La Zaga Oriental 27 / Por José Ferrite



Sentados en un pedrejón Clarisa se abrazó a Líber porque la brisa de la bahía arreciaba. Él cebó un mate.

_ ¿No extrañas a los gurises? preguntó ella.

_ Por qué habría de extrañarlos si estarán divirtiéndose de lo lindo con otros botijas en el campamento de Raigón. Esa era la idea ¿no?

La joven mujer quiso decir algo pero se interpuso el silencio aprensivo del lugar, era  el silencio lo que la perturbaba, acostumbrada a lidiar con sus hijos y con los hijos de otros en el diario ir y venir entre la casa y la escuela. Acostumbrada a hablar por teléfono con su madre, a escuchar el televisor a toda hora cuando estaba sola en casa, con su familia cuando sin motivo de importancia se dejaban llevar por la alegre verborragia. Como un acto común que solamente tratase de conjurar el silencio… por lo mucho que se pierde.

   Por eso a ella no le gustaba el Cerro y la sensación de estar por fuera de la realidad como si uno pudiera sustraerse del acontecer ciudadano. Había nacido y crecido en la ciudad, allí abajo había vivido toda la vida y no lo cambiaría por nada del mundo.

El joven en cambio, estaba a sus anchas a merced del viento y el susurro coral que fluía entre las torretas de la fortaleza. Se sentía en paz, no como allá abajo donde la ciudad con sus barrios de trabajadores miran con recelo la zona portuaria, un lugar fronterizo, permeable al contrabando y a delitos de toda naturaleza. Plagada, a pesar del ocultamiento de Medios & Medios, de corporaciones anónimas, de policías corruptos y jueces venales.

Él algo sabía, desde el momento que empezó a escuchar acerca de temas escabrosos en las reuniones de los principales y sentía ser un protagonista privilegiado, aunque muchas veces se sintiese atemorizado por el mundo que se avecinaba.

_ ¿Cuánto hacia que no teníamos un día para nosotros? preguntó el muchacho como si coronar la cima del cerro con su mujer exteriorizase la felicidad de una pareja joven, padres de dos botijas macanudos a los que por ahora no les cabía reproche alguno.

_ ¿Te entra en la cabeza que el periodista y Josualdo sean terroristas sin habernos darnos cuenta? preguntó ella con la mirada perdida en los barcos fondeados en la bahía.

_ Tampoco entiendo como nadie sabe del paradero de Lucy o de la otra muchacha…

Clarisa sin proponérselo no la nombró, como si Silvina fuese dueña de costumbres rebuscadas… capaz de expresar una distancia insalvable con ellos, contradictoriamente, tan notable como poco significante.

_ Buenos Aires es una gran ciudad y nada debe ser fácil, dijo ella imaginando el tránsito en horas pico.

_ Cuesta creer que las personas entren y salgan de nuestras vidas como si nada, dijo él de modo enigmático y reflexionar precipitado.

_ ¿Y de Jaramillo? Qué queres que te diga… dijo ella con sentimiento de culpa.

_ Cuesta creer, insistió el muchacho mientras cebaba mate, que tampoco sepamos quienes somos… ni si los que se fueron, si regresar los volveremos a reconocer como que nada hubiese ocurrido.

_ ¿Te parece que alcanzaremos a pagar las cuotas de la camioneta si hay aprontes de guerra como se rumorea?

   _ Esperemos a que venga alguno de los nuestros con noticias…

Yo no veo más aprontes que para las fiestas de Fin de Año.

   _ No me digas que otra vez la Jessica Buendía…

   _ ¿Qué otra sino?



Los abrazos.

