La Zaga Oriental 10 / Josè Ferrite

   Gran Hotel Piriápolis.
   _ Nena ¿cuándo vas a parar? No tenés límites…
   _ Amorcito, justamente tú hablando de límites…
Él sabía que el amor por la esposa implicaba aceptar los desbordes de un modo de vida que mezclaba fórmulas: el inconformismo propio de los jóvenes incluyendo al vago que tenía por el mejor amigo, las maratónicas horas de estudio saturadas de café negro y la participación obsesiva, porque no decirlo, en la maldita murga.
Pero, si faltaba un acto descabellado en la vida de Silvina eso era querer formar parte de algo peligrosamente indefinido, absurdo por donde se mire, cuando una pandilla de inadaptados imagina por jefe a un viejo general sumido en inmemorial destierro. A otro mesías dispuesto a transformar la sociedad uruguaya con palabras.
Marchese quería creer que la noche que ella lo interiorizó del borroso proyecto estaba borracha o drogada. No podía hablar en serio una botija que iba a la Facultad de Sociales porque ya debería saber las implicancias del asunto.
La paciencia del contador público tenía el límite que la razonabilidad imponía y le parecía impensable, inabarcable para su estructurada formación que pudieran unos locos tramar una conspiración en los fondos de una panadería. Y eso, a partir de los rumores propalados por Medios & Medios, por las señales en curso de una despiadada competencia entre el puerto de Montevideo y el de Buenos Aires. Era cada vez más frecuente encontrarse con notas que remitían a las tensiones por reglamentaciones de uno u otro gobierno para las operaciones en el Río de la Plata, cuando no, remitir a los conatos de la Armada en los setenta o a los crónicos entredichos por los jugosos dragados del canal Martín García, pero de ahí a una guerra…
Es cierto, la alternativa del desencuentro entre países vecinos por absurda que fuese, era alimentada por diversos portavoces de la sociedad uruguaya como porteña. Políticos en campaña electoral, cancillerías ultramontanas, sindicalistas con rebrotes nacionalistas, eran expuestos impiadosamente con fines tan prosaicos como inconfesables por Medios & Medios. En cambio, curiosamente callaban sobre el histórico predominio de Buenos Aires.
Él sabía que ella lo amaba sin pizca de rubor porque no puede haber dudas, ni celos ni vergüenza cuando el amor reconoce otros límites que no sea más amor. Confiando en él fue que al frescor de las sábanas almidonadas, cuando ya no había un gramo de fuerza para intentar otro asalto sexual, un deseo mínimo por satisfacer ni la remota posibilidad siquiera de imaginar un pensamiento lujurioso, le preguntó esa noche en un instante de irreflexión su parecer sobre la simbiosis entre negocios y guerras.
_ ¿Puede ser que seamos incapaces, recriminó a la muchacha, de distinguir los momentos del placer como para joderlo con las intrigas de los negocios?
_ Te pido que me perdones, dijo ella, pero pregunto porque quiero entender antes de cometer un error que no me perdonarías ¿quiénes mueven los ocultos hilos de los negociados?
¡No tenés una pizca de sentido común! dijo él simulando ofuscamiento porque era de los que reservaba los mejores análisis medulares, espíritu crítico y soluciones infalibles, a cada lunes mientras se jugara el campeonato de fútbol, acompañado en rueda de amigos en la mesa del café “Ghandi”.
Para empezar, dijo un Marchese totalmente distendido y acostumbrado a redoblar apuestas, te invito a comer mariscos.
_ Amor, son las cuatro de la mañana, dijo ella con ánimo disuasivo.
_ Antes de las seis entramos al restaurante del Gran Hotel, vamos, Piriápolis nos espera.
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Desde la mesa que acostumbraban reservar en la terraza del hotel, Silvina observaba la rambla desierta a esa hora y a los pescadores que se adentraban en el mar a revisar los trasmayos. Las lanchas anaranjadas apenas se divisaban en la media luz de la aurora rolando al compás de la brisa marítima, en tanto el frío salobre penetraba la ropa de abrigo de la muchacha. El rocío abrillantaba el césped al favor de la sesgada iluminación de los faroles, entre las sombras de las lóbregas estatuas diseminadas por doquier.
