LA ZAGA / 15 por Por José Ferrite


El sendero de Zun Tzu.
Jaramillo dobló la carta leída y la guardó en el bolsillo interior del saco.   Saco verdeazulado que a juicio de Lucy era una prenda de vestir realmente horrible propio de la estética murguera más característica, una observación espontánea por la que recibió algunas miradas de velada censura. Era un verdadero desafío no trasponer la frontera caliente en lo que atañe a los derechos de la mujer y Lucy era de caminar, literalmente, al filo del abismo porque muchas veces Lucho no facilitaba las cosas. A ella le gustaban los desafíos y solía recordar que siendo una niña jugaban a caminar por las grandes obras en construcción al menor descuido del sereno, un juego donde la frontera de la diversión era el peligro al borde de los cimientos inundados o subir a los pisos rayanos con el horizonte.
¡Qué fastidio! Jaramillo hablaba y ella distraída.
La carta resultó un latigazo de realidad y a más de uno lo tomó desprevenido, la cosa iba en serio y el viaje a Buenos Aires cobraba a partir de ahora una dimensión desconocida  que el general Celeste concebía como una patriótica e impostergable misión. Solamente Josualdo y Silvina, dos memoriosos como el viejo Funes, acostumbrados a las rutinas de la facultad o de la prisión, recordaban algunas pocas referencias del Manifiesto que permitían vislumbrar secretos mensajes como conceptos sublimados de Sun Tzu extraídos del milenario “Arte de la guerra”. Del episodio referido al general Lecor nadie tenía idea y mucho menos, interpretar cabalmente los pesares del general por los infortunios del destierro.
_ ¡Qué dilema! dijo Amoroso, para que hombres como ellos mantengan la serenidad necesaria, aludiendo al general y al quintero, que se saben inmortales pero con la carga de haber perdido la única cualidad que tenemos los humanos, distintiva de los animales que desconocen la hora del final.
El general y los elegidos sí saben que deberían morir, pero están condenados a vivir eternamente…
_ Saben o no… intervino Jaramillo obsesionado en ese punto, los animales criados y engordados para llegado el momento subir por la rampa del matadero, ellos sí saben, empujados y picaneados uno tras otro, intuyendo la aproximación al final, sedientos y con las babas colgando de los belfos, oliendo la muerte del martillo neumático a cada golpe fulmíneo, para inmediatamente…
_ Pará Jara…
_… desollarlos con manos prestas y con la sierra eléctrica hender las carnes calientes para después del breve aserrado, convertirlas en media res colgada de un riel. Entonces otras manos hábiles con afilados cuchillos descuartizan pulpas y sustraen achuras codiciadas para ser presentadas en el  “menú a la carta” de parrillas y restaurantes.
Las mejores carnes seleccionadas se adecuarán con destino a la exportación.
_ Pará un poco, insistió Josualdo.
_ Pero existen otras máquinas diabólicas que transformarán los infames recortes vacunos en pasta para hamburguesas y frankfurters,  que adecuados en vistosas cajas poblarán los freezers de los supermercados.
El capitán había desvariado sobre la intuición de los animales a la muerte inminente, que de algún modo, propició una atmósfera de temores ocultos o de incomprensión entre los demás.
Era cada vez más extraordinario que un oriental no hubiese pasado o conocido un caso cercano, de eventos violentos con “el saldo lamentable” diría Medios & Medios, de heridos graves y muertes impensables.
Afuera continuaba lloviendo y a los nervios iniciales del grupo se agregaba una sutil y afiebrada certeza de que las cosas no serían sencillas. Era sólo eso, pero el malestar generó el pedido de más café.
Josualdo prefirió cebar mate no sin antes ingerir dos aspirinas.
Entonces Jaramillo preso de la excitación  dio cuenta de la otra carta.
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Carta en mano N° 2.
Las Acacias.
Panadería de Lucy.
Verano tempranero, después de la siesta.
