Tresfilos Tavarez : La vida de Andy. La muerte de la Maizani. / José Luis Facello


DIECIOCHO
Calentó café y sirvió una taza sin azúcar que acompañó con un vaso de agua y una pastilla de ibuprofeno 700. Cuando se miró al espejo se dijo que era hora de afeitarse y darse un baño de agua fría. Había pasado una noche espantosa entre la vigilia, el whisky y las pesadillas recurrentes donde se veía caer brutalmente asesinado.
Soñar con Doris le dejó un sabor agridulce.
Saludó a Raúl al pasar dando inicio a un trote suave a modo de precalentamiento hasta llegar a la rambla Roosevelt y de ahí apurar un poco más hasta alcanzar la ruta 1 y regresar. La bahía a un flanco y hacia adelante, la inquietud que a veces dominaba su cuerpo a capricho.
Una vez a la semana, los martes, junto a Andy Vallejos mezclaban trabajo y sexo en dosis inmanejables, alternando los testimonios de ella y los datos que él anotaba en el bloc por el caso de su padrino, con el erotismo apremiante por lo provisorio, placentero por lo fugaz.
Ella decía, que sin proponérselo se había transformado en una maestra rural que peregrinaba de un lado a otro como las golondrinas, sin llegar a imaginar que alguna vez encontrase un lugar amigable en Montevideo. Y eso ocurrió al conocerlo a él, el detective Tresfilos Tavares.
Atravesar la campaña a como diera lugar, monologaba Andy, para al llegar al aula proponerle a sus alumnos que valía la pena soñar, en cualquier circunstancia por adversa que se presentase. Ella conocía a sus chicos y a las madres de la mayoría de ellos como para constatar que la situación de los Morazán y los González se reproducía en otros lugares estrechando el círculo de las posibilidades reales, sin un horizonte visible en estancias inmensas donde los contados humanos no encarnaban más que la ausencia.
Nómades sin retorno, que la más de las veces signaban tanto al que se iba como a los que esperaban su regreso en una especie de duelo interminable. La nostalgia de unos y la angustia de otros terminaban por transformarse en golpes mortales a sus fatigados corazones.    
Desafiaba a sus alumnos a observar el horizonte, porque promueve una sociedad humana pacífica y emprendedora a cada amanecer. Pero, advertía la maestra, el horizonte se desdibuja cuando las palabras mutan al palabrerío superponiéndose a los sueños y deseos, de modo tal que llegan a confundir hasta hacernos dudar, no ya de la existencia misma del horizonte como de las utopías que conlleva.
En esos momentos el detective se sentía perdido, porque lo suyo era olfatear a un prófugo de la justicia, o descubrir pasaportes que acreditaban falsas identidades, sino, registrar meticulosamente las marcas en un cuerpo abandonado de todo rastro de vida. Sin utopías, sólo tratar de comprender el porqué del ensañamiento del asesino con el otro.
A poco de recorrer las calles comprendió lo limitado del aprendizaje en la escuela de policía, al constatar que la ciudad y la basura humana conformaban un ambiente viciado.
_ ¿Por qué confiaba el caso del ataque a su padrino en un desconocido como él? preguntó sintiendo entender cada vez menos.
_ Porque, respondió la mujer, sabés conjugar el verbo amar en tiempos de violencia.
_ La violencia es un asunto de vieja data en el país de las cuchillas.
_ Por supuesto, concidió ella, pero los historiadores o los cientistas sociales caen en la tentación de reducirla a eventos fechados de tal o cual asunto del pasado, o a datos estadísticos como la evolución de la gripe aviar por alimentos importados de Chile, o sobre el número de muertos, contabilizados mes a mes, en los hechos delictivos.
A Tavares le pareció percibir, como a veces los crímenes y otros delitos trascendían en hitos memorables de la historia oficial o se perdían al cabo del tiempo sin dejar rastros. Salvo por la intervención de los antropólogos forenses que son capaces de hallar no sólo rastros físicos sino hasta percibir la sicología de un individuo y que lo motiva a cometer crímenes inenarrables. 
¿Quién no escuchó alguna vez sobre los crímenes del nazismo por boca de los sobrevivientes o la persistencia de la memoria en películas como La caída de los dioses o La vida es bella?
¿Quién recuerda las empresas que acompañaron al Tercer Reich y que desde entonces hasta el presente nunca dejaron de ser renombradas corporaciones alemanas?
