Tresfilos Tavares: Complicados caminos que se bifurcan / Josè Luis Facello

TREINTA Y DOS   
Durante algunos días y a diferentes horas, el detective Tavares se enfrascó en un minucioso seguimiento tras los pasos de Saldaña, el chofer del magnate de los medios, con el solo objeto de ubicar su domicilio, constatar cuántas personas habitaban la casa y los horarios convenientes para hacerles una subrepticia visita.  Y de encontrarlos, hacerse de los videos. Cardozo por su parte, indagaría el movimiento de las cuentas bancarias.
Tanto él como Andy y Cruz habían fondeado los teléfonos móviles en las aguas de la bahía y con los nuevos redujeron la agenda a unos pocos números por razones obvias.
Encontrar los videos robados tomaba relevancia para ampliar la investigación de las circunstancias en que murió la Maizani, en primer lugar; y el derrotero de los videos, que dejaría en sí mismo, algún rastro hasta llegar a dar con los responsables del robo.
Había alquilado en las inmediaciones del aeropuerto Carrasco un buen automóvil, modelo 2010 con caja automática y turbo alimentación. Tavares advirtió el peligro que lo acechaba por la sucesión de eventos que se precipitaban con calculada anticipación y  violencia inusitada, en su máxima expresión, el asesinato.
Hacía una semana que la oficina de T&C lucía el cartel “CERRADO POR DESINFECCIÓN”, un recurso aceptable y libre de sospechas, para un edificio viejo de la calle Florida y lindante con los depósitos y los mugrosos desperdicios de un supermercado.
Además del registro habitual en su trabajo, Raúl prestaba especial atención a las personas que merodeaban en la cuadra, a los coches estacionados a horas desusadas o prestamente dar aviso al 911 como ocurrió la noche del jueves, cuando dos sujetos intentaron forzar la puerta de entrada al edificio.
El detective lo había hablado con Raúl, lo puso al tanto de lo ocurrido en el viaje con Andy a la campaña y este aceptó encargarse de lo pedido. El joven vigilador pensó que Tavares merecía la gauchada por la difícil situación y también como una oportunidad de escapar a sus propias rutinas.
Tavares, Andy y don Cruz se alojaron en un pequeño hotel del barrio Malvín. El sobre con el dinero entregado por el niño rubio cubría, por ahora, la emergencia. La suerte una vez más los acompañó, ese verano los turistas optaban por las playas del este o del Brasil y no tuvieron dificultades cuando pidieron una habitación doble y una individual.  Era un lugar discreto sobre la calle Malabrigo, con estacionamiento propio y a una cuadra de la playa. El conserje asentó en el libro, ignorando la cualidad de falsedad de los datos personales de Cruz y la dirección ficticia, que correspondía a la ciudad de Treinta y Tres, lugar que el anciano solía frecuentar en su juventud.
Andy tenía antecedentes de afonía y una foja intachable en la docencia, pero en esta situación no dudó en apelar a la estratagema de consultar a un especialista que le concedieran una licencia por enfermedad,  como forma de apartarse de los quehaceres rurales hasta tanto se aclarase lo ocurrido en la casa del padrino.
Tenía miedo a lo desconocido, pero se sentía segura junto a Tabares y eso sí, no dudaba en hacer cualquier cosa por el bienestar de su padrino. Esos dos hombres y sus alumnos era todo lo que le dio la vida. Y le agradecía a Dios aunque lo había abandonado.
El matrimonio y el padre de ella, como quedó establecido para el conserje y la mucama, llevaron una vida aparentemente apacible como alerta, después de la apresurada huida de la casa de piedra. Estaban a salvo y eso era lo único que importaba.
Entremedio, Tavares sin pérdida de tiempo se enfrascó en el seguimiento de Saldaña.
El primer día, comenzó por aguardar en las cercanías de la torre 4 desde un punto desde donde divisaba la entrada principal como la salida del garaje subterráneo. En segundo plano, la rambla y más allá, las embarcaciones deportivas fondeadas en las aguas calmas del puertito del Buceo.