  Fue entonces cuando Pachi y don Tito comenzaron a conversar en voz baja, distantes de los demás, a escondidas en la peluquería y a horarios desusados, aprovechando que el anciano Patxi dormitaba en su silla sin fuerzas para interrumpir la conversación. El allanamiento de la panadería de Lucy e inmediata detención de la abuela Flora había conmocionado a los vecinos, por lo que a partir de ahí Pachi y don Tito tomaron algunas precauciones. Después de algunos cabildeos que se sucedieron durante tres días lo hicieron partícipe de la idea a Líber, quién con mucha cautela aceptó conversar del asunto a condición de hablarlo a la brevedad con Sarita, la secretaria de relaciones institucionales del Barquisimeto.

Con el paso de las horas, Clarisa que ya estaba al tanto de la cosa le pidió a don Tito que buscase a don Joaquím, en consideración la amistad que unía al portugués con el general. A él en particular porque quintas de portugueses las había por todas partes, en la Colonia Nicolich y camino a Pando por la 101.

Esta vez no contaban con el general Celeste, urgido a viajar hasta el altiplano boliviano al encuentro con Evo Morales Ayma, con el propósito de desbrozar el documento secreto filtrado por uno de sus agentes de la reunión de lobistas del Club Bilderberg. Al Hotel Marriott de Copenhague también fue como invitado especial, Pedro Prado Perdiel director general de Medios & Medios, sección Río de la Plata e Hidrovía P.P.

 Seguramente, don Joaquím sabría también cómo dar con el paradero de Cruz, el cazador de serpientes, como para ponerlo al tanto que contaban con su presencia.

 Esta vez, no podían fallar.

 Líber puso a consideración de los otros, el moverse rápido para averiguar sobre el paradero de Lucho que se había ido de la casa en esos días. Pachi indagó por su cuenta en la empresa “Logística Sur & Oriente” donde un único empleado que atendía el teléfono y el mostrador de entrada lo atendió parcamente. El joven sin preámbulos, dijo no saber nada del personal despedido, por lo que Pachi puso al tanto a don Tito y juntos decidieron dar una recorrida por los bodegones y bares de la Ciudad Vieja.

Clarisa hizo una visita a la gitana por ayuda; la adivina la escuchó atentamente y meditó mientras fumaba, para finalmente descartar un asunto que no era para ella y recomendar que fueran a ver a míster Stuart do Sousa, el vidente.

Reunidos de modo subrepticio en la peluquería de Pachi, ya que estaba claro que nadie osaba acercarse a la panadería de Lucy, convinieron actuar rápido porque el tiempo apremiaba.

Pasado mañana era el día.

(1 espacio)

El salón con las paredes recién caleadas daban al lugar un halo de austera pulcritud, aunque el revoque estaba bastante deteriorado y el piso de portland exudaba humedad después del baldeado del día anterior. Por otro lado, las guirnaldas de papel y las lamparitas de colores, junto al cartel con letras fileteadas acondicionado por los artistas de la murga dejaba entrever los preparativos festivos.

Hasta entonces, algunos asuntos del evento fueron desarrollándose en secreto.

Apenas llegar, los invitados eran recibidos por el humo de la parrilla donde dos borregos maduraban tonos dorados con aromas de la campaña, eso en épocas de escases era un acontecimiento desusado, pero el hombre encargado de asar, con delantal blanco y manos tiznadas, no era otro que Líber y por sí solo llevaba sosiego a los vecinos entrados en años. Habían llegado la madre y abuela de Clarisa, y otro tanto hicieron la madre y los hijos de Lucy, ella lucía cambiada a poco observarla, segura de sí misma exteriorizaba el íntimo orgullo de una mujer liberada.

Un don Patxi absorto miraba el fuego desde su silla de ruedas y entre otros, entraron los ancianos con sus perros. Uno de ellos presentó a su hija y dos nietos de corta edad que preguntaban qué lugar era ese apenas vieron llegar a la numerosa familia de los gitanos engalanados para la ocasión.

Los parlantes vibraban con la música del Combo Camaguey como la contrapartida necesaria a las angustiosas horas vividas.