La ciudad de los porteños en errante y bulliciosa actividad ha roto sus propios y naturales límites que no se extendían más allá de la casona de los Lezama al sur, la avenida Santa Fe y los bañados aledaños por el lado norte, el oeste era una frontera difusa entre los mataderos, cementerios y la inabarcable planicie pampeana; la única entrada civilizada a la ciudad daba al río, amarronado y de traicioneras aguas. El arribo de buques mercantes y de guerra, ingresaba contrabando y aventureros de toda laya. A veces, contando entre la tripulación y pasajeros a portadores de escorbuto, advirtiendo del peligro con una temida bandera. Sino, el desembarco de los difusores del orden calvinista o la masonería  teñían de extranjería a los porteños, en su mayoría descendientes de otros barcos.
Eso explica la avidez y desarraigo de hombres y mujeres que poblaron los rústicos poblados coloniales para posteriormente dar paso a los principales y su clase, afianzada en los progresistas enclaves comerciales de las redes imperiales. Por caso, los principales de Buenos Aires y Montevideo cuyos dobles apellidos, a falta de abolengo, todos conocemos.
La gran aldea ha mutado, hoy día es un laberinto enquistado en cuadrículas infinitas que se extienden por leguas de rutas y autopistas de La Plata, capital de la provincia bonaerense, al Delta del Tigre; del pueblo de Luján hasta morir en las aguas bajas y turbias del Río de la Plata. La población mestiza ha ganado la partida y hoy Buenos Aires es una típica ciudad latinoamericana. Los principales y su progenie son una minoría escondida en aisladas urbanizaciones campestres.
Capitán Flores sugiero que viajen en dos grupos capaces de pasar inadvertidos en aquella metrópolis, modalidad que nos permitirá espiar sin otro objeto que procurar información delicada, máxime tratándose de los asuntos que generan pingues negocios al alto comercio. Ándese con cuidado, los gauchos y compadritos son hábiles en el arte del facón casi tanto como los nuestros, los paisanos orientales. Cuídense de no tomar mate en lugares públicos porque serán detectados de inmediato, mucho menos referirse al fútbol rioplatense porque por cada simpatizante de los nuestros ganarán cien adversarios y que como usted bien sabe, cada match de fútbol genera enemigos irreconciliables. Con respecto al zorzal criollo sugiero manejarse con mucha prudencia.
No piensen que carezco de elementos de análisis, desde hace tantísimo tiempo han llegado a mis manos los últimos tratados filosóficos y teorías de todo calibre, es cierto, mi pobre memoria no ayuda pero puedo asegurarle que las convicciones independentistas las mantengo intactas y mi condición (como la del portugués) nos ha permitido desarrollar el don propio de los visionarios, el olfato inherente a un cazador urbano y el sentido de la economía como para no malgastar palabras. Un jefe, un capitán, deben saber medir sus mínimos gestos por el valor simbólico que encarnan, de no, uno se convierte… en un conferencista o un filósofo, en cualquier cosa menos en un estratega. Y en tiempos de globalización eso el enemigo nos lo hace pagar caro.
Le adjunto documentación apócrifa y pasajes, vía terrestre, para dos personas a Fray Bentos y Gualeguaychú. Juren por lo que más quieran, que desistirán de comunicarse por teléfono celular porque en ello va el éxito o fracaso de la misión. Tres usarán la vía del río, de Nueva Palmira al Delta del Tigre. Pueden viajar tranquilos, en la remesa de dólares para gastos no hay billetes falsificados.
Nuestra gente que reside allá hará contacto con ustedes oportunamente. A la voz “el viento sopla del río” corresponde la contraseña “y no trae nada bueno”.
Con la Justicia por causa,
suyo el general Celeste.
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Cavilaciones de Amoroso.
Lucy y Jaramillo estaban en los asientos once y doce, yo a cuatro filas detrás ocupaba el veintinueve, lado ventanilla. Habían pasado dos horas de la partida y los campos azotados por la tormenta sucumbían a la oscuridad. Resultaba un tiempo interminable que me remitía a pensar de modo obsesivo en Silvina y maldecir en voz baja haber aceptado estúpidamente separarme de ella, frente la mirada inquieta de la señora del veintiocho.  
