LA ZAGA / 16 . Por José Ferrite

Josualdo, el que cavila.
La ruta a Fray Bentos soportaba estoicamente la erosión de los vendavales,  el sobrepeso de los camiones cargados de rollizos rumbo a las industrias y el olvido del Ministerio que hacía del viaje una verdadera calamidad.
Si algo no llegaba a entender  Josualdo, el que cavila, sin discriminar a gente conservadora o progresista era el dar explicaciones saturadas de hiperrealismo y fantasías barrocas, quizá pretendiendo emular a las murgas en las nocturnas del Teatro de Verano, pero que después de años de repetir y escuchar el insulso libreto terminaron por sumirnos  en el descreimiento.
¿Cómo entender la fortaleza de la economía como dicen, con flacas industrias y  medios de transporte amputados, sin autovías esparcidas por los cuatro puntos cardinales, sin ferrocarriles trastocando con su metálico andar el mutismo extendido por el país de las cuchillas?
La muchacha dormía con la cabeza recostada en la ventanilla y los sueños conectados al mp4 y sospecho por lo poco que habíamos conversado, desbrozando el entresijo de emociones encontradas semejante al falso espectro de un calidoscopio. El ansia incontrolable de encarar un desafío inédito para una universitaria, o quizá no era nada de eso, salvo echar de menos a su esposo, como añorar la cercanía del otro, el desaliñado amante que viajaba en el otro ómnibus. Estado de ensoñación de la muchacha, mientras escuchaba “Soy pecadora” de Ana Prada, quizá evocando los éxitos de Marchese que él nunca atinó a sopesar en el devenir de una vida afortunada, porque está claro que el tipo no conoció otro modo diferente de vivir.
¿Alcanzaría la estudiante a considerar la presencia de la pobreza como algo real, a percibir las cosas opacas del apartamentito del amante, que para otros más desheredados que el periodista resulta un palacio digno de envidiar?
   Amoroso, el inquilino desfalleciente sin otra ingesta que un poco de fiambre, una cerveza y el aroma invasivo por todo el edificio de un cigarrito de marihuana que se quemaba.
¿Reconocería ella la riqueza acompañante al miserable periodista independiente? contradictoriamente gozoso, liberado de su madre pero deslucido en el papel del amante esclavizado a los caprichos de la muchacha.
¿Habrá mayor contradicción que intentar pensar en ayunas? se preguntó el que pagó con la cárcel e ignorando que pagaba en los años del internado.
Josualdo dejó a un lado los pensamientos sobre la muchacha y circunstancial compañera.
La desmemoria lo acosa como un dolor crónico, ineludible en los cuarentones.
¿Cuántas veces acompañé a Jara, mi amigo? se preguntaba. En las situaciones más disparatadas que pueda uno imaginar, como cuando armaron una murga en Villa García sin más instrumento que un silbato de referí y unas botellas de plástico por toda percusión. Con o sin el ridículo grado de “capitán”, nada iba a detener a Jaramillo, se conocieron en el liceo cuando tenían trece o catorce años y daba por descontado que nada ni nadie lo iba a desviar de su cometido.
¿Por qué embarcarse ahora, sin dinero por medio, en algo tan riesgoso? A mi modesto parecer, pienso que el general Celeste había tomado las cosas muy a pecho confundiendo lugares con calendarios, enfermedad recurrente de los inmortales  empecinados en viejas utopías que un siglo de gobiernos colorados se habían encargado de enterrar. O cuando haciendo caso omiso a la razón no dudaron en fragmentar a familias enteras, porque negado el pan muchos debieron marchar al extranjero. Otra generación había escapado a la persecución por su condición de opositores, so pretexto de convivencia con la guerrilla, o por comunistas acusados de sacralizar la revolución rusa.
A mi modesto parecer y en consideración al máximo respeto que tenemos todos por el general Celeste, la utopía dejó lugar a la parodia política, al consumo por el consumo mismo para generar un idealizado horizonte: el mercado libre a la hora de consumar el ideal de libertad, al decir palabras más o menos, del ex presidente y comentarista J. M. Sanguinetti una asidua pluma de la prensa seria de Montevideo y  Buenos Aires.