   Solos o acompañados, una treintena de conocidos se presentaron a la hora convenida sin poder contener la emoción, traían bandejas con pizza o paquetes con empanadas o pasta   frola y alfajores. Conversaban de modo cauto haciendo mil conjeturas que tenían guardadas por temor y exteriorizaban recién ahora. Entre los vecinos más requeridos por sus opiniones criteriosas estaba don Toribio, el canillita, el anciano que todos los días no sólo vendía sino que leía los diarios.

El presidente del club, Dogomar Viera, dio la bienvenida a los presentes destacando la labor realizada durante el año por la abnegada comisión que él, de profesión camionero, tenía el sano orgullo de presidir. Después saludó formalmente a don Tito a quien dejó en uso del micrófono.

Don Tito, de gastado traje azul, camisa blanca a rayas y golilla al cuello no dominaba la emoción que significaba enfrentar la mirada expectante de sus vecinos, y aunque había ensayado un breve discurso a modo de bienvenida, solo atinó a agradecer la presencia de los reunidos y decir sentirse muy feliz por el encuentro. Pachi que a un costado lo secundaba, intervino en auxilio de su compañero diciendo que los acontecimientos se habían precipitado de tal manera, que no tenían palabras… Y cómo un recurso improvisado pidió la presencia en el escenario de Líber y Clarisa porque ellos tenían algo para contar, pero en ese preciso momento, alguien le entregó un telegrama despertando la curiosidad de propios y extraños.

Pachi retomó cartas en el asunto, con mirada afable como acostumbraba con sus clientes en la peluquería, pidió silencio para a continuación leer con voz de barítono: “nuestra solidaridad con ustedes-stop-abrazos a jaramillo y lucy-stop-la cope de nido del cóndor-stop-córdoba-23-12-2014-fin”

Resonaron emocionados aplausos y de algunos, pensamientos emborrascados.

Líber, después de una anodina semana de trabajo en el aeropuerto y hacer de mozo el fin de semana a pedido de Bermúdez, dijo por su parte, estar muy contento y agradeciendo a los congregados se excusó recordándoles que su lugar estaba al cuidado del asado.

La irrupción de renovados aplausos dio un respiro a los del palco.

Clarisa se aferró al micrófono presa de cierto nerviosismo y sopesó que había llegado el momento de decir algo, unas palabras que expresasen el motivo para encontrarlos reunidos esa noche tan especial, pero cómo encontrar las palabras que trajesen un estado de paz y cordura, cuando las noticias de Medios & Medios con precisión quirúrgica, habían dado cuenta del accionar de una célula terrorista en Argentina con oscuras ramificaciones en nuestro país. Cinco uruguayos identificados, uno detenido y a buen resguardo, fue el núcleo editorial de Jessica Buendía durante los últimos días de diciembre.

Consultado en su momento, el ministro Almazo vinculó el deplorable episodio en Buenos Aires a la situación imperfecta en Venezuela.

Pero el relato periodístico de los acontecimientos, desencadenado a partir del operativo en la funeraria “Maltempo Hnos.” tuvo un giro inesperado, cediendo progresivamente a los nuevos datos aportados por los investigadores, a nuevas hipótesis en torno al accionar del crimen organizado, hasta dejar de ser noticia con el correr de las horas.

El mentado registro de la realidad en tiempo real, al parecer, era un cuento chino.

Los presuntos terroristas liberados de Guantánamo y la huelga de los judiciales coparon los titulares de Medios & Medios ese diciembre lluvioso.

Clarisa sonrió y agitó una mano a modo de saludo correspondiendo el gesto de Juani Pía, la hija de Sandra, la verdulera, pero en realidad fue un ardid inconsciente que le permitió ganar más tiempo y pensar cómo decir lo que tenía que decir.

Por un momento se distrajo al descubrir a tres hombres que se habían detenido en la puerta observando sin disimulo a la concurrencia.

El hombre de mediana edad y porte altanero, luciendo impecable traje y un llamativo anillo de oro, se apersonó en la entrada preguntando por Josualdo. Indicó que eran viejos conocidos y como tal venía a saludarlo, dijo llamarse García, “la liebre” García.