Marchese regresó después de despertar al cocinero recluido en su guarida del primer subsuelo; al tercer golpe en la puerta caoba identificada con una chapita de bronce: <Dormitorio Masculino> lo había atendido en calzoncillos un imberbe ayudante de cocina, que de inmediato movilizó como tocado por un rayo lo necesario para satisfacer al contador Marchese y su joven esposa. El caballero era un asiduo y respetable cliente, generoso a la hora de las propinas. Ella era una mujer de ensueño…
_ Está marchando un consomé de abadejo como para entrar en calor y el mozo no va a tardar en asomar con una botella de vino blanco.
Ella lo miró somnolienta y sonrió cómplice por secundar los caprichos de su esposo. No podía decir que lo desaprobara pero no comprendía como a un solo hombre podían concurrir atraídos por una fuerza invisible sentimientos como el amor por ella y su devoción por las máquinas, la Bugatti por caso, o transformarse los domingos en un desaforado fanático de fútbol en las gradas del estadio Centenario. Qué fuerza interior retenía la formalidad del contador público, integrante del staff gerencial de la empresa cuando se abocaba al cumplimiento de un fárrago de leyes y aburridas disposiciones reglamentarias. Qué impulso lo motivaba para participar, aún a disgusto, en la mesa de los principales aceptando representar el punto de vista de la Compañía. Cómo ese tipo frío y calculador durante el día, con el claror de la luna se tornaba en el hombre cariñoso que la amaba apasionadamente, sin dispararle un solo dardo con la mezcla mortífera de los celos o manifestar enojo por el fastidio que ella pudiera involuntariamente ocasionarle.
Sentíase afortunada por el halo de comprensión que le faltó a Caterina, su amiga de la infancia. A la pobre casi le cuesta el desprendimiento de la retina por la trompada que le obsequió su novio una noche de cervezas, fármacos y marihuana. El amor extremo de una pareja difícil, cavilaba sin poder ayudarla demasiado, que se quieren oscuramente mientras el perdón sobrevuela esperanzadoramente hasta el momento de sobrevenir  una nueva crisis y la repetición de otra segura golpiza.
¿Serán parte de la sociedad machista en que vivimos los amores enfermizos al límite de la violencia, o reprochar en el otro las culpas de vidas signadas por la frustración?
Vivo con Marchese en un loft, tercer piso frente al mar, cuando no, descansamos en la chacra de la Laguna de los Teros. Amo a Amoroso en un diminuto apartamento perdido entre Palermo y Parque Rodó, no sé bien dónde. ¿Y Caterina? se mudó con los abuelos a una casa ruinosa en Piedras Blancas porque no podía mantenerse sola pagando un alquiler.
_ ¿Se entiende que ocupas un lugar privilegiado en un “país en extremo diverso”, en una sociedad estratificada que mal registran los cientistas sociales? me había interpelado un Marchese provocador y seguro de sí mismo.
“País verde y  herido,
comarquita de veras,
patria pobre…”
le dije aquella vez con tristeza, en clave de una poesía desconocida para él…
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   Montevideo está cambiado.
   _ Lucy ¿cuándo vas a parar?
   _ ¿Qué decís?, si paramos nos caemos.
   _ No podemos trabajar sin límite ni tiempo, dale que dale como esclavos.
_ Lucho ¿qué es lo que no entendés? trabajar por nuestra cuenta es como andar en bicicleta, si parás te caes.
La mujer se había puesto al hombro, con tesón y el amor por sus cosas la pequeña panadería conocida por su nombre de pila. El hombre a veces no entendía las claves de un trabajo compartido por dos que hacían las veces de patrones y operarios simultáneamente. Sin compañeros de trabajo ni capataz. Dos que eran más que dos y que dependían de ese trabajo para mantener una familia.
Nunca los cambios fueron fáciles ni nunca habían trabajado tanto por tan poco…
Lo de él fue la historia común de ir y venir de un trabajo a otro. ¿Importan las razones? Lucho se había empleado en un reparto de fiambres durante casi un año como ayudante del chofer, que en un camioncito recorrían la ciudad de lunes a sábados hasta terminar la mercadería. Algunas veces en el camión, un JAC de más de tres toneladas, iban a buscar la carga a los frigoríficos de Durazno o Tacuarembó. Cuando aprendió a conducir, porque no tenía un pelo de zonzo, tramitó la documentación requerida y se presentó con el dato de que en “Logística Sur & Oriente” estaban a la búsqueda de personal, dio la prueba y empezó un lunes después del examen médico.
