La Zaga Oriental 8 /Por José Ferrite

Batalla de Itapirú.
Al asomarse a la sala del museo una surrealista luminosidad aprehendía al visitante desprevenido, invadido por el sol a poniente y la añosa arboleda del parque con la imponente dignidad vegetal tras los ventanales. Las paredes blancas como las alfombras, como el cielorraso blanco enmarcaban las sillas y los ceniceros cromados, brillantes como los carteles bermellón que indicaban “Prohibido fumar”, “Prohibido reír”, “Exit”. El aire sudaba salitre después de tres días de sudestada y Cándido López aguardaba con paciencia y la nobleza de las pinturas al óleo.
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El río fluía de modo imperceptible a la mirada de las tropas, cruzarlo era un desafío y retornar al seno familiar una flaca ilusión del soldado, así lo hacían saber por cartas algunos que tenían plena conciencia que era la última oportunidad para desertar. Debían intentarlo antes de cruzar el gran río porque era evidente que el humo de la artillería y la metralla no harían fáciles las cosas del lado paraguayo. Los oficiales de la Alianza estaban al acecho en la retaguardia porque no confiaban en sus soldados, en buena medida peones enrolados sin mediar aviso, sino gauchos levantiscos purgando algún asunto menor como dan cuentan Fierro y el sargento Cruz. Sin contar el desasosiego de las tropas extranjeras, soldados delirantes por las fiebres malsanas de los trópicos y el estupor repentino de saberse abandonados a su suerte.
El campamento empequeñecía en medio de un claro rodeado de árboles gigantescos recortados sobre el límpido cielo, entrelazando ramas como abrazos desesperados en el cerno boscoso que preanunciaba muerte y desgracias en el canto de algunos pájaros. A un año de iniciada la guerra no se vislumbraba el final y mucho menos, porque los paraguayos según informaban los espías en Asunción, estaban decididos a morir por su patria pero no a darse por vencidos.
Las carretas en filas, los fogones dispuestos para los asados y las reses trozadas en mitades eran hombreadas por los soldados asignados a la provista de las vituallas. Un reguero de sangre recordaba la fragilidad del reposo mientras, no lejos, eran remolcadas las barcazas cargadas de nerviosos yeguarizos; en tanto, a pocas millas las baterías de los buques a vapor repasaban, con estruendos de tormentas tropicales, una y otra vez las trincheras tricolores.
El río, las islas y las aguas mansas de los meandros cobijaban la flota aliada, como el plumaje de los papagayos y los pájaros mosca las banderas de Brasil y Francia, de España y Argentina, de Uruguay e Italia ondeaban con arrogancia multicolor.
La poderosa escuadra internacional estaba alistada para bombardear Itapirú en nombre de la libertad y la libre navegación de los ríos.
En la otra ribera, desde un lugar invisible, el general Celeste oteaba con el catalejo el movimiento de los invasores desplegándose río arriba. Tres cartas despachadas en Curupayty, consumidas por los incendios para desazón de los historiadores, habían anoticiado al mariscal y expresado su punto de vista sobre la invasión, opinión experimentada, de quién había sido derrotado en el año diecinueve por los mismos que ahora se atrevían a incursionar en tierras guaraníes. Los extranjeros habían echado base en Buenos Aires y Montevideo, mientras los nuestros, los patriotas federales resistían tierra adentro, allende Córdoba y el Tucumán, Río Grande y el Mato Grosso. Ese era el cuadro de situación, harto complejo porque los aliados como hicieron gala en otras partes, afirmaban con una gritería de guerra que no habría clemencia para los vencidos. Bastaba con recordar Caseros y la heroica Paysandú.
Mal podían hablar los aliados de los beneficios del progreso con los paraguayos, un país a la vanguardia con sus industrias y manufacturas. Pero lejos de amedrentarse, los invasores  denunciaron en la prensa internacional al gobierno como despótico, destratando al presidente como a un tirano y al pueblo guaraní como víctima del engaño.