El detective encendió un cigarrillo.
Tras cuarenta minutos de espera observó la salida del Maserati Levante color acero y supuso a Saldaña al volante tras los vidrios polarizados. Esa vez habían tomado por la rambla en dirección al centro hasta que el magnate descendió a la altura de la Plaza Gomensoro, el chofer esperó a que ingresara a un edificio y continuó una cuadra para estacionarse frente a la punta de Trouville.
Tavares encendió otro cigarrillo.
Una hora y media después emprendieron por la rambla el camino inverso al aeropuerto.
Durante la espera, había hecho un llamado a Andy por alguna novedad y recibió por respuesta que estaba todo muy tranquilo, como tiene que ser, y que había salido a comprar cerca del hotel algo de ropa adecuada para ir a la playa.
Las mujeres piensan en varios planos a la vez y eso está bueno, dedujo el detective.
Saldaña estacionó el vehículo en la playa del aeropuerto y Tavares caminó a prudente distancia con la apariencia distraída propia de algunos turistas.
El hall de salida estaba abarrotado de gente que pugnaba por viajar, pero Perdriel y su chofer se dirigieron a la pista por una puerta trasversal y allí los perdió de vista.
Regresó al automóvil mientras los otros fueron hasta el avión, un Embraer Phenom 100, que como después averiguó, el magnate había comprado el verano anterior por una suma escalofriante. El piloto los aguardaba al pie de la pequeña escalera. A los cinco minutos eran un diminuto objeto brillante en el cielo diáfano con rumbo noreste.
Al día siguiente y durante toda la mañana no observó la presencia del chofer ni del magnate. Fue a una cabina de Antel e hizo un llamado a las oficinas de M&M sin resultado, respondía el contestador automático. Lo intentó nuevamente treinta minutos más tarde con el mismo resultado.
Sentado frente al volante rumió algunas cosas que lo inquietaban. Después fue por Andy y el viejo para almorzar y pasar la tarde bajo el sol en alguna playa.
Cruz, como hombre de la campaña no era amigo de los baños de mar y menos de demorarse en la arena caliente. Buscó el lugar ideal, a unos pocos pasos, al reparo de una roca que ofrecía su sombra y la vista privilegiada de las aguas enturbiadas.
_ ¿Qué estará pensando el padrino?
_ No lo imagino, pero a su edad le sobran motivos para pensar…
La mujer vaciló en seguir preguntando al evocar el clima de clase con sus niños, en la mayoría impávidos ante preguntas que sonaban como disparos al aire.
En la breve respuesta de Tavares quedaba implícita la rara situación en que quedaron embretados, la de vulgares simuladores luchando por sobrevivir. La cercanía de la muerte apresuró las cosas cuando fueron sorprendidos aquella noche junto al fogón.
No era un buen momento para hacer preguntas.
En el tercer día los resultados fueron, por lo menos, prometedores.
Al salir del edificio Saldaña lo hizo a bordo de un Jeep Renegade que lucía nuevo con el color de los vinos rojos. Tomó hacia la avenida Ribera y tras él fue el detective a prudente distancia. El jepp siguió hasta doblar en la avenida 8 de Octubre y continuar por Camino Maldonado.
A los veinte minutos de marcha Tavares se preguntó a dónde se dirigiría el otro y obtuvo la respuesta cinco minutos después cuando Saldaña estacionó frente a una casa modesta, tipo chalet, enclavada entre los árboles.
Terrenos grandes, pensados para otro país… observó el detective mientras daba la vuelta en U y estacionaba frente al portón cerrado de una iglesia evangélica.
Una mujer abrió la puerta mientras el hombre hacía lo propio con la reja de entrada.  Una niña de unos diez o doce años, delgada como la mujer, se asomó detrás de un árbol acompañada por una perra boxer.
