TRESFILOS TAVARES: ¿ Porque la Maizani? ¿ Quien y porque quieren al viejo muerto? / Josè Luis Facello

VEINTICUATRO
A las doce y cinco de un lunes caluroso, Andy entró al Nuevo Bristol con la bonhomía propia de las maestras rurales y la seguridad en cada gesto de una mujer madura. El vestir sencillo, un jean y camisola blanca con una guarda de peces atrapados por la geometría de Paracas, amén del portafolios en una mano, causó la admiración de hombres y mujeres dispersos por el salón.
No venía sola, la acompañaba Roballo. La enfermera que Tavares había visto en la guardia del hospital mantenía la formalidad y distancia de la primera vez.
Andy dijo estar muy feliz del reencuentro después de haber pasado lo que pasó. Dijo también que su padrino le mandaba saludos y agradecimiento, con la invitación de que lo visitase en la cuchilla ni bien se resolvieran algunas cuestiones… en manos del destino.
Andy consideró impostergable que Roballo le contase  a Tavares lo que en realidad sucedió antes y durante la desaparición de su padrino.
La enfermera le pidió a Fraga dos porciones de pizza y una copa de vino tinto, Andy y Tavares optaron por una cerveza.
_ Disculpen pero tenía que comer algo, justificó Roballo, vengo de un turno movido que comenzó a las seis de la tarde de ayer y apenas si pude mordisquear algunos snacks.
Andy a punto de lagrimear tomó entre las suyas la mano del detective.
_ Sé que todo va a estar bien, murmuró respirando hondo.
_ Lo peor ya pasó, Andy. Las cosas van a mejorar… dijo la enfermera de modo tan cínico como esperanzado.
_ Detective, comenzó la enfermera…
_ Por favor, Tresfilos para las amigas.
Andy sonrió con cierta malicia considerando que Aurora Roballo era joven y atractiva, con el magnetismo sugerente de las mujeres morenas. Los ancestros de la muchacha habrían sido algunos de los sobrevivientes que habían bajado por estas playas de los barcos negreros.  
_ Tresfilos disculpa la formalidad, dijo ella.
Andy me pidió que te contara como ya hice con ella, sobre lo que ocurrió en la habitación 319 cuando tomé el turno de la mañana aquel día.
Tavares observó a las dos mujeres con cierta cautela considerando los altibajos emocionales de la maestra, que en reiteradas ocasiones estuvieron a punto de sacarlo de quicio. De Aurora no sabía prácticamente nada, como no fuese el corto viaje en la ambulancia hacia la oficina, el paso más difícil de la fuga sigilosa del padrino de Andy.
_ La cosa fue así como yo la vi, dijo la enfermera clavando la mirada en los ojos del detective.
Francisco Cruz había ingresado con una grave herida punzante en el abdomen y se recuperaba satisfactoriamente después de la intervención quirúrgica practicada unos días antes.
Tratándose de un adulto mayor, se realizaron los estudios complementarios para estos casos. Con resultados aceptables, los análisis apenas si detectaron un corazón grande como consta en la historia clínica del paciente.
Tavares reacomodó su corpachón en la silla que emitió un pequeño quejido de maderas sufrientes.
_ En una palabra, el hombre estaba vivo… y en la sala de cuidados intermedios.
Aquel día, a las seis menos cuarto ingresé al hospital, registré el ingreso y fui a la cafetería. Tenía el tiempo suficiente para tomar un té verde y encontrar la sintonía, como hacen las chicas de los clubes nocturnos previo al trabajo, para permanecer sin enloquecer doce o más horas en el inframundo del piso 3, un lugar ambivalente entre la vida, los espíritus y la muerte sobrevolando las camas del CTI. Visto así, la cafetería resulta un oasis donde se podía escuchar voces humanas, oler a comida y cruzarse con alguna compañera de los otros pisos. Aquel día había poca gente, como de costumbre se hallaban el personal habitual del hospital, dos o tres personas que evidenciaban haber pasado una mala noche y un solitario en el mostrador.