 Los otros dos  de mediana edad y vestir sencillo, como se supo después fueron los que dieron con Lucho en un refugio del Mides en Paysandú y Convención, avisando a pedido de Líber al número de teléfono de la peluquería. Se presentaron en la entrada como los compañeros portuarios, Lenín Garmendia y Jazmín Pereira. Los dos hombres desconfiaban de todo a partir del allanamiento en la panadería de Lucy por efectivos de “Delitos Globales”. El procedimiento policial produjo un gran alboroto desatado a modo de espejo como ocurrió en la sala fúnebre porteña y Medios & Medios dio cuenta de ello.

Clarisa tenía por la Lucy sentimientos encontrados, pero en momentos difíciles como esos estaba junto a ella y los otros irresponsables, por más que tuviesen miradas diferentes.

Pensó que el general Celeste tendría que estar allí, no ellos para dar las explicaciones que todos los vecinos esperaban. Aunque ella sabía que al viejo general, persona sacrificada, respetable y amada pero de comportamiento atávico, no se le podía pedir más razonabilidad que al conductor que grita salvajemente cuando se cruza un peatón distraído.

El silencio del auditorio se hizo notar salvo por la bulla que hacían los gurises  y a ella no le quedó más tiempo ni inspiración que desbordar felicidad al decir con palabras claras y firmes, que ellos habían regresado sanos y a salvo y que en unos minutos estarían entre nosotros, aquí, en el salón del querido Barquisimeto.

Los aplausos y los abrazos y la gritería la liberaron de continuar asida al micrófono, aunque  lamentando no contar con las palabras adecuadas como le hubiese gustado. 

Disimulado entre la gente, el portugués Joaquím inclinando la cabeza la saludó sin necesidad de palabras comprendiendo el sentimiento desbordado de la muchacha; parecido gesto le dedicó Margaida que acompañaba al abuelo. Una mirada confusa pero impregnada de humanidad ofreció como un presente venturoso el hombre a su lado, “Pancho” Cruz, el cazador de serpientes.

(1 espacio)

La primera en llegar fue Silvina, la muchacha universitaria, acompañada por un desconocido que vestía pantalón náutico, remera de algodón y saco de lino, por el corte delicado, observó la madre de Clarisa, viste importados y de los costosos. El hombre de mediana edad tan reservado como amistoso, llamaba la atención por los championes furiosamente verde agua. Ella despojada de formalidad en el vestir, lucía un chal hindú con arabescos azulados y parecía despertar de los somníferos, con gestos pausados y sin poder distinguir todavía, si era testigo de una jugarreta del destino o todo había sido un sueño. Por lo pronto, miró en derredor esperando ver a su amado Amoroso.

Quienes la conocían fueron a su encuentro consumado con la calidez de los abrazos, Marchese por su parte, respetuoso del emotivo recibimiento dispensado a Silvina prefirió retirarse y a poco entablar conversación con el asador.

Líber lo había conocido hacía tan sólo dos días y reiteró el agradecimiento. Silvina le presentó a su esposo en la entrada del Gran Mercado de Carnes, lo hizo a instancias de Marchese que al enterarse del evento en el club dijo estar dispuesto a colaborar con lo que hiciese falta. Entonces Líber respondió expeditivo, con dos borregos es suficiente.

Un nuevo murmullo sobrevoló la grabación de la orquesta de Laurenz-Casella cuando por la puerta de entrada se asomaron Josualdo y Amoroso acompañados por la cónsul en Buenos Aires, compañera Peggy Farola. Del murmullo al silencio hubo un sólo paso apenas interrumpido por el bullicio de los botijas, ajenos a la odisea de quiénes fueran catalogados por Interpol como “terroristas en grado uno” para pocas horas después extender el alerta a los otros tres sospechosos.

