Tresfilos Tavares : Misteriosa desaparicion, intrigas de hospital, Andy y ahora la Roballo !!!/ Josè Luis Facello.

VEINTIDOS
Cada vez que tenía oportunidad de visitarlo lo hacía con el convencimiento que estar cerca ayuda a espantar los fantasmas acechantes. Los del otro y los propios.
Salió del ascensor y observó en el pasillo el deambular de personas de modo desusado a esa hora, las siete y media de la mañana, justificada dada la numerosa población de internados en el CTI pero inhabitual a diferencia de otras veces. Lugar dónde el ritmo y las pulsaciones de la vida pendían de un hilo.
Ahora ocurría que amén del personal de limpieza, el ir y venir de las enfermeras y los médicos asignados en el sector CTI-UNO también merodeaban los camilleros y los vigiladores del hospital, diez de éstos distribuidos en la entrada principal, en la del personal y en el hall de acceso a los consultorios y salas. Dos por piso hacían lo propio frente a la puerta de los ascensores. Pero esta vez, la mayoría de ellos estaban allí, en el pasillo de acceso a CTI-UNO el lugar donde estaba internado el padrino.
Eso observó al salir del ascensor para de inmediato, de modo cortés, ser interceptada su intención de avanzar hacia una de las habitaciones.
_ Buenos días, dijo el vigilador. ¿A dónde se dirige señora?
_ Voy a ver al paciente de la habitación 319, dijo ella con extrañeza.
_ Por favor, ¿me permite los documentos? solicitó Santos Machón, identificado por la tarjeta abrochada al bolsillo de la campera.
_ ¿Pasa algo? Se le ocurrió preguntarle al otro, ocupado en revisar una planilla.
Por toda respuesta el vigilador miró a la cámara cenital y por el intercomunicador inalámbrico dio un parte en clave.
_ Jefe, tengo un candombe en CTI-UNO. Confirmado, dijo de modo expreso.
Después de un sinfín de preguntas amables y algunas otras al filo de un interrogatorio forzado, después de incontables minutos de angustia por no saber, sentada frente al director del hospital, al jefe de vigiladores, a un comisario de apellido Panzeri y una enfermera del turno de la mañana, que fue la primera en entrar a la habitación 319, fue escuetamente informada, para después y sin detalles, confirmarse la desaparición del paciente Francisco Cruz, su padrino.
No se sabía a ciencia cierta si estaba vivo o muerto, menos se sabía dónde se encontraba o lo que quedara de él…
Ella los miró con estupor. Cuando creyó haber conocido de todo en sus cuarenta y cinco años de pronto se encontraba frente a esa gente que no le solucionaba nada y a cambio, de modo explícito le advertían que se preparara para lo peor.
Se fueron sin saludar y al salir de la oficina dónde tuvo lugar la improvisada reunión, la enfermera de apellido Roballo la esperaba en el hall de entrada.
_ Todo va estar bien con tu padrino, la alentó desde su pura humanidad, mientras le daba una caja con cápsulas antidepresivas.
_ Gracias, atinó a decir Andy Vallejos.
_ No puedo hablar ahora, dijo la enfermera, pero para tu padrino es de vida o muerte que tú regreses a las ocho de la noche a la sala de espera de la Guardia.
Roballo dio media vuelta y se perdió por un pasillo mal iluminado.
Deambuló por las calles abstraída de todo lo que la rodeaba y sin proponérselo, de modo inconsciente, encaminó sus pasos a la Terminal de Ómnibus. Era para ella un lugar reconocible porque una o dos veces a la semana su trabajo requería que se presentarse en Montevideo. Desde hacía una semanas estaba super motivada para venir a la capital, desde que necesitaba ayuda frente a algo, que se inició como un duelo criollo para continuar de modo tan absurdo como que su padrino estaba perdido.
