TRESFILOS TAVARES 3/4 / ´Por José Luis Facello


Entonces, con el ánimo enrarecido busqué un refugio alejado de las inmundicias de la ciudad y para eso tomé en alquiler una habitación en un hostel deshabitado. El dueño exteriorizó su resentimiento con el país porque beneficiado de la pensión de guerra de su padre, sobreviviente a la batalla de Madrid en manos de los rojos dijo con ojos afiebrados, en mala hora emprendió en los años ochenta instalar una panadería en un balneario deshabitado diez meses al año, y cuando apostó, dijo con la pesadumbre de los que se saben derrotados, a un negocio favorecido por el mar y las playas y los cerros circundantes, los turistas fueron seducidos por las playas brasileras y terminaron por olvidar a Piriápolis.
El rencor del madrileño a la gente del país no tenía límites y podría haber continuado así, hablando indefinidamente hasta que le pagué diez días por adelantado advirtiéndole que quería estar solo por prescripción del médico.
Estrés, le dije categórico a modo de despedirlo sin más trámite.
Me había dejado la llave de entrada al inhóspito hostel, más que por un acto de confianza a partir de mostrarle el plástico de I.P., arguyendo que hasta la navidad no tomaría a nadie que atendiera la recepción. Ni los veraneantes ni siquiera los ladronzuelos se interesan por este maldito lugar, concluyó el tipo de mala gana, sin antes disparar con un, fui a visitar a los míos en el año que Rajoy formó gobierno y no sabe usted lo que son los balnearios de Málaga…   
Después de dos o tres intentos inútiles encontré un mercadito abierto donde comprar una botella de whisky. El cielo y el oleaje agrisado jugaban con las lanchas de los pescadores como advirtiéndome que la vida asoma a cada día.
Volví al hostel empujado por el viento marítimo y un torbellino de recuerdos que buscaba olvidar, el más reciente, el turbio operativo que me costó el cargo en I.P.

CUATRO
Las piezas de amueblada eran al traspasar la puerta un paisaje inmóvil como el de una fotografía en papel, pero a poco la música intimista invadía nuestros cuerpos impregnados de whisky y los arcanos rituales del amor se manifestaban liberados al primer roce de los labios.
Al fumar recostados en sábanas olorosas a jabones baratos, Candy se despojaba de recuerdos perturbadores que hacían al fondo de sus pesadillas aunque no alcanzase al escucharla como para despejar el misterio que encerraban, por lo menos para mí que por momentos no discernía entre la realidad y el ensueño que la muchacha me provocaba
_ A Akash Jain le debo la vida, había dicho ella con la serenidad que provoca dar una profunda pitada al cigarrillo, porque él es de los que saben mirar al corazón de las personas desde el primer momento y así ocurrió apenas preguntar mi nombre.
Recuerdo ese momento cuando con mirada paternal me dijo, Ñambi ¿te gustaría que de hoy en más los amigos te llamemos Candy?
Como inexistente a su costado ella no me dirigía la mirada, sus ojos se perdían en las manchas del cielorraso y las volutas de humo azulado, empecinada en adivinar el significado tormentoso de algunas cosas de su pasado.
_ ¿Por qué tenía que pasarle a ella?, se preguntaba en ocasiones perseguida por la presencia atemorizante del padre en sus días de adolescente.
Cerré los ojos adormilado pero cada palabra pronunciada por Candy era un toque de alarma que aviva mis propios recuerdos, con la violencia doméstica como telón de fondo.
_ Después, continuó ella, Akash Jain me dijo que mis quince años no importaban tanto como evitar las calles peligrosas y fue en ese momento cuando me propuso trabajar en Karim´s.
Fui a la mini-heladera por más hielo y serví los vasos sin importar las restricciones culposas como perder el sentido de la realidad o la cirrosis como una posibilidad, menos las restricciones sistémicas de conducir después de haber bebido una botella ni tener que madrugar para ir a las oficinas de I.P. O dar cuenta a las preguntas de una mujer al regresar a casa. Asuntos que se perdían en la lejanía de mi errática vida, ¿cuánto tiempo más podría soportar al filo de los cuarenta la inercia del diario vivir?
Las mujeres de mis dos compañeros asesinados no tenían por qué preguntar nada a sabiendas del peligro acechante, de las mafias reproduciéndose como un cáncer, aquellas mujeres sin otro derecho que no fuese la espera para que cicatricen las heridas.
La espera como el tiempo para recuperar en la memoria los decires y la tibieza de los ausentes. El irremediable dolor de los niños de pronto silenciosos… como una marca de las tempranas desgracias.
_ En Karim´s descubrí la penumbra acogedora y la larga lista de las bebidas importadas tanto como el trato superficial debajo de la pátina intimista que las chicas ensayábamos cada noche sentadas en las rodillas de los clientes. Esas cosas me dieron la seguridad que no conocí en las calles y la otra, había dicho encendiendo otro cigarrillo, fue el compañerismo latente entre nosotras ante cada situación imprevista que pudiera presentase en el salón.
De la puerta para afuera cada una respondía por sus actos. Tres de ellas mantenían a sus pequeños hijos sin otra ayuda que sus madres, una ni siquiera eso porqué estaba sola desde que huyó de su casa al saberse embarazada. Su indignación, me dijo mientras nos vestíamos el uniforme de Karim´s, fue que el padre de su hijo, su tío, se desentendió profiriendo claramente la amenaza de matarla si mencionaba el asunto.
Apenas lúcido en el claroscuro de la pieza sentí el deseo de tomar un trago y cuando me incorporé en busca de la botella de Johnny Walker caí en cuenta que mi propia soledad me había traicionado en el hostel de Piriápolis.

Al anochecer del décimo día lo llamé a Cardozo sin resultado, después de la señal le dejé el mensaje de mi regreso a Montevideo y que se comunicara para tomarnos un café.
La respuesta me sorprendió.
“3f est noch viajo amadrid todo ok” 

Comentarios

Entradas populares