Bitacora de viaje. / Rumbo al heroico Paraguay / J.J. FERRITE

Anotaciones mínimas a la sombra de los espinillos.

Salimos de Buenos Aires por el acceso norte, para continuar cruzando los puentes que unen las provincias de Buenos Aires con Entre Ríos y Corrientes, con escala en Yapeyú, en dirección a Posadas, Misiones. El segundo cruce del Río Paraná a Encarnación (py), recorriendo, a la vera del Río Paraguay, desde Paso de Patria, los sitios de la resistencia paraguaya enfrentando la invasión de los aliados, brasileros, argentinos y uruguayos, hasta el sacrificio final en Cerro Corá.
Después de varios intentos imperiales, en la Vuelta de Obligado, en la batalla de Caseros, en el bombardeo a Paysandú, llega a mitad del siglo XIX la hora de la invasión con una gran flota armada y comercial, azuzada por los británicos y secundada por otros países europeos como testimonian los periódicos de la época, los daguerrotipos y las pinturas del soldado Cándido López, del suizo Adolf Methfessel, de Víctor Meirelles entre otros. Invasión, que terminó en el genocidio del pueblo paraguayo, más conocida como Guerra Grande o Guerra de la Triple Alianza.
Continuamos con el cruce por la frontera norte entre J.P.Caballero (py)-Ponta Porá (br) atravesando los estados de Mato Grosso do Sur y de Paraná, rumbo al sur. Tercer cruce del Río Paraná hasta el paso fronterizo de Puerto Iguazú,  en la provincia de Misiones (ar) y la bajada al Río de la Plata, previo el cuarto cruce del Río Paraná, por el puente Zárate-Brazo Largo. 

Dos hombres, el paisano Mañi y el oriental, pasaron lista a los pertrechos para la misión sin olvidar el termo y mate y una botella de ginebra Bols, para luego cargar al vehículo estacionado en el barrio de Barracas, una mañana de sábado, lluvioso y frío.
Una hora después se sumaban otros dos hombres a la empresa, el maestro Zito y el guía y rastreador del cosmos mentado como El misionero, que esperaban estoicamente en el callejón sin salida de un laberinto palermitano, y por qué no decirlo, con innegables reminiscencias borgeanas. 
Inútil sería pretender describir a tres de los hombres, de aspecto desaliñado, mirada afilada y desandando la medianía de la vida. El cuarto hombre con su sola presencia, erguido y bien empilchado irradiaba la serenidad de quienes poseen un saber profundo. 
Mientras circulaban por el acceso norte una torrencial lluvia los acompañó a modo de despedida, de un desafío tardío pero necesario, cuando se decide recorrer los caminos de nuestra américa mestiza. 
La primera parada fue en Yapeyú, nombre evocador de las misiones jesuíticas en esos parajes y lugar de nacimiento de don José de San Martín. Los triunfos independentistas en Argentina, Chile y Perú lo erigieron a la postre como Libertador de esa parte de nuestra américa.
Nuestro viaje continuó al norte, atravesando sitios, poblados y caminos con el estigma del colonialismo y las guerras, signados por el heroísmo o la infamia y la cuota de sangre, el dolor y las deudas a costa de los pueblos…

El general Celeste exilado en la chacra de Caraguaty desde el año veinte, ya no recordaba cuanto tiempo desde el éxodo al Ayuí, apareó su yegua tostada calzada de tres junto al tordillo que montaba el Mariscal. 
_ Buenos días mi Mariscal, saludó el argentino nacido en la Banda Oriental.
_ ¿Trae novedades general?
_ Lo de siempre… 
Del cielo de Humaitá llovían cenizas y así había sido durante el trayecto desde Paso de Patria, en las cercanías a no más de legua y media, de la confluencia de los grandes ríos.
Las armas dieron el triunfo al ejército paraguayo sobre los invasores, pero posteriormente las cosas se habían complicado por la diferencia en número de unos y otros. Por cada soldado paraguayo atrincherado cinco de la alianza asediaban, sin prisa y sin pausa; con el apoyo naval que bombardeaba sistemáticamente el estero de Bellaco desde el río, aunque  pagando el alto precio de miles de muertos por la bravura de los soldados del Mariscal.
Tiempo atrás los astilleros europeos se habían negado a vender buques al gobierno paraguayo, a sabiendas que más tarde o temprano se desataría una guerra punitiva contra el país mediterráneo.  
El Paraguay soberano no tenía razón de ser para las potencias industriales. Asunto que percibió con presteza el presidente Gaspar Francia desde los primeros años de bregar por la independencia, advirtiendo a sus compatriotas de las pretensiones de España como de Portugal, de Inglaterra y de los paulistas, como de los porteños rioplatenses…
Para entonces el general Celeste era un anciano que vestido de paisano y fumando cigarros de Villarrica pasaba por un hombre común y silvestre. En cambio, su misión era de primerísima importancia para el cuartel general del Mariscal y sus oficiales. Una vez a la semana cuando menos, el general desterrado cruzaba solapadamente las líneas enemigas para después reducir a uno de los guardias, quitarle el uniforme y empilchar como uno de los otros. Acompañado por los espíritus de la selva entraba al campamento aliado y al menor descuido robaba los periódicos de las carpas principales para retirarse como había venido, invisible para el enemigo.
_... tenga mi Mariscal, dijo entregando un morral con los periódicos de Río de Janeiro y de Buenos Aires. Por faltar a la verdad y la malicia con que transcriben las noticias, convengamos que esta guerra fatalmente va para largo…

