
Jaramillo observó el reloj de pared y desvió la mirada por la ventana del  Café & Bar Hollywood. El galaico mozo trapeó fugazmente la mesa y mirándolo con indiferencia aguardó en silencio con el estoicismo de un picador frente a la impavidez del toro.
El veterano murguero no se inmutó, apenas elevó la mirada para pedirle un Mac Pay doble con hielo, a la espera que llegase su amigo Josualdo.
El mozo regresó, apoyó el vaso en una servilleta de papel y se retiró imperturbable.
Jaramillo poeta y director, cuarenta y dos años, sin mujer ni hijos demandantes, gozaba íntimamente el acoso de sus fans. Intuía que su vida transitaba por los requiebros de una sociedad abrumada de modernidad y cambios que le resultaban extraños. Sabía también que sus finas manos intimidaban como las de los punguistas del 109 a Paso Carrasco, que su rostro mostraba restos del maquillaje propio de todo murguero que se precie, y su cuerpo enteco acusaba los síntomas de la bohemia y la desordenada ingesta. Por lo demás, era el director de “La Milagrera” y un montevideano que pagaba religiosamente el monotributo aunque el trabajo escasease por largas temporadas. Cuando en cierta ocasión confesó el temor de sentirse un personaje avejentado y raro, intimidante por boca sucia, el general Celeste le respondió que se dejase de embromar, que en todo caso, raros somos todos. Pero también le advirtió que los de cuidado eran los principales por más que vistiesen trajes de cachemira importada y gris como sus almas.
¿Qué pensaría Josualdo ni bien estuviese al tanto de las últimas novedades?
Cuando lo citaron del Ministerio se presentó en mesa de entrada media hora antes de lo convenido, cosa inusual en él acostumbrado a caminar por las veredas sombreadas tarareando letras inolvidables, o detenerse en cualquier plaza a fumar observando el claror de la luna, mientras se trata de controlar el ansia que el debut provoca llegado el momento de ingresar con la muchachada de “La Milagrera Era” al Teatro de Verano.
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“Llegó carnaval y la alegría va de barrio en barrio,
no hay nubes negras que se muestren como un mal presagio,
llueven papelitos de colores sobre la ciudad,
viva dios momo que viva el carnaval.
Tiembla la tierra a marcha camión” (*)
(*)Fragmento de la Despedida 2012, Murga Tras Cartón. (A pie de página)
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El secretario del ministro lo había llamado a la realidad a las once en punto, con impiadosa mirada le explica que su desplazamiento de la mesa de los principales obedece a nimiedades, tácticamente sube un rango Comunicación de Masas como para justificar la presencia en la mesa de los principales de Jessica Buendía. Para no llamar a la confusión dijo el secretario, enfundado en un traje nuevo en azul-grisáceo que contrastaba con la hirsuta barba cana, lo estratégico, lo que hace a la salvaguarda de la identidad popular, queda a buen recaudo y sin que a nadie del gobierno nos quepan sombras de duda, de los imbatibles quehaceres y decires de los murgueros federados.
Ustedes son nuestros mejores embajadores no solo en la región, ¡en el mundo!, dijo el secretario que había dicho el eufórico ministro preso de las anfetaminas. Flores tiene toda mi confianza, me transmitió el compañero ministro, además de enviarle a usted y la cofradía de murgueros un abrazo revolucionario, dijo el secretario dando por concluida la reunión mientras al pasar ordenaba unos papeles desparramados en el escritorio.
   _ ¿Y vos como ves las cosas? le pregunté a Josualdo ni bien se sentó.
   _ ¿De qué cosas estas preguntando? retrucó.
   _ El señor dirá, interrumpió el mozo.
   _ Un café cortado ¿Tiene aspirinas?
   _ ¿Está pasando algo? inquirió Jaramillo.
_ Nada importante… en realidad no pasa nada, tosió, esperaba que vos me dijeses algo.
_ Su cortado y no quedan aspirinas,  dijo escuetamente el mozo que dio media vuelta y se fue.
_ ¿Te enteraste que nos echaron? dijo en voz baja Jaramillo.
_ ¿De dónde esta vez? preguntó el otro acostumbrado a los cambios bruscos de pensión.
_ Estamos afuera de la mesa de los principales… dijo escrutándolo con la mirada a sabiendas que la primera reacción de un ex convicto es la que vale.
_ Después de todo es lógico ¿no?, nunca entendí que hacíamos en ese lugar…
_ Los del Ministerio subieron un rango a Comunicación de Masas, pretendió explicar Jaramillo, a nuestra costa.