Llegar a Montevideo desde que lo conoció a Tavares la provocaba una sensación nueva y placentera, que coadyuvaba a postergar la urgencia del regreso a las escuelas. Sin darse cuenta, su vida quedó atravesada por la relación con el detective como para descubrir arcanas sensaciones propias del hombre de las cavernas, el quehacer gregario, gozoso con los otros y en ocasiones inexplicables, el miedo a los gritos y los silencios de la noche…
Optó después de revisar el monedero hacer tiempo tomando un café en la terminal. Tavares no respondía a su mensaje y ella contaba con él, ponerlo al tanto del poco saber de lo ocurrido y la necesidad de compañía para la intrigante cita en el hospital.
¡Perdido justo él! Había dicho el padrino, que vivió toda la vida interpretando las señales del cielo para no perder el rumbo, que después de tanto peregrinar encontró un buen lugar en Kilómetro 401, con pocos recursos y años demás le alcanzó y sobró para trabajar, ser respetuoso y respetado entre sus vecinos como había ocurrido en los tiempos lejanos cuando fundaron el sindicato.
Tiempos duros, me dijo el padrino más de una vez, cuando lo pasaban a boniato hervido y gofio.
Lo de la gobernabilidad era otro cuento chino, dijo.
Y ahí cayó en cuenta que el padrino estaba desvariando…
Al entrar al local de comidas se detuvo a saludar a tres maestras que esperaban el ómnibus de la empresa Núñez a Rio Branco. Se sentó en una mesita apartada y pidió café con un bizcocho cuando se presentó el mozo, un hombre de mediana edad al que llamaban Alicia. 
Las maestras se aproximaron a la mesa y antes de despedirse le avisaron que la asamblea del viernes, casi seguro se pasaba para el sábado, mismo lugar al mediodía. Te llegará el mensaje <asamblea confirmada>.
Sorbió el café y el tiempo acompañante para reconstruir lo que se dijo y lo que no se dijo, recordando los detalles, en un clima que exudaba irrealidad en lo que duró la reunión con el director del hospital.
Después de una somera inspección visual hacia mi persona por parte de los tres hombres y la mujer, el primer recuerdo fue que me sentí como una rata de laboratorio, desde el momento que comenzaron las preguntas de forma.
¿Desde cuándo conocía a Francisco Cruz?
¿Si tenía alguna relación de parentesco?
¿Recuerda cuándo lo había visto por última vez?
Luego pretendieron hurgar en mi vida privada, mi familia si la tenía, sobre mis actividades como maestra y el grado de participación en las convocatorias del sindicato de la enseñanza pública. Cuando les respondí que mi domicilio era itinerante como la gente del circo me miraron con extrañeza, cuando pregunté si estaba involucrada en algo malo, o demorada en calidad de qué, me observaron con furia conservadora.
El comisario Panzeri la intranquilizó diciéndole: señora por ahora no está acusada de nada. Me entregó una tarjeta y sugirió que lo llame a diario para estar al tanto de las novedades si las hubiere.
El director por su parte, deslindó responsabilidades, diciendo que los ancianos se extraviaban en su propio mundo en porcentajes alarmantes. Estudiarían el caso…
Algunos de ellos lo hacen en cuerpo y alma, caminando desnudos por los pasillos, dijo el vigilador aportando su cuota de realismo delirante.
La enfermera no levantó la vista del piso que olía a agua Jane.
A las once y media de una mañana que amenazaba con lluvias, Tavares entró al local de comidas y después de un vistazo localizó la mesita donde aguardaba Andy Vallejos. La mirada llorosa y extraviada denotaba el cuadro nervioso de la maestra.
El beso del encuentro fue abreviado.
El detective pidió un cortado en vaso mientras miró en derredor a la clientela habitual, la mayoría viajeros en espera. No observó nada raro pero sentía que la tensión se acumulaba en su cuerpo. Le dolían las piernas de forma inusitada.
