La Zaga Oriental 9 / EL INMORTAL

Paso Pereira.
Paso Pereira, Departamento Tacuarembó.
Primavera del ´14.
Capitán Don Jaramillo Flores
Muy estimado:
Partí de la chacra en la primera luna menguante de octubre. Cuento con el auxilio de un alazán parejero y una yegua baya calzada de tres, ambos de mi propiedad, al alazán lo gané en una carrera cuadrera el día de la Virgen de Caa-cupé. Le cuento, con el sol de frente aflojé las riendas de mi cabalgadura hasta topar con las aguas del río Uruguay pasados diez días con sus noches. Posteriormente, el sol quedó a mi flanco izquierdo a cada amanecer mientras me encaminaba al sur hasta que pude tomar un resuello y acampar en Yapeyú, un lugar con buena sombra y pastizales. Terruño de don José Francisco.
Continué guiado por la Cruz del Sur, me adentré media legua en territorio lusitano hasta que con la ayuda de un cura viejo y republicano di con un trillo a las Sierras de Aceguá. El cura tan viejo como pícaro me indicó el camino de los kileros, un paso seguro a la Banda Oriental que utilizan los contrabandistas de pan llevar.
Usted sabe Capitán Jaramillo, que contrabandistas, lo que se dice contrabandistas son los que operan en el puerto capitalino o las zonas francas, moviendo miles de contenedores al año, para que como en el ardid del prestidigitador con las cáscaras de nuez, uno extravíe la vista y elija la cáscara vacía… y sin más pierda su plata. Pero a diferencia del crédulo jugador que pierde un billete, con el gran contrabando, la Patria, año a año pierde millones.
Si el Altísimo lo quiere mañana cruzaré el Río Negro, el balsero de apellido Gadea, cobra un real por el paso de cada yeguarizo, precio que me pareció muy razonable considerando que el hombre me ha invitado para esta noche, a comer arroz con charque de capón y feijao preto. La ginebra la pago yo, que para eso tengo jubilación como la llaman ahora.
Interesante proseada con don Gadea que recaló, en el raro como inverosímil nombre de un pueblo que originariamente fue un lazareto para albergar a los esclavos leprosos, precario asentamiento humano que a la postre se constituyó con todas las de la ley en un pueblo de Tacuarembó, bautizado Los Feos.
Exprésele mi fraternal saludo a su gente, no tengo el honor de conocerlos personalmente pero de por hecho que en las próximas semanas estrecharé sus manos, uno por uno, como cuadra entre compatriotas. No mal interprete, pero creo que el segundo paso, el primero fue que usted reuniese a la gente, será enviar espías en grupos pequeños capaces de informar sin ser detectados de los aprontes belicistas en la otra orilla.
Un abrazo para el amigo Líber.
Capitán Flores,
saluda con aprecio,
suyo el general Celeste.
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Cónclave de los principales.
   Las últimas lluvias, la crecida de los ríos y los campos inundados en el   centro y sur del país, habían puesto de un humor borrascoso al estanciero máxime cuando fue anoticiado de la emergencia por el administrador de los campos; éste le rindió cuenta de forma sucinta e impiadosa de las pérdidas contabilizadas de cuatrocientos cincuenta y siete lanares ahogados, más de nueve mil cuadras de campo bajo agua y la imposibilidad de retirar de los obrajes los rollizos con destino a Montes del Plata, la fábrica de pasta de celulosa.
   El puestero y su mujer, advertidos por los bramidos del río que dejaba entrever entre espumas amarronadas la carroña de los lanares a la deriva, considerando que la luna nueva se había hecho con agua y persistía una lluvia maloliente que avanzaba como mar a campo abierto, dieron aviso por radio al señor administrador. Un tipo regordete y anteojos con montura de carey, con oficina en la calle Virrey Arredondo de la fronteriza ciudad de Río Branco. Ese mismo día, Sabino y su mujer subieron el colchón y algunos enseres al entrepiso del galpón de las guascas, en tanto, oteando el sur se dispusieron a tomar mate y esperar la llegada de los vientos buenos.
   El estanciero observó que habían llegado todos, menos Jessica Buendía que según el informativo de las seis de la mañana se encontraba sobrevolando en un helicóptero las zonas de la catástrofe. El hombre especulaba en silencio que de confirmarse el pronóstico meteorológico y el alerta naranja para las próximas cuarenta y ocho horas,  los asociados ruralistas reclamarían al gobierno una reparación económica y la eximición del pago de impuestos, considerando las grandes pérdidas que implicaba a los productores no poder llegar en tiempo y forma a los puertos ultramarinos o las fábricas de celulosa. De paso, insistirían por más presupuesto para obras de infraestructura y caminos rurales.
