Tresfilos Tavares / Josè Luis Facello : La certeza de las dudas y disparos en la noche.

TREINTA
No tenía por costumbre salir a trotar de noche pero por la mañana el desgano me había ganado la partida. Ignoraba la causa aunque a él le sobrasen problemas que persistirían en tanto no acertase, aunque sea algo, en poder dilucidar la trama del asesinato de Candela Maizani.
Se calzó los championes gastados y guardó en la riñonera de cuero el revólver S&W del 32 que había decidido tener a mano, a sol y sombra.
La luz de la garita estaba encendida pero no lo vi a Raúl.
Presuponía, que en este desafío personal existían razones con el magnate de M&M, desde el momento que ambos dudábamos de la eficacia del comisario Panzeri y en segundo término, de parte de cada uno, el acuerdo de no ahorrar esfuerzos para atrapar al animal que cometió el crimen.
Pero Perdriel no dejaba de ser sospechoso y pudiera ser que la conversación que mantuvieron no fuese otra cosa que una estratagema del magnate para confundirlo.
Últimamente, Panzeri había estado por demás incisivo y persecutorio, al indagar sobre las actividades de T&C como si nosotros fuésemos parte de un juego, oscuro, del que ignorábamos casi todo de lo ocurrido en la torre del Buceo y que sólo por azar podríamos quedar relacionados en un plano absolutamente secundario. T&C tenía un contrato firmado de puño y letra de Candela Maizani y ahí terminaba todo.
Las luces de la rambla titilaban en las aguas de la bahía y el haz del faro atravesaba la noche, a intervalos exactos para guía de los navegantes. A pocas millas de la costa se podía observar la línea luminosa de los buques graneleros en espera para ingresar a puerto. A Montevideo o Nueva Palmira, a Buenos Aires o los puertos del bajo Paraná.
Cardozo y yo hicimos un trabajo, una instalación de cámaras de video a pedido de M&M y punto.
Lo que rodeaba el hecho era confuso y el móvil por ahora un misterio. Alterar el escenario quitando las cámaras y el robo posterior del material guardado en la oficina, configuraba el escenario dispuesto a la medida de los muy ricos, con Jessica Buendía dispersando las pistas en múltiples direcciones.
Pero lo que no cerraba era el robo en la oficina, ¿por qué no incautar el material por la vía legal…?
Asociado a la amenaza de los muchachos de I.P. cuando dejaron como muestra una bala y el crudo aviso: “con otras de estas hijo de puta te vas con García y Pedemonte”
Sólo recordarlo lo enfurecía, mientras tanto resoplaba con un dejo de euforia.
Y lo más extraño, quién querría levantar sospechas sobre él como para arriesgarse a entrar en su oficina.
¿El comisario Panzeri sospechando el involucramiento de T&C en el asunto, o alguien comisionado por las empresas belgas o rusas o chinas? ¿O un tercero, el asesino en un audaz acto para eliminar pruebas que lo incriminaran?
Se imponía de modo urgente averiguar qué diablos estaba pasando.
Cuestión por demás engorrosa, si corroboraban la información que Doris trasmitió a Panzeri en su última escapada a Buenos Aires. Bastó un pendrive con los antecedentes y documentación del contubernio de las compañías extranjeras con los altos funcionarios del Ministerio. TOP SECRET – INFORMACION RESTRIGUIDA era el encabezado del archivo.
El entramado de favores recíprocos, ya no era por unos pocos pesos de comisión, se había extendido por la geografía de Brasil y Argentina hasta convertirse en un asunto político insoslayable para toda la región. Ramificaciones espurias de las casas matrices europeas que florecen paralelamente a los grandes negociados.
Pero yo conocía al hombre y no me llamaba a engaño, el móvil del comisario era viajar para frecuentar los teatros de revistas de la calle Corrientes y los burdeles de Palermo. Recordaba como fanfarroneaba el tipo cuando estaba pasado de copas, la noche de Montevideo me está quedando chica… decía muy ufano.
Mientras resoplaba, Tabares calculaba el aire para la vuelta.
Sin dejar de pensar, que por otra parte las actividades duales de la secretaria, hacían en todo sentido las cosas de compleja interpretación. Fue una estudiante destacada, como una profesional reconocida y también precoz amante del magnate cuando el destino quiso que se conocieran en la casona de Finisterre.