No pasaría mucho tiempo para que las mesas se poblaran de personas dispuestas a comer algo al paso o detenerse para almorzar. El mozo sirvió los cafés al pasar y marchó a hacer lo propio a otras mesas.
Un mozo, quince mesas a cargo y treinta o cuarenta clientes que atender. Números, dijo distraída ella presa de la ansiedad.
En primer lugar, una hermosa mujer asesinada y acto seguido, un paisano extraviado o fugado de un hospital… enumeró mientras tanto el detective, sin ningún razonamiento que fuese más allá de las conjeturas preliminares.
Cuando ella observó la borra en el fondo del pocillo dijo que necesitaba salir porque Montevideo la asfixiaba.
Tavares propuso ir al apartamento para conversar sobre los acontecimientos en el hospital. Y en eso quedaron.
Cuando salieron, tomaron un taxi al momento que la lluvia se desplomaba con furia.
Diez minutos después cuando llegaron a la oficina del detective, sin rastros de lluvia como no fuesen las calles encharcadas, los rayos del sol pujaban por filtrarse entre las nubes plomizas.
Tavares convidó a la mujer con un Philips Morris y acercó la llama de su encendedor, repitió con su cigarrillo en una especie de ritual llamando al sosiego. Acercó uno de los ceniceros cromados que para la delicada y tensa situación orlaban el ridículo modernista.
_ Todo fue muy raro mientras duró la conversación en el hospital dijo Andy, haciendo esfuerzos por recordar y respirar al mismo tiempo, como si la confusión la hubiese dominado desde la desaparición del padrino de la habitación 319.
_ Tranquila Andy, trata de hacer un esfuerzo por recordar como para ayudar a descubrir algo más allá del hecho en sí. Lo único cierto hasta ahora es que no hay rastros de tu padrino, la inmediatez del echo no deja por ahora demasiado para especular, dijo con sesgo profesional.
_ Y eso me mortifica, nada hubiese pasado si yo estaba a su lado ¿tú me entiendes?
_ Tranquila, trata de recordar hasta lo aparente ínfimo de qué hablaron en el hospital.
Ella lo miró no muy segura de entender.
_ Hay palabras que pueden resultar la punta del iceberg, dijo él a modo ilustrativo.
_ Bueno… la primera parte fueron algunas frases sueltas, inconexas, típico de la jerga  médica y máxime tratándose del director de un hospital. El tipo estaba sacado porque esta situación anómala, definió la no-presencia del padrino como si fuese una alteración biológica, que podía ventilarse en Medios & Medios y de allí a una mancha imborrable en su carrera había un solo paso. Lo dijo poniéndose en potencial víctima de un escándalo, mientras de la real víctima no disponía de una idea que aclarase lo sucedido en la habitación 319.
¿Qué había pasado realmente? se preguntaba ella una y otra vez.
Ahora que recuerdo, el doctor insistió varias veces que del asunto, ni una palabra a nadie.
Las cámaras de la televisión no tardarán en invadir el hall de nuestro querido hospital, había dicho el director, además dijo sentirse presionado por los reclamos del sindicato de la salud y la envidia de sus pares que todo lo contaminaba. Después la cosa derivó a los virus intrahospitalarios y no sé qué más… lo olvidé.
_ Vamos por partes, dijo Tavares, es todo muy reciente. Quizá en este momento las cámaras de seguridad le permitan a la empresa de vigilancia reconstruir los pasos de tu padrino desde el momento que salió de la habitación.
¿De qué más hablaron?
Lo que el detective no dijo, fue que por ahora no quedaba claro si estaban frente a un paciente que había decidido fugar del hospital a la madrugada, de lo contrario el asunto se ponía muy feo. En ausencia del cuerpo, estábamos ante la posibilidad de un secuestro… u otra muerte dudosa.
La cortedad de palabras del director del hospital no hacía otra cosa que levantar sospechas de que no decía todo lo que sabía en aquella improvisada reunión.