La mujer de unos treinta años, cutis blanco y melena corta saludó con naturalidad a Saldaña. A continuación, el hombre llamó a la niña y le dio un beso. También se tomó un instante para rascar la testa de la bóxer.
¿Sería la niña una hija de ambos? ¿Viviría un tipo duro en ese apacible lugar? se interrogaba Tavares.
Pensó en Raúl para encomendarle un pequeño trabajo de inteligencia.
Mientras esperaba la salida de Saldaña el detective tomó algunas notas en el bloc, después bajó del vehículo, levantó el capot y encendió un cigarrillo. Hizo como que revisaba el motor mientras pasaba el tiempo de la vigilia.
El día siguiente amaneció nublado y fresco, mientras el detective encendía el primer cigarrillo agradeció mirando al cielo por moderar las temperaturas tórridas.
Diez minutos después estaba en su puesto de observación frente a la torre 4.
En el bloc anotó la fecha y referencia al cuarto día de seguimiento a Saldaña. Apuntó, subrayada por la urgencia, la línea recordatoria para hablar con Raúl ese mismo día.
El Maserati Levante color acero se asomó por la rampa del estacionamiento como una alimaña que sale de cacería.
Era evidente que Perdriel disponía de un solo chofer que oficiaba, presentado el caso, de guardaespaldas. No cabía lugar a dudas que Saldaña iba armado y de seguro, de los sujetos que no dudaban en tirar primero y pensar después.
Lo siguió por la rambla hasta Ellauri, hacer un rodeo por el parque y estacionar frente a un petit hotel. El magnate hizo una última indicación junto a la ventanilla y después se dirigió al hotel donde una mujer lo recibió con discreta cortesía.
Saldaña fue hacia bulevar Artigas y al llegar dobló a la izquierda, dejó atrás la Facultad de Arquitectura y después encaró hacia el centro. El temor de Tavares se confirmó porque el endemoniado tráfico lo retrasó hasta hacerle perder de vista dos veces al Maserati gris hasta poder localizarlo.
El chofer era un tipo de suerte como para encontrar un hueco y estacionar en la calle Uruguay, luego caminar por Herrera y Obes hasta la armería de mitad de cuadra.
Cuando Saldaña entró al comercio Tavares tuvo escalofríos, casualidad por cierto, pero la armería estaba a escasas cinco cuadras de las oficinas de T&C.
Media hora después, Saldaña regresó al petit hotel, esperó un buen rato hasta que regresó Perdriel y vuelta al Buceo. El detective al pasar, observó al Maserati entrar a la cueva, después aceleró en dirección a Malvín para hacer durante la tarde el papel de turista.
Intercambiaron mensajes con Raúl y quedaron de encontrarse en la Plaza Matriz pasadas las ocho, a la salida del trabajo.
Hablaron lo que se tarda en tomar un chopp.
Raúl se disculpó porque no podía cumplir con el encargo, esa semana tenía que trabajar sin opción de conseguir un día franco, pero inmediatamente, le recomendó una persona ducha en esos menesteres y de absoluta confianza, su hermano Josualdo.
Josualdo no tardó en llegar, alquilaba una mugrosa pensión a unas pocas cuadras.
Unos años mayor que Raúl, denotaba en la cara su pasado en cautiverio y el estado latente del que vivió codeado con el peligro. El otro no dejó traslucir emoción alguna, pero a primera vista desconfió del detective sin preocuparlo en absoluto, era sólo un acto reflejo contra los polis.
Tavares confiaba en Raúl y éste en su hermano. El tiempo apremiaba al detective en sus búsquedas por lo que abordaron el plan.
Josualdo se presentaría en la casa de Camino Maldonado como promotor de la TV por cable y la instalación gratis con sólo registrar unos pocos datos de los moradores de la casa. Josualdo tenía oficio y relaciones, esa misma noche conseguiría algunos folletos y una tarjeta plástica de una renombrada empresa que lo acreditaba en promoción y ventas.