El puerto había recuperado el esplendor de antaño y la actividad era febril día y noche. Se trabajaba con método y sin respiro, la empresa hacia oídos sordos al delegado del sindicato que denunciaba la polifuncionalidad y los abusos que implicaba. Pero como contrapartida se cobraba el sueldo en tiempo y forma, y la plata estaba religiosamente depositada al tercer día hábil del mes y eso estaba bueno.
Y lo bueno para Lucho duró tres años ininterrumpidos.
Lo despidieron cuando cumplió los veintiséis con el argumento de que Europa estaba indefensa a merced de los agiotistas de Bruselas y los refugiados africanos.
Después, para él y otros como él sobrevinieron los meses del “seguro de paro” y la zozobra propia del que se ahoga con la playa a la vista.
Le pasó a él, le pasó al pardo Jazmín Pereira y a otros tantos portuarios, incluyendo al delegado Lenín Garmendia que en un momento de abatimiento llegó a decir que lo único que le faltaba era vender el alma al diablo, porque sinceramente ya no sabía qué decir ni hacer por sus compañeros.
Casi todos fueron a trabajar de changas, unos pocos a las obras en construcción, Lucho junto a su mujer a probar suerte en el garaje de la casa.
   Para muchos de ellos recomenzaba con un gobierno progresista el calvario de trabajar en negro, sin derecho a nada, dicho sin rencor ni animosidad contra nadie…  Trabajando se lleva el pan a la casa como sea, decían a modo de justificar lo perdido.
   Todavía hoy recuerda cuando Garmendia les mostró el diario con un mapamundi donde la Confederación Sindical Internacional difundía el ranking de los países destacados en materia de derechos sindicales y conquistas de los trabajadores.
_ Estamos en el nivel uno, Uruguay junto a Holanda, Suecia, Noruega, Sudáfrica… dijo el delegado.
_ Estamos entre los mejores, dijo Lucho aturdido y sin entender demasiado el mapa y los colores del gráfico en cuestión.
_ ¡Estamos hasta las verijas de mierda! explotó el pardo Jazmín Pereira con el rencor oculto de los discriminados, pero sospechando que los datos eran mentirosos porque se inscribían en el palabrerío monocorde de los sindicalistas de profesión. No era el caso de Garmendia pero se avecinaba una ola mundial de sindicalistas sin corazón.
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Ella sabía que el mejor lugar para persuadir a su hombre era la cama.
  Bastaba el roce de la piel para que indistintamente ella y él se encendieran, hiciesen el amor primitivamente azuzándose con extrañas palabras y guturales sonidos, juego íntimo exacerbado por la imaginación, a cada cual, más libidinosa. ¿Observaron alguna vez copular a los gorriones? Juego caótico pero acotado al espacio del dormitorio, porque más allá, en la silenciosa pieza contigua dormían los niños.
_ Sabes que pienso, dijo Lucy en un remanso para compartir un cigarrillo con él.
_ Contame, a ver.
_ Que con más variedad, dijo mirándolo de reojo, con otros productos podemos tentar a la gente a que gaste su dinero. Creo que sería la mejor propaganda porque se compra con los ojos ¿te fijaste?
_ Se compra con los ojos y con dinero, sino no funciona.
_ Obvio, me refiero que no es lo mismo una canasta colmada de bizcochos, de churros y panes dulces, con crema o dulce de leche, que vender bolitas azucaradas o tortas fritas.
_ Las vendedoras venden tortas fritas porque no les queda otra, si tuvieran un  horno otra sería la historia. Les falta el oficio de las mujeres viejas de la campaña y la plata del panadero…
_ Lucho sos tan predecible… careces de ambición y ganas de progresar, dijo hurgando en el carácter bonachón de su hombre, provocándolo para sacarle una reacción, la que fuese. Entonces como un jugador empedernido, conteniendo la respiración deslizó la apuesta:
_ Pienso que podríamos sacar un préstamo y comprar una sobadora de pan.
