Tresfilos Tavares : Algo huele mal en Montevideo / José Luis Facello

TREINTA Y SEIS
A la noche se desató la tormenta con extrañas manifestaciones en el cielo. Los habituales resplandores intermitentes asomaban entre el pinar, por momentos irrumpían los rayos haciendo tronar su furia y para los que nos asombramos observando los fenómenos de la naturaleza, nos tomó por sorpresa que las descargas eléctricas trazaran caprichosos recorridos circulares en la negritud reinante.
_ La casita de Shangrilá es vivible… tiene cielos abiertos propensos a maravillar a los románticos, dijo Andy bajo el alero, mientras cortaba una pizza en porciones.
_ Es el privilegio de nuestras costas, extensas y poco pobladas salvo en los veranos y fines de semana, agregó Tavares mientras destapaba una botella de cerveza Norteña.
La bulla de los sabiás y el aleteo de las palomas de monte despertaron a Tavares. Escuchó ruido afuera de la casa y cuando se asomó fue recibido por Andy con un beso y un mate caliente. No quedaban vestigios de la lluvia salvo la arena mojada y los brillos en el follaje.
Se decidieron a caminar por la playa.
Tavares se había dormido con las imágenes del borroso video después de repensar sobre su significado. La orden de Perdriel fue quitar las cámaras de video de uso privado en el cerrado espacio de las oficinas del piso trece.
¿Temía el hallazgo de alguna evidencia que lo incriminara?
El magnate, como el chofer, como la señora de la limpieza alejaban las sospechas sobre ellos, porque el arma homicida llegó de modo insospechado desde Buenos Aires. En una caja de bombones con el olor a las almendras…
Debería hablar con alguno de los muchachos de técnica, pero sería imprudente tanto como no ponerlo al tanto al comisario Panzeri. ¿Por qué Saldaña no destruyó los videos y en cambio los escondió en el horno de su casa? Tenía la sospecha que su compadre escondía algo y ese algo sería develado por los resultados, fiables, de la autopsia.
Panzeri quizá disponga de información confidencial… ¿Y si Candela Maizani murió por otra causa que el envenenamiento? Y entonces el asesino dispuso aquel día del tiempo suficiente para matarla, trasladar el cadáver al ascensor y simular el hecho de la muerte.
Asfixia, inyección letal, ¿qué?
No soportaba la idea de otro asesino suelto en las calles, esta vez con él de por medio.
_ Siento que en el caso de la Maizani, a medida que pasan los días más nos alejamos de encontrar la verdad.
_ A veces vivimos en estado de confusión permanente, dijo Andy a modo de distender las cavilaciones de cada uno.
Pero no lo lograba. La maestra sentía que el temor se apoderaba de sus pensamientos y las obsesiones recurrentes  la sumían en pérdidas como la noción del tiempo. Sentía que los sentimientos solidarios y fraternales que la caracterizaban se iban entumeciendo paulatinamente, enfrentándola a la sola soledad cuando en realidad nunca antes se había sentido mejor acompañada.
Sentía desaliento por las vicisitudes que pudiera estar atravesando su entrañable padrino, estoico, esperando su destino con los perros en medio de las cuchillas.
Reconocía que no era lo que se dice un hombre de mundo, sus actividades hasta no hace poco estuvieron circunscriptas a Montevideo y alrededores.
Este era su lugar y su tiempo.
El viaje con Doris, de luna de miel a Bariloche era un recuerdo que persistía por no desaparecer de la memoria.
Y posteriormente en 2008, un viaje emblemático a Sudáfrica anticipado en la niñez por las aventuras de Tarzán y Lord Jim en la selva, había quedado reducido al vestigio de un diploma, característico de las conferencias y el intercambio de experiencias dirigido a las fuerzas de seguridad. Y los contactos, de carácter personal, con algunas ONG globales.
_ Gracias Fraga, dijo el detective mientras desdoblaba “El País”.
_ A sus órdenes licenciado, dijo el mozo, mientras disponía sobre la mesa un café cortado en vaso y una medida de whisky sin hielo.
El hombre bebió el café, solo en la intimidad del lugar con el fondo lejano de la radio acompañando al cocinero.
En pleno goce del tiempo Tavares observó por encima del periódico y lo vio entrar con altivez, tanta como para recordar a los grandes mamíferos que observó en la reserva Kgalagadi.
_ Buenos días Tavares, saludó el comisario Panzeri. ¡Por fin te encuentro!
