Andy, maestra de las Cuchillas, y los rastrojos de violencia./ Josè Luis Facello

DOCE
A las diez de la mañana el teléfono interrumpió a Tavares mientras preparaba una jarra de café en la maquinita, como para tener presente a su socio, que había considerado oportuno y necesario comprarla entre las tentadoras ofertas del supermercado.
_ Tavares y Cardozo, seguridad privada, dijo de modo automático imaginando a Candela Maizani del otro lado. Reconoció la voz de la otra mujer en el teléfono y la cita pendiente para esa mañana de lunes.
_ No se preocupe por la tardanza, la espero en la oficina.

La mujer de unos cuarenta años, lucía un trajecito sencillo como su corte de cabello, una melenita suavemente recortada en la nuca y un brillante diminuto en el lóbulo derecho eclipsado por la atracción de sus ojos. Cuando habló lo hizo con voz firme pero persuasiva y Tavares lo atribuyó a la condición de docente.
_ Andy Vallejos, se presentó la mujer al tiempo que extendía la mano y se disculpaba una vez más por la demora.
_ Por favor no tiene que disculparse de nada, dijo en tono amistoso el detective seguido de un silencio que invitaba a la palabra del otro.
No sería nada fácil enfrentar a los demandantes alumnos, aunque él recordara en sus incursiones por la campaña, que las escuelas rurales eran un mundo aparte, con otra problemática diferente a las ciudades, y por eso digno de reconocer, el laborioso cultivo de la fraternidad humana por sobre toda otra cuestión.
Tavares tenía parientes por parte de madre en Chapicuy, departamento Paysandú. Y de eso no hace tanto, recordaba el hombre su paso por Chapicuy en el año 2007, para ser preciso cuando Botnia, la fábrica finlandesa de celulosa, comenzó a funcionar entre dimes y diretes.
_ ¿Puedo fumar? preguntó encarándolo con la mirada escrutadora de sus ojos verde agua, reminiscencia quizá de bisabuelos eslovenos y la amalgama persistente del mestizaje americano.
_ No tenga cuidado, dijo mientras disponía un cenicero al alcance de la mujer.
A la primera pitada Tavares observó un rostro concentrado y difuso detrás del humo.
Ella dio un rodeo a la conversación principal, refiriendo a que desgraciadamente era uso y costumbre que las maestras y profesores se desplazasen de un pueblo a otro, a veces a pie por un perdido camino rural para dar con la escuela asignada. Ese combinar un ómnibus con otro y esperas que serían incomprensibles en las ciudades habían sido la causa de su retraso. Las maestras rurales envejecemos prematuramente, dato que escatiman las encuestadoras de opinión pública, dicho sea de paso porque no lo quiero aburrir.
_ Por favor, continúe.
_ Salí, dijo la mujer, a las nueve de Canelones y dos horas después de Las Piedras para llegar aquí pasado el mediodía ¿A usted le parece? Y todo por la protesta de los choferes de ómnibus. Los lunes doy clases en Canelones y Las Piedras, y el resto de la semana peregrino por algunas poblaciones aledañas a la ruta 7. Esa es mi vida, dijo sonriendo sin rastro de queja.
_ Sin duda los maestros poseen una envidiable vocación para sobrellevar tantas dificultades, dijo un Tavares distendido, propiciando el clima de confianza imprescindible a la hora de arribar al asunto que realmente preocupaba a la mujer pero sobre la que todavía no había insinuado una palabra. La primera conversación telefónica dejaba claro la urgencia de la entrevista, pero no la naturaleza de la cosa.

