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Tresfilos Tavares. Entre amores, intrigas, y pesadillas/ Josè Luis Facello

VEINTIOCHO
Puso a calentar la cafetera, mientras se vestía se decidió por los championes que el sábado le había regalado Candy con motivo de cumplirse el primer año como amigovios.
Candy resultaba imprevisible a la hora de encarar cualquier asunto, ese sábado no había dicho una palabra sobre los implantes mamarios pero sí se refirió de modo acotado y conciso a la decisión de alquilar un apartamentito. Akash Jain había dado su aprobación, la muchacha seguía siendo una de sus preferidas, y en consideración a que la superpoblación del club acarreaba pequeños litigios y celos profesionales, probarían a que algunas de las chicas se alojasen afuera de Karim´s. De alguna manera el negocio había crecido, hasta convertir a ciertos aspectos triviales de la convivencia como un problema de crecimiento.
Los operadores financieros, los brasileños y argentinos de los agronegocios, los altos empleados de las empresas extranjeras, en particular finlandeses y españoles, eran los habitúes del local después de la medianoche, en particular cuando en el transcurso de la jornada habían subido las cotizaciones de su interés en la bolsa de N.Y.
El visto bueno al pedido de Candy había sido concedido por el hindú y su socio, pero cumpliendo con dos condiciones: que el nuevo domicilio se situase dentro del triángulo equilátero, un capricho de Akash Jain, comprendido entre Karim´s, el parque Rodó y el estadio Centenario. La segunda condición fue que compartiese el apartamento y los gastos con Gisella, la cantante italo-siria, que noche a noche descollaba enamorando al público con su voz aguardentosa.
Tavares bebió una taza de café sin azúcar, observó mecánicamente el monitor y salió dispuesto a trotar no menos de una hora.
La brisa del sur atemperaba el bochorno de la noche y con el paso de los minutos logró renovar el oxígeno de sus pulmones, condición básica para ejercitarse más exigido.
Un nubarrón cruzó su mente una vez más como para juramentarse a dejar de fumar.
En un acto de arrojo tiró el paquete de cigarrillos al mar, escondiendo la inutilidad y la mentira de la enojosa decisión. Fumaría diez por día, no más, volvió a mentirse.
A simple vista, los tripulantes de los poteros coreanos se abocaban a las tareas finales previas a la zarpada. Algunas embarcaciones con las luces de cubierta encendidas, a prueba, preanunciaban las jornadas nocturnas de la pesca a la encandilada, en gran escala como vasto es el mar.
Tavares recordaba como hacía algunos años, un calamar rondaba una media de tres kilos de peso al mostrador, pero por la sobreexplotación del mar, en la actualidad los ejemplares no pasaban de un par de cientos de gramos…
Se sabe, los exportadores sólo negocian con los frutos del mar de primera calidad, amén de monopolizar el acceso a los mercados importantes.
El enojo del mar para los románticos, sino las aguas revueltas a causa de los dragados habrían contribuido a alejar a las especies marinas de las costas. Hoy, unos pocos pescadores buscan refugio al otro lado del Cerro, en la playa de Santa Catalina, pendientes de la obra inconclusa de una terminal marítima especializada, una regasificadora, que condenaría definitivamente a la pesca artesanal.
A poco de trotar a buen ritmo, las emociones encontradas por los eventos de naturaleza extraña se serenaban paulatinamente, entonces, la cordura del detective recobraba su lugar sin por ello dejar de asolarlo fugazmente.
Una nubecilla cruzó su mente con la imagen sonriente de Andy Vallejos. Imagen interrumpida cuando unos motociclistas cambiando de dirección, doblaron bruscamente en redondo con el estruendo de los motores de 1800 c.c. y a medida que acortaban distancia Tavares temió lo peor, a sabiendas que había olvidado la Bersa Thunder .380 en la oficina.
Los motociclistas aceleraron rumbo al centro pasando indiferentes a su lado.
La voz del vendedor de diarios se imponía sobre el insidioso rumor del tránsito montevideano: ¡Últimas noticias!, ¡diarios!