Y lo notable, a pesar de la oscuridad de esta noche, es que nuestros conservadores y progresistas suscribieron los enunciados neoliberales que antes habían hecho propio buena parte de la derecha y la izquierda europea. Entonces, piensa Josualdo, hasta dónde es un asunto patriótico, de ideas o de valores morales si la disputa es estrictamente, ni más ni menos, una riña entre mercaderes donde todo lo demás no importa. Incluida la gente.
Sí, lo habían advertido algunos especialistas, como lo consustancian los votantes a cada  contienda electoral que no son lo mismo unos y otros, dista de ser una propuesta o programa especular, son medularmente distintos a la hora de considerar a las personas como personas o vulgares cosas de feria, pero…  
Los principales disputan el control de los mercados, no virtuales sino concretos, de mercaderías, de soja y sudor, contrabando de alcaloides y muerte hasta lo que sea posible imaginar. Digo yo,  ¿cuál es nuestro lugar en el mundo?  O mejor ¿ya no existe tal lugar en el mundo?
Es una pesadilla ¿qué son los refugiados sirios sino víctimas propiciatorias de la guerra de baja intensidad, despojados de todo, hasta de lo que no pueden darle los Maristas ni el Ministerio en su transitivo asilo?
De qué primavera árabe hablaban los corresponsales de la CNN cuando la protesta ciudadana devino en guerras civiles, éxodos y miles de refugiados, a cada día una nueva invasión militar y apropiación de los recursos petroleros. Naciones que mutaron de diferentes regímenes a tierra ocupada por extranjeros y mercenarios. Tierras arrasadas invocando la libertad sobre una montaña de muertos. No seas malo…
¿Por qué será noticia un puerto de aguas profundas si Montevideo ya lo es? pienso, de que sirve otro puerto de aguas profundas aislado por donde se lo mire, en medio de caminos intransitables y dunas feroces, cuando el ferrocarril es una rémora de la niñez en la memoria de mi padre y salvo que, o salvo que todo se reduzca a un mineraloducto proyectado desde la mina al océano… y el gran puerto no pase de un embarcadero… pero a no dudar, generará otra deuda machaza para el pueblo uruguayo.
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Lucy entre el acá y el allá.
Afuera llovía y la visibilidad era escasa, apenas un resplandor artificial se desprendía del follaje y de las aguas encharcadas al paso del ómnibus de COT, mientras en su interior la mayoría de los pasajeros recostados en sus asientos denotaban una presencia ausente y silenciosa. Otros dormían inmersos en otra noche indescifrable…
Hacía apenas unas horas que había partido de casa y ya extrañaba a los chicos, sus gritos, sus reclamos, pero más me extrañaba a mí misma observando de reojo al jefe de una misión que no alcanzaba a comprender más allá de la desconfianza que despertaban los porteños. El abc escolar de las tensiones que venían de las épocas de Garibaldi o de los aviadores asilados en Uruguay después del frustrado bombardeo para matar a Perón, en palabras del abuelo. Pero en realidad el alerta rojo se enciende entre uruguayos y argentinos cada vez que juegan azuzados por las mafias del fútbol.
Jaramillo me parece un veterano interesante y me sorprendió con las defensas bajas. Qué significaba un tipo interesante sentado a mi lado, sin caer en la subrepticia e incómoda comparación con Lucho, hombre a quién conozco desde que jugaba en “los cebollitas” del Barquisimeto F.C. Han pasado diez años que vivimos juntos y puedo decir orgullosa que nos amamos como la primera vez. Allá somos felices con nuestros hijos… no importa cuán duro resulte convivir con un tipo duro.
Pero acá todo se da al pasar, en un lugar indeterminado y confuso sacudido por el vendaval. Me sentía inmovilizada al asiento acompañante de Jaramillo, cerca de extraños dormitando o padeciendo la pesadilla de sus existencias, o de tipos silenciosos que migraban o escapaban de la policía. Los más, retornaban a sus casas con mercadería de contrabando. Sólo así podría ocurrírseme pensar cosas desorbitadas a mis rutinas… pensar cosas impensables como que Jaramillo me resulta un tipo interesante.