_ Estuve ocupado los últimos días y por eso recién hoy me di una vuelta por el bar.
_ Se comprende. ¿Puedo?, dijo al asir una silla.  
_ Por favor Panzeri. Pida que yo invito, dijo sondeando el ánimo del comisario.
_ Lo mismo, dijo a Fraga.
_ Enseguida señor.
¡Un cortado doble en vaso y un whisky para la mesa tres! voceó el mozo.
Fraga tardó unos pocos minutos.
_ Disculpá pero estoy corto de tiempo, dijo el comisario tomando el whisky de un trago.
Tavares quedó expectante sin una pizca de disimulo.
_ ¿Se puede saber en qué andas Tresfilos?
_ No entiendo, dijo doblando el diario.
_ ¿Sabías algo de Francisco Cruz antes de conocer a la maestra?
_ La verdad que no lo conozco personalmente, dijo sopesando que interés podría tener el comisario por el padrino de Andy, más allá de lo ocurrido en el hospital.
_ Repregunto, ¿cómo fue que conociste a Andy Vallejos?
_ Para interrogatorio resulta un poco inusual, compadre.
_ No te hagas el vivo Tavares…
_ La mujer vino a la oficina de T&C pidiendo ayuda, nos localizó por internet.
_ …
_ Continuemos en razón del poco tiempo que dispone, incitó el detective.
_ Como el asunto del hospital fue por demás confuso, no tenemos nada, buscamos en los archivos viejos y en los casos sin resolver. Resultó interesante porque tengo un ayudante muy joven interesado por el pasado. Cursa a distancia, abocado al nexo entre la historia y la economía,  confiesa en la intimidad que la economía como la conocemos hoy es hija del crimen organizado.
_ Lo escucho, dijo ahora el joven con parquedad.
_ Francisco “pancho” Cruz figuraba en la lista de sospechosos cuando, entre las sombras, se produjo en 1985 el ataque de un francotirador. Un oscuro caso en medio de un cónclave secreto en la estancia de Anchorena, dijo Panzeri. 
Un herido grave en accidente automovilístico, tituló M&M.
_ ¿El padrino de Andy Vallejos?, resulta increíble comisario.
_ Más sorprendentes son algunos hallazgos de los muchachos, dijo Panzeri mientras le pedía al mozo otra vuelta de lo mismo.
El rastro de Severo, el tipo involucrado en la riña con armas blancas con Cruz, según el último informe de interpol se esfumó en el estado de Mato Grosso do Sul. Se lo tragó la tierra…
_ ¿Y usted que piensa de eso?
_ ¡No pienso nada! Analizo los hechos…
_ Resulta raro ¿no?, dijo Tavares calculando que el comisario tenía un as en la manga.
_ Los hechos Tavares… Primero el supuesto duelo criollo, porque del asunto no hay un solo testigo fiable. Aquella noche hasta el almacenero estaba mamado. 
Segundo, nosotros intervenimos en el supuesto ataque a la habitación 319 a pedido del juez y sin otro testimonio que la atribulada enfermera…
_ Aurora Roballo, si mal no recuerdo.
_ En efecto, dijo el comisario y un relámpago pasó por su mente iluminando el episodio de la desaparición de Cruz y la fuga posterior en cuestión de horas.
Porque en el escape y si nos atenemos a las imágenes malísimas del video, además de la mujer, supuestamente Andy Vallejos empujaba la silla de ruedas donde iba su padrino, iba acompañada por otra mujer que los guía hasta la ambulancia y una tercera persona, el sujeto del bastón…
La enfermera Roballo niega todo, dijo que ese día su turno había terminado a las seis.
Tabares cometió el desliz de reacomodar sus cien kilos en la crujiente silla, gesto que no pasó inadvertido para nadie.
_ Una fuga sin consecuencias después de todo, salvo que el atacante de Cruz se esfumó sin dejar rastro. Todo lo que pudimos averiguar fue que aquella madrugada un desconocido calvo y sin otras señas particulares, subió a un taxi con destino a la terminal de ómnibus, y dos horas más tarde embarcaba rumbo a Brasil.
El relato del chofer del taxi describiendo a un hombre común, entrado en años y del que sólo llamaba la atención por la cabeza calva, detalle que permitió a los vigiladores de la terminal de Tres Cruces identificarlo posteriormente, sentado en el hall de espera hasta su partida en el ómnibus Nº 347 de la empresa EGA, con destino a Porto Alegre. Pero esto pudo ser interpretado, recién una semana después del episodio ocurrido en el hospital.
