La Zaga Oriental 7/ Los enigmas del General. Por Josè Ferrite

Junte a la gente.
_El manuscrito enviado por el general Celeste no deja resquicios para dobles interpretaciones, comenzó diciendo Jaramillo.
Con Josualdo  leímos y releímos la carta una y otra vez sin encontrar una palabra en clave, una pista que despiste o frases propias del siglo de la luces, como acostumbra a echar mano el Ministro de Identidades Emergentes en sus declaraciones.
_ ¿Y de que trataba concretamente? preguntó Líber.
_ Del futuro, dijo sin convencimiento.
Jaramillo encendió un cigarrillo buceando en un revoltijo de palabras. 
_ ¿Ché de una buena vez podes hablar claro y dejarte de vueltas? apremió Lucho.
_ El general atendió nuestra misiva y prometió venir a la brevedad. Hizo una pausa ante la pregunta, Lucho era un tipo que no le caía bien.
_ No aquí a la panadería, continuó Jaramillo, pero aunque el general no esgrimió razones, vendrá y pedirá hospedaje a sus amigos chacareros en un lugar no muy distante de la Quinta de Jude y la nueva cancha de Peñarol.
_ ¡Hum! paisano desconfiado ha de ser… dijo don Cacho mientras cebaba mate.
_ En resumen hay tres cosas a considerar y que en orden de importancia son; primero, me ordenó que junte a la gente…
Se hizo un silencio indefinible entre la incomodidad y la expectación.
_ ¿Y para qué? si se puede saber.
_ No sé. En la carta dice clarito: “junte a la gente” y si él lo dice por algo será ¿no?
Segundo, ché Líber el general pregunta por preguntar si sos pariente del general rebelde.
_ ¿Cuál general rebelde?
_ El jefe del Frente Primigenio, abombado, ¿quién sino?
_ Tendría que averiguar entre la familia, preguntarle a la abuela, porque la verdad que no sé…
_ Bueno, ponete en campaña sino que vamos a decir con fundamento cuando el general pregunte.
_ Flor de papelón podemos pasar, dijo para sí el jubilado.
_ ¿Y para cuando el tercer asunto a considerar?
Jaramillo Flores sopesó cuidadosamente cada palabra a pronunciar porque al menor descuido podía quedar atrapado en medio de la confusión, en el centro de la polémica y se sabe, al decir del poeta, que “detrás de las confusiones se vienen los perjudicos”.
Tenía fresco el alboroto producido cuando los delegados de la Federación, en asamblea a tal efecto lo designaron a él, Jaramillo Flores director de “La Milagrera Era” como observador en la mesa de los principales, asunto que terminó sin pena ni gloria aunque no sin pequeños triunfos, allí había conocido y granjeado la amistad del general Celeste y de Líber, el mozo. Coincidencia o vaya a saber qué, ninguno de los tres frecuentaba ya el salón alfombrado con vista a la calle Florida donde se reunían los principales.
Esta vez era distinto porque, carta mediante, el general lo nombraba “capitán” sin decir agua va, y en los tiempos que corren las cosas se definen de modo consensuado, saldando civilizadamente las diferencias de criterio y si no se alcanza un amplio consenso entonces se somete a votación. Pero se sabe, las votaciones a veces dejan un tendal de heridos sino humillados que en definitiva se traduce en la desunión, que a veces termina por querer justificar el autoritarismo en democracia. Ni hablar de los vericuetos que por lealtad partidaria o voto a conciencia,  hunden a muchos representantes del pueblo en el más contradictorio absurdo. ¡Si sabremos cómo es la cosa!
_ Jara estamos esperando una respuesta, apremió Lucy.
Podía parecer un asunto fácil a primera vista, pero una cosa era la “Milagrera” donde todos y cada uno sabía lo suyo, a sabiendas que la agrupación murguera subordinaba el rol individual en beneficio del conjunto y donde el papel de cada uno tenía un hilo conductor que se tensaba entre los límites de la armonía y la expresión, a un único director. Pero para alcanzar el nivel requerido en el Teatro de Verano, presuponía inspirarse noche a noche, ensayo tras ensayo hasta incorporar los ajustes y los arreglos que el arte requería.