Gracias a las aceleradas gestiones y llamados telefónicos a personas de suma confianza, tanto como poner en alerta a la “hermandad de los orientales” en Argentina, permitió a la cónsul Farola desactivar algunas jugarretas leguleyas que nunca faltan en estos casos y el caso se logró encauzar por los carriles diplomáticos.

Uno a disposición de la justicia con el cargo inconsistente de violar la ley antiterrorista, el otro, descartada la desaparición forzada deambulaba en estado de shock por las calles de la ciudad. Un sagaz abogado, vista la falta de elementos probatorios, logró rescatar a Josualdo de la situación de detenido por averiguaciones consiguiendo un salvoconducto para repatriarlo sin más trámite; mientras la cónsul en persona, ayudada por residentes solidarios pudieron localizar la noche del veintitrés de ese diciembre lluvioso a Amoroso Tresfuegos durmiendo debajo de la autopista 25 de Mayo junto a otros desheredados. Los informantes callejeros y las redes sociales habían sido de mucha ayuda, desde que Amoroso en la búsqueda de su amante había recorrido cientos de veces un circuito callejero que le permitía unir  la “Finca do café”, la Plaza San Martín y el obelisco porteño.

El momento finalmente había llegado, Amoroso seguido de Josualdo fueron al encuentro de Silvina para refundirse en un abrazo donde la fraternidad humana y el amor eran uno. Al unísono los jóvenes soplaron al oído: _ amor siempre estuve a tu lado.

La reunión de bienvenida se convirtió en un tumulto de emociones que tomaban diversas formas al momento de manifestarse, unos lloraban de alegría, otros se alegraban temerosos de solo pensar lo que podría haberles ocurrido a los cinco compatriotas. 

Con los argentinos nunca se sabe…

Cuando el sosiego parecía imponerse, cuando el humo de la parrilla arreciaba y finalizaba la grabación de un vals en la voz de la maragata Malena Muyala, ingresaron con la algarabía de un malón los hijos de Lucy acompañados de Flora la impoluta tía abuela. Lucy con el pelo corto lucía espléndida. Lucho con el ánimo ensombrecido acuciaba a Jaramillo pidiendo explicaciones sobre lo ocurrido en Buenos Aires, para obtener como toda respuesta tres enigmáticas palabras: pasó de todo…

 (1 espacio)

Habían pasado veinticuatro horas del angustioso regreso desde que bajaron las sierras de Córdoba y alcanzaron cruzar a Paysandú. No bajaron del micro al detenerse en los paradores sin antes tomar los recaudos necesarios por temor a los controles de la policía.

Veinticuatro horas contradictorias, vividas junto a la muchacha con una tensión desconocida que conjugaba además, la incertidumbre por la suerte corrida a Josualdo y Amoroso más la angustia por la falta de noticias de Silvina. Y el cambio operado en Lucy, que a partir del llamado telefónico a su familia la sumió en la inestabilidad emocional con reacciones que conjugaban el bajón anímico cuando no la euforia.

Felizmente, ahora en casa.

Desde que la hipótesis de guerra se escurría como el agua entre los dedos, había constatado en tierras hermanas que el asunto principal de los pueblos era la sobrevivencia. Los jóvenes dedicando sus mejores energías a resolver la diaria mientras hurgaban por el dato para conseguir un empleo, los adultos más experimentados desplegando tácticas materiales para sobrevivir a los naufragios por venir y los viejos, anticipando que estaban perdidos porque ellos ya sabían de qué se trataba. Y todos y cada uno, como un conjuro dicho por lo bajo o a viva voz, coincidían en afirmar que esto no puede ocurrirnos a nosotros…

¿Dónde habían estado parados?

La misión encomendada por el general terminó sin pena ni gloria. El viaje y compartir las horas con Lucy habían trastocado su interior de modo imperceptible, poniendo en jaque sus rutinas callejeras que eran su vida misma, hasta llegar a cuestionarse el displicente albedrío de quién depositaba en el carnaval el único sentido trascendente para no morir.