_ Más de lo mismo… dijo Tavares más tranquilo.
_ Hasta que hace unos pocos días ocurrió algo desusado en una solitaria casa de campaña.
Al parecer se produjo un tiroteo en medio de la noche, pero no hay nadie que dé fe de nada. La campaña oriental está despoblada… los jóvenes se fueron a los pueblos y los más desesperados al extranjero.
Y los paisanos son más bien parcos a la hora de hablar. Un niño se aventuró a contar que tres desconocidos, los vio mientras él hacía un mandado a caballo, estuvieron en espera del ómnibus a la sombra de unos árboles en la ruta 7 y el cruce a los cerros de Mendieta.
¿Quiénes y por qué se la tienen jurada al gaucho Cruz? dijo ausente el comisario rascándose la barbilla.
_ ¿Pido otra vuelta? invitó Tavares aliviado porque esta vez el comisario estuvo cerca…
_ ¿Y a vos como te va con la agencia? Vi que cerraron por desinfección, tendrían que mudarse a otro lugar, créeme si te digo que un supermercado es un juntadero de basura y ese barrio, un juntadero de malandras.
_ A propósito de malvivientes, ¿la muerte de la Maizani fue en verdad por envenenamiento?
Oficialmente sí, ¿qué otra cosa podría ser?
_ Nada, preguntaba nomás…
_ Sabes que en los asuntos complejos nada es definitivo.
TREINTA Y SIETE 
Repitieron el movimiento en ruta 5, esta vez sin la ayuda de Cardozo, para que Andy emprendiese el viaje a una de las escuelas rurales. Argumentó que el paraje al que se dirigía le garantizaba, cuando las tensiones la agobiaban, la paz que mente y cuerpo le demandaban. En realidad extrañaba, y confiaba que en gran medida su mejoría quedaría en manos de los niños.
Explicó a Tresfilos de modo didáctico, que los chicos la necesitaban aun en las vacaciones, porque se juntaban para realizar actividades y por sobre todo, tejer sueños.
Teatro y bailes improvisados en el patio, cursillos sobre cocina criolla para mejorar la economía casera,  práctica de atajar y tirar penales, entre otras propuestas recreativas. Para los más grandes, uso de las motosierras y primeros auxilios hasta llegar al hospital más cercano.
Y la música a gusto de los adolescentes que atronaba a las silentes cuchillas.
Se despidieron fusionándose en un abrazo y prometer mutuamente, reencontrarse a como diera lugar.
_ No hay mal que dure cien años, dijo Tavares apelando al dicho popular.
_ Ni cuerpo que lo resista, respondió Andy recordando segundas partes.
Tavares mandó saludos a Cruz, quien a partir de la conversación con Panzeri en el Nuevo Bristol, le resultaba un perfecto desconocido. Pensó que este verano Andy ya tenía bastantes problemas como para contarle las andanzas de su padrino en 1985. Ya tendrían la ocasión de desbrozar juntos un asunto desconocido, uno de los tantos que acompañaron al anciano…
Cuando avistaron el ómnibus sellaron la despedida con un beso apasionado y el regocijo de sentirse vivos.
Anochecía cuando estacionó el auto alquilado en la esquina de Comercio y Hernandarias dispuesto a esperar la llegada de Saldaña. Por lo que pudo averiguar, la rutina del chofer cuando no pernoctaba en el cuartito de servicio del piso trece, era regresar a la casa entre las nueve y las diez.
Consultó el reloj pulsera, nueve menos diez. Palpó la pistola en la sobaquera y un cargador en el bolsillo de la campera.
Miró por el espejo retrovisor. Nada.
Abrió la guantera y constató que las ganzúas de cerrajero estaban a mano. No estaba decidido a cómo abordar al guardaespaldas, la calle estaba medio a oscuras y podría arriesgarse a reducirlo antes de que ingresara al edificio sin ser descubiertos. Si no, debería subir al apartamento 203 y sin más trámite convencerlo de que lo mejor era conversar.
Saldaña tenía muchas cosas a las que responder.
Sí fue él o no, la persona que movió el cadáver hasta el ascensor. A qué obedeció robar los videos primero, y esconderlos en esa misma casa después. Debería explicar satisfactoriamente para qué había comprado un arma de mano.
Observó en derredor y no vio nada desusado a esa hora, las nueve y veinticinco.