Tavares esperaba confirmar que relacionaba a Saldaña con esa casa.
Por la noche, se dio un respiro y en su papel actoral, invitó a su mujer y suegro a salir y por qué no, tomar un helado. La noche estaba agradable, pero Cruz prefirió descansar en la habitación, por lo que Andy y Tavares salieron a caminar por la rambla.
_ Desde hacía unos pocos días todo me resulta irreal, dijo la maestra rural.
_ No te confundas, todo es real, dijo él.
Lo que lo paralizó frente a un hecho asombroso, entre lo real-irreal, fue como resultado del quinto día de seguimiento.
Ese día, Saldaña a poco de salir dirigió el jepp en dirección a Villa Dolores.
Se detuvo frente a un edificio de la calle Luis Ponce, subió la pequeña escalera de mármol y aguardó junto al contestador, alguien abrió el blindex de la entrada y asomó la figura radiante de una joven mujer.
Tavares estuvo a punto de perder la impavidez que lo caracterizaba en los momentos difíciles. Sin poder dar crédito a la escena vio como el guardaespaldas acompañaba a Candy hasta el ascensor.
TREINTA Y TRES  
Había pasado una semana desde el escape precipitado de la casa de piedra y Tavares, entre las sombras, observaba la garita apenas iluminada del vigilador. Cayó en cuenta que a unos pocos días de ausentarse extrañaba el barrio, el trote matinal por la rambla y la sirena de los remolcadores irrumpiendo la calma chicha de las noches.
Los faros de un auto cortaron la oscuridad por unos instantes, suficientes para que el detective empuñara la pistola dispuesto a resistir. Los del auto siguieron de largo y Tavares recuperó la calma cuando en eso divisó la figura de Raúl, caminando hacia el portón 6 del supermercado. Aparentemente ya no rengueaba.
Al reparo, sentados entre las sombras del paredón y los contenedores de rezagos, los dos hombres conversaron.
_ Por acá los movimientos son los de siempre, como usted ya sabe, salvo la noche que dos malandras intentaron entrar al edificio. Tipos guapos, dijo de modo socarrón, cuando vieron la luz del patrullero rajaron sin demora. Descarto de mi parte que estuviesen por otro asunto que no fuese robar.
_ Bueno… no estuvo tan complicada la cosa. ¿No recordás nada más que te llamara la atención?
_ Ahora que lo dice. No lo tuve en cuenta antes, pero una tardecita lo vi un instante al comisario Panzeri cuando abría la puerta y se retiraba casi enseguida, como si nada. ¿Puede significar algo más allá de una visita, lo de su ex jefe?
_ La verdad, no lo sé, dijo un Tavares pensativo.
¿Otra cosa?
Raúl fue hasta la garita, miró en derredor y al regresar trajo dos latas de cerveza.
_ ¡Salute! dijo el vigilador.
Recordó, cuando una tarde a última hora pasó despacio pero sin detenerse el Maserati color acero. Pero esta vez sin alcanzar a ver los números de la patente.
_ ¿Estás seguro?
_ A seguro se lo llevaron preso, pero eso no es lo raro.
_ ¿Entonces?
_ Un día después, vino un muchacho y abrió la entrada y entró.
_ ¿Un niño que fuerza una puerta?
_ No dije que la forzara, abrió con una llave, entró y salió diez minutos después.
Un botija común y corriente, vestido como cualquier chico de su edad… digamos, más o menos quince. Championes nuevos y mochila como se acostumbra.
¿No sé si esto le dice algo?
_ Puede decir tantas cosas… pero no se me ocurre ninguna.
Tavares había comenzado a acumular odio contra Saldaña.
_ ¿Alguna otra novedad? preguntó mientras daba cuenta de la cerveza.
_ En seguida vuelvo, dijo Raúl trayendo dos latas más y el anotador donde solía asentar los pensamientos fugaces o algún dato que podían ser materia de un escrito por venir.
