Ir al contenido principal

La Zaga Oriental 13 / Josè Ferrite


   Esto es lo que vamos a hacer.
Era la segunda reunión en una semana que convertía nuevamente a la panadería de Lucy en el epicentro que mereció la atención de los vecinos ante un asunto raro, inusual. La lectura del Manifiesto casi al cierre de la última asamblea había generado las más variadas interpretaciones, pero como era de esperarse, el general Celeste separó la paja del trigo, puso en orden las cosas de modo jerárquico y estratégico, lo principal en un casillero y lo secundario en otro, más luego con verba arcaica dio unidad a las partes con sentido totalizador. Como también recomendar no faltar a la reunión del último jueves de noviembre, dicho esto poco antes de emprender el regreso a la quinta de los portugueses. Se justificó aduciendo dificultades para viajar porque los empresarios de COPSA, la empresa de ómnibus, se declaraban asfixiados y al borde de la quiebra por culpa del Ministerio, quejas y reproches a la que los galaicos locales acostumbraban recurrir con crónico  oportunismo.   
El jueves en cuestión, Lucy de puro comedida leyó el acta de la última reunión, más que por exigencias reglamentarias porque era una ayuda de memoria para todos, y en particular, para reafirmar el compromiso asumido.
El temario propiciaba el tratamiento de modo civilizado de: 1) Centralizar la información en un lugar inviolable como la memoria; 2) Designar para organizar un campeonato de truco y una rifa a don Tito y Pachi, ambos de constatable espíritu lúdico; 3) Nómina del grupo explorador y preparativos de viaje a los muelles de Buenos Aires con carácter de urgente y secreto.
El redactor del acta de ese día fue dejando constancia en voz alta lo escrito en la pantalla de la Notebook, empezando por los asistentes: el general Celeste, don Tito, Lucy, Silvina, Lucho, Clarisa, Pachi, Líber, Josualdo, Joaquim, Cruz y el capitán Flores. Totalizando trece compañeros reunidos en el día de la fecha, en la panadería de Lucy y contando al que escribe, Amoroso Tresfuegos.
_ ¿Trece? dijo Lucho mientras orejeaba las barajas de una mano imaginaria.
Los acontecimientos se precipitaban contagiando a los reunidos con veladas señales de nerviosismo, por eso el número trece invocado por Lucho no pasó desapercibido y fue suficiente para producir sentimientos y reacciones encontradas, como encender un cigarrillo o extraviar la mirada en el techo de cinc, preguntar la hora o cosas por el estilo.
El general pidió la palabra.
_ El punto uno puede parecer impreciso por ahora, pero será importante a futuro. La información deberá ser analizada, encriptada y reenviada al capitán Jaramillo en tiempo y forma a determinar según cuadre. Pongo a consideración de nuestra gente la conveniencia de designar al capitán como responsable de la “Imponderables de los Ríos y Asuntos Anexos”.  
Pancho Cruz revoleó un ojo creyendo no entender, pero si lo decía el general…
La caótica deliberación sobre el particular, donde primó la sana sorpresa y el desconcertante análisis subsiguiente, en el que no faltaron impresiones personales ligadas a los carnavales, ni sospechas infundadas sobre la persona del director de “La Milagrera Era”, puesta a votación dio como resultado un empate en seis.
El mensaje subliminal advertía de la costumbre que cultivaba Jaramillo cada viernes, cuando una vez finalizados los ensayos se desmoronaba en los brazos de Dionisio, el dios del vino, como para caer en el delirio místico. Seis expresaron su disidencia a coro,  por ser un inestable director de murga y amigo del buen beber ¿podía quedar a cargo de qué?
_ Voy a zanjar la paridad votando por la afirmativa, dijo el general de modo ladino.
Tengan a bien pasar al punto dos.
Don Tito pidió la palabra para agradecer la confianza que le dispensaban, considerando los alcances sociales que generaba un campeonato de truco, dicho esto porque intuía que muchos vecinos rompiendo las rutinas y el voluntario encierro en sus casas, se reencontrarían en la panadería de Lucy con sus iguales; hemos retrocedido dijo el anciano, y recordó a los presentes que hacía más de dos décadas que los comités políticos de base agonizaban por la indiferencia de los doctores o el simple cierre por falta de pago del alquiler. Como los bares de “minutas y copetín al paso”, arruinados o agonizantes como la mayoría de sus antiguos clientes, como las bibliotecas vacías desde que las computadoras se adueñaron de nuestras vidas, concluyó con resaca de nostalgia mal curada.   
Pachi, agradeció pero dijo que haría uso de la palabra en su calidad de peluquero decano en Barquisimeto y la Avenida, restando importancia al supuesto desvarío lúdico que le adjudicaron. Puso énfasis en la importancia de una rifa que despertaría el interés del barrio y zonas aledañas, porque un sorteo revitaliza la esperanza comunal y da lustre a la fama de timberos de los montevideanos, afianzando con ello el sentido de la mismísima existencia. De su parte, comprometió que la peluquería, menos los lunes, sea la caja de resonancia capaz de eclipsar la rifa de los estudiantes de arquitectura. Denlo por hecho ¡los recursos económicos están asegurados! En la próxima reunión, si a usted le parece bien don Tito, podemos traer los talonarios numerados del 000 al 999 con los premios detallados y el valor correspondiente.