SUICIDIO EN EL ASCENSOR
Tavares mientras se dirigía al Nuevo Bristol compró “El País”, a sabiendas que el título refería a la muerte de la Maizani.
_ Buenos días Fraga, saludó dispuesto a esperar a Cardozo. Pidió lo de siempre.
Últimamente Cardozo había estado distante, algún llamado ocasional y menos pasar por la oficina. Había que comprenderlo, abocado a su trabajo en un mundo de registros visuales y sonoros, sumido cada dos por tres en la pantalla del teléfono cuando una alarma daba el aviso de un evento inusual. Por desgracia, Cardozo somatizabalas tensiones interiores por inmiscuirse en la vida privada de sus clientes.
En más de una ocasión se lo había advertido, la real causa del estrés que acosaba a su amigo era la curiosidad malsana y la falta de dinero.
_ Su pedido licenciado, dijo el mozo con la cortesía de la que hacía gala.
_ Gracias. Una pregunta Fraga ¿ha visto a Cardozo últimamente?
_ Bueno, ahora que pregunta le diría que hace más de una semana que no lo veo. ¿Está bien?
_ ¿Y por qué no iba a estarlo? Quedó en venir.
Fraga se excusó y fue a atender a otro cliente.
Pero sin duda, lo que traspasó el equilibrio de un hombre dedicado a su profesión fueron los acontecimientos indeseados, ajenos a sus propias decisiones y que cada día que pasaba lo rozaban de cerca.
El asesinato de la Maizani era uno de ellos.
Mi situación vulnerable en lo que respecta a las amenazas de los muchachos de I.P. era otro asunto que angustiaba a mi socio. Y no sólo a él, un mensaje de Hannah dejaba por sentado que también estaba muy preocupada, y como otras veces, reiteró que podía contar con ellos.
En estos momentos aciagos, entre la incertidumbre y los peligros acechantes es cuando se descubren los sentimientos abarcadores de la amistad.
Ojeó la tapa del diario. UPM2 DESATA OLA DE CLAMOR POPULAR; UN INGENIERO URUGUAYO TRIUNFA EN LA NASA; EL TURISMO ANTE LOS CAMBIOS EN BRASIL Y ARGENTINA.
En la sección deportes buscó como le iba a Danubio en el campeonato.
Al llegar Cardozo se saludaron intercambiando un par de bromas.
_ Buenos días, saludó Fraga con formalidad ¿Lo de siempre?
_ Sí, lo de siempre, ¿todo bien Fraga?
_ Por supuesto, señor. Gracias.
_ Te manda saludos Hannah y pregunta cuándo nos vas a visitar…
_ Sí, por una cosa o por otra… optó por callar. Había postergado pasarla juntos una noche de éstas, antes que el calor del verano acabe con nosotros. Esta vez se llamó a silencio, las palabras que pronunciaba salían de su boca con significado ambiguo sino fatalista, temiendo enredar una conversación entre amigos.
_ Bueno Tresfilos, qué tenés para contar.
Tavares sorbió el café cortado e interrogó al otro con la mirada.
_ Te cuento, después de muchas vueltas los Farrell quedaron satisfechos con el trabajo. No tuvieron razón para objetar nada ni yo tampoco porque pagaron lo convenido.
No te imaginas el lujo en que viven…
Tavares recordó las expectativas de su socio en torno a los Farrell, como una oportunidad ideal para desplegar el plan de acción que reportase un buen dinero extra. Pero prefirió soslayar cualquier comentario al respecto. Le sobraban problemas…
_ Me reuní a pedido de Perdriel en su oficina. Ese día, lunes, cuando te llamé recién caí en cuenta que no estabas en Montevideo.
_ Fuimos a ver a la madre de Hannah que con los años anda medio achacada…
_ ¿Queres que te diga cómo lo ve Raúl, el vigilador? A tu suegro como a la mujer, le encanta hablar de sí mismos, de un mundo paralelo idealizado por el consumo o no sé qué, una puesta en escena de los exitosos con la melange que los distingue.