Los amigos de la panadería de Lucy en cambio eran eso, amigos.
Amigos que se reunían a jugar a las cartas una o dos veces a la semana, pero donde cada uno estaba en lo suyo y en sus cosas aunque un hilo invisible los conectara.
_ ¿Y Jaramillo para cuándo? apuró Lucho preso de la impaciencia, mientras barajaba el mazo separando oros.
El improvisado capitán no estaba dispuesto a hablar de más y mucho menos sin el consentimiento del general Celeste, que después de todo el hombre había hecho mérito suficiente en la vida para encarnar la jefatura de los orientales. Y hablar honorablemente, aceptando el intercambio de ideas, aunque suene raro en boca de un militar.
¿Qué podía yo pobre murguero saber acerca de los ríos?
_ ¿Y Jaramillo?, estamos esperando una respuesta, dijo alguien.
_ ¡No me jodan! esperaremos a que hable el general Celeste, él sabe.
Por lo pronto, vayan pensando nombres de la gente que vamos a ir apalabrando.
(2 espacios)

Bar “Viejo París”.
Jaramillo esperó a Josualdo en el bar “Viejo París”, 25 de Mayo esquina Ituzaingó. El día luminoso invitaba a caminar por las estrechas veredas de la Ciudad Vieja.
Pidió un café en vaso y se distrajo con el paso de los transeúntes que a esa hora del almuerzo era apresurado, alguien a su espalda llamó al mozo y pidió unas minutas.
Se preguntaba mientras saboreaba despaciosamente el café, cuál era la estrella que dirigía sus pasos a los lugares tan exóticos, sin siquiera salir del país, para tener que enfrentar las circunstancias más absurdas y sin sentido. En qué mapa estelar estaban escritas las instrucciones para que él, Jaramillo Flores, fuese designado epistolarmente como capitán de un ejército inexistente; dubitativo y sin comprender el mandato imperativo de juntar a la gente, ni el cómo ni el para qué, de un asunto que por más que agitasen rumores de guerra sólo podría esclarecerse con la presencia del general Celeste, el gran hacedor de sueños.
Si Silvina estaba dispuesta a acompañarlos vendría con Josualdo, quién en ese momento le estaría adelantando algunas cuestiones como felicitarla por el afán de incorporarse a la “Milagrera” o saber si ella estaba dispuesta a orientarnos en el inusual pedido del general. Lo habíamos conversado con Josualdo y teniendo en cuenta que la mina iba a la facultad y allí se procesaban asuntos como la inmovilidad social bajo gobiernos populistas, o conocer su opinión sobre el síndrome de eternidad que se manifiesta en dirigentes que no atinan a iniciar el saludable trámite para jubilarse. El general también acusaba sus años…
Había cambiado algunas palabras con Líber porque él había tenido la oportunidad de tratar asiduamente al general en la mesa de los principales. Lo conoció en el “zafarrancho de 2002” según palabras del guerrero y que poco después dio lugar a la camaradería reservada entre dos desiguales.
Líber era un atorrante que apenas descubrir algunas costumbres y gustos del general, supo que el caudillo prefería la ginebra al champagne, la prosiada franca a los discursos programáticos, así como lo fastidiaban las reuniones prolongadas. Y en particular que se dirigieran a él, un humilde soldado, como el padre de la patria.
La patria es el pueblo gruñía feroz, decía Líber que decía, intimidando a los principales.
Pero convenimos con el mozo, porque reunión a reunión lo registramos con nuestros ojos, que el general estaba viejo y decepcionado. Integro en cuerpo y espíritu fusionaba corrientes de pensamiento ávidas de nuevos horizontes, tanto como para mantener encendida la forja de utopías, mientras con la sapiencia de los alquimistas buscaba el silencio revelador a la retórica engañosa.
