La ZAGA oRIENTAL19 / Por Jose Ferrite

 
 Delta del Paraná.
El delta salvaje llamaba a engaño por las intrincadas manifestaciones de la naturaleza, los caudalosos Paraná Guazú y Paraná Miní bajaban indiferentes a cientos de riachos e islas tomadas por ejércitos de insectos sino cubiertas por nubes de mariposas.     
Paraje exótico si los hay y lugar tradicional, recreo de los porteños según cuentan los isleños cuando don Faustino era presidente del país y los gauchos pagaban con sangre los artilugios del progreso.
En cambio, la modernización del delta atrajo a jaurías de inversionistas y a prófugos de la justicia, aun así, muchos principales vinculados a los negocios ilícitos gozan deambulando bajo el sol en urbanizaciones exclusivas, salvaguardados por la riqueza y el anonimato. Poco importa si portan pasaporte español o mexicano o de arabia saudí.
El Delta, a poco de recorrerlo es el típico paisaje fluvial con un puerto de lanchones y otro de frutos. Cientos de amarraderos por doquier, donde cada noche los isleños urdían leyendas, tantas  como los camalotes y los batracios que recalan de isla en isla al claror de la luna. Historias de canoeros nocturnos dedicados al alije y el contrabando de cigarrillos americanos eran las que más admiración despertaba, pero también abundaban las noticias rojas con el detalle de los crímenes pasionales que fueron tapa de la revista “Así”.
Otros relatos conocieron la imprenta. Novelas que daban cuenta de uno o dos remeros con un pequeño motor Villa en el fondo de la canoa, y que por una buena suma de dinero trasladaban sigilosamente por canales y arroyos a quienes tenían puesto precio a sus cabezas; algunos prófugos sentían que volvían a renacer al momento de confiar en esos hombres y mujeres que conocían los mapas estelares y advertían en el aire el ronroneo mecánico como para escapar a tiempo de las lanchas patrulleras de la P.N.A.
Para los espías no fue una sorpresa menor cuando escucharon, para los argentinos es vox pópuli, que los estancieros protestaban cortando rutas y los camiones tanques volcaban ríos de leche a las cunetas frente al lente de las cámaras de televisión, pero y eso sí fue una sorpresa grande, la vez que un trabajador rural dio fe que mientras eso ocurría a la vista de todos, de modo solapado transportaban en barcazas toneladas de cereales a granel para río abajo ser transferidos a grandes buques con destino a la India o China.
Nuestra incredulidad inicial fue saciada con amarillentos recortes de periódicos del año 2008, el año en que los estancieros argentinos una vez más perjuraron de la democracia con fidelidad histórica…
_ Tan extraño como curioso, dedujo Josualdo mientras conversaba con el jardinero de la casona donde se alojaban. El hombre del machete aceptó el cigarrillo, lo encendió con esmero y dio fuego al visitante antes de animarse a hablar.
 _ Los mismos estancieros que por entonces obstruyeron el paso en el Puente Internacional con un piquete que duró años… pasó un pañuelo por la frente y agregó, en verano tomaban sol y jugos sentados en sillas de playa, protestando gozosos; con los rigores del invierno los patrones mandaban a cortar la ruta a los peones… lo digo con propiedad porque tengo un pariente en Gualeguaychu que me comentó como era la cosa,
En la pieza, Josualdo le contó a Silvina lo charlado con el jardinero.
_ Primero, un paro agrario pero el transporte fluvial que lo desdice, dijo Silvina rumiando los ejes de una futura monografía; después denunciaron a la fábrica finlandesa instalada aguas arriba de Fray Bentos por el riesgo de contaminación pero no a las existentes en el alto Paraná.
_ Con la complicidad de Medios & Medios, dijo el hombre.
_ Resulta llamativo que los estancieros a ambos lados del río, después de la bataola que hicieron por las cuestiones ambientales, callaron sobre el uso abusivo de plaguicidas en la siembra directa.
_ Deberías pormenorizar cada conversación y las observaciones por mínimas que sean, te lo digo porque algo aprendí en mis días de reclusión. Como para llegada la hora informar a Jaramillo ni bien nos reencontremos, dijo Josualdo esta vez con una sombra de duda.
_ Que el encuentro sea pronto, deseó Silvina pensando en Amoroso.
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   El sindicato.
   El viejo hotel exudaba clandestinidad apenas cruzar la entrada.
Un hombre de mediana edad y mirada vidriosa leía Última Hora detrás del mostrador de la recepción mientras un niño bajaba la escalera con una bandeja y vasos, junto a una mesa ratona dos mujeres jóvenes fumaban mientras sopesaban sus negocios callejeros.
