La Zaga Oriental 12 / Cuando dos elefantes pelean / Por Josè Ferrite

El Manifiesto.
La panadería bajo el sol del mediodía irradiaba una atmósfera cavernosa y agradable para los allí congregados, que en humano semicírculo observaban con variada dosis de devoción y recelo al hombre sentado frente a ellos, un general irreconocible con ropas de paisano, sombrero de fieltro y alpargatas nuevas. No había llegado solo, del taxi también bajaron Jaramillo y dos desconocidos.
Uno tan anciano como el general y con aspecto campesino vestía bombacha bataraza, una camisa desgastada y negra boina vasca. Buscó asiento en la esmirriada estiba de la harina y recorrió el lugar con mirada enturbiada como la de todo hombre ajeno a la ciudad, pero además incisiva como de quién no sabe qué espera encontrar. El general por pura formalidad lo presentó como un viejo camarada de armas sin barroquismos ni nada, apenas un nombre, Joaquim.
Josualdo por lo bajo certificó que era un portugués afincado desde tiempos inmemoriales en la Colonia Nicolich y pionero de generaciones de quinteros. Gente sacrificada si los hay y digna, cuando muchas veces carcomidos por la impotencia  terminaban dando a los cerdos la cosecha porque se resistían a ser estafados por los intermediarios del viejo Mercado Central.
El otro hombre denunciaba la medianía de la edad, espigado debajo de la ropa gastada que calzaba, de rústicas e inquietas manos como el ojo estrábico que mirando el techo no paraba de lagrimear. Acuclillado a la par del quintero armó un cigarrillo mientras avistaba a los presentes con afilada mirada de cazador.
Al presentarlo como Francisco Cruz, el general dio cuenta de cómo gracias a la gauchada de Cruz, fue rescatado en estado lamentable hasta ser guiado sano y salvo en la mayor de las confusiones; el cielo, dijo emocionado, era negro por la humareda de los incendios y la tierra ceniza como nubarrones, ¡como atinar, un humano derrotado por la falta de certezas salvo el amor por la patria, a escapar de la antinatural forestación!
_ Capitán Flores, dijo el general Celeste mientras atacaba un refuerzo de fiambre que le ofreció Lucy ante el asombro de la concurrencia por la inaudita nominación al murguero, después de la siesta daremos forma a El Manifiesto que se intitulará “La patria a mitad del río en el concierto de la barbarie global”. Dicho esto para a continuación, recomendar que deliberáramos civilizadamente sin anteponer cuestiones de divisas o apetencias personales como nos tienen acostumbrados en el Palacio.
Un poco más reconfortado por la ingesta pasó la mano por la larga  cabellera, eructó y agradeció a Lucy.
_ Hasta más tarde, se despidió frente al enmudecido auditorio que no salía de la sorpresa.
Joaquim y “Pancho” Cruz agradecieron el refrigerio que reservaron para más tarde dispuestos a  acompañar al jefe con el celo de quién vigila una gema extraordinaria, pero el general los conminó a descansar porque la jornada prometía ser larga y entre dimes y diretes ya había pasado el mediodía. Se recostaron como pudieron en la raleada sombra del fondo de la casa.
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Jaramillo empleó cerca de veinte minutos para tratar de explicar, inútilmente, que no lo movía la ambición ni el interés particular que no fuese aportar su esfuerzo, para que junto a los demás estuviésemos a la altura de las circunstancias.
_ ¿Qué podemos hacer nosotros con el asunto de los ríos? interpeló el murguero, sin contradecir al general, se entiende.
_ Farsante, se escuchó decir a don Tito.
Jaramillo tardó otros veinte minutos para intentar justificar sino esclarecer el nombra-miento militar, lo tomó de improviso y fue inconsulto por más que aceptara la orden del general, y que más allá de los argumentos y conveniencia que lo motivaron, él era ajeno a todo.
_ Ilusionismo muy propio de los murgueros, deslizó Clarisa de modo corrosivo.
_ Y de los militares, completó otro por lo bajo.
_ Seregni era militar, terció una voz femenina.