Como después ventilan las revistas para despertar la curiosidad de la gente.
Cardozo, un fanático de las series televisivas, introdujo una observación.
_ Melange, es sinónimo de mezcla, pero ¿sabías que es el nombre de una droga-especia ficticia en la Saga de Dune?
Me aventuraría a decir que la muerte de la Maizani bien podría inscribirse en un caso de ciencia ficción.
Tavares sorbió el resto del cortado ya frío y guardó silencio.
_ No voy a repetir cosas que ya conoces, pero puedo decirte que le creí a Perdriel cuando juró que no tenía nada que ver con el asesinato de su amante, parecía tan dolido como sincero, y después no dudó en alentar la posibilidad de que investigase por mi cuenta.
Intuye que las investigaciones de Panzeri no llegarán lejos, porque el misterio que rodea la muerte de la secretaria se lo atribuye a la intervención de personas poderosas. Intocables, recalcó el magnate a modo de síntesis.
¿Y sabes qué? Al despedirse, me garantizó, sin que nadie le pidiera nada, que contara con los viáticos que hiciesen falta en las averiguaciones…
_ Es un poco raro ¿no?
Tavares lo miró de modo interrogador, una vieja maña del oficio.
_ ¿Qué podes hacer vos? si no pueden hacerlo el comisario y los funcionarios a cargo.
_ Con Panzeri nunca se sabe… pero no creo que desista fácilmente, por ahora está atando cabos.
La última vez que hablamos acá en este bar me dijo que en Buenos Aires, Doris le adelantó algunas cosas que podían ser de interés a las investigaciones de I.P. Pero me decía que lo tomó por sorpresa, cuando ella le advirtió que por su condición de comisario se exponía a  enemigos amparados en el anonimato, y corría serios peligros de quedar en el dilema, entre acordar con la mafia o arriesgarse a morir de una muerte dudosa…
Cardozo se sintió repentinamente indispuesto y fue al baño. Al regresar lucía mejor, después de refrescarse como delataban los puños mojados de la camisa.
_ Panzeri es el padrino de tu hijo, ¿pero tú confiás realmente en él?
A Tavares lo tomó desprevenido la inquietud de su socio, porque de alguna manera ponía la mirada en la persona equivocada.
_ No sé, respondió con cautela, porque hay que estar en su lugar…
Lo conozco bien y no creo que se deje presionar así porque sí nomás.
VEINTINUEVE    
Andy Vallejos, la maestra rural, corrió las cortinas observando un paisaje de película.
Al alba, el Cerro y las grúas del puerto lucían difusamente azules y grisáceas, como agrisadas eran las aguas de la bahía, asemejándose al cielo de la forestación después de los incendios. También trajo a su memoria los dibujos de sus niños, en particular, de las mentes inquietas de Morazán y González.
Primero se dio un baño rápido y reparador después de una noche apasionada; mientras, el agua para cebar mate se calentaba. Después, a las seis y media, despertó a Tavares con la felicidad inocultable de emprender juntos el viaje.
Vestía pantalón vaquero y un chaleco sobre una camisola color arena. Cargaría una mochila mediana y en uno de los bolsillos del morral, prolijamente doblados junto a los documentos, guardaba dos pasajes de la empresa Turil hasta Tacuarembó, una de las paradas intermedias del trayecto que el ómnibus culminaría en la norteña ciudad de Rivera.
Por su parte, Tresfilos Tavares se inclinó por vestir la holgada ropa que acostumbraba usar en el trote mañanero o en el boxing. Asimismo, eligió los championes grises y gastados pero muy cómodos a la hora de las caminatas prolongadas. Evitó llevar los anteojos oscuros y completó el equipo con la termera al hombro y envuelto en una toalla, un revólver S&W del 32dispuesto a mano en uno de los bolsillos del bolso.
A la hora convenida, las siete y media, Cardozo pasó a recogerlos por la oficina.