Sospechaba tristemente, que con o sin acuerdo, rendición incondicional o lo que fuese, como tantas otras veces se pagaría en primera instancia con degollados por miles, mujeres violadas y niños reducidos a la condición de siervos, para más luego, los vencedores dieran por izar las banderas del libre cambio y el triunfo de la civilización…
Entonces habría tiempo para firmar empréstitos con los bancos ingleses por los gastos que demandarían las secuelas de la guerra, mientras los agrimensores militares delinearían las nuevas fronteras y los doctores firmarían nuevos tratados de paz y amistad.
Me pasó a mí, recordaba el general Celeste observando desde la barranca, le pasó a Leandro Gómez, a Rosas y de no mediar un milagro, desgraciadamente para la causa americana le pasará a Solano López y su gente.
El río fluía de modo imperceptible a la mirada de las tropas aunque algunos pocos de aquellos hombres supiesen, que el devenir está animado por el conflicto, al decir del griego,  “Polemos, el espíritu de la guerra es el padre de todas las cosas...”
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Operación Libres del Mal. 
_ Preparo unos mates y te cuento pero no te perdono que me visites sin traerme a los nietos.
Que yo sepa no tenemos ningún parentesco con el general rebelde. Es fácil decirlo ahora en tiempos de democracia porque antes… por unas pocas palabras dichas al viento o un libro durmiendo en la repisa, una persona podía  terminar en el Departamento de Policía, en el Cilindro Municipal o en cualquier playa desierta...
El general rebelde, prenda de unidad popular si las hubo, deambuló como tantos acosado por el odio o la indiferencia entre prisiones y exilios, calmando la sed del encierro o imaginando el horizonte abriéndose entre las paredes de la celda, dibujando, dibujando con un lápiz los caminos de los hombres libres.
Que yo sepa no tenemos ningún parentesco con él. Pero sí debemos honrar su memoria, porque el hombre conjugó la vocación del soldado y los derechos sociales como un bien supremo. Y pagó por ello, los estancieros y el poder invisible nunca le perdonaron la  voluntad demostrada en pos del ideario federal, artiguista.
Por aquellos lejanos tiempos un botija, Líber Arce, del que portas su nombre fue asesinado entre otros, como una advertencia a los disidentes. El escarmiento en ciernes del gobierno colorado, cuando las gentes simples ignorábamos que en algunos cuarteles y estancias centenarias  se tramaba la operación: libres del mal.
Debieron pasar décadas para que el Miedo, como un cáncer, quedara reducido en la memoria colectiva a un asunto de los más viejos.
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   2002, recuerdos del futuro.
_ Hola amor, fui a la biblioteca del Cabildo ¿y a qué no sabés?, conocí al director de “La Milagrera Era”.
_ ¿Milagrera era? preguntó el contador poco afecto a las manifestaciones paranormales.
_ Es una agrupación murguera con la que sueño participar en el carnaval venidero.
¿Y vos? preguntó mientras hurgaba en la heladera buscando fiambres y quesos para acompañar unas cervezas Kulmbacher.
_ Perdí media tarde en la mesa de los principales…
_ Decime que hacías ahí, dijo ella sin comprender.
_ Nada importante, me designó la empresa y ya sabes cómo son estas cosas…
_ No imagino qué hace un tipo como vos en ese lugar.
Amor sigo sin entender, dijo mientras le entregaba una botella y apoyaba en la mesita la tabla con la picada.
_ No lo sé exactamente, pero el interés del grupo empresario es testear la veracidad de algunos rumores que tienen como epicentro a los importadores.
_ Algo vi en el programa de Jessica Buendía.
_ Los tipos comercian a escala y la mirada está puesta exclusivamente en los mercados libres de fronteras. Poco les interesa lo que a nosotros nos preocupa, integrar tecnología y mano de obra uruguaya, ganar mercados con productos que otras empresas soslayan…
_ No entiendo nada...
_ Es fabricar aquí, desde repuestos para la agro-industria a elementos de automatización en la industria farmacéutica o productos informáticos. ¿Entendés? Ellos en cambio, pretenden disputar la supremacía comercial en el Río de la Plata… Qué querés que te diga, si algunos peces gordos, globales, están sentados en la mesa de los principales.