La camioneta 4x4 conducida por el paisano Mañi frenó abruptamente cuando entre la nube rojiza de tierra alcanzó a divisar un gran rebaño de cebús. Las reses ocupaban una cuadra del camino, las banquinas y la franja de terreno lindante con los alambrados, y recién cuando pasaron las rezagadas al grito del arriero y el polvo encontró su lugar, cayeron en cuenta del cartel: Humaitá-Trinchera del Cuadrilátero.
Durante los días previos, a la hora del café y el mate mañanero, el maestro Zito acostumbraba a desplegar sus raídos mapas comprados en las librerías de viejo, como algunos acostumbran cuando les da por filosofar. Sus palabras dichas con serenidad y mesura daban la impresión de pertenecer a un estratega militar, el silencio acompañante y algunas preguntas en tono mesurado eran respondidas con la precisión infalible de los cirujanos. El maestro impresionaba a todos menos a El misionero que conocía desde añares el pensar del otro, en tanto cebaba mate con yuyos como las viejas cavilando sobre los misterios del cosmos. Por su parte el oriental, un sujeto de razonamiento sesgado, cebaba mate con ginebra que don Mañi aceptaba gustoso mientras revisaba el vehículo previo al raid diario. 
Creían conocer el terreno donde se habían producido las campañas militares de la Guerra Grande, pero los cuarenta y tres grados a la sombra de unos espinillos no hizo otra cosa que redoblar la apuesta por alcanzar los motivos, cuasi sagrados, del viaje. Evocador de las ruindades del capitalismo, de la avaricia de los europeos y de las oligarquías de esta parte de nuestra américa mestiza. 
El azar quiso que, o la buena estrella como sentenciaba don Mañi, a la hora del mediodía el museo histórico estuviese con las puertas cerradas. Don Mañi que oficiaba de lenguaraz hizo las averiguaciones necesarias y en un dos por tres, Humaitá es un pueblo apacible, dieron con la casa del cuidador que también oficiaba de guía lugareño e investigador histórico por vocación.
Don Vicente Bermúdez, un hábil motociclista en caminos de tierra como en campo adentro de las tranqueras, allanó las dificultades, como encargar las empanadas fritas y el vino para la ocasión o remontarnos al pasado con verba tan pausada como signada de sentimiento paraguayo. En su tierra, el dolor ocupa todo el espacio sin duración de tiempo.
Gracias a este hombre recorrimos trincheras y camposantos, (el cólera y la viruela eran los enemigos invisibles sin importar bando, raza o credo), reconocimos los sitios donde el Mariscal plantaba la fiera y tozuda línea defensiva contra el colosal poder invasor. 
Pasamos por lugares recónditos del río dónde los pescadores y los contrabandistas matan el tiempo jugando a las cartas o cocinando junto a las casillas disimuladas en el umbroso monte.
En la plaza del pueblo se yerguen las monumentales ruinas de la iglesia de San Carlos, el cuartel general del Mariscal, y la línea imaginaria de baterías apuntando al río asolado por la flota internacional.
En nuestras cabezas un tumulto de pensamientos impedía ordenar las ideas, la dicotomía entre civilización y barbarie era confusa desde que el Paraguay, soberano e industrioso, era acosado por parte de los europeos y sus acólitos vernáculos, instigando a la guerra primero, al extermino racial después y por último, a la destrucción sistemática de toda obra que expresase el trabajo nacional y el progreso de su pueblo. Proclamaban los aliancistas como indicativo de que era el único camino para recuperar la libertad y el progreso en la república paraguaya…

Comentarios

Entradas populares