   La patria primero, masculló de modo inentendible.
   En las tres horas cuarenta minutos que duró la reunión, fueron comentadas por los principales y sus consejeros las encuestas que sondeaban la preferencia de los ciudadanos por los candidatos en la venidera elección a Presidente de la República. Medios & Medios no había sido ajeno a ello desde que semanas atrás redobló sus opiniones a favor de sus elegidos, ofreciendo al público lector reportajes mixtongos que iba de las propuestas de gobernanza a las anécdotas de entrecasa y los recuerdos de estudiantina veraneando en la Costa Azul francesa de los candidatos.
   Los expertos sentados a la mesa insistieron en un aspecto no menor, como afectaría a las menguadas arcas del Estado el impacto por la caída del comercio internacional, o el estancamiento de las actividades en China sacudida como los europeos por tembladerales en los Mercados de Valores o por el derrumbe de bancos emblemáticos durante el último quinquenio. Eventos indeseables, reconoció un experto en catástrofes, eventos registrados por los organismos internacionales como parte inescindible de la coyuntura, pero que deben considerarse como manifestaciones hiperrealistas pasajeras. 
   A continuación, una proyección de gráficos y datos duros daba cuenta de cinco escenarios posibles e inimaginables, tanto que fueron negados por la mayoría de los principales.
   Sobre el particular, la funcionaria de “Inteligencia Paralela” expresó con lógica impura y marginal, que éramos protagonistas aún de modo involuntario pero ya no espectadores de un mundo en sorprendente movimiento, caótico y criminal, tan peligroso como transitar por los barrios bajos montevideanos.
   La funcionaria enunció sin cortapisa que mientras la directora del FMI Christine Lagarde cobraba unos dinerillos cercanos a los cuatrocientos mil dólares anuales, simultáneamente recomendaba al gobierno español, reducir 10% los sueldos de los trabajadores, en dos años más aplicar recortes de la cobertura social y aumento del IVA. La feroz funcionaria (la de “Inteligencia Paralela”) vaticinó sin anestesia, no sólo la ruptura del bloque comunitario sino de fisuras al interior de los países miembros, regodeándose con ejemplos como los separatistas catalanes o los escoceses o los griegos. Y rematar la exposición con reminiscencias verbales de un expresidente de la república, al decir de modo trasgresor: los europeos son todos unos ladrones.
   Palabras que sonaron horribles e inquietantes y que fueron morigeradas por el Contador, quién pidió expresiones mesuradas de parte de los funcionarios públicos, atento a las buenas relaciones que deben primar entre las naciones civilizadas, extendiéndose en una parafernalia de actos y gestualidades posteriores a los acuerdos de Yalta. Además, resaltó con la impronta de los políticos en carrera electoral, de no estigmatizar a los ladrones recordando al apóstol Mateo cuando dijo: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”.
   Estas palabras trajeron alivio a muchos de los congregados. El hombre bien podría ser el próximo presidente de los uruguayos.
   La mujer volvió sobre sus pasos y recomendó a la mesa, considerando el calendario electoral, fortalecer las garantías para que los ciudadanos pudieran acceder a la información veraz, como un aspecto central de la calidad de nuestra democracia.
   Algunos no pudieron evitar una sonrisa maliciosa, a otros los asuntos de la democracia les era indiferente.
   Alguien dijo por lo bajo que la funcionaria optó por una salida elegante, muy de los que están de paso.
   Pero su suerte ya estaba echada antes de terminar la reunión, al atardecer de ese día el Ministro dio instrucciones a la subsecretaria para suplantarla por Franchesca Marangoni Vilas, nutricionista deportóloga recientemente arribada de Udine, lugar donde se había radicado hacía una década como profesora de tango-terapia.
   Pedro Prado Perdiel aprovechó la oportunidad para adelantar la estrategia de campaña electoral de Medios & Medios. Preparamos, dijo el magnate, una programación extraordinaria que incluirá entre otros, una ronda de reportajes con los candidatos bendecidos por la mesa de los principales y un debate entre los presidenciables, consensuado e inteligente. Que les permitiese reflejar una ilusión ante la opinión pública de modo amigable, irradiando autoridad inequívoca conforme a los gustos de la clase media y con propuestas light que propendan a la felicidad. Nada de asesores ni estadísticas, los harían hablar visceralmente. Cada candidato confesaría su propia historia de vida como para conmover hasta la última fibra sentimental de los televidentes, como un don aceptable para ser creíbles.