A las seis menos cinco tomé el turno sin haberse registrado novedades de importancia en el piso. Repasé las indicaciones de primera mañana para suministrar la medicación a los pacientes antes de la hora del desayuno. Quince minutos después inicié la recorrida por el largo pasillo y las veinte habitaciones con dos camas.
Al salir de la 306 noté la presencia de una persona que al verme se escurrió en dirección a las escaleras…
Te podrás imaginar Tresfilos que era una situación desusada a esa hora. Me pareció reconocer algo familiar en el desconocido, pero estaba segura que no pertenecía al plantel de vigiladores, ni al personal de limpieza o acompañantes nocturnos, por lo general mujeres.
Pensando que pudiese ser un ladrón con cierta premura me dirigí a las habitaciones del final del pasillo.
Me asomé a la puerta de la 318 y no noté nada desusado, todo estaba en su lugar, pero al repetir la inspección en la 319 quedé paralizada por el espanto.
Tavares observó de reojo a la maestra, con la mirada perdida y absorta ante el habla cadenciosa de Aurora Roballo. Reacomodó su cuerpo de peso pesado y la silla emitió el crujido de las viejas chalanas al través de la rompiente.
Hacía calor y secó la frente con una servilleta de papel urgido por escuchar el final del relato meticuloso de la enfermera. Una muchacha decidida, pensó.
Entre el revoltijo de la ropa de cama se encontraba el anciano Cruz con los rastros ensangrentados de resistir y un corte superficial en el antebrazo derecho. Él miró con pasmo sus manos temblorosas y mi cara mal trazada por el asombro, para a continuación, hablar con las palabras quejumbrosas de un resucitado. Eso no me impresionó en absoluto, era similar al estado inmediato de un paciente al volver de los efectos de la anestesia general.
_ Dame la ropa muchacha… tengo que salir como pueda.
_ Tranquilícese don Cruz, dije mientras le taponaba con agua oxigenada el corte, tuvo suerte, la herida es superficial.
_ No me importa nada, dame la ropa antes que sea demasiado tarde. Ese sujeto regresará a terminar su venganza.
Aurora Roballo tomó entonces una resolución impensada, quizá impulsada desde el fondo del ser por mandato de sus ancestros africanos, más que por las instrucciones del protocolo hospitalario.
_ ¡Philippe! Llamó asomándose a la puerta.  
El enfermero salió presuroso de la Sala de Enfermería al escuchar a su compañera.
_Philippe, buscá urgente una silla de ruedas que a éste hay que trasladarlo.
_ ¿Trasladarlo a dónde? preguntó el dominicano al volver, sospechando de que algo grave estaba sucediendo.
_ ¡A la lavandería! dijo Aurora Roballo.
_ Mientras Carmiña se hacía cargo del padrino de Andy, escondiéndolo en la lavandería hasta pensar los próximos pasos, yo me presenté ante el Director del hospital a quién lo anoticié de modo sucinto de la desaparición del paciente de la habitación 319.
Entonces, me pareció recordar que el sujeto de la cafetería y el que vi un instante en el pasillo podrían ser la misma persona. Ambos eran calvos y vestían una campera gastada y gris, pero nada dije, como nada dijo el Director del hospital sobre las marcas de la violencia que había asolado la habitación 319.
No hace falta decir el revuelo que se produjo cuando el señor Director acompañado por el Jefe de Vigilancia, se encontraron con una habitación vacía, desordenada y rastros de sangre por el piso.
Tresfilos, tenías que haberlos visto deliberar secretamente, para después de idas y vueltas dar la orden de restringir el acceso al tercer piso. Hicieron incontables llamadas y a la hora o un poco más no lo recuerdo bien, arribó una oficial doctorada en psicosociales, especializada según comentaron, en el rastreo de personas con paradero desconocido, extraviadas en algún lugar o víctimas de engaños o de secuestros exprés.  
Cuando Andy fue anoticiada de modo oscuro de la desaparición de su padrino, yo tenía concebido un precario plan para sacar al viejo del hospital que requería de la complicidad de Carmiña, la encargada del lavadero y de Julián el chofer de la ambulancia, un muchacho dispuesto a tomar con cualquier pretexto el turno, un rato antes de las ocho de esa noche.