_ Otro que estaba en la reunión era el jefe de vigilancia, dijo Andy, que al dar su opinión lo hizo de modo oscuro refiriendo a pacientes ausentados por voluntad propia, o extraviados en otro mundo, el de los enajenados mentales. El tipo estaba muy excitado y un par de veces trajo a cuento los Expedientes X y las peripecias de los investigadores en situaciones paranormales.
Un pensamiento invasivo como fugaz transportó a Andy a las oscuridades de la maldita forestación…
En ese momento la maestra no pudo más y buscó refugio en el llanto.
Fue entonces que el detective tomó las manos de Andy entre las suyas, en un acto simple como todo lo significante en la vida, acunándola con la protección de un hombre que no discernía entre el rol del detective y el sentir del amante.
_ ¿Eso fue todo lo que conversaron en la reunión? preguntó Tavares, después de un intermedio silencioso.
Ella pareció dudar.
_ En la reunión había otras dos personas, un comisario bastante molesto que pretendió indagar sobre mi condición de maestra trashumante, rondó sobre mi estado de soltería, pero justo es reconocerlo, sin demasiada insistencia.
Te juro que por momentos pensé que me iban a acusar de algo.
_ Son rutinas policíacas, desestimó el detective. ¿Algo más?
_ ¡Sí! Casi lo olvido. Estaba también la enfermera, ella fue la primera en enterarse de que mi padrino no estaba en su cama ni en ninguna otra parte, a eso de las seis de la mañana cuando fue a tomarle la presión y suministrarle la medicación.
_ Bueno, nada.
_ Todo lo contrario. La enfermera de apellido Roballo esperó quedar a solas, para decirme que regresase a las ocho de esta noche por la entrada de la guardia.
_ ¡Ah, eso cambia las cosas! exclamó el detective. Te escucho.
_ La enfermera alcanzó a decirme… que fuera puntual y estuviese despabilada en todo momento, porque para el padrino la cosa era de vida o muerte.
_ ¡Está vivo en algún lugar!, probablemente en el hospital mismo, dedujo el detective.
Esta vez Andy Vallejos no aguantó más y se rindió al llanto en los brazos de Tavares.
A las siete y media, un Tavares desconocido vestido con un mameluco sucio y encorvado sobre una muleta ingresó con pasos vacilantes a la guardia del hospital. Una gorra de lana en la cabeza y la pistola Bersa Thunder .380 en el bolsillo completaban su equipamiento para moverse sin llamar demasiado la atención.
Habían convenido con Andy que él se adelantaría, de incógnito, un rato antes para el caso de ser necesario. El detective hizo lo que pudo para tranquilizarla relativizando que pudiese pasar algo violento, pero insistió en que no estaba de más moverse con precaución, en las guardias de los hospitales montevideanos nunca se sabe…
A las ocho menos cinco cuando Andy llegó al hall de la guardia, esperaban sentados dos niños afiebrados y llorosos acompañados de sus madres, un travesti que se quejaba de un puntazo en el costado, una pareja de ancianos en estado de desnutrición crónica y un obrero cabizbajo apoyado sobre su muleta. Además del vigilador, un hombre enfermo de aburrimiento que observaba el monitor detrás de un mostrador.
A las ocho en punto, la Roballo con pantalón y chaqueta blanca salió detrás de una puerta vaivén y se dirigió a la salida. Un minuto más tarde avanzó Andy empujando la silla de ruedas, a la pasada, con un gesto a Tavares le indicó que la siguiera.
Cuando con calculada parsimonia Tavares se incorporó del asiento, se le adelantó un camillero en dirección a la salida. Una ambulancia esperaba con el motor encendido en la rampa de salida, de pronto se abrió la puerta trasera y escuchó una voz, que identificó como de Andy pidiéndole subir con rapidez.
Cuando la ambulancia tomó por la avenida, el antiguo reloj de la plazoleta marcaba las ocho y cinco.

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