_ Josualdo estuvo por la mañana y me contó del encargue.
Dejó esto para usted.
“Ficha Promoción 2018 TV-Cable La Celeste.
Domicilio: Camino Maldonado 7958
Titular: María José Saldivia.
Documento: AIB 15.0893.5173
Nacionalidad: Uruguaya.
Edad: 31 años.
Grupo familiar: Cristian Saldivia, 16 años; Serena Saldivia 10 años.
Actividad: venta de productos para limpieza.
Teléfono: 15-44690-12850
_ Nunca pude explicarme cómo se las arregla mi hermano para encarar las cosas.
De la conversación con un viejo que arregla bicicletas en la cuadra, averiguó que Marita es una buena muchacha, que vive sola con la gurisa y que gana unos pesos con las ventas.
En este barrio, de los vecinos se conoce vida y obra de todos, había dicho el vecino.
Aseguró que el ex de la muchacha era un mal tipo que la visitaba de tanto en tanto. Anda en una camioneta lujosa, pero nosotros sabemos qué clase de rufián era desde que noviaba con ella cuando eran dos chiquilines. Iban al liceo 58 de Punta de Rieles.
Anita, la madre de ella, dicen que murió del disgusto por el yerno o la alegría del embarazo de su hija, por supuesto, según quién lo cuente. Todos recuerdan el año que la madre dio a luz a Marita, en 1987.
El año de la final de la copa América en el monumental de River Plate, gol de Pablito Bengoechea al equipo de Rojas y Zamorano. ¿Recuerda?
Otro triunfo de la celeste… había evocado el viejo con voz entrecortada.
Andrés el esposo de Anita y padre de Marita casi muere atropellado, allí mismo señaló, por una camioneta que se dio a la fuga en dirección a Villa García.
Josualdo rubricó la conversación llenando la ficha a nombre del hijo, porque a él la televisión le interesaba poco y nada. Y menos con la jubilación de miseria que cobraba, había dicho refunfuñando, treinta años de aportar a la caja de la industria ¿para qué?
Aquí me tiene, con setenta y seis años, trabajando cuando hay.
Tavares envió un mensaje a Andy avisando que iba para allá.
_ Raúl, tengo otro encargo para tu hermano. Le adelanto este dinero para los gastos y que deje dicho cuánto le debo.
Por favor, agradecele de mí parte.
_ ¿Por qué andamos a las corridas? respondió al vigilador.
Le había prometido a Andy, que a la primera oportunidad visitaríamos a su padrino. Tomando los recaudos necesarios, considerando el peligro que conllevaba para él, eso creíamos, de que alguien descubriese el nuevo lugar donde se cobijaba…
Es todo muy raro, sucesos sin lógica alguna, un ir y venir para volver al punto inicial de las averiguaciones. Y la sospecha, de que estoy equivocado al momento de elegir la línea de investigación.
Hasta donde sé, los avances se van dando por caminos que se bifurcan,  complicados.
Raúl fue por otras cervezas.
_ Más que raro, calificó el vigilador.  
Fijate Tresfilos, como pasatiempo me dio por apuntar en el anotador los hechos que vos me vas contando, desde el principio.
“Dos muertes y tú retiro de Inteligencia Paralela después del operativo anti narco.
Un duelo criollo en la campaña y la maestra que lo busca a usted por ayuda.
Posteriormente, el asesinato de la secretaria ejecutiva.
A continuación, roban en la oficina y te amenazan de muerte.
Después, el atentado en el hospital contra el padrino de la señora”
Raúl hizo una pausa para tomar otro trago.
Tavares no dejaba de sorprenderse gratamente por el ingenio demostrado por Raúl a la hora de encarar las cosas que consideraba interesantes. Del puesto de vigilador estaba harto, le había confesado, pero era tan difícil conseguir otro empleo mejor…
_ Y ahora esto, Tresfilos, tenés que vivir a las escondidas.