_ Pero quiero que usted me entienda y voy al punto que nos interesa, dijo ella.
Creo que por sobre todo, que el origen de la violencia se esconde en la mentira y la venganza, como las capas superpuestas de la cebolla.
¿O piensa que la explicación está en algunos locos sueltos que matan gente todos los días? ¿O que la misión de las fuerzas policiales entra en colisión con los jueces a la hora de impartir orden y justicia?
Tavares miró a la maestra y sintió por ella algo parecido al amor.
Cómo explicarle a Andy Vallejos las muertes absurdas del “gallego” García y de Pedemonte, sin señalar los vicios y la corrupción que todo lo envilecía, y que incluso, no dudaban en asesinar al que se interponía en su camino.
García y Pedemonte pagaron por la vida que querían cobrarle a él.
Con repentina inquietud miró el monitor.
_ No sé de estas cosas, pero pienso que el ataque del desconocido a mi padrino es francamente inexplicable, una cosa de locos. Salvo que un encontronazo ocurrido en la forestación hace mucho tiempo, cuando el padrino y un prófugo de la justicia cayeron en la emboscada de un comisario, tenga alguna relación que desconozco.
_ Por entonces, Medios & Medios daba cuenta de un extraño suceso ocurrido en la forestación con los títulos: “Desbaratan a terroristas pakistaníes en Cerro Largo”, “Un detenido y otros diez fugan a Brasil”. No sé si recuerda…
_ ¡Por supuesto¡ nada más alejado de la verdad, dijo de modo terminante la maestra.
Tavares recordaba el extraño episodio a través de los diarios, porque la tele se había limitado a mostrar el Río Negro, la forestación y los incendios con imágenes de archivo. Para el caso, nada. Salvo alguna que otra mención en el programa de la Jessica Buendía.
_ Cuenta mi padrino, que en  aquellos años vivía solo, en un caserío a la vera del Río Negro, a la altura del kilómetro 401 como se denomina a dicho asentamiento.
Él vivía de la pesca y el comercio de serpientes, aves como las urracas y cueros de lagarto overo que una vez al mes, si las crecidas lo permitían, transaba en el lanchón de un contrabandista. Eran contados los pobladores y salvo uno, el dueño del almacén El Progreso, todos los demás oficiaban cuando había trabajo, de peón pa´ todo, como se acostumbra cuando es temporada de esquila, siembra de plantines o alambrar campos.
Tavares encendió dos cigarrillos, convidó y consideró interesante tomar nota.
_ Mi padrino no es hombre de muchas palabras, pero durante las visitas de los fines de semana al hospital dio a entender que era muy importante conversar, de que yo estuviera al tanto por lo que pudiera pasar…
Imaginé algo delirantes sus palabras, dijo mirando el ceño fruncido del detective, tanto que consulté a la enfermera a propósito de qué drogas le estaban suministrando.
Me pidió que le armara un cigarro para pitar a escondidas y en mientras tanto, contó de un tirón el asunto de los supuestos guerrilleros pakistaníes resguardados en la forestación.
Nuevamente miró el monitor y otra vez la inquietud carcomió el ánimo de Tavares.
Dos personas se habían detenido frente a la puerta del edificio, al parecer un hombre y una mujer. Observó con mayor atención cuando otras dos personas se acercaron a la pareja en actitud expectante, pero por algunos detalles, la pollera larga de la mujer y los hombres de sacos oscuros y portafolios, le alcanzó para deducir cuando se fueron que eran evangelistas o promotores de créditos a sola firma.
_ La escucho, dijo el hombre tratando de disimular el momento de distracción.
_ Mi padrino dijo que semanas antes del tiroteo encontró a un muchacho en estado calamitoso, barbudo y pintado el cuerpo a rayas de carbón y arcilla roja. Enajenado.
Dijo el desconocido, cuando pudo recuperar sonidos humanos y después el habla perdida en el silente aislamiento voluntario, que en Montevideo lo conocían por Bahiano. Pero lo buscaban los de Delitos Globales y una banda de estafadores a la que él, Juan Galván, se atrevió a estafar. No le quedó otra que escapar con una mochila repleta de dinero y purgar su osadía en un lugar inhumano como la forestación. Acompañado durante un año y medio, por su solitaria sombra y el revólver S&W envuelto en una bolsa de nilón al reparo de la lluvia.
La mujer preparo mate y regresó cuando el agua estuvo caliente.