¿Todos nosotros lo habríamos decepcionado sin caer en cuenta de ello?
¿Estaría el general en su sano juicio? En la carta decía haber sido calumniado por gaucho malo sino tirano al igual que Solano López, para entrelíneas y como al pasar, acusar a un prolífico novelista y bien amado en los círculos literarios como Alejandro Dumas, en tanto malquistarse con un tal Arséne Isabelle, un ignoto viajero europeo.
_ Llegamos, dijo Josualdo a modo de saludo.
Te presento a Silvina la compañera de quién te hable.
_ Hola, dijo ella.
_ Hola, dijo Jaramillo recibiendo un beso en la mejilla.
_ ¡Mozo!
_ Buenas tardes, dijo el sujeto de mediana edad pispiando los glamurosos senos de la joven, ¿qué puedo servirles?
_ Un agua con gas, pidió Silvina.
_ Para mí, un cortado y una aspirina, dijo un reprimido Josualdo extrañando las anfetas.
Silvina observó al director de la murga con desembozada admiración y respeto por una vocación que como la de los maestros da grandes satisfacciones y no menos desánimo, aunque sospechaba que la realidad supera cualquier previsión lógica, cuando la sonrisa de un niño o un anciano da el sentido que no el atronar de los aplausos.
Eso pensó la muchacha pero no pudo articular una frase que no le pareciese ridícula, considerando que estaba en presencia de un capo: el director Jaramillo Flores.
Jaramillo de alguna manera se sintió intimidado por los ojos de ella y optó por el silencio.
Cuando el mozo trajo el pedido, Josualdo consideró oportuno referirle a su amigo lo ya conversado con Silvina.
(2 espacios)

   Tras los rastros de un gaucho malo.
_ Para empezar, dijo la muchacha al salir del bar, podríamos empezar por el Cabildo.
Caminaron dos cuadras, cruzaron en diagonal la plaza y entraron al histórico edificio.
El bibliotecario los recibió con deferencia y escuchó la extraña y desusada solicitud acerca de investigar la faceta tiránica, si la hubiere, del general Celeste.
De edad incalculable, contó sin que nadie le preguntara de sus días como peón de albañil y las noches cuando cursaba Historia en el IPA; mientras algo buscaba en un archivo metálico dirigió a la muchacha una piadosa mirada con sus ojos gastados, quizá rememorando un amor de juventud. Después, las palabras del hombre sobrevolaron los años negros de los dictadores, y de cómo en un santiamén, su vida había mutado de profesor de liceo a Director y único funcionario del ignoto Museo del Transporte.
El parque Fernando García ubicado en el límite departamental alojaba al museo entre una arboleda frondosa y el arroyo Carrasco bañando su costado. Un lugar apartado y solitario apenas interrumpido por el paso de los ómnibus de COPSA y los camiones del frigorífico. Un lugar saturado por los trinos de los pájaros y el olor nauseabundo que despedían las chimeneas y desagües de la industria cárnica; un lugar que las tormentas transformaban en un paisaje diabólico cuando el rugiente y desbordado arroyo invadía los jardines del parque depositando grasas y menudencias que alimentaba a las aves carroñeras durante semanas. Entonces, recuerda el exprofesor, calzando las botas de goma se daba a la tarea de rastrillar, amontonar y quemar las hojas, ramas y desperdicios del matadero. Encerrado en sus pensamientos, a sabiendas que más allá del parque el silencio se extendía para muchos orientales en clave de proscripciones, para otros circunscripto al exilio o la muerte. Los carruajes de época eran mudos testigos de su atormentado presente signado por la marginación y el olvido.
Ficha en mano, el bibliotecario recorrió con mirada escrutadora las estanterías infinitas que cubrían las paredes del primer piso, galería por galería, y cuando la penumbra parecía invadirlo todo, el anciano los alentó a seguirle por una estrecha escalera hasta el depósito de libros y folios del siglo XIX.
