La Zaga Oriental 14 / Por José Ferrite

_ “¿Cómo es posible que no te informen con exactitud?
Bjork levantó las manos.
_ He sido jefe de policía el tiempo suficiente como para
saber lo que pasa en este país. A veces me dejan de lado
a mí, otras es al ministro de Justicia a quien engañan, 
pero la mayoría de las veces a quien no le dicen más que
una ínfima parte de lo que realmente está sucediendo es
al pueblo sueco”.

“Los perros de Riga” Henning Mankell





  


   Terminal Tres Cruces, anochecer del miércoles.  
   No sabían bien por qué, pero en las vísperas de la partida los nervios estaban haciendo estragos entre el grupo expedicionario. Anochecer de un miércoles lluvioso, el día D, iniciático para los espías que habían convenido reunirse en una confitería de la Terminal de Ómnibus.
Amoroso vestido con la ropa prestada por el hijo del vecino del seis buscó una mesa apartada y eligió concienzudamente sentarse en un lugar en penumbras. Ante la mirada interrogativa de Josualdo el joven periodista se dejó llevar por algunos episodios referidos al crimen de la Plaza Zitarrosa, que regresaban a su traicionera memoria. No era la primera vez que Amoroso Tresfuegos tenía miedo de sí mismo.
_ Llegué a tener conocimiento, no importa ahora la fuente dijo mirando al murguero, de las andanzas de un joven perseguido por sus crímenes y su conciencia, Juan Galván; un individuo a quien conocía en demasía Pancho Cruz quién, como supe después, lo escondió por un tiempo prudencial en el asentamiento de Kilómetro 401, a la vera del Río Negro.
Como parte de la investigación periodística registré en un grabador SONY de mi propiedad tres reportajes. Uno al cazador, si se quiere el personaje más interesante por el innato estado de barbarie, que a primera vista cuando yo lo conocí podría confundirse con un Anangu australiano; después de la reticencia inicial logré entrevistar al estanciero Primo José, amo y señor  de “Cuatro Ombúes” que a no dudar, dijo bajando la voz, es el sujeto más temido en las cuchillas del noreste; y el tercer testimonio resultó de un individuo campechano que bien encuadraba en el arquetipo del comisario de pueblo chico.
Continuó relatando como el temible muchacho que dio origen a la investigación periodística, y a quién él no conoció personalmente había eludido repetidas veces a sus perseguidores, amén de haber estafado a una banda de estafadores que se juramentó a eliminarlo poniendo precio a su cabeza: dos kilos de la mejor cocaína boliviana.  Por eso Juan Galván buscó refugio en el monte y allí permaneció por dos o tres años si mal no recuerdo, hasta que un día cualquiera fue descubierto por el cazador de serpientes en una de sus recorridas.
_ Continua que esto me interesa, dijo Josualdo mientras cebaba.
_ Posteriormente, cuando los hechos resultaron impredecibles para ellos y absolutamente lógicos para los otros, los agentes de “Delitos Globales” los cercaron a ambos en medio de la nada y las crecidas del Río Negro. Y una vez más Galván escapó de milagro.
Les estoy hablando, dijo el enteco periodista e investigador tardío porque primero fue principal sospechoso del crimen de la Plaza Zitarrosa, de mi experiencia personal y de los destinos colectivos concatenados a la diabólica forestación.
Ni Jaramillo, ni nadie del grupo perdían una palabra de asuntos tan desconocidos como extraños para los montevideanos.
_ Espacio misterioso habitado por criminales y estancieros. Gentes de mirada huraña que en su mayoría desconocían la existencia del mar como de la brújula, arrumbadores de textos castristas como cubistas, esbozó Amoroso de modo automático como en la escritura dadaísta.
El criminal Juan Galván en cuestión, o Camilo Muros como lucía en la tarjeta del uniforme de “3Cruces Security”, después de un largo y sinuoso derrotero iniciado a los doce años desde que se fugó a la salida de la escuela para a partir de allí, deambular por la vida haciendo azarosos negocios, algunos tan mafiosos como jugosos. Acompañado en ocasiones de otros malandras aunque por lo general trabajaba de forma independiente, para terminar crease o no vigilando las salas de espera y puertas de esta Terminal.
Y a poco, espiando de modo sistemático y artero, que a fin de cuentas ese era su trabajo, descubrió y siguió los pasos de la muchacha  de la que se enamoró perdidamente gracias al zoom de 400. Una preciosura empleada como vendedora en la Librería Occidente, dijo Amoroso acompañándose con un ademán, allá al final del hall.