No cualquier noche, la murga La Clave se presentaba en el Teatro de Verano.
Philippe también era de la partida, la complicidad entre nosotros era una forma de afianzar la confianza que nos teníamos, después de poner el cuerpo en las luchas contra las reformas en la salud pública.
Con el paso de las horas la tensión fue en aumento, porque hacia el mediodía ya era noticia en Medios & Medios la desaparición, inexplicable, de un paciente del hospital.
Te aseguro Tresfilos, que el efecto de las drogas que le suministré y al calor del secadero, escondido entre montañas de sábanas limpias, aseguraban la permanencia en estado letárgico y seguro del paisano sobreviviente al ataque, sin dudas, premeditado.
Dispusimos que las ocho de la noche sería la hora del traslado de la lavandería y para entonces, Andy se comprometía a hacer su parte según lo convenido por los mensajes de teléfono.
Finalmente, en la ambulancia que conducía Julián, nos sumamos nosotras y tú para salvar la vida de don Cruz. Para mí, el entrañable viejo de la 319.
VEINTICINCO       
Definitivamente, a esa hora de la mañana el Nuevo Bristol era un lugar apacible.
Y así, además de seguro, lo entendió el comisario que se presentó vistiendo un traje beige de verano, una gorra Stetson y unos desusados mocasines porteños. Sin uniforme, Panzeri lucía irreconocible para propios y extraños, asemejándose a un turista o a uno de esos extravagantes habitués al hipódromo de Maroñas.
Tavares dejó doblado “El País” a un costado y llamó al mozo.
El mozo pispió los titulares.
¿CRIMEN PASIONAL EN LA TORRE 4 DEL T.W.C.?
Panzeri pidió un café doble y una grapa con limón.
_ ¿Lo de siempre licenciado? preguntó Fraga sin hacer comentarios. El mozo había desarrollado un fino olfato a la hora de calar a algunos clientes y en ese momento ya sabía que Panzeri no era turista ni funcionario encumbrado, era pesquisa.
¿Y si como dice Cardozo, pensó Tavares intuyendo los pensamientos del otro, Fraga es comunista y colaborador de la ex KGB?
Un bar céntrico es un lugar ideal para hacer tareas de inteligencia… Pero Fraga podrá ser lo que quiera pero no relacionado a la ex KGB porque sencillamente no le da la edad. Demasiado joven.
Y entonces, Tavares cayó en cuenta de cierta presencia omnipresente de los rusos, en las coloridas notas televisivas a propósito del mundial de fútbol, sino rondando con sus dragas en los antepuertos o las turbias aguas de los ríos, tan así como podría estar la embajada rusa bajo sospecha por el asesinato de Candela Maizani.
En cualquier sistema es moneda corriente deshacerse de quienes estorban, había sentenciado Raúl una noche de guardia mientras soportaban el frío con una botella de whisky barato. Fíjate Tavares, había preguntado con lengua enrevesada ¿qué pasa con los derechos de los trabajadores franceses o con la abundancia de los norteamericanos? decime vos que sos un ex funcionario caído en desgracia… ¿qué pasa con los migrantes de cualquier parte del mundo?
Te pregunto Tavares en la mutua confianza que nos profesamos, ¿por qué los uruguayos, en los tiempos que corren no nos merecimos siquiera un golpe blando?
Por osarse a inclinar un poco la balanza a favor de los pobres, fíjate como la están pasando para la mona nuestros vecinos, Lula y Cristina.
No dudaba que Raúl era un buen tipo… pero tanta lectura y alcohol lo estaban transformando en un tipo raro, en un vigilador que cavila peligrosamente.
Pensándolo bien, perfectamente podía encajar en el perfil de un neocomunista.  
_ ¿En qué andás ahora, Tavares? lo trajo a la realidad el comisario.
De tanto en tanto, el comisario Panzeri sorbía del vasito la grapa amarillenta, recordándole otros tiempos donde la vida era sosegada y la ciudad conservaba la escala justa para la convivencia humana. Sin idealizar nada, como acostumbran a hacerse trampas los muy viejos.