Cardozo te presento a Andy, Andy te presento a Cardozo, dijo el detective.
Andy lo besó en la mejilla con natural simpatía.
Cardozo que veía a la maestra por primera vez, como no fuera imaginarla en alguna ocasión detrás de la puerta cerrada del privado de Tresfilos, cayó en cuenta del magnetismo de la docente, acentuado por el perfume a jazmines y la cadencia en la voz propia de las mujeres del norte oriental.
Cardozo lo celebró en silencio, porque a diferencia de la chiquilina que tenía atrapado a su amigo, Andy tenía la presencia de una mujer madura, plena y decidida por lo poco que el otro había comentado, íntimamente, en el Nuevo Bristol.
Cardozo, sin mayores datos de que ellos harían una escapada al norte del país, donde seguramente morirán de calor les dijo a modo de broma, condujo el automóvil sin contratiempos hasta alcanzar el cruce de la Ruta 5 y la avenida Luis Batlle Berres, estacionando en la bajada del Camino de las Tropas a la espera del ómnibus.
Estando la terminal de ómnibus cercana a la oficina no entendía el porqué de alejarse hasta ese lugar o tal vez sí… razonaba Cardozo, mientras observaba por el espejo retrovisor como se empequeñecían las figuras de su amigo y la maestra.
Una vez guardado el equipaje con destino a Tacuarembó, Andy y Tavares buscaron los asientos ubicados a poco más de la mitad del ómnibus, y numerados con el 33 y 34. Una simple medida, había dicho él, donde la precaución oficiaba a modo de evitar sorpresas. Pero que como otras tantas medidas, no provenía de los manuales de I.P. sino del mundo marginal donde los delincuentes y los vecinos deambulan por las mismas calles y pasillos. Él, oriundo de Montevideo ya no recordaba la cantidad de nuevos asentamientos a la vera de la ruta 102 desde que fue prolongada hasta las inmediaciones del río Santa Lucía. La oculta periferia de la ciudad que arrumbaba a los indeseables en tiempos de modernidad…
La conveniencia de estar a mitad del ómnibus permitía, según Raúl y los consejos de su hermano Josualdo, observar a los pasajeros al subir al vehículo como registrar lo que ocurría a cada parada. Como acostumbraba, le había dicho a Andy en tono despreocupado, que era por una simple medida precautoria, cosas del oficio.
Andy se acurrucó a su lado, estaba feliz, tanto que no podía creer que estuviese ocurriendo. Como tampoco podía creer que ella, una maestra rural dedicada a sus niños como atenta a las ocasionales notificaciones de la delegada seccional, empezase a descubrir que algunos hechos impensables la involucraban más allá de su voluntad.
El entrevero en un boliche de campaña entre su padrino y el otro, que los diarios titularon en tapa como “anacrónico duelo criollo”, para a continuación explayarse en las bondades de un modelo agroindustrial beneficioso y en permanente progreso, podía haber quedado allí, en un incidente entre dos paisanos encopados.
Pero no, cuando a su padrino un desconocido no lo mató por milagro en la habitación 319 del hospital, ella tardó poco en caer en cuenta que estaba en medio de no sabía bien qué. Y así como respondió una y otra vez al taimado comisario Panzeri conoció a Roballo, la enfermera que le devolvió la esperanza y salvó la vida de su padrino. Por todo eso, en el absurdo de lo incomprensible, tuvo miedo como nunca antes y asustada de sólo recordarlo, se soltó a sollozar abrazada a Tavares.
Andy se reacomodó en el asiento y le dio un beso fugaz al hombre a su lado.
Estaba feliz, de que estas cosas también ocurrieran como una esperanzada posibilidad de ser mejores, de ser felices. No lo decía a viva voz, porque podía interpretarse como la pretensión obsesiva de una maestra que no logra discernir entre las metas pedagógicas, con el simple convivir o la llegada de un nuevo amor.
Tavares con su vida oscura era parte del problema y de la solución.