_ Vos estás loca si crees que voy a reventar trabajando de sol a sol, ¡para pagar una estúpida máquina!
Maldita bruja, le susurró abrazándola con la avidez de un sediento, y ella lo dejó hacer complacida y con la astucia de las promotoras de ventas, que gozan sonriendo frente a la rúbrica del cliente atrapado en la red.
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_ ¿Sabés que pienso? dijo la noche siguiente, mientras encendía un cigarrillo y recostaba su cuerpo desnudo sobre el de él.
_ No empieces de nuevo, respondió Lucho con signos de hastío previendo el preámbulo de fumar como el inicio de otro monólogo a los que acostumbraba su mujer.
_ Si no te interesa lo que pienso, allá vos.
_ Lucy, cariño, te escucho…
_ Montevideo está cambiado, tú sabes…
_ ¿A dónde querés llegar?
_ Mi abuelo trabajó durante toda su vida en tres empresas. Y murió a la edad de jubilarse.
El trabajo en la concesionaria de automóviles le permitió forjar una familia, comprar un terreno y poco a poco con sus manos construir esta casa. La abuela se las arregló para criar a dos hijos, mandarlos a estudiar y atender al marido como se acostumbraba por entonces.    
Cuando las cosas del país marcharon para atrás como el cangrejo, nuestros padres como tantos desarrollaron la improvisación como modo de vida, sobrevivir para no emigrar, emigrar con los sueños puestos en la lejanía…
A poco de morir mi padre, ella fue a su encuentro. Pobre mamá…
Nosotros somos de la generación que muchos fuimos el liceo, no cumplimos los treinta y en mi caso ya tuve cuatro trabajos: tres años en la farmacia, cinco en la peluquería de Rita, uno como podóloga a domicilio y ahora en nuestra panadería. No me quejo.
Desde que te conozco, vos trabajaste ayudando a tu tío en el bar hasta que se fundió, ¿dos años? Después tres años como jardinero en el club de golf, y otro año, año y medio en el taller de motos hasta que entraste en “Logística Sur & Oriente” y por otros tres años olvidaste lo que es buscar un empleo. ¡Me olvidaba! En el reparto de fiambres estuviste casi un año. Más la aventura, cuando nos peleamos ¿te acordás?, de manejar un taxi en las noches de Buenos Aires, asunto que duró exactamente tres meses y gracias a la ayudita de tu primo Waldemar se te dio por drogarte.
_ Hacela corta. 
_ ¿A dónde quiero llegar?
Entre el mundo de nuestros abuelos y el nuestro media un abismo, sorprendente para un país conservador donde los cambios son imperceptibles como el vuelo de las polillas.
¿A dónde pretendo llegar?
Entre el mundo de los viejos y el nuestro existe un tercer mundo.
El inframundo de los que trabajan de sol a sol en empleos o negocios sin otro resultado que recibir una paga miserable, sin papeles ni AFAP ¿total para qué?, sin sueños ni otra ganancia que volver al día siguiente para ganar el pan llueva o truene.
Cuando don Tito habla de la clase obrera ¿a quién le está hablando? Creer posible la solidaridad entre los trabajadores que ganan treinta mil con los otros que ganan diez mil… a duras penas, no sé. ¿Entre las posibilidades de un trabajador sueco y uno uruguayo? ¿O de tantos desesperados que entran a España o Italia sin papeles desde Polonia o Angola?
Escuché en la verdulería de Sandra que los principales y sus amigos extranjeros sacan del país los dólares a los paraísos fiscales… libres de impuestos y declaraciones juradas.
¿Podemos esperar algo bueno de un país evocador de todo, menos del presente?
Lucho, pensá que sin un préstamo y sin máquina sobadora nunca saldremos de vender bolitas y bizcochos…
¿Lucho?
¡Te dormiste y me dejaste hablando sola!
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   Colonia Nicolich.
Frente a la mirada de los dos hombres se extendía una planicie semejante a una fotografía de la superficie lunar, plana, irregularmente terrosa y polvorienta si se permite la comparación.
La antigua quinta de los portugueses, Colonia Nicolich, departamento Canelones.