   El asunto principal, dijo con mesura Pedro Prado Perdiel, es la disputa por la actividad portuaria y porque misteriosamente se incendian los barcos coreanos surtos en la bahía o porque el gobierno de CFK pone trabas a la libre navegación de los ríos.
  Parece que los argentinos no escarmentaron después de la guerra en el Atlántico Sur, dijo alguien a media voz.
  El analista de Milenio-ROU puso a consideración de la mesa, respaldado con abundante documentación del Instituto, que la disputa a gran escala del comercio global podría traer aparejado la llegada de indeseables resacas a nuestras playas. Pero también, cabría esperar botellas con mapas de tesoros escondidos o inversores ávidos de conquistar el paraíso.
   El éxito demandaba saber esperar las oportunidades.
   Citó a dos o tres expertos desconocidos cuyas recomendaciones inducían a pensar que no encontraban la salida porque la salida fue reconvertida arteramente en entrada. Cuando se le pidió que fuese claro en sus conceptos, solo dijo que seremos felices el día que la libre navegación de los ríos deje de ser un sueño y si bien, por geografía e historia somos un país netamente marítimo, nuestro destino manifiesto a partir del cambio climático, será avanzar por los nuevos espejos de agua, los pantanales y los ríos para que el intercambio comercial se convierta en la llave que erradique la pobreza, vulgar fruto de las tiranías.
   Sin pobres no habrá demagogos ni gobiernos populistas que estafen la alegría de la gente, como tampoco leyes y reglamentos que encadenen la iniciativa privada.
   Todo consumidor tiene derecho a una sana dieta vegetariana, recomendaron los expertos internacionales en seguridad alimentaria, después de sobrevolar los sembradíos de soja en el Mato Grosso, el Gran Chaco y la Pampa Húmeda. En esto y la forestación deberíamos ver nuestras inmejorables oportunidades de ser parte del mundo desarrollado.
   El gerente de una compañía naviera radicada en Panamá e invitado para la ocasión, Simón Johnson, consideró oportuno imponer como un pirata y a modo de síntesis, que el único futuro sustentable está encadenado a los puertos libres de impuestos y de anacrónicas regulaciones estatales.
   El Contador Público sonríe,  pensará en todo a su debido tiempo si es elegido presidente.
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Pancho Cruz.
El cazador de serpientes rodeado de la jauría se internó en el hechizado territorio de la forestación. El sol de setiembre era apenas un deslucido redondel esmerilado opacado por las brumas heladas que a esa hora de la mañana lo cubrían todo, salvo el pie de los eucaliptus que por miles se extendían como antaño los obreros a la salida de los frigoríficos.
La forestación, novena sección, departamento Cerro Largo.
El cazador había salido de “Kilómetro 401”, un caserío asentado a orillas del Río Negro, sin otro motivo que atrapar serpientes y otros animales para comerciar con don Caxildo, el contrabandista que una o dos veces al mes negociaba cuando su lanchón, “La Pinta”, bajaba desde el Brasil rumbo a la industriosa Fray Bentos. Comercio primitivo si se quiere, pero que satisfacía después de un elaborado y amistoso regateo acordar una parte en dinero contante y sonante y la otra, en trocar mercaderías que iban de yerba y porotos por una jaula con serpientes, de una botella de caña blanca y unos tiros del 16 por algunos cueros de lagarto overo o plumas de urracas; la grasa de tortugas se pagaba en billetes, dólares o pesos indistintamente.
En cambio, el negocio escondido en el tambucho de proa del lanchón eran mujeres. El contrabandista llevaba o traía hermosas muchachas de los lupanares de Porto Alegre a los quilombos de Fray Bentos. La policía lo buscaba en tres departamentos, pero nunca habían logrado acceder a las pruebas contundentes que lo incriminaran, lo que llevó a la firme sospecha pública de que alguien importante lo ponía sobre aviso. Al fin y al cabo, siempre había un principal detrás de todo.
Don Caxildo era de las pocas personas que contaba con dinero en efectivo, exceptuando a los estancieros, se entiende.