Tavares escuchó durante casi una hora atrapado por el relato de Andy Vallejos, en el que ella definió, como la información preliminar para ahondar en el significado del asunto que no eran otros, dijo de modo enigmático, que los rastrojos de la violencia en los pueblos chicos.
Interrumpieron el coloquio en dos ocasiones para tomar café.
Tavares anotó algunas cosas en una hoja más por método que por otra razón, porque de las palabras de la mujer no se desprendía nada relevante para constituir un caso, sin embargo, llamó su atención la incisiva observación sobre la violencia en la campaña, (apenas poblada por el diez por ciento de los uruguayos), anotó al margen entre paréntesis.
_ Usted sabe que en la campaña nuestros niños perciben el progreso y la modernidad, si me permite invocar a la engañosa palabreja, de modo sesgado. Por un lado, muchos acceden a un teléfono celular, a internet, y a ese fenomenal juego del palabrerío, más que de la comunicación y el diálogo amigable. Pero esto no deja de ser más que un dato de la sociedad, una evidencia palpable de sentirse en esos apartados lugares como parte del mundo y si se quiere de la civilización global…
_ Además de un buen negocio para otros. A ver si comprendo, intervino Tavares, ¿usted, una maestra, no reconoce o minimiza el papel de las redes sociales?
La mujer dio una pitada profunda y se detuvo en responder, a modo de captar la atención del detective al que ella venía a pedir ayuda.
_ No se trata de eso, es de algo que está latente en cada uno de esos gurises cuando la realidad, su realidad, está ensamblada de modo desajustado como en un puzzle al que le faltan algunas piezas, tengan o no un teléfono celular o una ceibalita. Las herramientas son cosa buena y ¡bienvenidas sean! pero algo no cierra en sus vidas… es como pretender tomar la sopa munido con un tenedor.
¿Me entiende? preguntó automáticamente como si estuviese dictando clase.
Tavares fue por más café, no vislumbraba a donde quería llegar la maldita mujer.
_ ¿Imagina usted a donde llevamos de excursión a los alumnos en alguna mañana soleada de setiembre, cuando las heladas de la cuchilla grande no son más que un vestigio vaporoso?
A la forestación, dijo para sorpresa de Tavares y disgusto seguido, porque a esas plantaciones las tenía por nidos de víboras venenosas.
_ ¡Vamos señora! ¿Que puede haber de interesante en los montes de eucaliptus para los niños en edad escolar? preguntó preso de creciente fastidio por las indefiniciones para vislumbrar un caso a partir del relato de la maestra.
_ Vamos, nos guste o no, a un nuevo mundo. Desconocido.
El campo oriental, que acompaña a la ruta 7 como ya dije, era dibujado y pintado por los niños con los trazos conceptuales de su propia madurez y el común denominador de las líneas sinuosas para representar el horizonte y las puntillosas manchitas blancas asignadas a las majadas de merinos.
Observe estos dos dibujos de uno de los Saravia, dijo Andy Vallejos enredada en el contenido de su portafolio.
El detective encendió dos cigarrillos y convidó a la mujer en un acto desusado para los tiempos que corren, mientras ojeaba los dibujos en cuestión.
Uno correspondía a la descripción de la maestra sobre un paisaje de la campaña. El otro dibujo carecía de horizonte, absorbido por una gran mancha verde azulada e inquietantes pinceladas rojas por aquí y por allá.
No soy bueno dibujando, se excusó el hombre, pero eso es lo que veo.
Al escucharlo, la maestra sonrió malignamente a Tavares.
Empezaba a caerle bien el policía, parecía un tipo auténtico.
_ Los colores rojos representan los focos de los incendios en el infierno verde de las plantaciones. Si observa con detenimiento encontrara unas rayitas amarillas, las máquinas perfectas y automatizadas; la mujer aspiró despaciosamente el humo del cigarrillo, los dos puntitos azules son los obreros, los padres de mis alumnos, de Morazán y González. Inútil es que busque un horizonte…

TRECE
_ Buen día señor, saludó Raúl, lindo día para entrenar.
_ Buen día amigo, contestó un distendido Tavares. Un día ideal, algo molesta la brisa del sur pero no un impedimento como para trotar por la rambla.
Miró el reloj, nada mal pensó, cincuenta minutos de ejercicio medianamente exigido.
¿Alguna novedad?
_ Para mí las rutinas del turno diurno. Esta semana me toca de siete a siete de la tarde, pero usted sabe dijo de buen humor, no queda otra.
Linda mujer lo fue a ver ayer… dijo de modo conspirativo, se notaba que estaba media perdida en el barrio porque anduvo dando vueltas antes de encontrar el edificio. Ella me preguntó si estaría en la dirección indicada por usted y dijo algo de estar angustiada por lo tarde que llegaba a la oficina.
Le dije que sí y que la oficina estaba en el pasillo al fondo del segundo piso.
En el primer momento Tavares lo asoció brevemente a otra mujer, a Candy, pero inmediatamente cayó en cuenta que el vigilador se refería a su clienta Andy Vallejos.
_ No se le escapa detalle, respondió. Ser observador es la condición más importante si se quiere sobrevivir en esta profesión aconsejó al otro, sin poder evitar que cruzara por su mente el operativo “mieles negras”.
_ No lo tome a mal, pero es de esas mujeres que no pasan desapercibidas. Tienen algo, un no sé qué, que las convierte en atractivas.
Se lo digo sinceramente Tavares, tengo cierta envidia de usted por eso de conocer gente interesante, de poder descubrir asuntos que se van destejiendo en las conversaciones hasta encontrar la punta del ovillo… Además de vivir de la profesión que gusta.