_ Mi padrino tiene un ojo ladeado para el cielo pero la mirada profunda, tanto que cala profundo en el alma de las personas.
Me dijo sencillamente que el muchacho merecía una oportunidad y después de acordar bajo palabra algunas precauciones, para no levantar la perdiz, lo alojó en la casilla que el mismo había construido en Kilómetro 401.
Un sitio seguro, porque nadie osaba acercarse a un lugar que habitaba un hombre solo, donde se guardaban trampas y anzuelos, y las serpientes venenosas encerradas en jaulas aguardaban el momento del trueque. Lugar inhóspito del que emanaba el olor repelente a pescado y a jabalí charqueado.
A los pocos días de llegar, el muchacho fue compadecido por los vecinos al comentar mi padrino de que su supuesto ahijado estaba muy enfermo. Como bien recibido por el dueño del almacén El Progreso, donde el muchacho y su padrino hacían algún gasto.
Pero fue la hija del bolichero, la niña Tansín, la que no sólo lo aceptó sino enamoró soñadoramente de Bahiano.
_ Si no, no es verdadero amor, apuntó el detective.
_ Y lo nuestro ¿es verdadero amor? interrogó dulcemente la maestra.
_ El amor en compañía de un sueño siempre es verdadero…
_ La niña Tansín, prosiguió ella, era otra víctima del aislamiento y de los padres dominantes. Una noche de luna llena le había confesado a Bahiano el gran sueño que motorizaba sus ganas de vivir.
Una gurisa pragmática a fin de cuentas, simplificó la maestra.
Tavares la miró expectante mientras tomaba mate.
_ Le dijo que aprovecharía la ocasión en la próxima crecida del río, para escapar de sus padres en el lanchón del contrabandista. Tenía algunos pesos ahorrados para costear el viaje hasta Fray Bentos, la renacida ciudad bajo el influjo de la fábrica de celulosa.
Es mi gran oportunidad, había dicho la resuelta niña, y no la dejaría escapar por nada del mundo.
_ ¿En qué cabeza cabe una menor de edad trabajando en la fábrica de los finlandeses? dijo Tavares sorprendido por el giro de la conversación.
_ Tansín le contó a Bahiano que su sueño no era emplearse en la fábrica, sino amar a los obreros en condición de hombres libres… afuera de la fábrica.
En la memoria, la maestra guardaba a otras tantas alumnas como la niña Tansín, que no aceptaban vivir para vivir sujetas a los caprichos de un hombre. Había escuchado decir a una de ellas, cuando fue devuelta a la casa después de fugarse cuatro interminables días, que la vida tiene sentido cuando una sabe lo que quiere y hace lo que tiene que hacer.
_ Dijo el padrino que eso fue todo lo que comentó el muchacho, cuando la crecida del Río Negro los empujó a tierras más altas en la impenetrable forestación.
Y eso de alguna manera fue el principio del comienzo de todo, dijo Andy Vallejos de modo enigmático.
Tavares volvió a retomar seriamente la sospecha de que la mujer estuviese delirando y todo el relato no fuese otra cosa que el fruto de la locura. Quizá se le notó en la cara, pero la maestra no se inmutó.
_ Carnearon un potrillo mancado para comer y en mala hora los descubrió el puestero de la estancia. Dice el padrino, que pasados dos días fueron localizados por el comisario, el patrón de “Cuatro Ombúes” y los agentes de Delitos Globales que rastreaban al muchacho desde hacía mucho tiempo. El estanciero, Primo José hijo de don Cipriano, no paraba de gritar.
¡No hay un patriota que mate a los cuatreros! instigaba a los uniformados.
El detective no sabía si dar crédito a lo que escuchaba o escapar de la oficina.
_ Al final, entre los tiros y una nube de gases mi padrino se entregó, mientras a su espalda Juan Galván emprendía revólver en mano y al amparo de la neblina el regreso a su pasado.
Otras versiones maliciosas alteran la naturaleza de estos hechos y llegan a confundir lugares del olvidado norte oriental. Como tampoco periodistas de poca monta, dudaron en acusar a dos desesperados muertos de hambre de cuatreros, y posteriormente de ser integrantes de una célula dormida de los inhallables terroristas pakistaníes.
Tavares buscó en el placar y regresó con una botella de bourbon y dos vasos.
