Tresfilos Tavarez : Operativo Mieles Negras / Josè Luis Facello

QUINCE
Tavares se acostó cansado después del trajín de ese día pero no pudo dormir.

_ ¡Cuidado con dormirse! Advirtió por última vez el comisario Panzeri, dando comienzo al operativo después de meses de meticulosa investigación, para dar con la pista de un capo narco, oriundo de la Costa Azul mediterránea, y a la banda de secuaces.
Ocho agentes de la DEA armados para la guerra se desplegaron formando en minutos un arco invisible, al frente de la casona encaramada en una lomada. Al oriente, una laguna artificial ponía distancia entre la casa de los esbirros y el camino de tierra donde diez agentes de Inteligencia Paralela cubríamos, escondidos entre las chilcas, la vía de escape por los fondos. Un alambrado olímpico aislaba el bucólico lugar poblado de faisanes dorados, no muy lejos, una tropilla de caballos árabes pastaban mansamente. Los perros adiestrados para matar aguardaban a los intrusos entre las sombras, a resguardo de las luminarias que bañaban de luz blanquecina, con reminiscencias de luna llena, los alrededores de la casona.

Fui por hielo y un vaso que llené hasta la mitad con un Ballantines escocés, regalo de Cardozo a la vuelta del viejo mundo.
El verano no ayudaba…
La ciudad nocturna mutaba a algo irreconocible, salvo por  los reflectores de las grúas pórtico que operaban inmutables, como si un designio fatal apremiase las operaciones portuarias a toda hora. Por la cabeza del detective cruzó un pensamiento perturbador, como si el horizonte de la bahía montevideana y el de la forestación se entremezclasen como en los dibujos de los niños que astutamente disimulaban señales de peligro…
Recordar el perfume de la maestra de pronto le resultaba un enigma indescifrable, como los dibujos del botija Saravia.
Al fin, entre cigarro y cigarro, había planteado el caso. Un caso curioso que podía encerrar otros, como las mamushkas, las muñecas rusas que venden por internet.
Sorbí un buen trago. Observé por la ventana la playa de estacionamiento desierta a esa hora y la garita del guardia donde Raúl cumplía el servicio. Con la luz encendida era un blanco fácil y pensó decírselo en la primera oportunidad, para que tomase los recaudos necesarios.
Sentía el sabor amargo de que a Montevideo lo habíamos cambiado con prepotencia.
Me percaté sin proponérmelo, que en la garita el vigilador leía o escribía sobre un estrecho estante donde apoyaba el termo y el mate.
Fui por más hielo y otra medida de whisky cuando al calor de la noche sonaron dos disparos.
Corrí con desesperación a la ventana empuñando la Bersa T.380, miré a la calle apenas iluminada y a la garita en sombras, en momentos que Raúl se cobijaba al amparo de un muro.
_ ¡Raúl! ¿Qué está pasando? grité en apoyo desde la oscuridad de mi ventana.
_ Un par de tiros en la Ciudad Vieja…
_ Se escucharon muy cerca…
_ Casi seguro que robaron a los turistas a la salida del restaurante.
_ O fue otro ajuste de cuentas, dijo de modo sombrío el detective, con el persistente y malsano recuerdo del operativo “mieles negras”.
Esa noche, Tavares no pudo pegar un ojo.

En un santiamén la noche quedó atravesada por los gritos y los estampidos de las armas de guerra, los disparos cruzados semejaban el vuelo de las luciérnagas. Los perros ladraban rabiosamente acosados por el alboroto de moscas ávidas de sangre y cadáveres. La muerte zumbaba a nuestro derredor, desprovistos de parapetos naturales quedamos al reparo de los chalecos antibalas y los cascos suministrados por la industria israelí.
Con un movimiento de pinzas rodeamos la laguna y tomamos posición a una cuadra de la casa principal, el lugar donde se habían replegado los secuaces de Maurice Le Blanc dispuestos a fugar en un camión blindado. Los tipos no conocían la palabra rendición y reabrieron fuego nutrido.
El tiroteo final se desató como una tormenta de verano, el humo de los gases vomitivos semejante a un banco de niebla se asentó en los alrededores de la laguna. En ese tiempo inconmensurable por la incertidumbre reinante logramos a poco, acorralar a la mayoría, salvo dos o tres que habían logrado evadir el cerco. En la primera revisión del lugar se encontraron tres malvivientes muertos según constaba en las actas del procedimiento.
Pero, al pasar revista al grupo de I.P. comprobamos la ausencia de dos agentes, y fue necesario esperar hasta el amanecer para hallar los cuerpos de nuestros camaradas sumidos entre el barro y las totoras.
Pero tarde comprendí que estos eran los hechos acaecidos en el operativo “mieles negras”, como lo había bautizado el comisario Panzeri seis meses atrás, pero no el sucio trasfondo que costó la vida del “gallego” García y de Pedemonte.
Entonces, menos comprendí el rumor de las dos bajas, como un daño colateral…