_ Aprobado, dijo alguien no identificado.
_ ¿El juego paga impuestos?
_ Pasemos al punto tres, sugirió Clarisa que reconoció la provocadora voz invisible.
El silencio se extendió por el lugar como preámbulo a una acción que resultaba, por lo menos incomprensible. ¿Enviar un grupo de improvisados espías a la Argentina?
_ Puede resultar extraño para las gentes simples el preámbulo de un conflicto en ciernes,  dijo el general, del que nada sabemos a ciencia cierta salvo por los rumores de Medios & Medios y en atención a eso, el primer paso es disponer de información veraz. He de reconocer que desde la Guerra del Chaco paraguayo-boliviano no aconsejé a nadie, lo que explica la mesura de mis actos… tampoco intervine en guerras intestinas porque…
Pancho Cruz pidió permiso, al tiempo que en auxilio del viejo general recitaba:
(espacio)
“Los hermanos sean unidos,
Porque ésa es la ley primera.
Tengan unión verdadera
En cualquier tiempo que sea
Porque si entre ellos pelean
Los devoran los de ajuera”.
(espacio)
El recitado del poema gaucho quedó anudado en la garganta de los jóvenes que no atinaban a discernir tamaño embrollo, rondaban la generación de menos de treinta años y habían nacido en días de democracia, si se quiere herederos contaminados de pactos espurios y cuarteleros, componendas de partido, pero este era su tiempo. Inseguro si se quiere, afanados en vivir cada amanecer a pura intuición e ingenio, haciendo esfuerzos sobrehumanos por las condiciones de la patria marginal que les tocó en suerte.
Dicen los manuales de uso que somos un pequeño país prolífico de grandes sueños,  capaces de resistir los avatares de este tiempo como propensos a soñar los sueños de otros…
_ Somos jóvenes y no tenemos dinero ni futuro, se escuchó a la voz no identificada.
_ A muchos de nosotros nos asaltan las dudas, habida cuenta del conocido filosofar de  políticos con cara circunspecta que pregonan macanas en “El desatino de la brújula” sobre los parabienes sociales como resultado de la política del Ministerio, dijo otra voz.
_ No debería existir preocupación alguna, intervino el general, es tradición que en el país de las cuchillas los espías y los jefes mueran de puro viejos. Se arrepintió de haberlo dicho por su condición de inmortal, pero ya era tan tarde.    
El punto tres no fue de tratamiento fácil porque los argumentos en un sentido y otro eran atendibles aún en los tiempos cruciales del chikungunya, uno a uno fueron haciendo sus descargos de no ser aptos para tal compromiso, o al contrario, entendiendo la hora de asumir la urgente misión. Resquemor a dejar el asunto de lado, no tanto por la incertidumbre que implicaba como por los prosaicos y variados deberes que cada uno tenía, situación que el general zanjó pidiendo un grupo de voluntarios, pequeño y convencido, de movimientos ágiles y mirada sagaz como los paisanos indios del Cerro Vichadero, antiguo departamento Tacuarembó.
_ No irán a la buena de Dios, dijo el guerrero, asegurando que tenían contactos fiables en la orilla occidental para cumplir el objetivo encomendado al capitán Flores en dos cartas firmadas por su puño y letra, en sobres lacrados y entregados en mano.
De no haber suficientes voluntarios, dijo con prosa adusta, tiraremos los naipes a suerte y verdad… al que le toque espadas que vaya preparando la mochila.
Lucy sorprendió a todos diciendo que en la panadería con uno no era suficiente y que los chicos podrían colaborar con el padre. Dicho esto dijo estar dispuesta a ir de buena gana.
Lucho no tuvo otra que callar para no cantarle las cuarenta a su mujer, pero le pareció una traición que no lo hubiese puesto al tanto con un poco de anticipación. Desde que nació el primer hijo no habían tenido medios para salir ni solos ni acompañados, salvo las escapadas a la playa, capaz por eso... Pensó que el cambio de moneda era favorable a nosotros y la Lucy ya tendría en mente la compra de ropas y championes para los chicos en las tiendas de Once o La Salada. Sabía de lo que ella era capaz.
De cualquier forma, su mujer le había sacado un peso de encima porque nunca le gustó viajar, tanto era así que en su vida llegó tres veces hasta el Río Negro en el camión frigorífico y por obligación. Sí le hubiese gustado viajar en ferrocarril pero cuando él nació sólo se encontraban las vías muertas, así que de buen talante se ofreció en los ratos libres a echar una mano en la organización del campeonato de truco.
Si Líber se postulaba a viajar, ella como que se llamaba Clarisa, se lo impediría a viva voz y públicamente defendería a su hombre, considerando que la Lucy no era de confiar y Lucho, desde hoy sería reconocido como un redomado cornudo hasta el fin de sus días.