   Josualdo no me quitaba el sueño, era un viejo al margen, murguista, con todos los fracasos a cuestas; perturbado por el realismo posmoderno y dependiente de los fármacos para atemperar el sinsentido de no tener un lugar en el mundo. Ni tiempo en la cuenta del haber, pienso que un hombre a los cuarenta y tres es casi un desperdicio humano, sin pizca de sueños ni por venir. Por lo que contaba, vivía en una inmunda pensión aledaña al Palacio Legislativo con el único atributo mientras tendía la ropa en la azotea, de observar a sus anchas la bahía afiebrada por el trabajo portuario y la serenidad de sus aguas.
En estos momentos ellos estarían camino a Fray Bentos, bajo la misma tormenta que no cejaba el ímpetu destructor materializado en una lluvia de hojas y suciedades.
Debía con honestidad, cuasi profesional en tanto periodista de investigación, reconocer que tengo miedo a lo desconocido. Convengamos que no me refiero a fenómenos para-normales como las centellas u OVNIS que caen o circunvuelan el cerro Batoví en las noches de verano. O como el lector desprevenido que es atrapado por un cuento de Alan D. Foster o Mario Levrero, digo miedo a la atmósfera de Buenos Aires, ciudad que visité una sola vez temiendo ser apresado por un entramado como el de la tela de las arañas, el entrecruzamiento de calles y el olvido, los pasadizos del tren subterráneo y los temores aflorando a cada puerta,  tornando vulnerable a los porteños como a los desamparados que pululan como zombis entre montañas de basura. Dudar antes de preguntar algo y obtener como respuesta una sonrisa forzada en el mejor de los casos.
La incertidumbre con el transcurrir del tiempo resulta asfixiante, aunque pocos lo noten y ya sea demasiado tarde cuando descubrimos que el sin sentido y el vacío nos toman por asalto; en cambio Medios & Medios recrea un mundo que consuela, aceptablemente confortable, feliz como inexistente… lo que la morfina al desahuciado.
Ella alejándose hacia el litoral en compañía del viejo Josualdo. Una certeza incómoda que me arrastra como las corrientes al náufrago en medio de la nada abrazando el miedo, ahogado en medio de la noche sin estrellas ni aurora.
La dispersión del objetivo, la información fiable, requería inmiscuirse en cada rincón de la ciudad, tanto que nos llevó a  ejercicios de concentración al modo de los monjes budistas, capaces de internalizar el cosmos; o como jugadores de alta competencia regidos por planes tácticos, férrea disciplina, la abstinencia sexual como consigna y las respuestas monocordes típicas de los que nada deben opinar. Salvo asuntos concernientes a su vida íntima. Eso vende.
Había estado inmerso en ese limbo circunstancial cuando escribía para “Calles de Nadie”. Para los jugadores estrella el móvil es lograr triunfo tras triunfo superando sus propios éxitos, hasta figurar en la lista de los más ricos del país junto a los hacendados y los prestamistas; en cambio, para nosotros los informantes que me gusta como espías no, el desafío es dar con la información mínima y necesaria que permita, aunque más no sea, elucubrar sobre los posibles alcances de un complot o conato bélico en el Río de la Plata.
Jaramillo fue al grano cuando al deconstruir las cartas del general, dio algunas pistas a los expedicionarios, al decir que los roces y dimes y diretes nacionales escondían la puja por los negocios de los ríos y los puertos, que el mapa de la disputa en cuestión era mucho más abarcador que el del Río de la Plata, para finalmente, decir sin convencimiento que para el general la guerra era una posibilidad. No lo entendimos cabalmente, desde que vivimos en una región relativamente tranquila. Hoy día las armas y los combatientes pueden provenir de cualquier parte, sentenció con mirada emborrascada de viernes. Yo lo asocié a los narcos.
El fantasma de la guerra en Ucrania, la península de Crimea, el puerto de Sebastopol y el Mar Negro, eran noticia en las pantallas de los televisores distribuidos estratégicamente en el hall de la Terminal y las confiterías. Y nuestra ignorancia sobre esos asuntos era total. Las fuerzas de paz en Haití habían resultado para nuestra bandera un descrédito gratuito… bueno, gratuito no, muchos intereses ocultos justificaban la presencia de soldados multinacionales en la castigada isla.
Asumía calmosamente que extrañaba a Silvina pero la noche detrás del vidrio resultaba por demás atemorizante…

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