En resumen, todo indica que fue una mujer de belleza singular y actuar de modo independiente, sociable y en la búsqueda del placer no dudar un segundo antes de relacionarse a un desconocido.
Joven y apuesto, calificó Candy al acompañante.
Recién ahora caía en cuenta que olvidé preguntarle cuantas veces, muchas o pocas, ella observó la presencia en el club de la Maizani, sola o acompañada.
¿Quién podía exigirle fidelidad a la Maizani en estos tiempos, sino ella misma?
Los ruines planes de Cardozo, los muchachos malos de I.P., o él Tresfilos Tavares un buscador extraviado de amores ¿a qué moral estaban sujetos? de modo tal que nos hiciese diferentes de Perdriel o de la Maizani  si no fuese por el dinero de unos y otros… como por la cercanía con las esferas del poder.
A Montevideo la habíamos abandonado a su propia suerte.
El amplio y luminoso paisaje ramblero cambiaba abruptamente al tomar por la calle Florida en dirección a la oficina, un repecho con automóviles estacionados flanqueados por viejos galpones y casas antiguas como muda estampa de otros tiempos. El alto valor de los terrenos condenaba a esas edificaciones a caer topadas por las máquinas, con la expectativa inmobiliaria de que la cercanía de los muelles los convirtiese en atractivos para la ampliación, planeada o imaginaria, de un puerto hub.
La luz de la garita estaba encendida como siempre.
Tavares llamó por dos veces al vigilador sin resultado como no fuese el ladrido de un perro invisible. Al tercer intento, entre los claro oscuros del playón del supermercado se asomó Raúl, a paso lento y dificultad al caminar.
_ ¿Pasó algo Raúl? preguntó el detective a modo de saludo.
_ Nada que no se componga, me caí de la bicicleta por culpa de un pozo encharcado. Cuando quise darme cuenta estaba de vuelta en la bici pero con una rodilla dolorida.
_ Bueno… no parece nada importante, pero ¿te hiciste ver?
_ Seguro, fui a lo de doña Matilde. No hay hueso sacado y aparentemente nada más que la hinchazón. Fue el susto no más.
_ No te confíes amigo, ¿por qué mejor no vas al médico?
Raúl lo observó al otro entre la penumbra de la noche y las luces del playón. Y antes de responder surgió como una paradoja, las dos caras de una moneda, de qué hacer cuando hay indicios de malestares en el cuerpo de uno.
No cabía ninguna duda cuando había que recurrir a un cirujano o a los fármacos para situaciones complejas, máxime si el miedo a la muerte carcomía la fe del afectado. Pero distinto era su caso cuando el malestar ocasional, seguido al caerse de la bicicleta y su tratamiento, implicaba guardar reposo como parte del restablecimiento.
Tavares calibraba el silencio de Raúl como parte del trauma. Quizá el dolor lo agobiaba por la lastimadura restándole fuerzas hasta para articular una palabra.
Raúl consideraba que uno o dos días de reposo le vendrían bien a su rodilla como determinaría el médico junto a la receta de los analgésicos y los antinflamatorios. Lo que sería la cara humana de la moneda. Podría aprovecharlo para la lectura…
Pero ausentarse uno o dos días o más, por causa justificada y certificación adjunta, no evitaba los descuentos por las jornadas perdidas y el premio a la asistencia, ni menos la bonificación extra. Por otra parte, estaba mal visto por los encargados las faltas al trabajo por la causa que fuese, y los únicos correctores que conocían los empleados eran la amonestación, la suspensión y por último el despido. En algunos lugares de la supuesta falta al despido había un solo paso. La otra cara de la moneda, que se ajusta a la pérdida de derechos…
_ En eso estaba pensando, en consultar a un médico, respondió finalmente.
_ Voy por unas cervezas, dijo el detective a modo de mero disfrute.
_ Tavares, vos que sos detective ¿no te parece todo muy extraño?
El detective comprendió que los casos de la Maizani como la mirada poco confiable de Perdriel, y el mundo desconocido que descubrió de la mano de Andy tras los pasos del anciano Cruz, lo tenían absorbido en revisiones y especulaciones casi a tiempo completo, al constatar que últimamente se había aislado, indemne a las noticias que a diario pregona Medios y Medios.
¿Cuántos días estuvo por la campaña aledaña a Cerro Chato sin conseguir “El País” ni otro diario montevideano?