El hombre, Pancho Cruz, era un solitario sin haberlo sido siempre, porque supo tener buena mujer y un hijo, pero la vida le jugó una mala pasada como al gaucho Fierro. Pasaba la medianía de la edad y el aspecto fiero de su rostro barbado provenía de un ojo medio ladeado para el lado del cielo. Como mirando dos realidades, quizá porque estuvo marcado por los patrones desde que años antes fundaron el sindicato y declararon una huelga en el ingenio, y después, cuando en un descuido de los milicos se escapó de la comisaría de Cuchilla Caraguatá, que lo obligó en definitiva a mirar para atrás y adelante a un solo golpe de vista, como si porvenir y pasado se entremezclasen en un tiempo tan indefinido como riesgoso y que propendía a dispensar en su caso, pura zozobra.
En los márgenes de las poblaciones que recorrió buscando un trabajo encontró gestos amistosos de otros desheredados como él. Al fin, buscando un poco de paz después de tanto deambular sin poder solucionar nada optó por recalar en “Kilómetro 401”. Comprendía que era el único lugar en el mundo porque no había otra y después de tanto cabía preguntarse con honestidad ¿cuándo hubo una buena opción a la mano de los pobres?
Mejor caminar solo, a lo más con los perros bravos…
Definitivo.
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La brisa había despejado el banco de niebla y el cielo escamoteado por el follaje de los árboles salpicaba los pálidos celestes del atardecer creándose la atmósfera enrarecida de los cementerios. El anciano conoció la cercanía de la muerte de otros cristianos, pero soñaba con la hora de enfrentarla, como un prisionero condenado a perpetuidad se sentía atado al destino que le deparaba sobrevivir a como diera lugar. ¿Era la espera un callejón sin salida, como la del que preso por la impotencia se frota las manos sabiéndose derrotado? 
Observó que los yeguarizos se habían alejado buscando pasturas inexistentes bajo la mortal sombra de los eucaliptus, arrimó unas leñas al fuego y se cubrió con el poncho apoyando nuevamente la cabeza sobre los aperos. Se recriminó como haría con el soldado bisoño que incumple una orden y el fastidio se fue apoderando de él como la fiebre de las moscas. Había dirigido sus pasos al cerno de la forestación como un principiante, porque tarde advirtió observando el cielo que las estrellas eran una rara excepción entre el enmarañado ramaje. A su edad, no sería el primer general del ejército que se sentía desorientado, sin importar la experiencia de armas ni la baquía campera, asunto distinto sería perder de vista el objetivo de la misión: alcanzar las vaquerías del mar lo más pronto posible y contactar al capitán Flores. De eso estaba muy seguro en cada uno de sus actos.
Se incorporó lo suficiente para armar un cigarro con el tabaco picado que le regaló su actual mujer, y recostó nuevamente recordando un antiguo amor, a Clara Gómez como la última vez, cuando se despidieron en la tranquera de la chacra, de amplia pollera amarilla, sombrero de lona y pitando un cigarro de hoja de Villa Rica.
Buscó con los ojos clareados por tantísimos años saturados de imágines y proyectos libertarios una señal en el cielo sureño, pero lo confundía los trinos entre el follaje que se precipitaban como el son de un aguacero sobre los techados de totora.
Lo aturullaba las voces que flotaban en rededor, un coro irreconocible como humano y subyacer inquietante, capaz de atemorizar a los peones y maquinistas de la Compañía Forestal del Sud pero inútil, de toda inutilidad, como para amedrentar a las manos anónimas que dejaban ramos de retamas amarillas y botellas con agua cada dos de noviembre en un ritual tan ignoto como necesario en un claro del monte.
No lo sabía entonces, pero no faltaría mucho para ser anoticiado del origen de tales eventos inhumanos.
Las gentes del país conocían la leyenda maldita que refería a la existencia de un camposanto, sin cruces ni flores, donde no crecía maleza alguna y las fieras dando un rodeo lo evitaban tanto como los lugareños. Un lugar de túmulos improvisados que surgieron como los hongos después de la lluvia, lugar invisible para los murciélagos o los desmemoriados.
Él vivió en carne propia éxodos y exilios, supo de guerras civiles y entuertos, de la tregua humanitaria para asistir a los heridos y sepultar a los muertos, de la amnistía a los encarcelados, pero de lo que no sabía era de enterramientos clandestinos y fosas comunes en el país de las cuchillas, pequeño como un pañuelo.