_ Era de esperarse, después del ninguneo de las murgas en las fiestas del Bicentenario por la Batalla de las Piedras quedó todo muy claro ¿o me equivoco? Invitaron a todos los artistas, orientales y extranjeros, a las directoras de escuelas, a ministros y secretarios de ministros, a las bandas militares, al obispo, estuvieron hasta los monaguillos, todos menos  nosotros.
_ El gobierno tiene otra idea de la cultura popular…
_ Y algunos todavía tienen el tupé de nombrarse compañeros.
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   Batalla de las Piedras.
El virreinato estaba revuelto, revolucionado. Las últimas reformas del rey godo perpetuaban trescientos años de coloniaje, promoviendo diversas líneas comerciales que confluían al puerto de Cádiz con el solo fin de esquilmar a las Indias Occidentales, como nos nombraban por esos tiempos.
Negocios son negocios y el contra-bando hacía jugoso el comercio que el bando real restringía. Unos pocos se enriquecían del “alto comercio” que privilegiaba a los porteños y montevideanos. Por entonces, el puerto de Buenos Aires era apenas un embarcadero. Unía a capricho de las mareas, la tierra firme y los bajíos con las carretas de grandes ruedas hasta los buques mercantes o de guerra.
   En distintas geografías y años más años menos, los ingleses navegaron el Río de la Plata e invadieron Buenos Aires dos veces y dos veces fueron rechazados con el auxilio de los realistas afincados en nuestro puerto, un puerto privilegiado y óptimo calado, base de la Real Armada Española y a buen resguardo por la amurallada  Montevideo.
   En tanto, los franceses invadieron la España que pintó Goya y Napoleón Bonaparte humilló la investidura del rey borbónico, encarcelándolo a él y los suyos hasta que se definiera la crítica situación política.
Entre bueyes no hay cornadas, dijo al respecto un bufón de la corte.
El virreinato estaba revuelto, revolucionado. España ni le cuento.
Los principales de Buenos Aires, entre reuniones secretas y fusilamientos, entre idas y venidas, cabildos abiertos y cerrados decidieron formar una Junta de Gobierno en un virreinato desaparecido en los papeles, acéfalo de gobierno alguno, en rápido proceso de  disgregación con la rapidez que permitía el naciente siglo XIX.
Alguien se despertaba estanciero, o comerciante, o doctor y con el correr de las horas se convertía en general patriota. Un peón podía ser peón a la hora del mate, soldado de caballería al mediodía y difunto al anochecer. Así era más o menos la cosa.
El general Celeste reunió a los suyos, desertores de las filas realistas y gauchos buenos, orilleros y matarifes, esclavos de toda laya,  negros, pardos y mulatos, indios Charrúas que le respetaban y tenían por único Jefe.
El general Celeste arengó a su tropa señalando al enemigo godo apostado para la batalla, con palabras que desdeñarían los historiadores vernáculos y extranjeros:
“Nada tenemos para ganar de una monarquía enferma y desfalleciente, mucho tenemos para perder sino defendemos nuestra tierra”
El general, bien montado en su corcel pasó revista a la soldadesca expectante y dispuesta a dar pelea, se paró sobre los estribos y gritó lo fuerte que permitía su voz:
“¡Duro con esos godos hijo´e putas!”
La popular milicia marchó por la baldía planicie coreando cánticos de guerra:
_ “Nos, criollos, indianos
y mestizos de toda laya,
por la libertad les peliamos,
unidos por causa bella
poco importa la querella,
con el general Celeste
 a punta ´e lanza y mosquete,
les rompemos el ojete”

Los historiadores dan cuentan de que la primera revolución triunfante la emprendieron los esclavos insurrectos en la colonia francesa de Saint-Dominigue, donde cuatro mil blancos explotaban a cuarenta mil personas hijas del infame tráfico de holandeses, portugueses y otras lacras humanas.
En 1804 los revolucionarios negros triunfan y proclaman la República de Haití.
Algunos, por mucho tiempo no perdonaron tamaña osadía libertaria.
Los principales jamás.
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Pero en 1811, que a ese año estamos refiriendo, los patriotas derrotan por primera vez en estas  latitudes a los realistas españoles, hito que los cronistas denominaron la Batalla de las Piedras y que a la postre afianzó la revolución en el Río de la Plata.
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Café y una aspirina.
Josualdo se sentó junto a la ventana de la calle Minas dejándose llevar con  la mirada por las veredas de la Plaza de los Treinta y Tres, donde unos pocos deambulaban sin prisa y algunos desheredados dormitaban en los bancos, como estatuas parecían desafiar al tiempo y si acaso ignorar la realidad que les tocó en suerte.
_ Un café y una aspirina, pidió al mozo.