En cambio, los duelos criollos, como acto violento, mantiene en vigencia las imprevisibles manifestaciones del pasado, una lectura incómoda que alerta de las pocas chances para la fraternidad humana.
Tavares cayó en cuenta que esa noche tampoco habría lugar para unas horas de sueño.
Andy traslucía en cuerpo y espíritu a una mujer apasionada, sin sosiego, celosa de sus derechos como mujer, un legado que interpelaba por la sola condición de mujer, mucho antes que se estableciese el reconocimiento en leyes y normativas.
Si algo, había dicho Andy, me enseñó mi abuela Edelmira fue a observar la calle, a escuchar, como a ver películas y dejarse llevar por mundos de fantasía.
Imperturbable como la mayoría de los días, salvo cuando la achacaba el nervio ciático,  sentada en su silla preferida me proponía jugar a encarnarnos en un personaje para después, también ahondar en la intrigante vida de las actrices.
Porque sí en los tiempos de juventud de la abuela Edelmira hubo una heroína signada por el misterio pero también por su condición de mujer emancipada, esa fue Mecha Ortiz. Según contaba apasionadamente la abuela, que se desvivía cada miércoles con entradas rebajadas, por ver cine mexicano o argentino en los cines de barrio.
Tavares encendió dos cigarrillos y entre el humo grisáceo se sintió desnudo frente al imperturbable silencio de la mujer recostada a su lado, apenas conocida, desde hacía unas pocas horas de ese bendito martes de enero. Y el contraste, la dulzura apasionada como persuasiva de la maestra Andy, difusa por el humo como para adquirir un aire fatal o una máscara a su real preocupación, como para decidirse a contratar un detective.

Los peritos de balística fueron contundentes a la hora de informar a Panzeri, a solas en su oficina. Las balas que seguramente terminaron con la vida de García y Pedemonte no correspondían a las armas reglamentarias usadas por los agentes de I.P.
Panzeri hubiese deseado no escuchar a los muchachos de balística, pero intuyó que la suerte se torcía y de pronto, después de veinticinco años de servicio y una meritoria foja en I.P. se sintió inmensamente solo y abandonado. Sintió cerca, entre los suyos el olor sutil de la traición.  Dolorosamente para él, la corrupción había ganado otra partida…
Cuando Tavares escuchó los trascendidos filtrados en las oficinas fue invadido por una repentina sospecha e inmediatamente sintió presa del miedo.
Por su parte, el médico forense se limitó en voz baja a confirmar al mismo Panzari, que a los dos occisos policiales los habían acribillado por la espalda. Cuando lo dicho por el forense llegó a oídos de Tavares un escalofrío le recorrió la espalda.
El comunicado preliminar distribuido a los periodistas de  Medios & Medios, daba cuenta que, “En la madrugada de la fecha, después de meses de investigación a cargo de Inteligencia Paralela, se realizó el operativo mieles negras, que permitió desarticular una banda de narcotraficantes y detener a su principal jefe Maurice Le Blanc, con domicilio en Ajaccio, Córcega. Del enfrentamiento producido se contabilizaron cinco víctimas fatales, dos agentes de I.P. y tres malvivientes muertos. Asimismo, fueron apresados seis integrantes de la banda, mientras en estos momentos son buscados tres individuos que lograron escapar. Por razones obvias el señor juez decretó el secreto del sumario” Firma, secretario de comunicaciones, agente de primera Romildo Hernández.
El comisario Panzeri fue expeditivo con su hombre de mayor confianza.
_ Tavares, toma nota que más tarde o más temprano se desata el infierno. Cuando te citen da testimonio en el juzgado y a los de asuntos internos que andan ya merodeando y haciendo preguntas.
Después mandate a mudar con licencia médica.
Estarás al tanto de los rumores… algo que no sé qué, huele a podrido entre las filas de I.P.
Aquella noche Tavares apagó las luces del apartamento, en el monitor las imágenes se veían grises e inmóviles irradiando más temor que tranquilidad, encendió un cigarrillo y a continuación guardó la Bersa Thunder debajo de la almohada.
Los tiros que mataron a García y Pedemonte estaban dirigidos a él, por la sencilla razón de negarse a participar en el reparto del botín, de contabilizar cincuenta paquetes de droga o de dólares falsos donde había cien…
¿Panzeri no sabría las acciones encubiertas de algunos de sus subordinados o era un pelotudo? o ¿estaba también en la joda?
¿O algún funcionario de más arriba era parte del entramado de los socios del silencio?
A los primeros indicios de irregularidades menores, él fue franco con Panzeri y le trasmitió un presentimiento, bien fundado, antes que nombres y pruebas contundentes.