Las preocupaciones de Líber conminándolo a hacer algo y escribir la carta al general, terminaron por desencadenar pequeños hechos, impensables como despertar sueños arrumbados, sino abrirse a la amistad y la pasión compartida  involucrándolos de una manera u otra a todos y cada uno de los complotados en la panadería.

Ya nada sería lo mismo para ninguno de ellos porque fueron descubriendo que el mero vivir se imponía como la sucesión de avances y retrocesos, en pocas palabras, el cambio caótico y permanente oscilando entre la sed de verdades y la mentira.

 Qué a esta altura de los acontecimientos, reflexionaba Jaramillo, daba por cierto que todos nosotros seríamos un grano de arena y no más, en el basamento del nuevo orden global sino hacíamos algo y pronto.

Algo nuevo estaba pasando, le pasó durante la estadía en Nido del Cóndor, en el hotel Bauen y en el conventillo de La Boca. Ayer nomás, con un amigo hachero y poeta establecido en Colón, la ciudad fronteriza desde donde evaluaron la posibilidad de un cruce seguro. En el país también pasaban cosas diferentes y la vuelta del general Celeste había renovado el desafío de ser hombres y mujeres libres.

El nuevo orden no era aséptico, la corrupción impuesta conlleva el involucramiento de los principales y nosotros, que con nuestros pobres cuerpos oficiamos de ratas de laboratorio.

Entonces, había pensado que la extrema y peligrosa situación lo hacía desvariar. No estaban preparados y si algo los alentó a continuar fue distinguir al paisito allende del majestuoso río Uruguay, pero no fue sencillo, Lucy sobrellevaba en silencio un tumulto de pasiones.

Un pescador amigo de la casa asumió el riesgo de llevarlos a la otra orilla, revelándosele después de escucharlos que era la oportunidad de reivindicarse con el prójimo. Abandonado como estaba a una vida huraña circunscrita a la casilla, la canoa y los perros desde que falleció su mujer en la crecida machaza del 2009.

Al salir de la ducha, Jaramillo preparó café sin poder concentrarse en nada. Se sentía el responsable principal por no haber sabido encauzar las cosas desde que llegaron a la Argentina; primer escollo, atribuible al retraso en el accidentado cruce del río y después por el desencuentro en el bar de la estación del ferrocarril. Le pesaba la odisea que padeció Amoroso por su culpa, al confiar en que se las arreglaría solo hasta dar con los otros. Con respecto a Josualdo se recriminó no haber estado al lado de su amigo cuando éste más lo necesitaba, y por otra parte, sintió el peso de la responsabilidad por las peripecias en soledad que habría debido afrontar Silvina.

Se sirvió un tazón de café como hacía mucho no hacía. Al carajo con los consejos de los médicos, pensó con taimada satisfacción.

No estaba convencido o no tenía ganas de presentarse a la reunión en el club, algo le generaba acidez estomacal, quizás tener que enfrentar las consecuencias de acontecimientos desmadrados… pero reconocía que la fecha era  impostergable.

Algo le diría a la gente con el espíritu redentor del viejo general como para saldar el compromiso asumido por la oscura y desconocida correntada de los ríos; con Lucy tenían algunas certezas después de todo… y seguramente los otros compañeros de desventuras aportarían lo suyo.

“Nadie anda sin dejar huellas” irrumpió lejanamente en su mente e intuyó que valdría explorar el dicho como para explayarlo en versos carnavaleros.

Se sirvió otro tazón de café con el agregado de un chorro de grapa ANCAP.

Quedaba bastante claro que Medios & Medios, en Montevideo y en Buenos Aires, tenían miradas comunes a la hora de promover negociados con el comercio y la navegación de los ríos, sin disimular un ápice el favoritismo a intereses particulares, mayormente ligados a las empresas extranjeras radicadas en los puertos del Plata.

Eran una gran familia y Pedro Prado Perdiel el mejor exponente de ello.