Saldaña debería entender que las noches de orgías y bacanales en la casa de Carrasco habían terminado para siempre, Candela Maizani estaba muerta y nada de aquello se repetiría jamás. También debería aclarar quién era el niño rubio que entregó el sobre en la oficina de T&C.
Lo presionaría, lo pondría al tanto pero a medias, de su conversación y lo acordado con Perdriel, a partir del momento que el magnate lo habilitara a investigar en paralelo a la policía el crimen del piso trece. Eso lo impresionaría mal porque era inmiscuirse en su territorio y daba por descontado que no lo habría aceptado en absoluto.
Él en circunstancias parecidas habría hecho lo mismo.
Para algunos, el comisario Panzeri había dejado de ser un tipo confiable, aunque eso era mejor que el guardaespaldas lo ignorara.
A Saldaña debería quedarle claro que a partir de ahora, tendría que obedecer a las órdenes de su patrón por un lado y responder a mis preguntas por el otro. Si optaba por no colaborar no dudaría en extorsionarlo, y para empezar, mencionaría que sabía de la existencia de una mujer y la niña en la casa de Camino Maldonado.
La extorsión era un acto detestable que me repugnaba, pero sería un hipócrita si teniendo la información y el conocimiento de las cosas descabelladas que nos pasan a los montevideanos, me escudara en la moralina que predican algunos tipos del Ministerio.
Sentía cierta incomodidad que se agravaba con la espera, de modo inconsciente palpó la pistola en la sobaquera y miró el reloj.
Diez menos veinte, ¿qué lo demoraba al hijo de puta?
Miró una vez más por el espejo retrovisor. Nada.
“Ciudad que se oye como un verso. Calles con luz de patio”. El viejo Montevideo del joven Borges, dijo Tavares recordando sus días de estudiante.
Con respecto a Candy, no había la mínima posibilidad de conversar nada…  
La extorsión era apelar a la no violencia, pero suficiente para ablandar a un duro.
La muchacha le tenía miedo a Saldaña y estaba muy asustada.
En el club se sentía protegida por los cuatro o cinco “ángeles guardianes”. Uno de ellos, por expresas órdenes del hindú la acompañaba hasta la puerta del edificio y se retiraba después que ella cerrase el blindex de la entrada. Pero el miedo persistía, Candy no atendía el timbre de abajo, ni el teléfono y menos se le ocurriría abrir la puerta del departamento. Ni siquiera a Gisella.
Para él, Tresfilos Tavares, Candy no era una muchacha cualquiera, se acompañaban sin titubeos en las buenas y las malas, ¿por qué?, porque el amor que se profesaban sobrevolaba los convencionalismos. Y así fue, desde las lejanas noches de bohemia en el “Submarino Amarillo”.
La cercanía de Saldaña como hombre de confianza del magnate y el affaire con Candela le había hecho adoptar al hombre una postura endeble, porque de eso se trataba cuando la arrogancia es exhibida como un valor meritorio.  El tipo creía poder apropiarse de los giros y actitudes propias de su patrón, con la contradicción que implicaba por otro lado, ser el elegido como acompañante en algunas escapadas nocturnas al solo antojo de la Maizani.
Perdriel lo sabía y disimulaba su fastidio, porque desde que la conoció en la casona de Finisterre, la personalidad arrolladora de su querida no había reparado en mentirle una y mil veces. En cuanto al otro imbécil, lo que sobraban eran choferes profesionales…
Por entonces, el chofer de Perdriel adoptaba en Karim´s la estampa de un gigoló con un dejo de egolatría, más propio de los nuevos ricos que de un tipo sin clase. La señora Maizani, después de unas copas le seguía la corriente, pero disponiendo de todo a su capricho. Para eso pagaba, le recriminó una vez.
Él no pasaba de sirviente de la señora Maizani, porque ella sabía de los secretos de la buena vida desde muy joven y por eso ahora menos necesitaba de un maestro. Salvo en el gim.
Asistían al Karim´s y otros lugares nocturnos a instancias de ella, ella siempre pedía la cuenta y esto no pasó desapercibido para Akash Jaim que la atendía de modo preferencial, intuyendo que la mujer no era una clienta cualquiera. Bastaba observar sus ropas, maquillaje y gestualidad para apreciar a una verdadera dama de la noche montevideana.
La Maizani por su parte, pensó pero no dijo nada de estar dispuesta a conquistar a la bailarina, bastaron uno o dos delicados comentarios para que rápidamente el hindú le presentase a la bailarina estelar del Karim´s y a renglón seguido, invitar con el mejor champagne de la bodega.
