Tresfilos Tabarez / El Foro de la Bellisima Candela Maizani

NUEVE
El primer día todo te da vueltas en la cabeza, es como estar caminando sola por una ciudad desconocida donde las luminarias confunden tanto como un oscuro callejón. Lo sé por las pelis.

Mi madre me habló de modo protector, dulce, pero al concluir lo que tenía para decirme en lo que media la puesta del sol y la aparición del lucero, sus palabras resultaron intimidantes dando paso a la incertidumbre que sigue a las despedidas.
La desgracia de tus hermanos, dijo ella, es la guapeza a la hora de hachar y las rondas de alcohol apenas salen del campo. Tumban los grandes árboles para que penetren las máquinas taladoras… y entonces los dioses cobran venganza humillándolos con borracheras que duran días hasta tumbarlos como si fuesen árboles. Cuentan los más viejos que algunos mozos cada tanto desaparecen en el cerno del monte…
En cambio la desgracia tuya y de tus hermanas es la belleza que Dios les dio.
Ya no te puedo cuidar Ñambi… y aquí estás en peligro, dijo mientras me colgaba al cuello una cadenita con la virgencita de Caacupé y envuelto celosamente en un pañuelo me entregaba el documento de Arami, una de las hermanas mayores.
Con el cielo ensombrecido la despidió su madre con un beso y un dinerito para llegar a Clorinda. Su madre insistió y le arrancó la promesa de que no iría a Asunción porque allí podría estar en problemas si era reconocida por alguien de la familia.
Su madre la indujo a escapar de las casas porque algo monstruoso acechaba, pero eso fue todo de un asunto que insinuaba los peligros sin nombrarlos, tanto como el miedo de los niños a la hora de la siesta a sabiendas que en el monte merodeaba Yasy Yateré. 
En su viaje al sur fue descubriendo, sin ser descubierta, el país de los kurupí.
Un país de horizontes inconmensurables, con rutas que se extraviaban más allá de la pampa sojera y era atravesada, desde más allá los pantanales, por los trenes de barcazas dirigiéndose al mar. Poniendo proa a la China y otros países de culturas misteriosas, como había escuchado decir a sus hermanos en los raptos de lucidez.
Al cruzar el puesto fronterizo deseó convertirse en un ser invisible porque sentía posarse la mirada de gente extraña sobre su cuerpo inocente de campesina. Tiempo después, descubrió en el sur el incómodo saberse fuera de lugar, sentir trastocado el chirriar monótono de las ñakiras por el tartamudeo del motor de los automóviles, extrañar el beso afectuoso al saludarse por una sucesión de miradas de gente desconocida y gestos al paso de ambiguo significado.
Frente a un semáforo, por primera vez, se paralizó de cuerpo entero sin atinar a otra cosa que seguir el apresurado paso del gentío. Aquel día había llegado a Buenos Aires.
Así aprendí que el trabajo llevaba de un lugar a otro, a conocer gentes y costumbres, como tomar mate con agua caliente y usar ropas como sobretodos, paraguas y esas cosas.
Buenos Aires al principio hipnotiza con el poder de las serpientes, pero a poco de caminar por sus paseos me pareció que enamora a los solitarios y a las buenas gentes predispuestas a amar la vida.

Los trabajos son otra cosa y a veces se manifiestan de imprevisto. Responder con un sí o un no puede aparejar sorpresas agradables o quedar atrapada en una red tan sin remedio como queda el pacú en las aguas del río.
Tuve suerte y el amparo de la virgencita que me regaló mi madre en la despedida. Mis primeros trabajos fueron en kioscos y casas de comidas, lugares pequeños que conservan el trato cordial a partir de comentarios ocasionales o conversaciones intrascendentes. En esos lugares conocí hombres guapos y sin  corazón.   Los encargados decían una sola vez que por el dinero no hay mucho que conversar, lo aceptas callada o dejas que el empleo lo ocupe otra muchacha.
Conocí gente que domina el arte de la venta callejera y de un anciano vendedor de almohadones acepté el sabio consejo de que “la calle es la madre de los pobres”. Con eso me convertí en vendedora de medias y de chipá en las terminales de ómnibus, en promotora del Circo de los hermanos Rodelú en un tramo de su gira, o simplemente vendiendo productos cosméticos en las ferias de barrio. En MacDonal´s trabajé por tres meses como se acostumbra.
Y fue una gran suerte cuando conocí a Akash Jain, el patrón del Karim´s.
Y una bendición del cielo cuando conocí a Tavares.