Me moví en el asiento y temí interrumpir su descanso, miré el perfil afilado de su rostro, lo imaginé maquillado con las máscaras del carnaval y me inquietó no saber cuál era la verdadera personalidad que dominaba a un hombre como él, polifacético a la hora de aceptar desafíos, persuasivo con el otro y seductor con las mujeres porque tal era su fama. Ser director de una murga como “La Milagrera” tiene la compensación soñada por todo artista en el reconocimiento y el aplauso. ¿Pero qué motivación tiene para él este viaje? en que la razón aunque justa pudiese hundirlo en el anonimato de todo emprendimiento secreto. Sólo se explica su decisión por  la fe ciega en el general Celeste.
Muy distinto a la panadería, por lo secreto, pienso. Recuerdo que no se había terminado de enfriar la primera horneada y ya estaban los recaudadores del Ministerio pidiendo habilitaciones, declaraciones juradas y cuántas cosas más a un micro emprendimiento familiar, que apenas daba para la subsistencia de una familia porque rico nadie se hace trabajando.
¿Por qué no le cobran impuestos a los grandes, a los sojeros y las pasteras? Con ellos el Ministerio calla y otorga…
¡Qué calentura me da estas injusticias!
Él tiene condiciones para ser jefe, mostró carácter cuando señaló al periodista que su asiento estaba atrás, te tocó el veintinueve, le dijo. Y a mí me presionó apenas el brazo, el instante justo para que yo lo notara y me erizara de pies a cabeza como una tarada.
Al momento de aceptar unirme al grupo expedicionario lo hice desde la voluntad y con ello sobraban los argumentos y las palabras, pero íntimamente me atosigaba la adrenalina, no en la acepción de los médicos de la tele sino de los ladrones más audaces montados en temibles motocicletas. Desde entonces el frenesí me recorría y sellaba cada uno de mis actos, como cuando discutimos con Lucho de regreso a la casa por no sé qué implicancias desconocidas que rodeaban a la imprevista expedición, o cuando abracé a los chiquilines diciéndole que regresaría con regalos. O mientras se amaban con Lucho rozando los límites de él, siempre fiel al decálogo católico de lo prohibido, aun en la víspera de la despedida.
En el umbral, él en un acto de amor desesperado me advirtió con pocas palabras de los peligros para una mujer joven en un país como el de los argentinos, con malabares lúdicos propios de un jugador de barajas dijo que ustedes son cinco, ni cuatro ni seis. Cinco, según la Jessica Buendía dijo por cábala, como los cubanos presos que hacían inteligencia en Miami. El inoportuno comentario no me hizo mella y lo miré desafiante de modo tal que me sorprendió a mí misma.
Ahora tenía un poco de miedo, a decir verdad nunca había sido lo que se dice una mujer valiente, digamos como la Constanza, pero nadie nos podía negar la voluntad emprendedora, sin subsidios, cimentada en el esfuerzo codo a codo de mi esposo y yo.
Se habían casado por la iglesia, unión que puede resultar un anacronismo para muchos, pero entonces éramos muy jóvenes y la madre de Lucho había presionado ora sutil ora férreamente en ese sentido. Para la vieja, contemporizaba Lucho, en cuestiones de dogmas y rituales no hay razones que valgan.
Pero ahora tenía otros miedos, no por el hombre que dormitaba a mi lado con el ceño fruncido sino por el hombre que no había conocido en mi vida y que sin entender bien por qué, cosquilleaba deseosa en descubrir. ¿Qué sentido tiene hacer un viaje sino para atreverse a lo desconocido?
En un descuido rocé su pierna con la mía y me encendí nuevamente. Cerré los ojos y pensé que en el viaje habría un sinnúmero de posibilidades que hasta ahora había ignorado y eso me pareció un impensable descubrimiento. Miré los destellos de luz que al paso del vehículo capturaba el follaje ennegrecido, bajo la cortina de lluvia miré las luces zigzagueantes como las marquesinas de las grandes tiendas y el tráfico atascado en los accesos a la ciudad. Después de algunas horas atisbé las líneas del futuro.
Me dormí soñando que él acariciaba mi cuerpo y desperté cuando me decía: _ Lucy llegamos a Nueva Palmira.