 En la defensa de Paraguay la situación fue distinta, los muertos se multiplicaban al paso de los años en guerra y los calores del trópico diezmaban a los sobrevivientes. Una picadura de mosca era suficiente para diseminar las pestes y la desesperada urgencia por no morir habilitaba los enterramientos colectivos, pero cumpliendo con los rituales de la despedida y el retorno a la madre tierra.
No le entraba en la cabeza y pitó mirando el cielo en tinieblas, esperando. Qué cosa podía esperarse no lo sabía pero intuía que todavía no había vivido lo suficiente como para ser sorprendido por manifestaciones de naturaleza diabólica, por no decir sobrenaturales, habiendo él mismo sido testigo cuando el rayo o la centella descargan su poder matando e incendiando lo que encuentran a su paso. Lo sorprendente era la negación de la muerte y negar la paz  última al enemigo, un hombre más.
Pero tratándose de pobres humanos que se creen omnipotentes…
Debía esperar y no desesperar, y mientras tanto pensar como escapar a la encerrona que le deparó millones de árboles alineados como un desfile de tropas, a exactos cinco pasos de distancia y un malsano destino: convertirse en materia prima para las fábricas de celulosa.
El hombre malició que los orientales no llegaríamos lejos con ese tipo de comercio primitivo y en íntimo cabildeo estaba cuando se durmió vencido por el cansancio.
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Durante los amaneceres el cazador escarbó la hojarasca buscando gusanos para encarnar los anzuelos, en los tórridos mediodías logró atrapar hasta seis serpientes de dos pasos de longitud y tres lagartos de los barrancos, al atardecer mucho antes del impreciso lapso del ocaso, predispuesto a cazar palomas armó las artificiosas trampas.
Caminó varios días aprovechando el buen tiempo y apaciguamiento de los incendios, una vez que las máquinas allanaron el suelo delimitando contrafuegos que formaban de tanto en tanto montículos de tierras candentes. Fuegos reducidos a la actividad subterránea, pero para entonces, eso era ya cosa del diablo y no de hombres.
Una jornada fructífera, con dos disparos certeros y la ayuda de los perros bravos había cazado a un jabalí, que calculando a ojo, pasaba los cien kilos. En la mayor de las soledades había charqueado y colgado en las ramas altas de un árbol, fuera del alcance de las aves carniceras como de las abejas carnívoras, estas últimas de temer para quien se abandonara al sueño profundo. Bichos exóticos que producían miel amarga y fueron introducidos para combatir otros insectos pero, trastocando las especulaciones positivas de los biólogos, los depredadores y las supuestas víctimas convivieron multiplicando el caos…
Anochecía y algo en el aire le advirtió del peligro, olfateó con la persistencia de los perros hasta identificar el humo característico del buen cigarro y a poco de andar sigiloso divisó una lumbre entre el follaje.
La cautela y la paciencia eran artes de cazador y Pancho Cruz tomó las precauciones del caso, frente a él una fogata daba cobijo a un hombre de la campaña, emponchado y pitando del bueno, recostada la cabeza cana en el cojinillo del recado. A tres pasos no más, dos cabalgaduras con el bozal atado a unos arbustos, una con maneador, dormitaban.
La memoria le trajo a cuento parecida circunstancia en estos montes cuando conoció a Juan Galván, un prófugo de su futuro. Amartilló la escopeta del 16 y sopesó cuanto tiempo tardarían los perros en ladrar y abalanzarse sobre el desprevenido forastero.
En la forestación ocurrían cosas extravagantes. ¿Qué hacia un paisano entrado en años en medio de la nada? Sin el auxilio de ningún mortal estaba condenado a esperar el desenlace de su destino, con cautela dio un paso en dirección a la fogata, después dos y al tercero escuchó una voz con arcano acento.
_ ¿Quién vive? dijo el anciano sin inmutarse.
_ Pancho Cruz para servirle, atinó a responder bajando el arma.
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Al amparo de la fogata y la vigilancia de la jauría los dos hombres abrieron un círculo de silencio íntimo apenas interrumpido por algún comentario esencial.