Los tres hombres también fumaban a la espera del jefe en el balconcito que parecía precipitarse sobre la fronda de la Plaza Uruguaya, balcón en el tercer piso a donde llegaba una apagada brisa proveniente del Río Paraguay pero que a los argentinos del sur les resultaba poco menos que asfixiante.
El motivo que congregaba a estos viejos lobos del río era delinear un plan de acción hasta en los pequeños detalles, sabiendo por experiencia que el azar podía jugar de modo avieso; otros asuntos quedarían en claro con la llegada del jefe porque sólo él confirmaría los alcances  acordados en la reunión con los de “Delitos Globales” en el puerto de Rosario.
En la primera etapa habían tramitado y obtenido el registro legal del sindicato con la venia del Ministerio, a poco habían alquilado un pequeño local en las inmediaciones del puerto asunceño, y por el momento, contaban con el apoyo ambivalente de la oficina de ITF.
El eje neurálgico del plan se asentaba sobre el tráfico fluvial en crecimiento exponencial desde que unas décadas atrás a los pueblos de la región los había tomado por sorpresa una revolución, verde como la llamaban, que invirtió los campos chicos en haciendas grandes y el consecuente desalojo de miles y miles de campesinos. Los triunfantes productores agroindustriales, de porotos de soja y aceite, no los necesitaban y era preferible, dijo uno de los principales, que fuesen a estorbar a las ciudades. Ahora, si pueden que le pidan ayuda a Lugo, dijo otro con sorna.
Inmediatamente, como los hongos al fin de las lluvias, se instalaron los muelles con silos y la ingeniería necesaria para operar con los buques de carga y las barcazas. Al tiempo que el río cedía temporalmente a la voracidad de las dragas, en algunas estancias litoraleñas los industriales establecieron modestos astilleros, que de alguna manera cerraba el círculo virtuoso de la producción granaría a escala global. De la contrapartida, especulativa y voraz se encargarían los exportadores, los fondos de inversión y los traficantes de pesticidas o alimentos, con los resultados previsibles…
Las compañías agrarias habían desplazado a otras actividades tradicionales y ello arrasó a los pequeños propietarios, carcomidos sin piedad por préstamos e hipotecas como las crecidas de los ríos a las barrancas que los bordean.
Pero, decían que el caos de los ríos generaba nuevas oportunidades, actividades lucrativas que los tres hombres siendo muy jóvenes supieron aprovechar a costa de la selva fronteriza, cuando adquirían combustible a bajo precio y transportaban en bidones amarrados a la canoa en las noches sin luna para vender del otro lado…
Ajustar detalles era impostergable en la segunda etapa, podía ocurrir que un buen negocio se escurriese entre las manos por culpa de terceros, o no acertar en el nicho de un negocio multidireccional que controlaban unos pocos. Todos ellos sabían aunque callasen, que ya no tenían edad ni más tiempo para sobrellevar nuevos fracasos.
El más joven de los hombres fue por cervezas y algo para comer.
Uno de ellos insistió en la analogía del río y la autopista. Existía la libre navegación y los controles y las artimañas para eludirlos; expertos de diez países calculaban la relación costo-beneficio según el trazado de las millas recorridas, la capacidad de bodega y la provisión de combustible barato; en qué punto geográfico radicadas las zonas francas y dónde los puertos sucios atravesados por leyes y reglamentaciones permeables, con el espíritu del siglo diecinueve. Insistió en no perder de vista que los ríos y las autopistas se rigen básicamente por la libertad de movimientos y eso a la postre, sería también para ellos la clave de las ganancias.
_ Repasemos las fortalezas de la explotación del negocio, dijo el otro.
_ Me dijeron que esta vez nada de bombas ni tiros, que los abogados arreglarían los entreveros que puedan saltar, intervino el encargado de traer las cervezas.
_ Mejor escucha con atención, le respondió uno.
_ Esto va en serio, tanto que cambiaremos por una vida de lujo asiático, sonrió el primero.
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Cuando llegó, el jefe fue expeditivo a la hora de resumir el estado de cosas.
Durante años había sido motorista y en las travesías por el río a bordo de un vetusto remolcador perdió la juventud a la par que maceraba la ambición. Mantenía el físico ejercitando en la máquina de remo que lo esperaba en el salón junto a la mesa de pool y la bolsa de arena en el subsuelo de sus casas; una en Luján donde vivía con su familia desde hacía treinta años y otra, en la casa de San Fernando donde vivía con Carmín, su secretaria privada. El jefe era un hombre fingidor, constatable a lo largo de sus dilatadas actividades sindicales y que de alguna manera, según las circunstancias, exacerbaba el convencimiento en su propia falsedad. A la medianía de la vida creyó poseer una personalidad avasallante y el poder suficiente que lo distinguiera entre los hombres ordinarios. La posibilidad de ser diputado por la provincia esta vez no se le escaparía. No renegaba de sus orígenes, pero prefería el bourbon al vino en cartón que en ocasiones compartía con los mersas en los quioscos aledaños al puerto.