El general Celeste parado sobre los estribos reconoció la vieja casa y le causó admiración ver algunas mejoras, como la galería techada con “dolmenit” a pocos pasos del tanque australiano y la inmemorial barrera de cañas de Castilla extendida en la lucha contra el viento hasta donde alcanzaba la vista. Cruzando la tranquera una doble hilera de casuarinas, silbadoras al soplo del viento costeño, conducían hacia la construcción principal.
A regañadientes, Francisco Cruz el cazador, había aceptado acompañar al anciano y aunque al viaje no le encontraba sentido consideraba que el viejo general merecía ser acompañado; después de todo el destino lo llevó a encontrarse con el distinguido paisano que viajaba desde Asunción, motivado por un asunto que lo tenía en ascuas de sólo imaginar otra página de intrigas y avaricia entre los principales del estuario.
El general decía que al frente de batalla iban los negros, los pobres y los jóvenes, nunca un principal, así fue en tiempos de Aquiles y no ha cambiado desde entonces. El sacrificio de los míos, confesó en una ocasión, me pesa como una mortaja por mi condición.
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Los viejos asuntos, referido a canales navegables a treinta pies de profundidad, a arenas danzantes que los ahogaban formando bancos con juncales, islas sin nombre irrumpiendo en la noche con salvaje población de sauces y ceibales jodía a una modernidad que ensalzaba a navegantes de los cinco continentes surcando miles de millas marinas para generar millones de millones de dólares a unas pocas corporaciones marítimas.
En definitiva, de eso se trataba el asunto. Del alto comercio de los principales del globo…
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   Demasiado para la cabeza de un criollo, cavilaba el cazador.
   Definitivo.
Montando sobre la yegua baya Pancho Cruz pispeaba los alrededores de la quinta de los portugueses con la desconfianza del que recién llega sin ser invitado, cayendo incluso en un rapto de malos pensamientos a sentirse extranjero en su propia tierra. Conocía en carne propia lo que es vivir lindando con estancias como “Cuatro Ombúes”, con ríos bravos como el Negro y el Cebollatí, o ganarse el sustento cazando furtivamente entre las lumbres malignas de la forestación.
No habían avanzado una cuadra por la huella del tractor cuando los perros bravos se trenzaron con los de las casas en feroz disputa territorial sin que pasara inadvertido para los habitantes de la casa. Más que suficiente para que asomara en la puerta principal un sagaz anciano, escopeta en mano.
_ ¿Quem voce é? gritó a modo de advertencia.
_ ¡Joaquim! Eu sou, el general Celeste, respondió el desterrado.
_ ¿General velho? Bem vindo de volta.
_ Me acompaña un amigo, pedimos permiso para pasar.
_ Conhecendo un amigo de un amigo tudo se torna mais fácil.
Karaí Guasú, passem na sua propia casa.
Un muchacho suspendió sus quehaceres en el destripado motor Bedford de una vetusta camioneta “Indio” y vigiló los pasos de los recién llegados hasta que el abuelo portugués los recibió como a familiares, honrando a uno de los visitantes como Señor Grande, en la lengua apropiada en tierras americanas. Bajo la copa raleada de un aguaribay, un alazán malacara y dos motos japonesas con gomas dentadas reposaban ajenas al veloz trajín de la aledaña ruta 102.
_ Gracias amigo Joaquim, dijo el general mientras echaba pie a tierra y se estrechaban en un abrazo.
_ Buenos días señor, dijo más distendido el cazador, Francisco Cruz para servirle.
Pero su ojo bueno se obsesionó con el arma de Joaquim, una escopeta portuguesa con el cañón nielado en oro y la inscripción “Arsenal Real do Exercito-Lisboa-1803”, una reliquia que llevaba las marcas del arcabucero Jacinto Xavier.
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Al fondo de la casa un parral brindaba sombra generosa considerando esa época del año, y los racimos de un verde intenso y menudo comenzaban a poblar los zarzos. Unos pasos más allá, Margaida, una belleza morena y lejanísima descendiente de o avo Joaquim vigilaba el horno de barro que humeaba aromas a chipá. 
Es de adivinar que Joaquim fue un soldado fiel al general velho, que lo acompañó en triunfos y derrotas hasta el final; rumbeando siempre al Norte, al exilio, doblemente desterrado cuando se alejó de las tierras gauchas de Río Grande y más luego, de la Banda Oriental y Entre Ríos. Siempre al Norte, con las carnes tan doloridas como intactos los sueños federales.