La panadería se impregnó de pronto de la atmósfera enrarecida de las mazmorras donde el aire viciado aturde la razón tanto como el silencio o el eco de puertas al cerrarse. Las palabras de Jaramillo resonaron hasta perderse en la boca del horno y las bandejas del estibado, y a su paso removieron un olor difícil de respirar y menos de ser reconocido.
Las murgas y los murgueros eran instituciones casi sagradas en el país de las cuchillas y el director de “La Milagrera Era” sintetizaba el sentir de multitudes en tanto con pasos afiebrados y ademanes grotescos sacaba a relucir el alma a los coristas, a los músicos y a los mismísimos espectadores. ¿Cómo proferir palabras hirientes contra alguien que era poco menos que un dios? que a cada noche de actuación trastocaba en un bálsamo lo que fueran los endiablados días vividos durante un año. Falsa divinidad que con artificiosa virtud devolvía el buen humor a los humildes, la sonrisa a los desahuciados, arrancaba una mueca a los escépticos y promesas de amor a las niñas vírgenes entre cánticos y acrobacias tribales, al ritmo de bombos y platillos, iluminados por la luna llena y las luces malas que enmascaradas en satélites espías vagaban por el cielo al promediar las once y media.
La respuesta no se hizo esperar, cosas de la democracia directa…
_ Debería medir sus palabras don Tito, discúlpeme que le diga pero su condición de jubilado no lo habilita para decir lo que se le venga en gana, ofendiendo, dijo Clarisa de mala forma, peor fama y sin pelos en la lengua como acostumbran acreditar los trabajadores callejeros.
El viejo hombre cayó en cuenta que sus palabras fueron mal interpretadas por la improvisada asamblea barrial, nutrida en su mayoría de jóvenes cuya memoria y experiencia no pasaba de unos pocos años de estudiantina o descubrimientos al calor de trabajos eventuales o veranear diez días en Florianópolis o el camping de Santa Teresa; ya era tarde, sus dichos habían resultado inoportunos.
_ Me disculpo porque quise decir, insistió imperturbable, que no se llegaba a capitán o comandante de la noche a la mañana sin tener la instrucción suficiente, la base teórica necesaria y el compromiso sin medias tintas por una causa noble. En puntilloso calidoscopio dejó traslucir el derrotero del Che Guevara y Sendic “el viejo”, de Prestes y Fidel y tantas mujeres silenciadas en la historia oficial como Isidora Altez.
Recuerda ahora, bendita memoria que regresaba, qué para el general rebelde el frente de guerra era la lucha contra la desigualdad y las causas que la generan.
No quedaba más que esperar a que el general Celeste se levantase de la siesta.
_ Acepten mis disculpas, dijo don Tito, a mi edad lo único que me fastidia es la espera del día para cobrar la jubilación y los discursos politiqueros, convengamos que el compañero Jaramillo no fue claro al respecto y sólo trató de justificarse. Interiormente sabía que este tiempo era de ellos y quizá por eso lo escuchaban con cierta desidia. El jubilado cargaba sobre la espalda un lío de cosas pesadas, conteniendo recuerdos olvidables y malasangre atribuible a los traidores. Por la recurrencia al olvido, achacable a su maltratada memoria se consideraba un solitario arrinconado en el infame lugar de los que miran y deben callar.
_ ¡Qué no le viniesen con la idea de formar un consejo de ancianos! rezongó de modo inentendible.
_ Me parece, que el asunto de los puertos es un asunto rarísimo porque según la Buendía preocupa a los principales hasta el punto de concebir la posibilidad de una gresca con los porteños, que fue lo que yo oí mientras trabajaba en el salón que da a la calle Florida. Digo esto como un mozo que era, yo no soy traductor ni intérprete pero entendí que era mi obligación parar la oreja, confesó Líber con orgullo profesional, entonces le avisé a Jaramillo para que avisara al general Celeste a quién tuve la suerte de tratar personalmente.
Es anecdótico pero les cuento, el general descubrió el hielo tarde… ¡Cómo disfrutaba tomar una ginebra bien fría en las narices de los principales!