_ Llegó nuestra hora, dijo a los tres hombres que lo secundaban.
El objetivo lo hemos conversado lo suficiente pero vale grabarlo en nuestro cerebro. La gente que trabaja, los empresarios, los viajantes demandan entretenimiento y diversión, el juego es el mejor vehículo para pasarla bien y para nosotros, la oportunidad de ganar mucho dinero como directivos asociados.
Todo por derecha, pagar impuestos da legalidad, respondió ante una duda.
El sindicato estará presente en los casinos flotantes, los restaurantes a bordo, en las piletas sobre cubierta, amén de la sala de máquinas y la timonera. Por ahora, dijo el jefe traduciendo con sencillez los complejos entramados del macro emprendimiento, en la primera etapa soslayaremos otros negocios tributarios al proyecto: como son los centros de aguas termales, las excursiones subacuáticas para avistar el surubí o la cadena de moteles en las islas.
Nuestra ganancia es estar en todos lados al servicio de los clientes, garantizando el funcionamiento de una maquinaria bien aceitada. Cruzaron miradas cómplices y sonrieron.   
_ Inteligencia, amabilidad y sobriedad será la medida de nuestro desempeño, insistió el jefe, después veremos cómo se presentan las cosas. Nos sobra experiencia y garantizar la seguridad de los extranjeros será uno, sino el principal cometido.
Es la principal preocupación de nuestros socios, contestó a uno de los suyos con aire benefactor.
_ A propósito, dijo el jefe, busquen un técnico para poner un par de cámaras de video en la puerta del sindicato, más que por razones de seguridad porque en estos tiempos es un gesto civilizatorio.
Trae otra cerveza bien fría, pidió al joven, ¡con esta temperatura de mierda! 
Los muchachos de “Delitos Globales” se comprometieron a garantizar su parte, la semana que viene nos reunimos con un juez y un fiscal y así pisamos sobre seguro. Nuestros límites, que me comprometí cumplir a rajatabla, es no incursionar con las drogas ni los servicios sexuales. Esos negocios están en otras manos ¿Está claro?
_ Cómo el agua, respondieron a coro.  
_ Los inversores del juego están. ¿Se acuerdan cuando les dije hace unos años de dedicarme a otra cosa? Antes de que me alcanzara la noche, antes de ser demasiado viejo.
Muchachos, llegó la hora. ¡Brindemos por nuestros ríos!
_ ¡Y por nuestro futuro diputado! desearon los muchachos.
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   La casona de Finisterre.
El puerto del delta cobijaba una flotilla de lanchas de clásico diseño, achaparrado a ras del agua, con servicios a horario y regidos por el temperamento del río navegaban conectando a los pobladores con las islas, a las maestras con la escuela y a cada uno con los quehaceres propios del lugar como el traslado de rollizos que proveía de álamos a los aserraderos de la zona. Pero las islas dejaban de serlo por absurdo que parezca, cuando las lluvias en Brasil provocaban crecidas avasallantes, que aquí, aguas abajo los isleños interpretaban como el enojo de los espíritus de los esclavos africanos.
Los ríos no se doblegaban fácilmente a los caprichos humanos, a las ramblas iluminadas en la margen de los pueblos, ni a los dragadores arañando su cauce y menos a las efímeras playas artificiales, una irrebatible evidencia de la naturaleza salvo para los expertos del municipio. Eran asuntos poco menos que incomprensibles para la gente de tierra firme y de allí la indiferencia o el prejuicio respecto a los isleños había un paso, pero éstos no se dejaban amilanar y sostenían a rajatabla lo que es desde tiempos ancestrales el derecho a convivir a su antojo con los caprichos del río.
La “Casona de Finisterre” contaba con un embarcadero que a simple vista no traslucía el porte del emblemático lugar, señorial en los detalles de la antigua mampostería enclavada entre el follaje como las ruinas centroamericanas, rodeada de riachos e inmune a toda hora de la algarabía de los paseantes dominicales.
Tío y sobrina repiten el ardid esgrimido al conserje del Hotel Dos Mundos al momento de solicitar por siete días, una habitación doble con camas separadas y biombo entremedio.