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    Silvina, disquisiciones en la oscuridad.
Dejando atrás los controles de la aduana el ómnibus de Agencia Central rodó a mediana velocidad en dirección al puente internacional, atravesando un barrio de casas  bajas y ella, entre la lluvia que no amainaba, alcanzó a leer el cartel de un lugar de mala muerte:
“Welcome-BUZZIOS-Tervetuloa” “viski skotiannin”
La instalación de Botnia-UPM, la fábrica de celulosa, había conmocionado el lugar no sólo por el renacer de la logística y la esperanza progresista con reminiscencias de la época de Liebig, sino por el intercambio global que se presuponía aparejado a la empresa finlandesa; en primer lugar, las inversiones y los aportes tecnológicos para la obtención de pasta de celulosa, y como efectos colaterales, el idioma finés y las costumbres gastronómicas. Empezando por el exclusivo consumo de las huevas de lota, los entremeses nórdicos y beber karpalo vodka sin limitaciones de horario como sí ocurre en el país de los angustiantes crepúsculos. La inauguración de la planta se demoró más de un año porque los técnicos extranjeros se extraviaban bajo el estrellado cielo fraybentino, portando en una mano la botella de aguardiente y con la otra abrazando la cintura de una bella prostituta.   
Lo que al principio fueron unos pocos casos irrelevantes que motivó risas o comentarios de pueblo chico, a poco demandó el operativo sistemático de guardias entrenados en las estepas heladas, como después se supo gracias al suplemento “Elites & Globalización” de “El Observador”.  Conducían camionetas 4x4 con francotiradores y dardos ensopados de anestesia y perros adiestrados, para rescatar a los muchachos finlandeses de las lujuriosas trampas que les tendía el paisaje sureño.
Desde el norte, los inversionistas y los ejecutivos maldecían a los gauchos y al país de las cuchillas, considerándolos responsables y pasibles de juicios y resarcimientos económicos que abultarían los legajos en la OMC.
Este es el quid del asunto, enamorarse del litoral, escuchó ella decir a un funcionario aduanero mientras hurgaba afanosamente en su equipaje; los cortes del puente binacional y los paros del SUNCA*, eso es otra cosa.
(*) SUNCA sindicato uruguayo de los obreros de la construcción, a pie de página.
Silvina observó al viejo Josualdo dormido y no se preguntó que hacía ella allí porque siempre en su vida había actuado a pura intuición y sin arrepentirse de nada; es cierto que recibió algún revés por inexperiencia juvenil y cargó durante un tiempo desilusiones por amores no correspondidos, pero como contrapartida recibía de Marchese y Amoroso los mimos y la pasión que hacían de ella una mujer, a simple vista, envidiablemente diferente.
También se había equivocado como tantos otros y lo reconoció a su tiempo, pero nunca equivocado y traicionado como el gerontocrático Ministro.
Entrevió el futuro de Josualdo, viejo en un país de viejos con dirigentes casi centenarios de la mejor estirpe maoísta, no por ideología ni por el uso de ropa sobria y uniforme, como por expresar enigmáticos pronósticos más cercanos al horóscopo chino que al devenir político de los uruguayos.
Pero intuyendo imprevistamente bajo el repiqueteo de la lluvia contra las ventanillas, que los chinos pobres probablemente son tan pobres como los nuestros.
Escuché decir a Joaquím  el portugués, que el general Celeste está preocupado como en la víspera de la Batalla de Itapirú. Es que más allá de la inmortalidad se pierde reflejos como cualquiera y lo que más teme, negada la muerte, es no poder avizorar el único desafío valedero como es perseguir la utopía a como dé lugar, a sabiendas que todo lo demás es espera… Y en ese estado reflexivo especula que la mayoría de los que mandan, sin importar pelo ni marca están ciegos y sin brújula. Dicen que dice el general en sobremesas de pasteles y clericó, que “el norte del pueblo es el sentido común, el más escaso de los sentidos”.