El ministro derrochaba números y datos estadísticos esforzándose en demostrar  palmariamente que la enseñanza, transcurridos tres gobiernos progresistas era un modelo en la región. Y los estudiantes, la garantía de los orientales ilustrados que nada sabrían a futuro de cobardía ni temores.
Pero en nuestra capital, sin ser un experto en nada, se comenzaba a percibir más allá de las afirmaciones de los altos funcionarios, que a cada mañana nos despertaban las sirenas en su camino a la voladura de otro cajero automático, o atender tempranas denuncias por rapiñas callejeras, o por el abuso y maltrato de niños y mujeres…
Y ahora, dijo Panzeri, tenemos el asesinato de una bella y enigmática mujer y un anciano desaparecido del hospital; ambos casos en circunstancias extrañas, tanto o más extrañas a medida que avanzan las investigaciones.
Panzeri suspiró con sentimiento de impotencia. Quizá debería jubilarse de una buena vez y mudarse a la casita de La Floresta, pensó mientras bebía despaciosamente, como si con ello soliviara el ánimo como para salir a las infectas calles.
_ Te hacía la pregunta porque estuve en Buenos Aires con tu mujer y los muchachos de Fronteras Invisibles.
Están por el buen camino y no deja de sorprender el alto nivel de control masivo, logrado gracias al equipamiento de sofisticados equipos de reconocimiento biométricos y del registro sistemático otras manifestaciones psicosociales. Los drones están de moda.
Para él había sido motivo de orgullo que Doris lo eligiera como padrino de Dieguito, dándole una oportunidad para mitigar la soltería, a resultas de un par de fracasos sentimentales. Desde entonces se sentía parte de la familia, pero con desgano creciente observaba al joven matrimonio en una crisis que no era la primera.
Doris había hablado de modo extraoficial, tratando de que el comisario Panzeri comprendiese el alcance del largo brazo de la corrupción. Dio un largo rodeo en función de proteger a Tavares, pero también advirtiendo a Panzeri que si la política era dejar hacer sin intervenir con la fuerza que debería encarnar el Estado, él aun siendo un alto funcionario policial, no escapaba a las generales de la ley y corría el peligro de quedar acorralado entre ceder a la mafia o arriesgarse a morir de modo inexplicable. Asunto que Jessica Buendía o cualquier otro periodista de Medios & Medios se encargarían de comunicarlo, de modo superficial y hasta chabacano, encendiendo falsas señales que hacían de la realidad, la interpretación arbitraria de múltiples eventos irrelevantes.
El comisario se perdió entre tamaña semblanza de los periodistas posmodernos.
En domingos de barajas, Panzeri recordaba el vozarrón de su tío, viejo periodista de “El Día” el diario de José Batlle y Ordóñez, quién distinguía entre el humo de su pipa, a los reporteros de los periodistas. Un reportero es sólo un testigo, decía con rostro adusto, en cambio un verdadero periodista se convierte en héroe de su relato. Dichas estas cosas, despertaba un tumulto de opiniones encontradas entre la familia. Una familia de piamonteses pobres y su prole rioplatense.
Para muestra basta un botón, había dicho la ex de Tavares.
Al asunto de la sempiterna disputa entre los operadores portuarios de Montevideo y Buenos Aires, se cruza de improviso el asesinato de una mujer que podrían ser dos personas a la hora de las ambiciones profesionales. Compartirá usted conmigo, que el escenario a partir del asesinato de la mujer en la torre cuatro del WTC, nos permite visibilizar a personajes o intereses que se mueven detrás de las contrataciones con las empresas belgas, rusas y chinas.
Una situación intrincada de la que al parecer Candela Maizani no era ajena.
¿Ella actuaba por su cuenta en el relacionamiento y lobby de los grandes negocios o por encargo de Pedro Prado Perdriel? ¿O de un tercero? se preguntaba la experimentada mujer policía.
Su condición de amante del magnate de los medios, agregaba otra línea de investigación a su muerte, pero divulgarlo como un crimen pasional será el atajo de los formadores de subjetividad en pos de invisibilizar el poder machista.