La señora Maizani había caído cautivada por la bailarina de tan solo admirarla bajo las luces del escenario, pero en la mesa y a un palmo de distancia, la belleza y mirada hechicera de Candy le resultaban embriagantes.
Aquella noche, en esa mesa del Karim´s, Candela Maizani daría rienda suelta a otra de las ocultas obsesiones que sólo ella podía concebir, a riesgo de que el alcohol y la cocaína obnubilaran su mente, trastocándola en otra mujer, en una mujer impredecible.
Después, todo se precipitó de modo absurdo como oportunamente dieron cuenta los titulares de Medios & Medios: el supuesto fallecimiento de Candela Maizani  por causas naturales devino en suicidio, y éste en muerte por envenenamiento.
A partir del difundido preconcepto de que el veneno es un arma de mujer, la señora de la limpieza fue sometida a un humillante interrogatorio dirigido en persona por el comisario Panzeri. En cambio, la esposa e hijas de P. P. Perdriel, en aquel momento en calidad de sospechoso de asesinato, o instigación al crimen sino de encubrimiento, fueron notificadas de que oportunamente serían citadas para prestar declaración sobre el caso, cosa que hasta ahora no había ocurrido.
El crimen de género, crimen pasional para la prensa amarilla, ocupó durante días la atención para disfrute del público, dicho así porque a partir del asesinato de cada día, se montaba un verdadero y sádico espectáculo… sin un gramo de humanidad ni consideración para las víctimas y sus familias.
Inocultablemente, Montevideo bailaba a la moda.
Algunos eclécticos en aras del imaginario progresista pretendían tapar las cosas a como diera lugar. Como aquel funcionario, el director Lagorra, que instrumentó en 2004 el enterramiento de las piletas olímpicas en la rambla de Trouville…
La línea investigativa por crimen de género, derivó en el seguimiento e intervención de los teléfonos de todos los hombres que habitaban la torre 4 del T.W.C. Fueron interrogados desde los gerentes generales a los vigiladores, del personal masculino de mantenimiento a los empleados de quinta categoría, todos y cada uno de los mil doscientos treinta y siete hombres fueron puestos oficialmente bajo sospecha.
Todos menos Pedro Prado Perdriel.
Pegó un respingo en el asiento y se ocultó cuando las luces del jeep de Saldaña lo iluminaron fugazmente. Aguardó hasta que el otro hiciese las maniobras de estacionar junto a la vereda. Se incorporó, quitó el seguro de la pistola y miró el reloj del tablero. Diez menos cinco.
Saldaña bajó del vehículo llevando una caja de pizza, observó los alrededores pobremente iluminados y se dirigió confiado a la solitaria entrada del edificio.
Tavares en medio de una tensión insoportable abrió silenciosamente la puerta del automóvil, bajó empuñando la Bersa Thunder .380 y dio unos pasos hasta punzar con la boca del cañón la espalda del desprevenido Saldaña, al tiempo de advertirle que lo mataría al menor intento de intentar hacer una gilada.
Mientras subían por la escalera al segundo piso, el detective repasó a la velocidad de una película muda las preguntas previstas durante la espera; el otro enfrentó la puerta del apartamento 203 y abrió con mano temblorosa, encendió las luces del pequeño living y entraron.
Tavares sin dejar de apuntar con su arma le indicó a Saldaña que se sentara.
Saldaña, sin salir de la sorpresa, se le ocurrió que el desconocido ladrón era un improvisado que corría demasiados riesgos para hacerse del poco efectivo que guardaba en la casa.
Tavares le dijo que se quedara tranquilo y colaborara, porque sólo quería algunas respuestas a sus preguntas para poder sin demora marcharse a su casa.
En la obnubilada mente de Saldaña desbordaba el estupor, hijo de las sorpresas. No atinaba a comprender que estaba ocurriendo… ni siquiera a pensar como deshacerse del tipo. Por un lado, lo inhibía la sospecha creciente de que fuera un maldito policía pero a su vez lo envalentonaba. Debía pensar en hacer algo y rápido.
El silencio a esa hora, las diez y cinco, se había adueñado del edificio.
Tavares guardó con parsimonia la pistola en la sobaquera, dio un paso adelante y con un certero puñetazo al mentón dejó grogui y por el suelo al tipo que acosaba a Candy.

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