Sorbió con parsimonia su café mientras recordaba cada término de la conversación con Peimer y “Pepe” Botazo, como para creer en su diagnóstico gris, de que tanto los argentinos como los orientales vivíamos en el quinto infierno de los arrabales portuarios.

Porque eso somos, habían afirmado cada uno a su modo pero de modo categórico, ni los puertos ni la marinería juntas de Argentina y Uruguay son capaces de ocupar un papel sustentable si lo comparamos con Brasil o la China... Del reparto global nos tragamos las mentiras y apenas un buen mordisco de parte de los principales.

Las cuatro de la tarde de un día caluroso.

Salió a buscar algo para comer antes de ir al Barquisimeto.

(1 espacio)

La llegada de Jaramillo Flores fue antecedida por el espíritu cauto y expectante de los vecinos que a modo de recibimiento coronaron con un fervoroso aplauso. Las chicas y nuestros muchachos están todos de vuelta, decían entre abrazos y lágrimas.

A esa hora cercana a la medianoche, los congregados ocupaban las mesas largas mientras daban cuenta de los entremeses, en tanto en la parrilla, Líber y Marchese trozaban los borregos asados y achuras en abundancia que a última hora había donado el “gordo Saravia”, el matarife amigo de la avenida.

Era obvio que las palabras de Jaramillo eran las más esperadas, no sólo por ser el director de la murga sino por su papel de ser el elegido del general Celeste. Después de todo, como se supo en los corrillos previos, gracias a Líber y Jaramillo que escribió las cartas al general y las posteriores reuniones en la panadería de Lucy se consiguió saber la otra parte de la verdad relacionada a los ríos. Lo tenebroso del asunto de los ríos, quedó impregnado en la mente de los vecinos ajenos a toda esa cuestión, salvo los dos hombres que dijeron ser portuarios y compañeros de Lucho. Ellos tres sí sabían.

Jaramillo abrió los ojos desmesuradamente como director de murga que era, y con gestos y verba alegórica prometió brevedad, para dar cuenta de la desmesurada aventura vivida con los compañeros en la tierra hermana de los argentinos. Desechó usar el micrófono y habló de modo desaforado sobre las miserias humanas, de las perversiones y mentiras que propalaban Medios & Medios en el país de las cuchillas y allá en la Argentina. Cuando iba desgranando las peripecias vividas durante esos contados pero intensos días, cruzó por su mente la leyenda del casco de “Pepe” Botazo y entonces pidió un minuto de aplausos por los compañeros que ya no están entre nosotros…

Josualdo conocedor del ánimo emborrascado de su amigo y de los dislates sentimentales que lo hacía por demás locuaz, tanto como capaz de arruinar el espíritu festivo de la noche, se apresuró en hablar al oído de Clarisa.

Clarisa tomó el micrófono y con la mejor sonrisa agradeció a Jaramillo con un amistoso beso en la mejilla y cuando los aplausos menguaron, le pidió al cura Carlos que les dirigiera unas palabras a los congregados en el Club Barquisimeto esa noche tan especial.

El cura Carlos creyente de que la fe mueve montañas y humilde habitante de un cantegril aledaño al club, en tono pausado, reivindicó nuestra condición de humanos en tanto capaces de amar y solidarios con el otro, en tanto no hacernos los distraídos.

El cura habló de los pobres que malviven a la orilla de los ríos, de dar la ayuda concreta a los inundados y el imperativo de reinventar los ríos a su estado prístino y original, sin otros dueños que los sedientos, porque los ríos son el agua y en esta época el agua es bendita, concluyó impartiendo la señal de la cruz.

Se escucharon estruendos celestiales haciéndolos confundir a los fuegos artificiales con truenos y centellas.

Clarisa que gritaba desaforada: _ ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!

   En ese preciso momento irrumpió “La Milagrera Era” y todo fue una fiesta de abrazos y emociones descontroladas como en años no recuerdan los vecinos más viejos, abrazos con la alegría por los que volvieron y la esperanza que la Navidad como todo nacimiento provoca.

FIN



Comentarios

Entradas populares