La intervención de Líber tuvo el efecto de un sedante que propició una mirada más sosegada sobre los verdaderos motivos de la reunión en la panadería, lo que dio  lugar a la mateada y la distendida espera.
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El amor y la guerra en los tiempos del chikungunya.
Con ojos tristes del malcomer observaba los escarceos amorosos de Amoroso  y Silvina, la muchacha corista de la murga “Queso Graso” que siempre tenía presente en tonalidades azuladas, (contrariando la burda hipótesis bicromática que los humanos suponen de nuestra visión reducida al blanco-negro). Adoro a la bella ofreciéndome restos de fiambre o granos de alimento balanceado; por esto último llegué a odiarla, pero pronto restablecía mi ánimo cuando me dirigía palabras dulces y rascaba mi testa o nuestras lenguas se encontraban en húmedos besos abreviados o cuando ella hundía impúdicamente sus gráciles dedos en mis costillas y yo contraatacaba mordisqueando sus orejas hasta hacerla destornillar de risa. La bella hacía de la promiscuidad un arte carente de pecado, simplemente licencioso en la acepción de los tres tomos del diccionario de la real academia que duermen en el estante; como también decir que lo nuestro resultaba enfermizo y repugnante para la vecina del uno, nostálgica viuda que a los cincuenta regocijaba escuchando pared por medio. Ambos sabíamos que lo nuestro era una aventura extrema, marginal, entre dos especies diferentes que se reconocen amistosamente desde las civilizaciones del Nilo y aun antes, pero lejos de aceptar ese despotismo pequeño burgués que implica la relación del amo, la mascota y el veterinario. La comida chatarra y la ciencia aplicada acabarán más tarde o temprano con los nuestros, y si un consuelo tenemos los canes es que marcharemos al holocausto junto a los humanos, entre los mamíferos, los grandes responsables del desastre medioambiental.
Amoroso no era humano, era distinto a los demás porque no trabajaba salvo el eufemismo de escribir y desde hacía un tiempo ni eso; le publicaban sus artículos en papeles de mala muerte, en un pasquín semanal que insuflaba el estado de pánico a los lectores y el regocijo malsano que despertaban los charcos de sangre fruto de la violencia callejera. El muchacho tampoco estudiaba porque ya lo había hecho, como tantos otros jóvenes una vez terminado el liceo cursó dos años de periodismo, para posteriormente desertar y adjuntar a su Currículum Vitae algunos cursillos emergentes a un país marítimo como el nuestro, “Hinterland Portuario”, “ABC del Comercio Exterior”, “Nosotros y la China”. Amante de la diversidad y cultor autodidacta, supo coleccionar revistas de la cultura cannábica y abrazar la religión Rastafari.  En definitiva, para los cientistas sociales no estudiaba pero trabajaba temporalmente, suficiente para encuadrarlo en la columna de los ocupados, un tipo de desahuciados en el capítulo de los ni-ni. La sociedad moderna tensa las relaciones entre humanos al punto de la indiferencia porque algunos tienen vedado el acceso al básico consumo, como yo y otros tantos cánidos hermanos a degustar un hueso oloroso o algunas achuras jugosas.
Por caso, mi compañero de apartamento Amoroso Tresfuegos, flaco amante enviciado de Silvina la muchacha nómade que va de un amor a otro, aunque ni Amoroso ni el contador público sospechasen de su propia existencia más allá de la materialización en un perro mestizo bautizado “Malevo”. Agradezco y me enorgullece el bien intencionado reconocimiento de la madre de Tresfuegos, oriunda de Sarandí del Yí, al poeta Osiris Rodríguez Castillo.
En definitiva, he pintado en azulados un cuadrado pasional del que no puedo sustraerme, tal mi grado de obsesión que no remediarán sicólogo canino ni veterinario alguno. Amoroso y la muchacha siguen en lo suyo ignorando mis bajos instintos e inclinación al voyerismo.