El bar estaba prácticamente desierto salvo por la presencia del mozo y el tipo que atendía la caja, un hombre obeso, calvo y de bigotes afinados que bien podría ser el dueño.
Tenía bien presente el mal día que cayó preso por robar la caja de un restaurante en la Ciudad Vieja. Todo había salido bien, como lo habían planeado sería un trabajo rápido, limpio y jugoso para dos, él y “la liebre” García. Su socio lo esperaba con la moto en marcha a metros de la puerta del negocio, pero quiso el destino que un agente de “Delitos Globales” que casualmente pasaba por allí algo notó sospechoso y no tardó en dar comienzo a una endiablada persecución. La Yamaha con un motor de tres cilindros y 847 c.c. literalmente voló en dirección a la Rambla, pero está visto que no era nuestro mejor día porque fuimos interceptados al pasar las canteras del Parque Rodó. Nos entregamos y pagamos barato, teníamos antecedentes delictivos de menor cuantía y por eso nos internaron gratis dos años en canadá…
_ ¿En qué estabas pensando? preguntó el recién llegado.
_ En nada.
Jaramillo conocía bien a su amigo e hizo un paréntesis dedicándose a observar la plaza que a esa hora exudaba la tranquilidad propia de pueblo chico.
El mozo se acercó y tomó el pedido, un café en vaso.
Revolvió el café con poco azúcar, era consciente que íntimamente resistía aflojarle a la ingesta de sal y los dulces, y seguía sin entender como un tipo de cuarenta años y sesenta kilos podía estar amenazado, según el galeno, por el nivel de colesterol. No consumía casi nada de la lista de los prohibidos y recorría media ciudad a pie. Fumaba cinco cigarrillos  diarios desde hacía quince años. ¿Qué más le quedaba por hacer?
Seguía creyendo que su único error fue ir a consultar al médico, porque a partir de entonces no pudo dormir más de tres horas seguidas.
_ ¿En qué estás pensando? indagó amigablemente Josualdo.
_ En la Jessica Buendía, mintió.
   _ …
_ ¿Cómo entender que la comunicación sea más importante que la identidad de un pueblo? se despachó Jaramillo. ¿Qué van a comunicar que ya no sepamos?
_ Te estas poniendo viejo y tarado vos… lo importante pasa por los negocios, el dinero y los quince minutos de fama: estar en la televisión.
_ Pensaba en otra cosa…
_ En la Jessica Buendía.
_ Sí, pero como una jugada táctica del Ministerio en palabras del secretario, como si comunicar asuntos insustanciales pueda interesarnos más allá del puro entretenimiento. Una noticia se repite como en un juego de espejos hasta el cansancio. Somos el país más feliz del mundo, somos el país más… ¿Se entiende?
_ Más o menos.
_ Sospecho que algunos están escondiendo algo.
_ No jodás…
_ Me dejó un mensaje Líber, cito textualmente: “las aguas bajan turbias”.
_ ¿Líber?
_ Un mozo que conocí en la mesa de los principales, buen tipo.
_ ¿Y?
_ No seas nabo, Líber está avisando de algo de lo que conversan los tipos.
_ ¡Dejate de joder! Pongamos manos a la obra que no tenemos una puta letra y estamos a tres meses del carnaval.
_ Tenés razón, ¡mozo! Otro cortado y un whisky con hielo, el más barato del estante.
_ Antes que lo olvide, dijo Josualdo, me llamó una botija, tosió, que el año pasado salió con “Queso Graso”.
_ ¿Y?
_ Nada, preguntó si había algún lugar en “La Milagrera”. Sacó un Marlboro y lo retuvo sin encender entre los labios.
_ En este negocio está prohibido fumar, dijo terminante el mozo a dos palmos de nariz.
_ Acá nadie está fumando que yo sepa, respondió Josualdo con desdén.
_ ¿Y quién es? ¿La conoces? intervino Jaramillo con ánimo disuasivo.
_ Es buena mina, va a la facultad… Me dijo que te conoce, se llama Silvina.
_ ¡Ah! …
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Cuándo, cómo y  porqué.
¿Cuándo se lo iba a decir, cómo se lo iba decir, porqué se lo tenía que decir?   No lo quería pensar porque no tenía fuerza suficiente para enfrentar la mirada de Clarisa, y menos para escuchar sus afiladas demandas.
Que yo no pensaba que tenemos tres botijas chicos, diría, que la tenía olvidada mientras despilfarraba el tiempo juntándome con mis amigotes en la panadería.
¿Qué está pasando entre vos y la Lucy? ¡Tengo derecho a saber la verdad! se despacharía a los gritos. Me estás engañando grandísimo hijo de puta, aunque tu madre sea una santa no te lo va a perdonar cuando se entere.