Marchese sostiene como tantos, que el sentido común es el más burdo e invocado de los sentidos, y a las pruebas me remito decía citando a alguno de sus amigotes. ¿Qué bonanza puede alcanzarse sino no es con dinero contante y sonante o transferencias en dólares a un paraíso fiscal? ¿Alguien va a compensar el desgarramiento de unos y de otros que implica emigrar a países como Canadá o Australia o Finlandia?
Cuando Marchese punzaba con sus certezas nada lo detenía. ¿Qué persona de buen comer sin ser un sibarita, puede asar verduras y hortalizas y decir que te invita a una parrillada, como ocurre con nuestros “gauchos” en Madrid o Barcelona? ¿Qué sentido final tiene migrar a los Estados Unidos si cuando te detectan un cáncer tus ahorros se volatilizan en un santiamén y lo más probable es agonizar en el pasillo de un hospital? ¡Sentido común!
¿Y los que viven en Argentina? que apenas cruzando un río no pueden, en la acepción de poder, regresar más que como ocasionales visitas porque para los trabajadores nunca están dadas las condiciones para la repatriación definitiva, contradiciendo dicho sea de paso la edulcorada invitación del Ministro para que los desterrados regresen al país.
Entendé nena, me decía Marchese, la globalización barrió con el sentido común, sino como entender que en el país de las vaquerías las mayorías se alimenten de pollos y frankfurters, que los libros importados cuesten tres veces más en Montevideo que Buenos Aires que también es importador, que compremos ajos a China porque resulta más barato…
Amorcito, me dijo, no quiero hacer de esto un asunto etario… pero los viejos en este país ya dieron todo de todo lo que creyeron, incluyendo, lo no-creíble; basta comprender por otra parte que en ciencia e investigación, salvo honrosas excepciones, llegamos contra reloj y a destiempo. Como llegaremos tarde al negocio ultramarino sino ambicionamos contar con una pequeña flota mercante del país, aunque más no sea para roer una pequeña tajada a los monstruos marinos y comerciales...
La globalización del siglo XXI barrió con el sentido común, con la dimensión de recursos económicos léase suelos y mares, para pasar a la explotación de la luna en unas pocas décadas. Globalizar con la pretensión de barrer con el mercado tangible de las naranjas, la brótola o el papel moneda con una enmarañada red virtual que crea necesidades, créditos y deudas.
Y la histórica indefensión de los estados nacionales, parecida a la suerte de un condenado recorriendo el pasillo de la muerte o el que corre por su vida a sabiendas que la bala de su perseguidor lo alcanzaría un segundo después.
Visto así, había dicho descalificando el móvil del viaje a Buenos Aires, no habrá guerra de los puertos porque la guerra comercial se decide y manifiesta en otras latitudes, donde la gente camina sobre yacimientos de petróleo y gas como ocurre en Siria o Libia, nosotros de continuar así apenas reaccionaremos a los efectos colaterales y al desempleo sistémico. En este aspecto la globalización democratiza, los parados también inundan las oficinas de empleo en los países del norte…
Como fuere, tenga o no razón mi esposo, quiero recorrer y fotografiar Buenos Aires, la avenida de Mayo y los murales del subte E, viajar en taxi por Puerto Madero y los bosques de Palermo, observar abrazada a Amoroso las chatas areneras y las dragas de Jan De Nul, visitar la heroica corbeta Uruguay y tomar tragos en los bares aledaños al Luna Park. No pienso salir del hotel si el calor agobia.
Tengo tantas ganas de aprehender el mañoso oficio de Amoroso para superar mi pobre condición de escribidora de monografías para la facu, como para animarme a escribir dignamente algunas viñetas porteñas en mi diario de viaje. Mi duda es carecer de la ecuanimidad suficiente en mis impresiones, considerando opiniones destempladas como que los argentinos son todos unos ladrones.
O el diagnóstico de Medios & Medios: “A fin de cuentas, a los argentinos los desanima veranear en Punta del Este por la angustia de vivir sujetos a los caprichos de una presidenta que se atreva a firmar un decreto de cierre de las fronteras, así como puso de modo intempestivo un cepo al dólar. Peligroso para la libertad, tanto como para alertarnos sobre otro síndrome chavista en la región”
Estoy ansiosa por llegar dijo cerrando los ojos.

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