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_ ¿Cómo imaginás una guerra entre porteños en los tiempos del  chikungunya?, preguntó de imprevisto al hombre desnudo, que arto del clima tórrido de la calle enfrentaba la ventolera fría del equipo de aire, recostado en un sillón estilo Berger con un vaso de whisky al alcance de la mano.
_ No imagino una guerra con nadie, minimizó Marchese, salvo como se acostumbra ahora a una guerra verbal, a una guerrilla de enunciados principistas, a denuncias difíciles de comprobar por más amenazas veladas o improperios que se invoquen para el caso del uso de los ríos. Sin el acuerdo de los gobiernos es probable elevar el litigio a tribunales superiores, como la Corte de la Haya, pero en definitiva no hay posibilidades, al menos razonables de que estalle un conflicto serio.
_ Bueno convengamos que las guerras se sustentaron desde la sinrazón…
_ ¿Y sabés por qué?  Por qué los operadores portuarios belgas, chinos o filipinos en cualquier parte del mundo, incluyendo el Río de la Plata, hacen graaandes negocios en cualquier tiempo, sean de paz o de guerra… con razón o sin ella. Además, cultivan el milenario arte del comercio y saben muy bien que la primera batalla es sobornar a algunos funcionarios, incluyendo a veces, un primer ministro, un rey o un presidente.
_ Lo tuyo parece un resumen contable, pero tratándose de asuntos de soberanía adolece de la pasión y el espíritu charrúa que nos caracteriza, dijo la muchacha dispuesta a defender sentimientos más que razones.
_ ¿Qué bicho te pico amorcito?, la soberanía es un bien a cuidar pero convengamos que la mayoría de las veces se enreda en sofismas que hace las delicias de los televidentes de Medios & Medios, se entiende, siempre y cuando no sea tiempo de carnavales, o fútbol, o la retrasmisión de los programas de Tinelli que acapara la atención de las multitudes.
Y del espíritu de los charrúas, podía mantener vigencia en las causas federales en tiempos del general Oribe, pero la historia académica y tú eso lo conoces bien, lo sepultó en el olvido. Con la ayuda de los intendentes porque que yo sepa no existe monumento en esta ciudad que evoque las premisas del sistema federal.
_ Te equivocas cariño, no existiría sueño de Patria Grande sin raíces federales que nutriesen parecida visión y sentimiento común de Montevideo a Caracas, de Río de Janeiro a Guayaquil, dijo ella mientras servía dos scoch.
_ Gracias dijo él, mientras besándose tres dedos le soplaba un beso con reminiscencias cortesanas, tal hiciese Casio a la bella Desdémona en la infecta ciudad mediterránea.
¿Puedo continuar? no hablo de historia, ni de murguistas, ni de la peste.
En los tiempos del  chikungunya no existen las guerras en términos clásicos, pueden producirse invasiones o bombardeos con drones, puede un día promoverse movilizaciones ciudadanas procurando bondades de signo democrático y al otro día capitular por la intervención de fuerzas multinacionales o mercenarias en medio de la perdidosa guerra civil. Para entonces la primaveral democracia cede el control de los pozos petroleros, el progreso humano cae ante las ciudades destruidas y las enfermedades acompañantes.
No hace tanto, basta recordar las masacres en Gaza, en Colombia o en Siria.
Nuevas corrientes migratorias son posibles, continuó Marchese, y los campos de refugiados alimentan la fe a miles de miles de desplazados, simultáneo al despertar de los sentimientos xenófobos en el país que los cobija, porque el primer síntoma son los trabajadores más baratos y sin derechos. Está atenta a las noticias sobre la violencia racista en Alemania o Inglaterra y después si tú quieres  hablamos de los avances de la civilización global.
   _ Las armas y los medicamentos, el gran negocio de todos los tiempos… dijo ella.
   _ Y finalizado el conflicto, la reconstrucción, las inversiones, las deudas…
   _ Para regocijo de los banqueros, dijo la joven.
   _ Y de los contadores, amorcito.