El sol invitaba a permanecer en la vereda y olvidarse de la oficina.
Mientras Raúl hacia algunas observaciones propias de una calle casi desierta y con la tranquilidad que caracterizaba al Portón 6 a esa hora temprana.  
Tavares no pudo evitar recordar las palabras de la maestra a medida que avanzaba en su extensa exposición donde el temor referido en la conversación telefónica no se manifestaba de modo evidente. ¿Qué razón existiría para dar el largo rodeo, un relevamiento sociológico si se quiere, como para postergar el real motivo de solicitar los servicios de T&C? ¿Acaso la mujer sufría de paranoia y en tal situación la distinción entre la realidad y las obsesiones se convertía en un camino de señales confusas? ¿Sería posible que los de I.P. decidieran enredarlo en algo y entonces Andy Vallejos era un servicio de inteligencia encubierto?
Quizá estuviese algo cansado, preocupado por vaya a saber qué y entonces imaginaba cosas.
Reconsideremos lo hablado, dijo para sí.
Mientras, Raúl advertía sobre la dilación del desembarco de los nuevos dueños chilenos en el supermercado, situación ambigua que no hacía otra cosa que prolongar la agonía entre el personal, al no saber si el próximo mes conservarían el trabajo o no.
La maestra había planteado en un momento de su monólogo la hipótesis del sueño frustrado, desde que las máquinas perfectas de la forestación estaban convirtiendo a la mayoría de los pobladores en un real estorbo colateral. Y eso aunque usted no lo crea, me había dicho con los ojos resplandecientes, crea tensiones…
La habilidad discursiva o paranoia de Andy Vallejos dejaba incompleta la idea, pero de cualquier modo anotó al margen: hipótesis del sueño frustrado.
La perspectiva de las poblaciones como estorbo al progreso era materia de estudio no sólo en las facultades de Ciencias Sociales, sino también en los foros internacionales empresarios y sindicales, o en las conferencias sobre escudos protectores dirigidos a dirigentes políticos, de empresas y agencias de seguridad privada.
Sobre el particular, Tavares recordó la oportunidad en que fue designado a participar como funcionario de I.P. en un foro sobre catástrofes y prioridades, en Puerto Elizabeth, Sudáfrica, en 2008.  
Ella no se detuvo. La maestra había dicho que los pobres del pueblo, siete oficios y peones  de imaginación afiebrada, ven trabajar a las máquinas con un dejo amargo en la boca mientras amasan entre el fermento de la impotencia y la envidia, el rencor por la suerte que les cupo a Morazán y González. El encono de los pobres con la realidad es inevitable, no se conoce remedio y entonces se preguntaba ¿Dónde está Dios?
La modernidad trae cambios inimaginables, le había dicho con la voz cautivante de las maestras, hay almacenes que desde muy temprano además del surtido o la provista diaria a los paisanos al llegar el atardecer venden droga al menudeo.
Y había subrayado, Tavares esto en los pueblos lo saben todos.
Como los camiones, insistió ella en los efectos colaterales de la modernización, que desaparecen con su carga al doblar una curva en lo que tarda en asomar el lucero... fenómenos que podríamos calificar de paranormales.
Alguien que ella no recordaba le había comentado de la desaparición, sin mayores explicaciones lógicas, de algunas barcazas graneleras en la navegación entre Asunción y Nueva Palmira.
Si esto fuera poco, cavilaba Tavares, con el paso de los días crece el misterio de un submarino argentino perdido en los helados mares del sur.
Y cómo calificar, había insistido la mordaz maestra, la imposibilidad que va de la mano de los otros niños y niñas, los compañeritos de Morazán y González…
No quiero aburrirlo detective, había punzado la mujer de los ojos verdes, pero ¿no cree usted que las escasas posibilidades y la desidia van de la mano?
Ahora la recuerdo a ella decirlo con un dejo de abatimiento.
Me explico, había dicho ella con signos de preocupación, los niños ven como los chef preparan suculentos platos en la tele, ven como otros se bañan en el mar… para advertir tempranamente que en el futuro no habrá contratos de empleo para la mayoría de ellos, ni en la gran empresa forestal ni en las pequeñas contratistas.
Y sospechan los expertos extranjeros como los niños de la cuchilla, que eso fatalmente ocurrirá indistintamente, tengan o no estudio y calificación. Porque está visto que el azar jugó en la oportunidad que tuvieron los padres de los Morazán y los González, pero la suerte fue esquiva y no alcanzó al resto de los padres.
¿Quién va a explicar y contener a los niños sin esperanza?
Al escuchar a la maestra, su mente le jugó una mala pasada y el distraído Tavares terminó por asociar las escasas posibilidades que denunciaba la mujer, con las chances de acertar a las tres cifras en la quiniela.
Un despropósito que interiormente lo avergonzó.
_ Como le decía, escuchó a Raúl, la cosa no pasó de ahí y poco a poco todo se fue olvidando. Nadie dice saber nada pero nosotros los vigiladores algo sabemos, y todo apunta a que el robo no fue robo sino una maniobra de los dueños, se robaron a ellos mismos para cobrar el seguro. Por supuesto, las veinte cajas con telefonía celular no aparecieron. Y usted que es un experimentado detective, me entiende…

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