A partir de ese momento, el relato que exhibía las extravagancias propias de un inquieto periodista fue despertando la curiosidad de los otros. No llamaba la atención que el desaliñado muchacho hubiese conquistado el corazón de la mujer de Marchese, como que los hijos del país despertaran a cada aurora especulando con sucesos reiterados donde la violencia era el sujeto principal, en la populosa Montevideo, las solitarias playas o el norte profundo. Episodios policíacos reñidos con la tradicional bonhomía de nuestros pobladores, a quienes ya nada les resultaba reconocible ni ya nada los sorprendería…
   _ Casi nadie, apuntó Silvina, se digna mirar el otrora paraíso de los nórdicos como lo hicieron muchos en la generación de nuestros padres.
   _ Jaramillo comentó con desgano que todos estábamos involucrados en cambios, nos guste o no, sustentados con prepotencia salvaje y ni pizca de humanidad.
   _ Buenas noches, interrumpió el mozo, ¿qué van a servirse?
   _ Un café con leche y un tostado, pidió Lucy.
   _ Café, para mí, dijo Silvina.
   _ Agua sin gas, solicitó Amoroso.
   _ Café, pidió Jaramillo.
_ Para mí una aspirina y una grapa, dijo Josualdo mientras cebaba mate frente al silencio reprobatorio del mozo.
_ Continuá por favor con las peripecias de ese sujeto, dijo intrigado el capitán.
_ ¿Dónde se ha visto a un delincuente prófugo de la ley empleado en seguridad privada? interpuso Lucy acosada por la confusión.    
_ De Camilo Muros mejor no hablar, pero viene al caso porque nos están espiando, dijo el periodista preso de escalofríos, mientras desviaba la mirada en dirección a los led de las cámaras de video. Aunque lo vi caer malherido en el momento del atentado, a pasos del Cementerio Central, recién pude interpretar quién era realmente Juan Galván a partir de las conversaciones reservadas que convenimos con su mujer, Antígona.
_ ¿La vendedora de libros?,  preguntó Lucy.
_ Sí claro, respondió Amoroso.
_ ¿Vos fuiste testigo de un hecho criminal?
_ Más que testigo me vi involucrado por una mano negra como el principal sospechoso, lo demás fue una obra maestra de la mentira sostenida con argumentos falaces por un abogado y sus secuaces, más el auxilio de los forenses y expertos en criminología que revisan en “Inteligencia Paralela”.
_ ¿De qué estás hablando? indagó el ex convicto mientras arreglaba la cebadura.
_ Lo que oyen, cientos de cámaras de video registran nuestros pasos, leen el movimiento de los labios y perciben gracias al zoom los mínimos gestos que denuncian nuestras caras.
_ ¿Amorcito no estás algo paranoico? dijo Silvina.
_ Dejalo que hable, dijo Jaramillo recurriendo a un mix de flexible director de murga con el rango de jefe expedicionario.
_ Ustedes saben, continuó y para mayor cautela se cubrió la boca como acostumbran en los salones parlamentarios o el director técnico que da instrucciones al ayudante de campo, nos acostumbramos no a un sistema impuesto sino admitido como necesidad, un juego malévolo de vigilar al otro y saberse aceptadamente controlado, ensayando con delgados hilos el ejercicio del poder de vigilancia y delación, al unísono, en una relación a todas luces infecta.
_ ¿Qué es lo que no estás entendiendo? preguntó Josualdo. Alguien ideó este sistema de control de personas, otro manipula las cámaras y un tercero recoge los cheques. Lo aprendí estando encanado. Al fin de cuenta, resulta un control socialmente aceptado, naturalizado gracias a los malabares de Medios & Medios que disimula un jugoso negocio apelando a la  peligrosidad de las calles y el resignado convencimiento de que todos estamos en peligro.
_ Parecería que nos quedamos sin memoria… dijo Jaramillo de modo enigmático.
_ No sólo me refería a las cámaras de la Terminal, replicó el periodista, mi advertencia es al uso masivo y venal del teléfono celular, que además de la comunicación interpersonal introduce a los desprevenidos al mundo infinito del entretenimiento o a la exhibición licenciosa en las redes de una multitud de fotografías sin alma… ¿Se entiende?
Sino, lo más común, observen al hombre o la mujer celosos… o a los manipuladores del otro.
Si la intención de Amoroso era llamar la atención del pequeño auditorio, el efecto no pudo ser peor. Uno cruzó las piernas en un acto reflejo, otros intercambiaron miradas al ojo de las cámaras, alguien apagó el teléfono de manera automática y enajenada.