Pero Líber fue al grano y expuso su situación para excusarse de participar en la avanzada expedicionaria, confesó que le gustaría y mucho, pero después de las reformas en el Ministerio estaba prendido de un hilo al trabajo y recordó a quienes lo conocían bien, que tenía tres pequeñas bocas que alimentar, lo que no era poco decir…
Amoroso contó las peripecias cuando su vecina del dos le encomendó llevar un relicario a Buenos Aires. Soy un periodista independiente, aclaró, que nunca había hecho algo por los demás hasta esa ocasión, y entonces de pronto descubrí que el dolor y la memoria pueden cristalizar un acto de amor. Para mi vecina del dos fue el fin de la espera y el renacer de la esperanza. Algún día les contaré los detalles de cómo para felicidad de la anciana había culminado la angustia interminable que genera la Ausencia.
Estoy dispuesto a ir si de algo sirve, dijo mirando a Silvina.
Todos centraron la mirada en la joven mujer y la voz oculta se compadeció a media voz del infeliz y desconocido Marchese.
Silvina ignoró el desatinado comentario, tanto como los pensamientos que en el mismo sentido estuviesen rondando en ese momento por algunas cabezas, y como tantas veces no le importó un comino.
_ A Amoroso lo acompañé aquella vez y también en esta circunstancia estoy dispuesta a no abandonarlo, dijo dulcemente la amante sorprendiendo a más de uno.
El general miró de reojo al portugués y sonrieron confabulados.
_ Yo también me anoto, dijo Josualdo sin preámbulo y a sabiendas que no dejaría solo a Jaramillo.
No tanto por la empresa en la que se embarcaban, sino porque las sociedades con su amigo murguero siempre implicaban una dosis extra de adrenalina, aunque la mayoría de las veces estos emprendimientos terminaban a pérdida. No sabía ni le interesaba nada relacionado, no ya a los ríos sino al agua misma, se duchaba ocasionalmente por obligación y el whisky lo tomaba puro. Pero en esta ocasión lo atraía una fuerza indefinida que parecía augurar algún evento de naturaleza portentosa. ¿Cuál sería el impedimento que justificase la deserción de un veterano como él, acosado por la soledad y la tos?
_ ¿Alguien tiene una aspirina? preguntó.
Clarisa en uso de la palabra por más de diez minutos, resumió al final que eran todos unos dementes y manga de irresponsables, más propio de murguistas o políticos de baja estofa que de gente de trabajo, instando a los presentes a repensar con sentido común lo que decían la Jessica Buendía o los escribas de Medios & Medios en torno a una imaginaria pelotudez.
_ Nosotros podemos estar equivocados, dijo la joven madre, explicando a su modo que teníamos buenas razones para no entender cuál es la raíz de la cosa. Dicho esto, a propósito del bombardeo de datos que las encuestadoras volcaban, de modo cercano a la infalibilidad, en relación a las elecciones venideras y las chances de los candidatos, pero que posteriormente para contrariedad de las consultoras, la realidad desmentía.
_ Tan errado como los pronósticos meteorológicos, azuzó la voz oculta.
_ Mis disculpas general, yo me voy a casa y el que avisa no es traidor, dijo Clarisa dirigiéndose a los reunidos con énfasis callejero y el fastidio pintado en la cara.
Líber respaldó a su mujer y detrás de ellos salieron don Tito y Pachi con la euforia que pueden portar dos sexagenarios con un objetivo que los desafiaba; detrás de ellos, Joaquim y Cruz también se retiraron de la panadería pero a parlamentar sobre el meollo a partir de ahora de la estrategia del general Celeste, mientras fumaban en la vereda frente a la mirada llorosa de los ancianos que paseaban sus perros esperando alguna novedad.
El general interpretó el desaire de la muchacha a la rareza de lo que se traían entre manos y era atendible considerando los tiempos que corren, podría certificar con buena pluma que como otras veces las derrotas no habían pasado en vano…
Qué distinto hubiera pensado ella, suspiró el general, en las jornadas que conllevaron el éxodo tierra adentro, al norte en larga caravana de carretas, arreos de miles de cabezas de ganado e incendios a retaguardia hasta alcanzar el campamento del arroyo Ayuí que había instalado nuestra vanguardia; porque muchachas como ésta dijo al recordar a Victoria “la payadora”, nos sorprendieron gratamente cuando pusieron manos a la obra a la par de sus hombres y aunque no lo encontró con la mirada, supo que contaba con el testimonio deJoaquim, el viejo camarada de armas.
El general Celeste miró en derredor, entrecerrando los ojos porque ya no vislumbraba el futuro como antaño, se frotó con parsimonia las manos al modo de los paisanos cavilando si las utopías no serían cosa del pasado… para después de un silencio expectante y significativo decir con el convencimiento propio de un jefe:
_ Esto es lo que vamos a hacer.

Comentarios

Entradas populares