_ Los editoriales de Medios & Medios están en sintonía con nuestro nuevo papel en el mundo, dijo ella pinchando un trozo de trucha ahumada.
_ Son parte del juego… el estanciero no tanto. En la mesa están los principales, pero no todos obviamente.
_ ¿Lo decís porqué echaron a los murgueros?
Jaramillo el director de “La Milagrera” me dijo que por invitación del ministro fue a dos o tres reuniones y de buenas a primeras, le comunicaron que quedaba relevado por la comunicadora de moda, la Buendía.
_ Tengo entendido que la mesa se renueva… Es mi caso y una obviedad que esa gente no quiere saber de nada con murgueros, ni poetas, ni peones. Ni yo tampoco, para ser franco.
_ Los principales prometen bajar el tono para garantizar la gobernanza, dicen en la facu.
_ Nena vos ibas al jardín de infantes, pero las garantías como concepto en las relaciones económicas se derrumbaron en 2002, cuando los bancos expropiaban a sus clientes. Cuando quiebran dejando un tendal de quebrados y unos pocos nuevos ricos. Y posteriormente,  sin garantía alguna,  consumada otra gran estafa, sedujeron a los nuevos clientes con espejitos de colores. Pasó acá, pasa en los países desarrollados o emergentes, igual da.
Los banqueros son precisamente  los grandes ausentes en la mesa de los principales.
    _ Amor, en la idea de la competencia capitalista el consenso democrático está de más…
_ Nena, los negocios globales son para pocos jugadores, la mayoría paga para mirar desde el talud, dijo con reminiscencias futboleras.
_ Ustedes serán derrotados, sentenció ella, por los conservacionistas…
_ Circunstancialmente… el mundo próximo quedará en nuestras manos.
   _ …
_ En los gabinetes de los expertos en liquidación y disolución de sociedades… en las ONGs en manos de mis correligionarios, los contadores.
Ella ensayó una risita provocadora y optó por desnudarse.
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   Eran lo que se dice una pareja desinhibida, desorbitada.
Ella vivía dominada por la ansiedad del conocimiento como para devorar los materiales de estudio. Sola o en grupo cualquier lugar les iba bien, fuese la mesa de una confitería, un banco de plaza, o los muritos que delimitan la ciudad del mar como un sagrado lugar del estar.
A las horas de extrema concentración y cebaduras de mate sucedían las noches de ensayo con la agrupación murguera, o hacer un llamado y dejarse llevar a los brazos del amante y junto a él experimentar una relación diferente a la acostumbrada con su esposo. Diferente por donde se mire, salvo el gozo pleno compartido con cada uno de sus hombres.
El contador maduro y exitoso que disfrutaba del buen vivir contrastaba con el periodista que en soledad buscaba sobrevivir en la ciudad, perfilando entre ambos los extremos de una sociedad que se debatía entre la opulencia especulativa de unos y la violencia callejera y omnipresente, sin más trámite, de los más. El contador era un protagonista de su tiempo que disponía de ingenio, no necesariamente presente en todos los contadores, y del dinero suficiente como para allanar cualquier capricho de quién cultiva el hedonismo a toda hora. Para él, ella era su principal capricho aunque la muchacha estableciera desde el principio una relación entre iguales, donde el amor se imponía sobre cualquier otra materialidad. Él sonreía complacido mirando el perfil despreocupado de su esposa mientras la Bugatti devoraba kilómetros a velocidad increíble en una travesía a las fronteras de la nada, o lo que es decir, a los confines del placer sin otro contacto con lo real que no fuese el sonido de las risas sobrevolando las fantasías de las noches esteñas.
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   Los confines del placer lo situaban a Amoroso recostado sobre la cama mirando las manchas del techo de su pequeño apartamento. Un reducto a prueba de miedos, el Yo macerado durante días y noches de aislamiento y mal comer, soñando con un empleo inexistente que no vendría a golpear a la puerta y menos él a buscarlo.