DIEZ
Cardozo detuvo el coche chino, un Lifan 320 de 2012, en una callecita de las tantas que terminan en la rambla aledaña al puertito del Buceo. Las embarcaciones, deportivas en su mayoría, inclinaban los mástiles acompasados por el viento que soplaba del sur, tolerando indistintamente el vuelo acelerado o el manso planeo en las corrientes de aire de gaviotas y petreles que poblaban el cielo de las diez y media.
La cita estuvo convenida para las once en el piso trece de una torre donde Medios & Medios, la corporación de medios de comunicación que el rating posicionaba entre las más importantes de Sudamérica, tiene sus oficinas.  

_ La estructura, me decía Cardozo con la impronta de los técnicos, de acero y vidrios templados es un desafío de modernidad. Otros detalles constructivos son distintivos de lo que te digo, ascensores de alta velocidad, persianas regulables fotoeléctricamente al igual que las luminarias o el sistema anti incendios automático o las cámaras de video que registran los ambientes sensibles a la seguridad del edificio.
_ Interesante, respondí a sabiendas de lo aburrido que me resultaban estos complejos urbanísticos. Estos asuntos era con lo que podía llegar a fastidiar mi socio.
El piso trece tenía un recibidor amplio y desierto desbordado más allá del ventanal vidriado que parecía invitar a caer al mar. El logo de la empresa se destacaba en una de las paredes desnuda de revoques y decorados. El piso mullido delataba una alfombra color arena que a esa altura, cuarenta y cinco metros, resultaba perturbador tanto como el susurro del equipo de aire.
Cuando cruzamos miradas interrogativas con Cardozo, apareció como por arte de magia una mujer elegante que después de un formal saludo nos hizo pasar a su oficina. Recién allí advertimos la existencia de la puerta y el sincretismo que encerraba la despojada pared en su modernidad. En cambio, la mujer que se presentó como CandelaMaizani y secretaria privada del señor Pedro Pardo Perdriel, exhibía sin tapujos un cuerpo modelado en el gim y una mirada dura como el diamante, pero la cadencia de su voz hacía de la mujer una persona agradabilísima y bien dispuesta en los asuntos que conciernen a una secretaria ejecutiva.
Joven, de edad confusa, mujer de algo más de cuarenta años.
_ Bien, una de nuestras consultoras seleccionó entre otras a tres empresas acorde a nuestras exigencias y una de ellas es “Tavares-Cardozo Seguridad Global”. Desvió la atención sobre el escritorio de modo calculado, con delicados movimientos ordenó una lujosa lapicera Mont Blanc entre un taco de coloridas hojas y una caja de la BomboneríaCorso. Distendida tanto como se puede permitir una secretaria ejecutiva, Maizani con mirada cómplice se refirió a la caja de bombones como un regalo recién llegado de Buenos Aires y con una sonrisa apenas esbozada continuó.
_ Hemos tomado conocimiento de ustedes por el informe de nuestra consultora más la información en el sitio  web como para considerar su condición de proveedores, y para ello, dijo todo sin pausa y sin prisa, les entrego este dossier con los planos y requerimientos del trabajo a los efectos de su cotización y formas de pago.
_ ¿Alguna pregunta? dijo de modo tan cortés como expeditivo.
A mí la pregunta me tomó por sorpresa, tan deshabituado estoy a este tipo de entrevistas que ni siquiera esbocé mentalmente de qué estábamos hablando como para preguntar nada.
_ ¿La carpeta incluye plazos y consideraciones técnicas? preguntó Cardozo con la seguridad adquirida por una vasta y extendida experiencia.
_ Absolutamente todo, dijo Candela Maizani dando por terminada la reunión.
Al salir del edificio Tavares consultó el reloj, las once y catorce.
_ Gente expeditiva, murmuró con desagrado sin mirar atrás.

ONCE
El domingo a las ocho pasé por la casa de mi madre.
Dieguito ya había desayunado y esperaba en la puerta con la caña mojarrera a mano.
Después de la excursión de pesca le prometió ir a un MacDonal´s. ¡A divertirse!
Dieguito había cumplido cinco años en mayo y la relación conmigo iba entre los afectos, silencios y las interminables demandas.
La abuela, de su parte, atribuía ese comportamiento como natural en un niño abandonado por la madre. A la Doris se la veía cambiada, cada vez y cada tanto, que se acordaba de visitar al hijito.
Trabajar en Argentina… ¡Qué desfachatez!
Otro era el concepto esgrimido por la maestra jardinera cuando le preguntaban.
Nada de qué preocuparse, había reiterado la señorita Eugenia palpándole juguetonamente la cabeza a Dieguito; la mitad de los niños de la salita naranja, explicó, son hijos de padres separados. El comportamiento y aptitudes de Dieguito están dentro de la media de su grupo.
Nada de qué preocuparse abuela, por ahora no amerita pedir una consulta en el gabinete de Rijavec, la sicopedagoga.
La abuela dijo irse más tranquila después de lo conversado.
Disculpe pero usted sabe, señorita Eugenia, con las cosas que pasan…
Nada de qué preocuparse…

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