Andy se había transformado en la mujer dulce que a él lo atrapaba, remitiendo lejos muy lejos las andanzas que tanto la preocupaban del paisano Cruz, su padrino.
Sin formalismos ni límites como ajenos al ruido de las calles, iniciaron el juego de los amantes.
Afuera había parado de llover.
A la medianoche sonó el teléfono tres veces hasta despertar al detective.
Era Cardozo, repitiendo bastante alterado lo que Jessica Buendía dio un rato antes como primicia.
Encontraron muerta a Candela Maizani.
DIECINUEVE   
A las siete de la mañana de ese miércoles, Cardozo entró a la oficina, donde lo esperaba Tavares leyendo los diarios online.
Una hora antes lo había llamado anticipando el motivo de la prisa por la sorpresiva comunicación de Pedro Prado Perdiel, el dueño de Medios & Medios, requiriendo de forma urgente los servicios de T&C.
Sobre la muerte de su secretaria el magnate no había dicho una palabra.
En cambio, a las nueve y tres minutos de la noche, la pareja de periodistas que conducen el informativo se condolieron con la destacada y entrañable compañera de Medios & Medios, Candela Maizani.
Asimismo, dejaron trascender que el deceso se produjo por causas naturales.
Tenían una cita concertada para las nueve de ese día en el Nuevo Bristol. Un lugar reservado como alejado de curiosos había propuesto Cardozo, considerando el pedido de Perdriel acosado en las últimas horas por rumores intrigantes.
El asunto reunía los elementos, como diría Raúl, para escribir un cuento: un magnate, la torre 4 del World Trade Center y una bellísima secretaria muerta en circunstancias dudosas.
El técnico saludó con cara de haber dormido mal, achacándolo al pasar al insomnio de Hannah, y pasó a servirse un café. La puerta del privado estaba cerrada.
Tavares encendió el tercer cigarrillo de ese día acosado por malos presentimientos.
_ Buenos días Fraga.
_ Buenos días licenciado, buenos días señor Cardozo, saludó atentamente el mozo.
_ Lo de siempre, pidieron los dos hombres.
El reloj marcaba las nueve menos veinte.
_ Marcha un cortado en vaso y un café doble, pidió Fraga junto a la máquina de café.
Tavares fue hasta la esquina a comprar “El País” y regresó inmediatamente.
Cardozo bebiendo el café aparentaba tranquilidad.
Las agujas del reloj se aproximaban a las nueve menos cinco.
Un hombre de traje azul se asomó a la entrada del bar y pasó a sentarse en una mesita junto al ventanal del frente. Pidió un café e inmediatamente hizo un llamado con el teléfono celular.
Unos minutos después otro hombre ingresó al bar y su presencia no pasaba inadvertida, seguro de sí mismo deslizaba a cada movimiento cierta altanería, muy de los principales. Entrado en años, unos sesenta, corpulento y grueso vestía un traje de lino claro y camisa celeste, cubría la calva con un sombrero Panamá.
Observó a los dos desconocidos y preguntó si eran de la agencia T&C.
Cuando se sentó pidió un agua mineral con gas, los escrutó con la mirada y sin preámbulo fue al punto de su interés.
No refirió una sola palabra a Candela Maizani, en cambio, les pidió reserva y cuidado con lo que hablaran de allí en más porque sobraban periodistas díscolos, que tanto en Montevideo como en Buenos Aires, pagarían por enlodarlo.
Los invitó a viajar en su automóvil, un Maserati Levante color acero, para adelantar la conversación hasta que llegasen a la oficina. Dicho esto, se anticipó a salir del bar el otro hombre que oficiaba de chofer y guardaespaldas.  
Durante el trayecto, Perdriel poseyendo la verba de un experimentado hombre de la comunicación pintó una semblanza de la mujer, que a poco resultó su secretaria de confianza desde que se conocieron en la casona de Finisterre. Un ignoto lugar enclavado en una isla del Delta del Paraná, donde muy de tanto en tanto y en el mayor de los secretos, los principales del Río de la Plata realizaban sus reuniones.
Al llegar a la torre del Buceo, un patrullero estacionado en las inmediaciones anticipaba la discreción y secretismo acompañante a la muerte de la secretaria.
Fue entonces, en la intimidad de su oficina y fumando en una pipa de raíz de brezo, que Pedro Prado Perdriel retomó en tono monocorde su visión de las últimas horas de Candela Maizani.