Esperando un llamado de Silvina, creyendo escuchar sus pasos por el pasillo, soñándola, siempre placenteramente…
Sueños y espera, salvo aquél mal día cuando fue a buscar una primicia a la Plaza Zitarrosa y se encontró con un enredo policial similar a una tela de araña que casi lo tuvo como una víctima propiciatoria, enfrentándolo a un misterio que nadie pudo o quiso resolver, cuando la víctima del atentado desapareció del CTI de la mutualista y un funcionario de “Delitos Globales” se descerrajaba un tiro en la sien. El principal responsable del atentado alistaba en las filas de “Inteligencia Paralela” y finalmente, como para llamar a la amnesia pública, fue a dar con su corpachón a un control anti-aftosa en Aceguá, ignota población fronteriza entre Cerro Largo y Río Grande do Sul.
Su vida estaba condicionada a la espera de una oportunidad que permitiese demostrar a su madre, a su jefe y al mundo su valía como periodista independiente. Mero existir que cobraba la plenitud de su ser con la irrupción de Silvina en el departamento, la hechicera de manos mágicas derramando las vituallas que preanunciaban el imprevisto festín, sumergidos en humos de marihuana y haciendo el amor entre las penumbras de la pieza y la mirada indiferente del perro.
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   Reunión en la panadería.
_ Te toca Lucho, dijo don Tito intrigado por las reiteradas distracciones de su compañero, que en la conga se terminaba pagando con la cercanía al ciento uno.
_ Si… juego una negra, dijo ante el requerimiento del otro.
_ ¿Te preocupa algo a vos? es la segunda vez que jugas una carta que me viene como anillo al dedo.
_ Estoy nervioso don Tito. ¿Usted no?
Van a ser las seis, jugando a las barajas cuando quedamos en encontrarnos a las cinco. Lucy envió mensajes a todos y sólo Jaramillo contestó que viene en camino.
_ Ya van a venir, hay que armarse de paciencia… dijo don Tito.
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Lucho se quejó porque eran todos unos vagos mientras miraba el reloj de la panadería y certificaba, ¡ya son las seis y media pasadas!
_ ¡Ah! llegan al fin…  ¿no te lo dije? lo interrumpió el jubilado mientras saludaba a los recién llegados.
Jaramillo conversaba de modo persuasivo con Líber y don Tito explicando las reformas cosméticas del ministro. Lucho cebaba mate disimulando el fastidio no sin antes haber increpado a los más retrasados, en tanto Lucy oficiando de anfitriona convidó bizcochitos de grasa recién horneados. Clarisa miraba de modo intermitente, ora los gestos de Líber ora de la Lucy y sin temor a equivocarse juraría que Lucho tenía cara de cornudo. Josualdo no vino solo y presentó a Silvina, una jovencita desconocida para todos menos para Jaramillo.
Menos don Tito y Lucho todos habían ido al liceo contando a Líber que abandonó en tercero, y la única que estudiaba en la universidad era Silvina. Los hijos de Clarisa y de Lucy iban a la escuela y ninguno de sus abuelos alcanzaron sexto; los dos hijos de don Tito fueron a la escuela industrial en tanto sus tres nietos denotaban problemas de aprendizaje en la escuela. Salvo el esposo y el amante de Silvina, todos eran consumados trabajadores que estaban atravesando alguna penuria, sin dejar de reconocer que estaban mejor que antes; don Tito era jubilado metalúrgico. Un hermano del jubilado emigró a la Argentina en 1973 y otro hermano, cuando sobrevivió a la cárcel siguió su derrotero hasta Suecia. Una hermana de Clarisa había emigrado a Australia y no había regresado sino una vez; un tío de Lucho probó suerte en Texas y después en Arizona hasta el regreso, sin pena ni gloria, con las maletas llenas de anécdotas y algunos kilos de menos, según contaba la madre que entonces vivía. El sueño de Flopi, la hija de Lucy, es ser secretaria ejecutiva cuando sea grande y de no, divaga con irse a Japón por su secreto amor a Goku, fase dios azul. Braian, el hijo de Clarisa, sueña con ser jugador de fútbol y algún día vestir la celeste; su hermano Maxi, un distraído sin par le confiesa a la sicopedagoga que no tiene sueños.