Consideraban sin mucho fundamento que una semana sería suficiente para escuchar algún rumor sobre la inminencia de la guerra o tomar nota del movimiento fluvial, en particular, los poderosos remolcadores de empuje con las barcazas amarradas y contadas hasta cuarenta, que bajaban o subían por el caudaloso río ondeando a popa las banderas de Panamá o Paraguay, ocasionalmente divisando el pabellón argentino y más raro aún el uruguayo, como constataron a poco.
Al margen de las anotaciones y dibujitos ilustrativos muy propio de expedicionarios y espías, Josualdo garabateó: “pedir con el debido respeto al general Celeste, su opinión sobre la libertad de navegación a la sombra de la extranjerización de las flotas mercantes, cuestión agudizada tras la guerra por el derrumbe de la nación paraguaya. Más que una opinión, que explique que va a pasar de aquí en más”. Y agregó con resabios galeanos: “los majestuosos ríos que ayer inspiraron a los poetas, hoy son sangrantes arterias comerciales que favorecen a los mismos personajes implantados en el estuario, al tramar el hostigamiento contra los gauchos federales”
A media mañana, el tío Josualdo entró a la proveeduría de “Náutica & Pesca” y no demoró en comprar los artículos que consideraba necesarios, una caña de colihue y otros enseres de pesca que justificasen sus horas de observador bajo la sombra de los sauces. Silvina por su parte, hizo una visita al pequeño y coqueto local de “Playas & Mallas” donde después de una hora de cavilaciones se decidió por dos bikinis diminutos, una capelina de rafia y un pareo de color azul electrizante. Sonrió al pagar con tarjeta y teniendo presente el tipo de cambio favorable y la devolución del IVA, mejoró su inmejorable buen humor.
Las lluvias de los últimos días habían disuadido a muchos visitantes que no toleraban imprevistos o modificaciones a las atractivas promesas de las agencias de viajes; ellos pagaban en religiosas cuotas como para tener derecho a exigir los cielos nocturnos tachonados de estrellas, las playas de arenas doradas y una mesa reservada a la hora de la cena-show, según constaba en el sitio web.
Silvina detestaba la pesca y optó por recorrer los senderos de la isla para llegado el atardecer zambullirse en las aguas turbias, caldeadas y excitantes del río. Al segundo día compró una máquina de fotos Nisato-digital a sugerencia del vendedor de “N & P”, un jovencito de ojos acuosos y piel salvajemente tostada, apenas vestido con unas gastadas bermudas y una remera con el logo de la “Isla de Finisterre”. Se sonrieron estableciendo un acuerdo de algo secreto y que por ahora ni sabían qué. Interesante pensaron al unísono y volvieron a sonreír.
_ Me llamo Juan Manuel, se presentó él.
_ Silvina, dijo ella al rozarle la mejilla con un beso.
La ventana de la habitación 8 se proyectaba hacia una prolongación de la selva, convertida en un pasadizo mágico por donde fluían los sonidos del monte y los pensamientos evocadores de las siestas estivales.
Por las noches, acompañada de Josualdo tatareaban a dúo con ritmos de candombe, ensamblado al coro invisible de ranas y la armonía rumorosa del Paraná Guasú.
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_Felicitaciones y gracias, dijo la muchacha de trajecito beige y un plástico abrochado al bolsillo que rezaba: LUCIA-MUCAMA. Llevaba el pelo recogido con una cinta y la sonrisa fresca como un emblema, la dulzura de su voz eclipsó por un instante la letanía de las chicharras embriagadas por el tórrido mediodía.
_ No entiendo, respondió Silvina algo sorprendida.
_ A mi pieza, dijo la otra con timidez, se cuela por la banderola la música que ustedes nos regalan por la noche.
_ Creímos hacerlo por lo bajo para no molestar. Lo siento.
_ Al contrario, dijo la empleada frotándose las manos, las voces humanas alegran este huraño lugar, créame si le cuento que usted es la primera visita con la que hablo en semanas…
_ ¿Qué tan escasos pueden ser los visitantes a un lugar paradisíaco?
_ Esporádicas, dijo sin perder la sonrisa, salvo en la temporada de vacaciones.
_ Eso me llamó la atención, el lugar tan lindo parece deshabitado, dije alentando la charla por la charla en sí.
_ Ya va a notar la diferencia, dijo por primera vez con voz insegura, estamos en preparativos para cuando nos visiten ellos…
   _ …
_ Gente importante, doce cubiertos en la mesa de los principales, dijo bajando la voz.
_ Por lo visto tendremos visitas, dije secundando a Lucía. Y especulando íntimamente por lo que el azar podría depararnos en la “Casona de Finisterre”

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