Silvina sonrió conociendo el pensamiento enrarecido de Amoroso, obsesionado por un mundo que se precipitaba al compás de los cambios como para responsabilizar más que al clima, al comportamiento humano en la repetición de gestos y rituales, desde la solitaria hipocresía al enamoramiento por los productos electrónicos donde pensar era la ausencia percibida en grandes y chicos. A veces lo del muchacho, cavilaba ella, era más un monólogo delirante por la ingesta salteada y el consumo de bebidas energizantes.
_ A lo nuestro, dijo Josualdo mirando a su amigo.
_ El general Celeste me entregó dos cartas que paso a leer, cumplió en informar con algo de resquemor. Para el capitán todavía estaba fresca la bataola desatada en la panadería de Lucy.
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Carta en mano N°1.
Colonia Nicolich.
Quinta de los portugueses.
Verano tempranero, al alba.
Capitán Jaramillo Flores:
Unas breves líneas difícilmente puedan dar cuenta de la pasión que lleva a nuestros voluntarios a desplegar todas las artes de los espías al occidente del Río Uruguay, con el afán de cumplir los objetivos enunciados oportunamente en el Manifiesto.  Partimos al tanteo buscando conjurar un endiablado asunto del que ignoramos su esencia, quiénes son mentores del fárrago informativo, quiénes pugnan por leoninos intereses, quiénes ceden cláusulas contractuales a cuenta de los bolsillos del pueblo. Como no sea camaradas, que abordemos la cuestión con la paciencia y meticulosidad de los paleontólogos y el azar a favor nuestro, contribuyendo con la excepcional bajante de las aguas o un alud que deje indicios de pretéritas formas de vida, de vestigios que nos permitan separar la paja del trigo en los asuntos de las vías navegables y el contrabando.
En una palabra, no podemos creer al pie de la letra la columna editorial o las notas con la firma al pie de licenciados pacotilla a que nos tiene acostumbrados Medios & Medios. En este sentido, he pedido ayuda a los muchachos delParaguayo Independiente, el diario de D. Carlos, porque la mirada de los trópicos ayuda a comprender situaciones o eventos trastocados, típico de los rioplatenses. Estamos con Joaquim a la espera de noticias veraces, en un lugar reservado donde se contactará Líber cuando las circunstancias lo ameriten y donde  analizaremos la información. De ahí se deduce el invalorable servicio a la patria de las dos columnas expedicionarias como para delinear los próximos movimientos tácticos. Ya lo hemos hablado y consta en el Manifiesto, que el objetivo de la expedición es táctico e imprescindible, entre otros, para encaminarnos con una estrategia que nos conduzca a una relación de paz y fraternidad. No nos interesa comerciar a costa de la guerra y los desastres concomitantes.
Ustedes saben, para mí es vivir con una herida abierta, vagar sin redención cuando los gobernantes pusilánimes cedieron al extranjero por unas sucias monedas, estas pampas y cuchillas, a estos ríos y mares, a poblaciones enteras, aborreciendo nuestra única bandera, la de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Ustedes saben que desde los remotos tiempos del coloniaje español prosperó la semilla del Maligno entre los orientales ambiciosos y serviles que buscan afanosamente, durante toda su corta vida si es preciso, agradar a los principales al precio que sea. Incluso con actos de traición a la patria.
¡Díganmelo a mí! Desterrado a la medianía de la edad…
Mi mensaje es inequívoco: deben observar, escuchar y callar sobre las manifestaciones de los hombres de tierra y de mar, en particular de los almirantes extranjeros, porque vuestra misión es sólo el preámbulo de acciones inteligentes que conlleven al triunfo de la causa.
Lo escuché en boca de un soldado peruano, causa, kawsay, “el sustento de la vida”.
Que no nos confundan la pureza de los uniformes engalanados ni el engañoso mesianismo de las proclamas. ¡Mucho menos la retórica de políticos adocenados por pactos espurios!
Pretendemos llegar al meollo de los asuntos portuarios, considerando que las atendibles y lejanas razones esgrimidas por el general portugués Lecor, bandeirante establecido como gobernador de Montevideo y autor apócrifo del Manuscrito 513, se empeñaba con justa razón en cobrar impuestos a los principales con medidas ejemplares.
Asunto que salvo la lección moral, resultan insuficientes en los tiempos de la última globalización.
Que el Altísimo los bendiga en auxilio de nuestra patria.
Suyo el general Celeste.
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