Todavía no percibía con claridad que significación o interés podían tener los titulares: “ACCIDENTE DE TRANSITO EN RIVERA ESQUINA LARRAÑAGA; ALERTA NARANJA POR PRONÓSTICO DE TORMENTAS EN LA REGIÓN; ENVENENAMIENTO Y MUERTE POR EL USO DE GLIFOSATO EN LAS ARROCERAS”.  De miles de noticias con estas particularidades, salvo a los afectados, por duro que sea ya no significaban nada para nadie…
_ Nos estamos acostumbrando a situaciones poco comunes, extrañas si vos querés.
_ ¿Concretamente? punzó Raúl, el vigilador.
_ Concretamente, ser asesinado detrás del mostrador de un almacén o una pizzería es un asunto común, pero sufrir un ataque en la cama de un hospital o morir envenenado son hechos bastante extraños ¿no te parece?
_ Tresfilos, se nota que el viaje en compañía de la maestra te tuvo ocupado y no te enteraste de nada…
_ ¿Qué querés decir?, interrogó el detective tratando de recordar algo perdido, algo que no registró debidamente en la memoria como el náufrago que despierta en una playa desierta, sin saber cómo llegó hasta allí ni menos la catástrofe precedente.
Tavares más que desmemoriado se sintió perdido.
_ Qué el hecho extraño es el submarino… ¿cómo puede ser que desaparezca un submarino sin que nadie, humano o robótico, después de semanas no dé cuenta de algo verosímil?
La sola configuración del hecho era muy raro, extraño por donde se lo mire, rumiaba el detective, pero más lejano aún si en ese espacio de tiempo él había deambulado por el noroeste del país, por cuchillas desiertas invadidas por las manchas azuladas de la forestación. Manchas que como una peste atemorizaban a las majadas de merinos y a los pocos pobladores de los departamentos lindantes con el río Negro o el Yaguarón.
Para la mayoría de nosotros, un submarino es un artefacto estrambótico vagando en profundidades desconocidas; en tanto en esta parte del mundo es un inservible artefacto, más que de guerra para costosos ejercicios navales, mencionó con velada crítica la maestra mientras cebaba mate bajo la raleada sombra de un tala.
_ ¿Y qué es lo que se dice?, preguntó el detective mientras destapaba otra cerveza.
_ Eso es lo extraño, se dice de todo pero nadie sabe nada a ciencia cierta.
_ Y los que saben callan…
_ ¿Y eso no tiene nada de extraño?
TREINTA Y UNO
El sol del mediodía tostaba el lomo de las cuchillas asoladas por la sequía, y ese fue el comentario que se repitió entre los pasajeros del ómnibus, muchos de ellos ansiosos por llegar a Tacuarembó desde que avistaron los silos a la vera del acceso a la ciudad.
_ Nos acercamos a nuestro destino, dijo Andy Vallejos de modo enigmático.
Tavares emitió un sonido por lo bajo, gutural, por el sentido tan amplio como incierto que traslucían las palabras de la maestra.
Bajaron en la terminal aprovechando la parada de quince minutos, para combinar después de cierta espera el momento de subir a otro ómnibus, que los llevaría hasta el cruce con un camino rural que él como cualquier forastero ignoraba. Compraron una botella de agua mineral porque el calor arreciaba y fumaron a la sombra de una olorosa glicina.
Inútil hubiese sido intentar entrar al hall de la terminal, abarrotado de bolsos y personas a la espera de un transporte, mientras afuera, en los alrededores de las dársenas se apilaban provisoriamente los grandes bultos provenientes de la frontera con el estado de Río Grande do Sul. Lo que se dice, en boca de los funcionarios, las fortalezas del comercio minorista… y el ingenio emprendedor.
El contrabando se hacía consustanciado con la subsistencia de los lugareños y no llamaba la atención a nadie el tráfico y la provista de alimentos frescos o secos, packs con  latas de cervezas, bolsas con alimento balanceado y cajas con cubiertos Tramontina. O el último CD de la maravillosa Ivete Sangalo.
Tavares estaba alerta aunque no lo demostrara, y la causa de su preocupación era el gentío inquieto en una hora que confluían, en un ir y venir, los ómnibus desde otras localidades. Por caso, las ciudades de Rivera o Melo o Paysandú.
Palpó la riñonera, a medias oculta por la matera, y constató con satisfacción disponer a mano del Smith y Wesson.