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_ Bueno, voy a ir al grano porque respecto a la última vez tenemos dos novedades, dijo Jaramillo a modo de introito conociendo al impaciente auditorio, sencillo pero no simple, barrial y amigable.
Silvina asegura tener su contacto en la mesa de los principales y aunque ha guardado hermetismo sobre su fuente deducimos que el informante es una persona de su absoluta confianza. De nosotros, dijo en actitud de “capitán”, depende leer entrelíneas a Medios & Medios y alguno  tendría que buscar en Internet que información difunden los porteños en tanto llega el general Celeste. Si tenemos claro las partes del asunto llegado el momento el general nos ayudará a interpretar la totalidad, es más, a ser la totalidad. ¿Se entiende?
_ No, pero ustedes, dijo Clarisa sin disimular el aburrimiento que le producían estas reuniones, ¿creen realmente posible que se arme cocoa con los argentinos?
Jaramillo observó a Josualdo y nada dijo, Líber algo había escuchado en la mesa de los principales antes de su traslado pero tampoco dijo nada, Silvina encendió un cigarrillo y convidó a Lucy pero todos sobrevolaron la pregunta guardando silencio. Lucho cavilaba sobre lo que podría traerse entre manos el general, mientras barajaba el mazo sin demasiada expectativa sobre el porvenir.
_ Yo no creo ni descreo, dijo don Tito, pero es difícil opinar con fundamento sino una imprudencia, a partir de lo que opina todos los días Medios & Medios filtrando falsedades como una gota de ácido.
_ Lo escuché, dijo con énfasis Clarisa, en el programa de la Jessica Buendía.
_ ¿Y que puede saber la Buendía de ríos y canales? preguntó el ex portuario.
_ A ver Lucho, ¿qué sabés vos si se puede saber? retrucó Clarisa con los reflejos intactos de quién conduce una camioneta escolar entre el tráfico enloquecido de la ciudad.
Lucy sabía que Lucho sabía, y le dolía saber que él no encontraría las palabras por más que lo intentase.
_ Ella sí sabía, intervino en defensa de su esposo, que si no fuera por no sé qué, Lucho y otros compañeros continuarían empleados en “Logística Sur & Oriente”, empresa que sí tenía que ver con los negocios de los ríos y los puertos.
Lucho podría haber respondido como hubiese hecho el delegado Garmendia o como diría su suegro, que la crisis del Norte la pagamos los del Sur. Pero no podía decirlo, Lucho era todavía más calentón que el pardo Jazmín Pereira… y lo mejor a falta de palabras era callarse.
_ ¡Por favor! explotó Clarisa, que tiene que ver eso con los ríos… ni con los porteños.
_ No nos precipitemos en sacar conclusiones que pueden ser equivocadas, dijo don Tito con deliberada parsimonia, hasta un pelo hace sombra… esperemos a escuchar al general porque queda claro que a esta altura su opinión se torna imprescindible.
Jaramillo analizaba el desarrollo de la conversación sin saber que aportar. ¿Qué podía decir un murguero sino a través de su arte? No le entraba en la cabeza que su papel fuese el de un improvisado capitán. Quemaría las cartas del general Celeste, él era un tipo pacífico por naturaleza y no merecía tamaño destrato.
Silvina algo dijo al oído de Josualdo.
_ La compañera quiere decir algo, dijo Josualdo. ¿Alguien tiene una aspirina?
_ Yo quería agradecerles que me hayan invitado y comentarles, que este asunto de los ríos y los canales son escarceos que nos distraen del asunto de fondo. Me explicó una persona que algo sabe de estos asuntos, que la guerra en los tiempos que corren son guerras comerciales, guerras por controlar materias primas,  por el dominio de las rutas marítimas, sino la cínica oferta de préstamos o inversiones millonarias, en la práctica, reducida a papeles que generan beneficios a unos pocos pero empleos ninguno, como a la vista está.
La inquietud de los pueblos de nuestra américa radica en saber cómo y cuándo ellos van a desembarcar en estas playas… si es que ya no lo han hecho.
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