En primer lugar, se habían comunicado por teléfono a las nueve de la noche del día anterior, que de modo impensado resultó la última vez.
Miró indistintamente a Cardozo y al otro como para medir el efecto de sus palabras, pero se encontró con dos rostros tallados en piedra. Eso le gustaba.
Continuó hablando de los detalles posteriores al imprevisto hecho, que por ahora ignoraba hasta la mismísima periodista que dio la primicia, Jessica Buendía. Jessica es una destacada profesional y empleada fiel de Medios & Medios, reconoció el magnate.
La primera impresión de los médicos forenses, dijo de modo confidencial, es que la mujer había fallecido víctima de un ACV, un accidente cerebro vascular fulminante, cuando descendía por el ascensor de alta velocidad.
Les pidió absoluta reserva y ni una palabra a nadie.
En segundo lugar, el magnate y principal accionista del grupo M&M fue explícito al requerir que fueran desactivadas las cámaras provistas por T&C, y pidió dadas las circunstancias que actuasen con prontitud para retrotraer la instalación al estado de obra sin terminar. En una palabra nunca llegó a funcionar, instalación de la que sabían su existencia unas pocas personas. Los tres allí reunidos, la malograda secretaria, Saldaña su hombre de confianza y guardaespaldas. La otra persona era la empleada de la limpieza.
Así también, Perdriel pidió eliminar a la brevedad las cintas grabadas y los archivos existentes. Para no tener contratiempos con la compañía de seguros, dijo oscuramente. De su parte recibirán una compensación acorde a lo precipitado del asunto…
Necesito resolver todo en las próximas tres horas y ustedes saben cómo hacerlo.
De vuelta a la oficina, Cardozo y Tavares fumaron en silencio y bebieron café después, a modo de dilatar el análisis y especulaciones sobre un asunto que les había dado vueltas en la cabeza mientras desinstalaron el sistema como lo había pedido el señor Perdriel. Fue desde aquel momento cuando empezaron a desconfiar y a guardar silencio por motu propio, considerando que estaban involucrados circunstancialmente en el escenario de una muerte dudosa, según lo trascendido extraoficialmente de la vista policial en horas del mediodía.
_ Si bien, dijo finalmente Cardozo, somos ajenos al lamentable asunto de la muerte de la Maizani tengo el pálpito que no es un buen comienzo para la imagen de nuestra agencia…
Tavares escuchó en silencio. No le preocupaba lo más mínimo una muerte, más allá de que habían tratado comercialmente con la infortunada víctima. Pero no pudo evitar cierto desasosiego al trazar un paralelismo malsano, entre la Maizani con el “gallego” García y con Pedemonte, o lo que es pensar, en el acecho de su propia muerte.
_ Creo que por lo visto, para nosotros es un asunto cerrado comentó Tavares.
Aunque no entiendo la urgencia por bajar las cámaras, ni de seguros, ni nada como no sea una maniobra dilatoria para tapar la verdad de lo ocurido. ¿Qué oculta el magnate?
_ Cuestión de intereses, típico de las grandes compañías dijo con suficiencia el técnico, más ducho que su socio en transitar por los pasillos de las empresas corporativas, en particular, sector Pliegos, Licitaciones y Obras a Terceros Participantes.
_ Allá ellos, concluyó el detective.
El timbre de la entrada los tomó por sorpresa y ambos clavaron la mirada en el monitor abrillantado y gris, donde se recortaba en primer plano la cara curiosa de un niño rubio que a la pregunta de a quién buscaba, respondió que estaba allí de parte del señor Saldaña.
Tavares se dirigió a la ventana y en efecto, el automóvil color acero estaba estacionado y junto a la puerta del vehículo, Saldaña fumaba despaciosamente. Desde la puerta de la garita Raúl observaba los movimientos del chofer de la Maserati, con la discreción que le permitía  mientras tanto, registrar a los camiones arribados a la playa del supermercado.
Un minuto después, elniño rubio de unos quince años y la mirada hermética, dejaba un abultado sobre de papel madera en manos de Cardozo y nada dijo al retirarse.
Saldaña sin inmutarse esperó el regreso del mensajero e inmediatamente partieron en dirección a la rambla.
Raúl por su parte, consideró oportuno memorizar la marca del vehículo y anotar el número de la patente del departamento Maldonado. Siguió con la mirada a la Maserati y posteriormente saludó con cierta complicidad a Tavares que observaba desde la ventana.

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