Hasta ahora había controlado que entre los pasajeros no se colara alguno de los esbirros de I.P. Pero desde Tacuarembó subirían a otro ómnibus con destino a Fraile Muerto, para asegurarse después de dar un largo rodeo que no eran vigilados ni seguidos por nadie. El conocimiento de Andy sería la mejor garantía a partir de ahora.
_ ¡Hola Andy! Cuanto tiempo hacía que no te veíamos, dijo una de las tres mujeres a todas luces maestras rurales.
Andy fue a su encuentro y se apartaron para conversar unos minutos.
Tavares encendió otro cigarrillo disfrutando el sabor ambivalente de culpa y goce que en algún momento, sino durante toda la vida, persigue a los fumadores. Miró en derredor sintiendo que lo observaban pero desestimó el peligro, simplemente la gente percibía que no era un paisano de esos lados…
No debía dejarse ganar por la paranoia porque eso sería convivir con el peor enemigo, era consciente que conocía las reglas del juego en las calles montevideanas, pero aquí en la campaña dependía en gran medida de la serenidad y experiencia de Andy.
_ ¡Hasta pronto! Te ves muy bien Andy… corearon con risitas maliciosas porque estaba claro que a solas habían preguntado descaradamente y escuchado con avidez acerca del acompañante desconocido.
Caminaron hacia la dársena 4 a la espera del ómnibus que no tardó en llegar. La maniobra de llegar y partir no insumió más de cinco minutos. Según lo dicho por el chofer al encargado de las encomiendas, venían atrasados por el vuelco de un camión jaula en una ruta angosta y olvidada, perdida entre las grandes estancias.
Recorridos cuarenta minutos sin paradas relevantes, salvo cuando bajaron una mujer y un niño que habían subido en Tacuarembó y otras dos paradas en las tranqueras de los campos para entregar correspondencia en mano, llegó el momento del reencuentro de Andy y Tavares con Cruz.
Bajaron en la parada del ombú, donde el anciano los esperaba con tres caballos ensillados y la compañía de dos perros mestizos. Previo a bajar, la maestra saludó a dos mujeres y a su vez fue saludada por el chofer y el guarda del ómnibus.
El trayecto hasta llegar la casa transcurrió en silencio, escuchando el silbido del viento entre los pedrejones y el balido lejano de los rebaños. A media tarde el sol declinaba hacia los cerros, menguando la temperatura abrasadora que los acompañó durante el último tramo del trote.
Andy y su padrino adelantaron las cabalgaduras al tiempo que se dieron a conversar.
Tavares disimuló con más tranquilidad el dolor incipiente en las asentaderas, y secretamente agradeció a Cruz que la yegua baya que le tocó en suerte fuese un animal dócil y de poca alzada.
Recorrido poco más de una legua divisaron la casa de piedra, en una zona agreste de pedregales y pastizales duros, la quebrada cubierta de vegetación y un arroyo escondido entre las sinuosidades del monte.
En el horizonte, la forestación teñía de azulados eucaliptus el contorno de las cuchillas, tal como lo habían imaginado los niños de Andy.
El camino rural había devenido en un trillo apenas marcado por las ruedas de los carros y los neumáticos de las camionetas 4X4.
El fuego crepitaba y las llamas azuladas de talas y espinillos rozaban el capón sostenido por dos palos de laurel, hasta adquirir con el paso de las horas las tonalidades ocres y tostadas del otoño. El humo escapaba raudo llevado por la brisa de los cerros mientras la proseada fluía mansamente entre mate y mate.
A los dos perros mestizos se sumaron otros más, perros cazadores y pastores, que olfateaban en el aire los aromas de la carne gorda asándose.
_ Después de mucho darle vueltas a la cosa, dijo el anciano Cruz, no me queda otra que pensar que alguien quiere cobrarse alguna deuda del pasado.
Tavares imaginó deudas del juego, en mesas de barajas o en el raid hípico de Quebracho o cerca del arroyo Coimbra según contaba Andy.
_ Disculpe don Cruz, pero ¿de qué deudas está hablando?
El anciano pitó el cigarro de Villarica, regalo del general Celeste poco antes de regresar a la chacra de Curuguaty… departamento Canindeyú, apuntó con detalle campero.
_ Los principales nunca nos perdonaron que fundáramos el sindicato de peones y medianeros. Y otra vez, sea en democracia o al paso del tiempo, en vez de ayudar a menguar las diferencias entre pobres y ricos, digo como para hacer la cosa más vivible… ahora nos sorprenden los cuenteros asegurando que el mundo está cambiando y nosotros sin darnos cuenta.
