Anotaciones mínimas a la sombra de los espinillos. (Parte 3) / Jose Luis Facello




El paisano Mañin envió tres escuetos mensajes a los tres compañeros de viaje.
“Encont notas viaje a Py” “Prop encuen nos en Los laureles, vier 8 de la noche” “Confir. juntada”
En las horas siguientes, El misionero, el maestro Zito y el oriental aplaudieron la iniciativa atrapados por la curiosidad que las notas despertaron después de tanto. Y la posibilidad de la reunión entre amigos en un bodegón de Barracas.

Había pasado más de un año del viaje compartido y el reencuentro entre los cuatro hombres fue tan efusivo como informal. Era la única condición para reunirse, despojarse de las rutinas ciudadanas como para recuperar algo, tan intangible como la experiencia vivida, mientras los recuerdos daban paso a las anécdotas y las reflexiones movilizaban a nuevos recuerdos y posteriores miradas, conformando una diáspora de vivencias y sensaciones personales.
Asunto que se potenció al descorchar la segunda botella de vino tinto mientras daban cuenta de algunas achuras recién asadas.

Páginas recuperadas del 29 y siguientes.
Dos horas antes, en Mocoretá, habíamos hecho una parada al tiempo que la lluvia quedaba atrás. Comimos al reparo de una arboleda junto al almacén típico que vende quesos, salames y vino patero.
La conversación fue caótica como amigable, entre personas que se conocían en el tiempo o sólo habíamos estrechado las manos al partir de Buenos Aires.
Para entonces, las expectativas estaban pendientes de las horas futuras, llegar a Posadas y cruzar el río Paraná con destino a Encarnación, departamento de Itapuá, en el sur del Paraguay.
El itinerario fue bosquejado a grandes trazos, como para permitir algunos cambios improvisados que surgirían como un mandato de la intuición más que de la lógica.
A poco de pasar Tepebicuá salimos de la Ruta 14 hacia Yapeyú, provincia de Corrientes, al occidente del río Uruguay, adentrándonos en las antiguas estancias de las Misiones Jesuíticas.
Lugar de hondas significaciones cuando la tierra era un sueño de hombres libres.
Sitio de nacimiento del general San Martín, uno de los grandes libertadores de nuestra américa, tanto como lugar de actuación de gobernadores militares de la talla de José Artigas, argentino nacido en la Banda Oriental y del cacique guaraní Andrés Guacurarí, oriundo de Santo Tomé o Saô Borja, quien encarnó la jefatura del vasto territorio misionero hasta el fatídico año de 1820, según nos relataran dos ancianos, por boca de sus ancestros, todos ellos pobladores de Yapeyú.

Batalla de las Piedras. (Hojas sueltas arrancadas a una vieja enciclopedia)
El virreinato estaba revuelto, revolucionado. Las últimas reformas del rey godo perpetuaban trescientos años de coloniaje, promoviendo diversas líneas comerciales que confluían al puerto de Cádiz con el solo fin de esquilmar a las Indias Occidentales, como nos nombraban por esos tiempos.
Negocios son negocios y el contra-bando hacía jugoso el comercio que el bando real restringía. Unos pocos se enriquecían del “alto comercio” que privilegiaba a los porteños y montevideanos. Por entonces, el puerto de Buenos Aires era apenas un embarcadero. Unía a capricho de las mareas, la tierra firme y los bajíos hasta los buques mercantes o de guerra gracias a las carretas de grandes ruedas.
   En distintas geografías y años más años menos, los ingleses navegaron el Río de la Plata e invadieron Buenos Aires dos veces y dos veces fueron rechazados con el auxilio de los realistas afincados en nuestro puerto, un puerto privilegiado y con óptimo calado, base de la Real Armada Española y a buen resguardo por la amurallada  Montevideo.
   En tanto, los franceses invadieron la España que pintó Goya y Napoleón Bonaparte humilló la investidura del rey borbónico, encarcelándolo a él y los suyos hasta que se definiera la crítica situación política.
Entre bueyes no hay cornadas, dijo al respecto un bufón de la corte.
El virreinato estaba revuelto, revolucionado. España ni le cuento.
Los principales de Buenos Aires, entre reuniones secretas y fusilamientos, entre idas y venidas, cabildos abiertos y cerrados decidieron formar una Junta de Gobierno en un virreinato desaparecido en los papeles, acéfalo de gobierno alguno, en rápido proceso de  disgregación con la rapidez que permitía el naciente siglo XIX.
Alguien se despertaba estanciero, o comerciante, o doctor y con el correr de las horas se convertía en general patriota. Un peón podía ser peón a la hora del mate, soldado de caballería al mediodía y difunto al anochecer. Así era más o menos la cosa.
El general Celeste reunió a los suyos, desertores de las filas realistas y gauchos buenos, orilleros y matarifes, esclavos de toda laya,  negros, pardos y mulatos, indios charrúas y guaraníes de las ex misiones jesuíticas que le respetaban y tenían por único Jefe.
A su lado, lo acompañaba Andrés Guacurari, el ahijado del general Celeste, hombre de lealtad y valentía inigualable.
El general Celeste arengó a su tropa señalando al enemigo godo apostado para la batalla, con palabras que desdeñarían los historiadores vernáculos y extranjeros:
“Nada tenemos para ganar de una monarquía enferma y desfalleciente, mucho tenemos para perder sino defendemos nuestra tierra”
El general, bien montado en su corcel pasó revista a la soldadesca expectante y dispuesta a dar pelea, se paró sobre los estribos y gritó lo fuerte que retumba el trueno:
“¡Duro con esos godos hijo´e putas!”
La popular milicia marchó por la baldía planicie coreando cánticos de guerra:
“Nos, criollos, indios
y mestizos de toda laya,
por la libertad les peliamos,
unidos por causa bella
poco importa la querella,
con el general Celeste
 a punta ´e lanza y mosquete,
les romperemos el ojete”

Los historiadores de la enciclopedia mutilada, dan cuentan de que la primera revolución triunfante la emprendieron los esclavos insurrectos en la colonia francesa de Saint-Dominigue, donde cuatro mil blancos explotaban a cuarenta mil personas hijas del infame tráfico de holandeses, portugueses y otras lacras humanas.
En 1804 los revolucionarios negros triunfan y proclaman la República de Haití.
Algunos, por mucho tiempo no perdonaron tamaña osadía libertaria.
Los principales jamás.
Pero en 1811, que a ese año refiere la vieja enciclopedia, los patriotas derrotan por primera vez en estas latitudes a los realistas españoles, hito que los cronistas denominaron la Batalla de las Piedras y que a la postre afianzó la revolución independentista en el Río de la Plata.
                                                                                             J.J. Ferrite, setiembre de 2018

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