Cabía la posibilidad del suicidio, pero el suicidio no vende, salvo en Argentina donde la muerte de un fiscal, el hecho real, al reconstruirlo adquiere proporciones fantásticas sino bizarras en los medios informativos…
Pero aquí, el informe de los muchachos de la forense fue categórico y no dejaba dudas, el deceso de la mujer fue por envenenamiento.
Lo que todavía no sabemos es el móvil de quiénes y porqué se cargaron a la Maizani.
Doris es Doris y tú la conoces mejor que nadie, deslizó el comisario a su compadre.
Ella me dijo, para terminar una conversación que duró lo que se tarda en tomar un café doble, que en las aguas del Atlántico Sur reaparecían viejos fantasmas.
Manejaban información ultra secreta, dijo bajando el tono de voz, sobre un evento que de ser cierto acarrearía mayor complejidad a la ya compleja geopolítica austral, desde los ataques a las torres gemelas.
En pocas palabras, en plena navegación había desaparecido un submarino de la armada argentina en circunstancias de pasmosa irrealidad…
Tavares interpretó la información que Doris compartió con Panzeri como para formular algunas preguntas y vislumbrar otras perspectivas en cuanto a los móviles del asesinato de la Maizani.
¿El magnate había decidido deshacerse de la amante? ¿La Maizani había puesto condiciones inaceptables en el juego de los lobistas o había traicionado a una de las partes? No estaba claro quién o quienes la habían sentenciado a muerte y aunque no era incumbencia de T&C estaba dispuesto a no ahorrar esfuerzos para encontrar a los asesinos.
Lo del submarino podía obedecer a los juegos de la inteligencia naval argentina, de los chilenos y de los británicos, pero sería temerario especular sin mayor información. No dejaba de llamar la atención que un submarino desapareciera atrapado en los abismos marinos…
_ ¿En qué andás ahora, Tavares? Lo trajo nuevamente a la realidad el comisario.
Te pregunto porque revisando las cámaras del sector de entrada y hall del hospital, el jefe de vigiladores encontró imágenes de una mujer moviendo a una persona en silla de ruedas hacia la salida, seguida por un hombre en muletas… El sujeto me resulta  conocido y no tardaré en averiguar algo. Todo esto que te cuento, ocurrió el día de la desaparición del internado del piso 3 y la hora exacta, ocho cero dos minutos del atardecer.
¿Sabés algo al respecto? Bien, tomo tu silencio por un no.
Pienso si los titulares que dan cuenta del desaparecido del hospital no serán una cortina de humo vaya uno a saber por qué. Porque lo más extraño y de lo que se ha guardado silencio, fue la saña del atacante y las manchas de sangre por toda la habitación 319. Que se supone que hay detrás de todo esto, ¿un maniático sediento de violencia donde la elección del paciente fue una casualidad, un hecho librado al azar? O hay alguien que actúa por encargo. ¿Un sicario cuyo interés es hacerse de algún dinero llamado por una organización que se mueve en las sombras?
¿Quién y por qué quieren al viejo muerto? Hablé al respecto con el director del hospital y rechazó de plano el tráfico de órganos humanos, primero porque no existen antecedentes en el país de tal oprobio, de interés sólo para los grandes laboratorios se entiende, y segundo porque el viejo paisano era un cuerpo gastado y lastimado, sin utilidad alguna. ¿Me comprende? había dicho el galeno a modo de colofón, como un carnicero explica a una clienta por que el osobuco es más barato que la pulpa.  
Me seguís Tavares, este es el mundo que vivimos para desgracia de tipos como el paisano Cruz o la mujer que apareció asesinada en la torre del Buceo.
Vos sabes cómo son las cosas en la campaña, del otro involucrado en el duelo criollo, un tal Severo, no se tienen noticias. Ni nosotros ni la Interpol…
Los muchachos de Delitos Globales estiman como muy probable que el sujeto haya huido a alguna playa de Brasil, es el refugio preferido por los delincuentes con pedido de captura internacional. Están averiguando los recursos económicos del tipo, cuentas y movimiento bancario de los últimos meses, como para poder sobrevivir de incógnito en el subsuelo de la sociedad.

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