¡Abrase visto tamaña canallada!
El hombre deliraba apresado por su pasado, pensaba Tavares que algo conocía del mundo del delito y la mentira, pero escuchar al sosegado anciano lo intranquilizaba.
_ ¿Pero no cree usted que esos asuntos quedaron atrás, sin que a nadie importe nada? preguntó el detective en dos direcciones.
Andy observaba a los dos hombres escuchando lo que no decían.
_ ¡Pero muchacho!  No te agobia como a mí, el fárrago de leyes y reglamentaciones o el cínico sanitarismo proclamado a diestra y siniestra por el ministro.
_ La verdad no entiendo de esos asuntos, lo dejo para los médicos, se disculpó Tavares.
Cruz buscó la mirada ausente de su ahijada.
_ Tavares, piense si es o no es la letra el asunto principal. Malcomer, pasar frío y trabajar cuando hay, resulta más dañino para el cuerpo y la mente que el peor de los virus.
La salud no es sólo un asunto de los médicos, dijo.
Como alcanzar la serenidad de espíritu un asunto de los curas, pensó pero no lo dijo.
El silencio señoreaba sobre el lugar y fue advertido por los canes que inmediatamente pararon las orejas. Sólo el más viejo de ellos caminó unos pasos escuchando los sonidos del anochecer entre los cerros.
El anciano avivó el fuego y se retiró a la casa. Cuando regresó traía un jarro con Espinillar, de la botella que le obsequió Andy, su entrañable ahijada.
Después trajo del picadero un tronco de paraíso para trasfoguero. Luego se detuvo  para echar mano al cuchillo verijero y cortar las menudencias, riñones, hígado y corazón que ofreció compartir con las visitas. 
_ La vida continúa muchacho… yo en este lugar me siento a mis anchas y creo que todos deberíamos poder ver el cielo estrellado, sin rejas ni ventanas por medio, sin necesidad de telescopios ni de los mapas estelares. Basta con conocer tres o cuatro estrellas para caminar tranquilo por las cuchillas en noches sin luna.
_ Es tan poético lo que usted dice padrino…
_ Poetas eran Serafín García o el canario Luna, ¡verdaderos poetas!
Andy cruzó miradas con Tavares desalentando una conversación donde generación a generación se confundían sueños y menoscababan valores desde que el mero sobrevivir exigía echar mano de cualquier artimaña para seguir sobreviviendo.
La maestra intuía que en la cultura de la sobrevivencia no había tiempo para otra cosa que no fuese sobrevivir el día a día. Era una mujer grande y desde hacía un tiempo, temía por el futuro próximo de sus niños… Pero ¿cuál futuro sucedería al día a día, sino la secuencia al día a día?
_ Hay funcionarios que certifican, dijo el viejo paisano mirando a su ahijada, que el futuro venturoso será de los botijas, pero al intentar traducirlo al vocabulario llano, resulta más confuso de interpretar las medidas económicas que rozan el disparate y que en el pasado los izquierdistas rechazábamos de plano.
_ Tu labor con los gurises… esa es de la mejor poesía.
El aroma del capón asado dio inicio a la más fantástica orgía que se conoce desde que los gauchos defendían al país de las cuchillas de las incursiones de los bandeirantes paulistas. En aquellos tiempos, contaba Cruz, en el frente se imponía la gritería de los jinetes montoneros y los lusitanos y el estruendo de los cañones en los sitios altos; a retaguardia, las hogueras humeantes estaban dispuestas para asar reses enteras, incluyendo yeguarizos y jabalíes para la ingesta de los soldados, mientras a la sombra de los árboles, los médicos peleaban mano a mano con la Muerte.
En el transcurso de uno o dos días, bastaba para convertir a los campos de batalla y a los campamentos en lugares dantescos donde el sentido de todo se trastocaba, hasta sólo percibir las manifestaciones de la muerte y un destino aciago para los sobrevivientes.
_ Es hora de comer, dijo Cruz echando un vistazo a la Cruz del Sur, para proceder a cortar un trozo del cuarto e invitar a servirse por uno mismo.
Los perros no fueron ajenos al festín y cuando parecía que todos, humanos y bestias, se regocijaban en el sosiego campero, los perros se alborotaron y entonces fue que desde la inmensidad de la noche sonaron disparos.

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