El anciano refirió por partes la larga marcha emprendida de la chacra de Curupayty a la Banda Oriental y los contratiempos que lo demoraron en la provincia de Corrientes, no tanto por las lluvias ni los pasos crecidos que fueron superados después de engorrosos rodeos, pero la primera extrañeza dijo, ganó cuerpo cuando perdió el rumbo al cruzar las monótonas plantaciones de soja, sin una mata de pasto, ni cardo, ni espinillo. Los alambrados acompañantes a los caminos rurales figuraban una geometría parecida a un laberinto difícil de escapar, sin estancias ni paisanos a quien preguntar, ni rancho del puestero a la vista. Al oriente del Río Uruguay recobró el sentido de su marcha al Sur, cruzó las sierras pero al adentrarse en la forestación, dijo el anciano de modo entrecortado, su extravío fue mayúsculo al perder el trillo por el que marchaba y la mismísima noción del cielo y de la tierra. Rodeado de árboles de idéntico porte, nacidos bajo la misma luna, aburridamente alineados y talados con milimétrica medida fue que en tantísimo tiempo sintió por primera vez que los dioses guaraníes habían abandonado estos parajes.
El anciano se sentía confundido en medio de la campaña sublevada por las máquinas.
Por fin, se presentó como el general Celeste para a continuación dar cuenta de su viaje. El principal motivo era prestar ayuda al capitán Jaramillo Flores, hombre de su total confianza embarcado en el escabroso asunto de los ríos navegables. Ignoraba hasta ahora la magnitud de los riesgos para la patria.
Pancho Cruz escuchó con el respeto acompañante a un cazador montaraz y creyó interpretar las preocupaciones del otro, aunque el guerrero despreciara la presencia del peligro circundante. Para animar la proseada trajo a cuento los avatares del audaz Galván, sobreviviente a un vivir jalonado por la violencia hasta ser acorralado en la forestación por la policía,  en los confines de la estancia “Cuatro Ombúes”.  
Situación fortuita, deslizó con un dejo de orgullo, a la que él mismo no estuvo ajeno desde que lo cobijó en la casilla y que debió enfrentar las consecuencias, codo a codo con el muchacho a causa de una inundación machaza. Y por cierto, dijo como disculpándose,  haber carneado un caballo criollo propiedad de Primo José el primogénito de don Cipriano,  un principal de otros tiempos y colorado de la cepa de José Batlle y Ordoñez, mentado en Treinta y Tres como en Cerro Largo, en Florida como Lavalleja.
Mi general, dijo el lugareño con signo de preocupación, la forestación como mentan algunos es un lugar hechizado, aunque para otros el único mal es que no haya remedio ni antídoto eficaz contra el ataque de las alimañas. Pero yo con todo respeto le aseguro que el mayor peligro en estos parajes lo encarnan los estancieros.
No teníamos para comer, dijo avergonzado, el caballito estaba mancado y lo despenamos, secamos el cuero con sal y sol que a los pocos días entregamos al puestero de la estancia, lo carneábamos  nosotros o daban cuenta de él las serpientes y los caranchos. Definitivo.
Intentamos un diálogo fallido por la sordera de la otra parte, aún con la promesa de pagar en efectivo porque Galván tenía buena plata en la mochila.
¿Cuál fue la respuesta? Los de “Delitos Globales” llegados expresamente de la capital a la orden del estanciero nos respondieron con tiros y gases. El corajudo muchacho escapó a la redada y yo pagué la decisión del señor juez con un mes de trabajo comunitario en la chacra del comisario.
Una cuenta más para agregar en el rosario de los pobres…
El general Celeste observó al cazador y guardó silencio, encendió otro tabaco y convidó, después habló con la parsimonia y el desvarío propio de los viejos.
Yo también debería sentirme avergonzado… observamos la asombrosa cúpula de las noches estrelladas o el río portador de mensajes ocultos al pueblero. Muchas cosas perdí en mi vida, a Clara mi mujer… perdí mi chacra otrora en medio de la selva que hoy quedó en medio de un poblado rural. Pero usted es un afortunado al escuchar las ocultas señales camperas como para intuir las cosas inexplicables que ocurren allende el monte. Y eso me hace confiar en usted para ayudarme a zafar de este bochornoso extravío.
Debería sentirme avergonzado… Los chamanes guaraníes, agoreros del futuro trágico  que la guerra depararía consideraron llegada la hora. Fue entonces que invocaron el poder de frutos y raíces selváticas hicieron una pócima que aseguraría la preservación de su pueblo, ante el riesgo cierto de ser arrasado por los invasores de la Triple Alianza.
Debo confesarle que formo parte de los pocos elegidos para tal misión intemporal, soy uno de los que bebí el brebaje dulzón para convertirme en desusado servidor.
Gracias a los dioses tengo una prole que pasa de mil…
Soy inmortal.

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