En los pliegues de la memoria recordó el rostro agrio del funcionario que le comunicó el traslado a los pastizales de un museo olvidado, hasta que de vuelta a la democracia obtuvo después de gestiones interminables el nombramiento como bibliotecario. Transcurridos algunos años incontables y considerando que la burocracia de un pequeño país tiende a cristalizarse, un funcionariado de baja jerarquía releyendo los legajos del personal de la biblioteca cayó en cuenta que habían pasado más de veinte años, suficientes para que el ex profesor se acogiese al derecho a la jubilación. Pero eso implicó entre archivos destruidos por las polillas y normativas incumplidas por la imposición de nuevas normativas, que debiese esperar un tiempo indefinido para normalizar su anormal situación de bibliotecario in aeternum. En diciembre cumpliría noventa y ocho pero no perdía la renacida esperanza de jubilarse.
_ Aquí está, “La Nueva Troya” de Alejandro Dumas, dijo el anciano con satisfacción.
_ ¿Podemos retirarlo con el carnet de la facu? preguntó la muchacha.
_ Pueden, sólo hagan el trámite en mesa de préstamos y consultas en el pasillo de la planta baja, al fondo.
_ Muchas gracias, dijo la estudiante.
_ Ustedes aguarden… que después de tanto pasar y pesar la vida es espera.
Viajeros, bitácoras de navegantes, expediciones científicas y diarios de espías, dibujos de fauna y flora en la tierra púrpura…
Ustedes esperen…
   A.
   Aconcagua, Adán,  América del Sud, Amazonas, Antígona,  ¡Arséne Isabelle, aquí estás!
   “Viaje a Buenos Ayres y a Porto Alegre, por la Banda-Oriental, las misiones de Uruguay y la provincia de Río-Grande-Do-Sul (de 1830 a 1834)”.
_ Muy agradecidos señor, dijo Jaramillo.
_ Gracias, dijo Josualdo.
_ A ustedes, compañeros… y no crean en todo lo que dicen las escrituras.
(1 espacio)
   Pidieron una cerveza y una aspirina para Josualdo.
   _ Escuchen lo que escribió Arséne.
(1 espacio) 
“… la Banda Oriental después de haber sido regida durante nueve años por el feroz y cruel Artigas, que atacó Buenos Aires, invadió Entre Ríos, sublevó Santa Fe, armó a los indios del Gran Chaco y desoló las misiones del Uruguay con actos de inaudita barbarie, esta provincia otrora tan floreciente, fue invadida por portugueses y unida al Brasil bajo el nombre de Provincia Cisplatina”.
(1 espacio)
_ ¡Qué lo parió! dijo Josualdo.
_ No se pierdan esto, dijo Jaramillo.
(1 espacio)
“… la vuelta de Artigas a Montevideo significaba la sustitución de la inteligencia por la fuerza bruta.
Los que habían previsto este regreso a la barbarie no se habían equivocado. Por vez primera, hombres vagabundos, incivilizados, sin organización, se veían reunidos en cuerpo de ejército y contaban con un general. Así, con Artigas dictador, comienza un período que tiene una analogía con el sansculotismo del 93”.
(1 espacio)
“Oribe pertenece a las primeras familias del país. Después de 1811, combatió en su defensa y se ha distinguido siempre por su bravura personal. Su espíritu es débil y su inteligencia estrecha; esto explica su alianza con Rosas…”.
(1 espacio)
   _ No se andaba con chiquitas el amigo Arséne, dijo Josualdo a modo de chanza. 
   _ Para nada, pero este libelo pertenece a la pluma de Alejandro Dumas.
_ El autor del “Conde de Montecristo”, acotó Silvina, y si mal no recuerdo “La Nueva Troya” fue escrito por encargue del general Pacheco cuando Montevideo vivía de espaldas al país y regocijaba hospedando a las flotas extranjeras.
Que a su tiempo irían por Rosas, por Leandro Gómez y por Solano López…  
_ ¡Qué los reparió! exclamó Josualdo.  
(2 espacios)

Comentarios

Entradas populares