No imagino por ahora, dijo Marchese, guerras por los dragados ni la navegación de los ríos… pero otros podrían desembarcar con intenciones non sanctas,  con la pretensión de controlar el agua potable, o especular con las semillas modificadas, o recalar una armada extranjera en nuestras playas… como la pérfida Albión en las aguas del Atlántico Sur.
De esto no se habla en la mesa de los principales… ellos sólo esbozan la primera plana de Medios & Medios para golpear sistemáticamente al plexo hepático del ministro, como el boxeador que maneja los tiempos de la pelea.
Pero Silvina y Marchese sentían apasionadamente las cosas involucrándose cada uno a su buen entender y saber. Terminemos con esto, dijo uno de ellos.
De la guerra pasaron sin escalas a la pasión, a recorrer el mapa corporal del otro con el celo de un buscador de tesoros,  aspirando vapores de whisky como se inhala el aire frío del océano, enredándose en las sábanas acartonadas por el apresto, amándose, reviviendo después de cada lapso de frenesí amoroso hasta caer emborrachados en las tinieblas del sueño con las primeras luces del día.
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_ ¡Está pronta la comida!, dijo Silvina una vez armados los refuerzos de pan lactal, jamón, manteca  y rebanadas de tomates.
_ ¡Irresistibles manjares! festejó Amoroso apoyando dos latas de cerveza sobre la mesa y un sachet de mayonesa.
“Malevo” con la actitud expectante de su especie participaba del buen humor de los jóvenes. Caviló que las alegrías del mundo, después de todo eran color añil.
_ ¿Depende una guerra de la voluntad popular? ¿Se opta por el sí o no a la guerra dividiendo aguas como en la baja a la imputabilidad de los delincuentes menores de edad?
_ Nada de eso, dijo el joven periodista, las guerras se desatan por intereses en pugna, entre mafias entramadas en las instituciones, entre corporaciones poderosas. Aunque en ocasiones, se escuden en sentimientos religiosos o un partido de fútbol, como hace años ocurrió en Centroamérica.
_ ¿Entonces para vos no existe la posibilidad, aunque sea remota, de que se arme cocoa con los porteños? insistió ella.
_ ¡Qué decís! preguntale vos a tu marido que él sabe, a mí no me invitan a la mesa de los principales… dijo estableciendo un imaginario muro fronterizo con el otro.
El alto riesgo a nivel regional, dijo el joven periodista, está que en la “Libertadores de América” se crucen en semifinales Peñarol y River Plate… Nacional y Boca Juniors. ¿Se entiende?
_ Sos un flojo, no tenés una opinión formada sobre un asunto que es tapa de Medios & Medios o tema central en el programa de Jessica Buendía ¿Qué clase de periodista sos vos?
_ Periodista independiente, respondió Amoroso con acicalado orgullo.
No abundó sobre el particular, pero si existía una zona sensible en el cuerpo global esos eran los puertos, un pequeño territorio de apenas unas manzanas dónde unos disputaban jirones de soberanía y otros el dominio comercial. Las tensiones, en todo caso se dirimían en los Mercados de Valores de unos pocos países y las ríspidas disputas no traspasaban el staff gerencial de los grandes bancos. Banqueros y financistas, inversores y militares participaban de un prodigioso y letal juego donde los ganadores eran infinitamente pequeños en número y los perdedores, bueno…
En todo caso, cavilaba el muchacho, históricamente los puertos son cabeceras de puente de los intereses extranjeros en la extendida disputa comercial. ¿Qué son sino los contratos de dragados, las concesiones para operar los puertos, las banderas de conveniencia en los mástiles de los buques mercantes? ¿Cuánta carga de contrabando mimetizada en los trenes de barcazas? ¿Qué otra cosa que jugosos contratos y deudas contraídas por las nuevas obras que exigen para ser parte de…?  
_ Te quedaste mudo, dijo ella, buscando reconciliar los términos de la charla.
_ Me aburren las guerras…
_ De cualquier forma amorcito, dijo ella con ironía, me encanta tu síntesis del mundo.
_ Tengo vocación pacifista y al decir del proverbio africano: “cuando dos elefantes pelean el que pierde es el pasto”.

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