Ella sola no sabía cómo hacer ante los asuntos que escapaban a su pobre lógica, que la superaban en fuerza y la acosaban en sueños con una violencia alucinante, como si el vivir fuese a imitación de una burda película hollywoodense.
Tavares extravió la mirada en la recta Ruta 5 y los campos aledaños que amarilleaban en esa época del año. Siempre le ocurría lo mismo, quedar prendado por el horizonte curvilíneo y la luminosidad que cegaba, el olor a macachines y las praderas con los rastrojos aguardando las lluvias, un paisaje que muchos ni siquiera percibían por su origen ciudadano.
La condición humana estaba sujeta a curiosos caprichos, cavilaba Tavares, conocía a gente de la campaña que no se atrevía a confrontar al mar, más allá de una mirada huraña entre el respeto y el temor.
Andy se había dormido sobre su hombro y él no tardó en imitarla.
El murmullo del motor diésel se confundía con las voces que no lograba identificar a su alrededor, pero no tardó mucho en sentirse el personaje encarnado en el detective. Reacomodó sus doscientas libras en el asiento, pero el olor viciado lo sumió de vuelta en el sueño.
El comisario, un sujeto obeso y de cara bien afeitada, le sacudió el hombro despabilándolo y refirió al verano como un infierno cuando se sentó a su frente.
No se miraron siquiera, a sabiendas que en otra situación diferente tendrían mucho para conversar pero desde hacía un tiempo, poco para confiar uno en el otro.
El comisario abrillantado por el sudor bebía una cerveza en lata y llevaba por toda indumentaria unos calzoncillos de tela blancos.
_ ¿En qué andas botija? interrogó detrás de la lámpara incandescente.
El detective se preguntó a su vez a que se refería. A su socio o a Hannah su mujer, a la maestra asqueada del papel bizarro del comisario, o acaso a la bellísima bailarina del conjunto folclórico de danzas paraguayas, tan solo una amiga.
No podía adivinarlo, pero sí saber que el precinto plástico que aprisionaba los pulgares de la mano al respaldo de la silla, sajaban su carne con un dolor rayano a la insensibilidad.
_ ¿A qué se refiere compadre? dijo el detective con la desnudez de un pescado atrapado en los movimientos compulsivos de la agonía.
El comisario miró la cara del otro observando las primeras manifestaciones de un simple precinto plástico. El sudor chorreaba por el cuerpo afligido del reo pero tenía la certeza que los dedos ya comenzaban a inflamarse, blanquecinos a falta de sangre en las venas pero que harían aflojar de un momento a otro la lengua del maldito.
_ ¡Cuánta razón tienen a veces los rumores! dijo con satisfacción el comisario.
La madre de su ahijado no se equivocaba. La mente del otro propendía a eludir los reglamentos, incumplía a capricho los protocolos de la fuerza, como había hecho con las recomendaciones de sus maestros en la escuela de policía, según ella misma había constatado una y cien veces.
¿Hasta dónde ella hablaba por rencor? al comisario no le importaba.
_ ¡Hijo de puta! Bien sabés a que me refiero.
Los muchachos de la técnica encontraron tus huellas dactilares en un vaso, no en cualquier lugar, en la mesita que Candela Maizani tenía en el balcón de su apartamento.
Él reaccionó a sabiendas de la mentira en construcción y el involucramiento en un crimen del que era absolutamente ajeno. Lo dominó la bronca y al sacudir su corpachón, tal cual hiciese un rato antes el pescado, las heridas de sus muñecas comenzaron a borbotar sangre.
La imprevista sacudida de Tavares en su asiento fue observada por otros pasajeros que guardaron prudente silencio. Al despertarse, ajena a todo Andy propuso tomar unos mates aunque un cartelito, junto al escudo del Tacuarembó Fútbol Club, lo prohibía expresamente.
No sabían cuánto tiempo habían dormido pero al mirar por la ventanilla pudieron observar el cartel verde con las indicaciones: SARANDI GRANDE 30 KMS. - DURAZNO 74 KMS. - PASO DE LOS TOROS 135 KMS.

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