Ahora comprendo tu reticencia al matrimonio, es más sencillo tener una concubina o dos, o muchas como los antiguos reyes de Siam o los mormones de Salt Lake City.
¡Claro! Los señores como resultado de la poligamia pretenden acabar con el estigma de la soltería, con el adulterio y hasta con el sindicato de putas.
¡Para que sepas soy tu única concubina!
Ella reaccionaba siempre como si en ello le fuese la vida, él sabía que su mujer era una víctima más por mirar las series de la BBC y las pesquisas interminables de Sherlock Holmes que apelaba a referencias insólitas de los mormones, sin importarle para ello, hacer cruzar el océano y los desiertos a sus personajes cuantas veces fuese necesario con tal de  desentrañar los misterios que rodean un caso policíaco.
¡Todos los mozos son igual de infieles! la veo gritándome, para a continuación descargar su angustia llorando encerrada en el baño. Una escena repetida y triste. Yo la amo.
Se lo tenía que decir porque no quedaba otra, se lo iba a decir sin medias tintas mirándola a los ojos, se lo iba a decir ya mismo porque la cosa no daba para más.
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_ Clarisa, tengo algo importante que contarte.
Ella lo observó percibiendo la víspera de la tempestad, se lo veía tranquilo muy propio de él, un verdadero inconsciente que enfrentaba las peores circunstancias masticando chicle.
Líber esperó que su mujer se distendiera, especuló con el tiempo y la paciencia de los pescadores, impasible, rumiando goma sabor a melón.
Ella intuyó que el asunto era de gravedad y puso la caldera a calentar. Pensó en los niños y una lágrima corrió por la mejilla, asomó por su mente cuantas malditas cuotas faltaban saldar y la enfureció visualizar en ese momento la estúpida cara de Lucy…
_ Enseguida preparo unos mates, dijo la mujer, calculando que los celos eran nada a la ruptura de una pareja con niños. Ya lo sospechaban con su prima Mirian, que Lucho además de ordinario era un cornudo, la pareja ideal para una tipa como la Lucy.
   Él la miró con cierto grado de compasión, le hacía mal el sufrimiento de ella.
   _ Te escucho, dijo la mujer mientras le entregaba el mate.
   Él sorbió el brebaje con la parsimonia de los paisanos, luego habló.
   _ Vos sabes cómo son los del Ministerio, dijo con un dejo de prudencia.
   Ella no comprendió el giro inesperado del asunto que pensaba.
   _ Nos tomó a todos por sorpresa.
   Ella lo miró con la boca abierta. Desconcertada.
_ Cuando uno de los nuestros se hizo eco del rumor, le contestamos a coro: son rumores sin importancia. Acá no pasa nada.
La mujer cebaba mate y lagrimeaba al unísono esperando escuchar una mala noticia. Con Líber nunca se sabe…
   _ Me notificaron el traslado al Aeropuerto de Carrasco...
   _ ¿Al aeropuerto?
   _ Eso dije, al aeropuerto.
   _ Pero, ¿cómo que te trasladan?
_ Aducen reestructuración del Ministerio por falta de presupuesto. A otro compañero, “la chancha” Melgarejo, lo destinaron al Aeropuerto de Laguna del Sauce a ciento cincuenta  kilómetros de la casa ¿te parece justo?
_ No me parece razonable, pero ¿qué hicieron ustedes para merecer eso?
_ Te notifican y punto. Por lo visto, poco pueden hacer los del sindicato. Nadie sabe nada y los que saben algo callan.
_ ¿Qué vas a hacer en el aeropuerto, si allí el restaurante tiene un concesionario privado? preguntó la mujer todavía confundida por los alcances de la medida.
Clarisa sin querer había dado con uno de los grandes misterios, paradigma de la democracia uruguaya. El pueblo había votado NO en el referéndum que autorizara a vender a particulares las empresas estatales, mandato categórico que fue misteriosamente dejado de lado. Porque los principales habían contragolpeado con sus amigos del Ministerio y lo que no fue privatización fueron convenios, concesiones, contratos o no sé qué y entonces, muchos, muchísimos negocios pasaron a manos de los principales, de acá y del extranjero.
Líber se resguardó en un silencio defensivo, masticando chicle porque no encontraba las palabras, cómo decirle a su mujer que el traslado implicaba el cambio de tareas y que sus días de mozo de salón estaban contados.
_ Empiezo, por ahora no sé cuándo, en la entrada del personal, Ala Este, bajando por escalera al primer subsuelo. Anotá: “Mesa de Entrada, interno 2125”.   
   _ Pero, ¿qué vas a hacer en la mesa de entradas?
   _ ¡Ah! Eso todavía no lo sé.
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