_ ¿Cuál fue la ofensa? Para que mi padrino, a su edad, se viese envuelto con reminiscencias homéricas en un duelo criollo, dijo la maestra mientras encendía otro cigarrillo. Me indigna que un hombre con su conducta, continuó imperturbable, un trabajador y luchador que no supo de claudicaciones se vea involucrado en un hecho de sangre, que no llegó a mayores porque las puñaladas lo rozaron sin lesionar órganos vitales.
Cuando lo fui a visitar al Hospital de Treinta y Tres, mi padrino con medio pecho cubierto de vendajes sonrió al verme. Una buena señal porque no era un hombre de sonrisa fácil. Y lo primero que preguntó con voz quebrada fue por los niños, refiriéndose a mis alumnos, porque le consta que los quiero como si fueran mis propios hijos.
La mujer posó la mirada en los ojos de Tavares.
_  No tengo hijos, dijo de modo concluyente.
_ ¿Cómo se llama el sujeto que lo agredió? preguntó birome en mano el detective.
_ Nadie se animó a nombrarlo, respondió la mujer.
_ ¿Y qué dice tu padrino del asunto?
_ Prácticamente nada, lo de siempre.
_ …
_ Dijo que jugaban al truco, de cuatro, en el club Veteranos de Masoller cuando de improviso ese señor vociferando improperios le gritó desde el mostrador, que era un maula.
Dicen que la reacción del padrino fue inmediata porque al toparse con el otro alcanzó a desviar las puntadas del cuchillo verijero, y aunque le dolieron los tajos, más le dolió que el desconocido entre otras maledicencias lo acusase de malparido. 
Tavares quedó acorralado entre la veracidad de lo contado por la maestra o el entramado discursivo, con visos de disparate.  Por momentos, le parecía que la mujer era una víctima más de la paranoia y las alucinaciones. Alguna de las miles de enfermedades profesionales vigentes en el glosario sanitario.
Reconoció que podía estar confundido y que sus primeras impresiones de la Vallejos fuesen equivocadas, encendió un cigarrillo y guardó la birome.
_ ¿No me crees? decilo con franqueza y me voy por donde vine. Conozco la salida, dijo la mujer pasando raya a una situación sino equívoca, incómoda para ambos.
Por un momento Tavares perdió la mirada en las grúas del puerto y en silencio contó del diez al uno, un artilugio para disuadir la ira.
_ La modernidad, prosiguió la maestra como si nada, trastoca el sentido de palabras que encierran un significado profundo, la utopía como sustancia de la democracia en occidente, o el imaginario de que la clase obrera va al paraíso después de hacer la revolución.
Aunque tú no lo creas, dijo mirándolo a Tavares, la modernidad se mete con cada uno de nosotros exacerbando las diferencias. Un agricultor ve las fases de la luna a su manera, mientras una corporación la cuantifica por sus potenciales recursos minerales.
_ No quiero pecar de irónico pero me quedo con la luna de los enamorados, dijo el detective.
Ella hizo un mohín y le pidió con gracia que agregase a los poetas, evocadores de la luna desde tiempos pretéritos.
_ Me refería a que la exacerbación de las diferencias, del sentido de las palabras, también trastoca el tiempo.
 ¿A quién en su sano juicio se le ocurre saldar en estos días cuestiones, en torno a las diferencias, a punta de cuchillo?
_ ¿Y qué dijo tu padrino del ataque a manos del otro hombre?
La mujer en un acto parecido a la introspección bajó la cabeza e hizo silencio.
_ Cuando habló mi padrino lo hizo con el cansancio acumulado durante toda su vida.
Me confesó que había cometido un crimen en toda su vida, dijo Andy Vallejos en la voz de su padrino.
Su mayor crimen fue fundar un sindicato de peones y medianeros.

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