Allá como otros pocos elegidos, el portugués bebió la poderosa tisana para encomendarse a evocar la gesta patriótica del doctor Francia y de los López. Serán diferentes, habían pronunciado los chamanes, para ser padrazos de los humildes y humildes portavoces de historias poco conocidas o tergiversadas por los curas y los doctores, al servicio antes de los Borbones y después de los aliancistas y la corona británica.
Memoria manchada de crímenes que a la noche corporizaba desvelos y pesadillas en el sueño de muchos principales, carcomidos por la culpa y los estupefacientes durante el día, consumían sus vidas dispuestos a pagar cualquier precio para borrar su origen, y olvidar los crímenes de sus padres y de los padres de sus padres. A cada amanecer hacían votos, incluyendo a los agnósticos, para que un dios los liberase de sus pesares y para ello, acusan las esposas desairadas o las hijas maltratadas, no dudaron en hacer pactos con el diablo. Los estigmas del mal estaban presentes en algunas habitaciones en forma de velas retorcidas, o hierros para marcar a los antiguos esclavos, como los símbolos indescifrables tallados en los dinteles. Otros allegados, emborrachados al influjo de la luna, afirman sin piedad que los principales son el mismísimo satanás.
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Después, al bienestar de la sombra y libar con grapa y limón por los nuestros y el honor de las visitas, el portugués habló.
_Como se habla entre compañeros, dijo el anciano, por tanto tiempo desencontrados y vueltos a reunir, más que por un derecho adquirido de hombres libres como salir y entrar a un país, como los que por años deambulan y un día por azar se rencuentran con los recuerdos recuperados en la voz amiga del otro.
El reencuentro en un viaje permanente que cobra sentido en el aire salobre que se respira o deteniendo la mirada esperanzada en los más jóvenes portadores de sueños frescos. Sino, oliendo la tierra húmeda predisponiendo al descanso eterno, al retiro honorable que a los inmortales les era vedado…
Y no precisamente un viaje más como podría suponerse, una elección prosaica entre una mejor o peor oportunidad de empleo, o hacer un jugoso negocio como arguyen los cazadores de fortunas apostando a los fondos de pensión o al mundo soja. Una vez más intuían que iban al reencuentro de la memoria y fin de un viaje al principio…
_ Sabias palabras paisano y celebro el reencuentro entre camaradas, dijo el general.   
Dime Joaquim  ¿cómo ves tú las cosas en nuestra patria chica?
_ Tenemos un resbaloso y contradictorio asunto, dijo Joaquim rascándose la calva con la palma de la mano, malo para los productores de la campaña aunque jugoso para los intermediarios. Nada nuevo.
Mi general velho, con pena a pesar mío y la desazón de los nuestros debo anoticiarte que nuestro gobierno respetuoso por demás del dios Mercado autoriza la importación de ajos de China y cebollas blancas de Argentina, zapallos y yerba del Brasil, bananas del Ecuador y vista gorda con la marihuana que baja de Paraguay; pero la peor de todas las calamidades, si cabe, son los prestamistas extranjeros que exigen como contrapartida su libra de carne para saldar las deudas contraídas. Pretéritos mercaderes venecianos y modernos traficantes  financieros que no conocen límites a su avaricia, sin importarles los daños causados ni penar por las penas que sobrelleva nuestra gente por su causa.
Este es el cuadro de situación, mi Karaí Guasú. La patria está en peligro…
Y esto que para el tonto puede parecer un asunto de chacareros, esconde la contradicción entre querer y no poder, la imposición del libre comercio sometiendo a los humildes como dañando el otrora prestigio impoluto del gobierno popular.
Canto de sirenas al que apelaron los principales desde el nacimiento de la república, pregón insidioso que vocean los licenciados y especialistas a sueldo, encandilando a los mejores de los nuestros que hacen de su candidatura en una boleta electoral o el nombramiento en un Ministerio un fin en sí mismo.
_ Esperemos la abundancia de los panes, dijo de modo enigmático el general. En el último trimestre cayeron los valores del trigo en los mercados de Chicago y Kansas para felicidad de nuestros panaderos y rabieta de los especuladores.
El portugués y el cazador de serpientes optaron por el silencio…

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