¿Qué pasó en Tacuarembó? Si se puede saber…
_ Bueno, tengo la impresión de lo que pasó, pero no porqué pasó.
¿Querían matarnos a los tres cuando tiraban a mansalva?
¿Plantar para el gran público la escena escalofriante de un crimen múltiple, como una reyerta familiar entre borrachos?
¿A quién o quienes puede interesar la vida o muerte de un paisano viejo y de una maestra rural?
Demencial en mí caso, sólo por negarme a participar en los embrollos de algunos muchachos de I.P. Con una bala de muestra y el recordatorio de García y Pedemonte como la sentencia para mi muerte.
Se sabe, la participación en un hecho criminal asegura el silencio de los cómplices.
O el enredo, no lo había pensado, detrás del caso de la Maizani bien podría situarlo en la mira de los asesinos…
¿En qué andará el comisario Panzeri?
Al reparo de las sombras Tavares se dejó llevar por funestas cavilaciones.
_ ¿Qué pasó en Tacuarembó? se interrogó a media voz.
Veníamos bien, una noche ideal para embucharnos con capón asado y galleta.
Proseada y vino, eso hacíamos cuando los perros ladraron enardecidos y a los tres nos toma desprevenidos los estampidos en medio de la nada.
El viejo lejos de intimidarse, gritó: ¡Corran a la casa!
Nos parapetamos detrás de las pircas y corrimos agazapados hasta entrar a la casa. Andy previendo lo peor levantó la tapa del estrecho sótano.
Sótano en desuso, al que rato antes había mentado Cruz como presintiendo el peligro. Un vestigio de otras épocas, cuando junto a los víveres se guarecía a los niños y los ancianos, en esta provincia oriental, de las sanguinarias incursiones de los bandeirantes y lusitanos.
Quizá la mención ayude a los más jóvenes a comprender la intransigencia del general Celeste hacia los enemigos, violadores de mujeres, que saqueaban las propiedades y arreaban los ganados, junto a los indios y negros capturados para esclavizarlos en las fazendas de Río Grande do Sul o Santa Catarina.
Después de la invasión de 1816, sin andar con demasiados pruritos diplomáticos, nos rebautizaron provincia Cisplatina.
Quizá por eso, el general nunca perdonó a los porteños de Montevideo y de Buenos Aires por su falsía y por la inconfesable adhesión con los invasores de nuestra tierra.
Los principales no tienen patria, había acotado la maestra.
En ese momento, Tavares se dio un respiro como si el recuerdo y la pesadumbre fuese uno, aunque entonces hubiesen salvado sus vidas.
_ Cruz y yo respondimos, casi a ciegas, tirando unos tiros disuasorios a los atacantes que acosados por la jauría retrocedieron a un montecito de guayabos. El anciano, con voz de mando, nos ordenó llevar las municiones disponibles y unas cobijas para resguardarse del sereno por si la noche se hacía larga…   
Escapamos entre los pedrejones, a los tropezones en dirección a la picada del arroyo nos atrincheramos para  evaluar la cosa. Con el paso de los minutos los ladridos se escuchaban a lo lejos y así fue que Cruz en dos palabras trazó el plan de escape. Mientras Andy recuperaba el equipaje en la casa, el anciano buscaría los caballos en el corral sabiéndose protegido por Tavares, parapetado con un rifle de caza Remington, del año 1962.
De muy lejos se escucharon dos estampidos y el ladrido acosador de los perros.
Cruz y Andy ensillaron presurosos, montamos y emprendimos un sinuoso rodeo del que sólo tenía conocimiento el anciano y por guía a las estrellas.
Viajamos el resto de la noche escuchando el paso de los caballos sobre las piedras y el temor calando el pecho.
Con las primeras luces del alba avistamos unas casas donde un conocido de Cruz nos facilitó un sulky y de su parte, quedó a la guarda de los caballos. El hombre se encargaría de recuperar el carruaje y el caballo de tiro cuando todo hubiese pasado, nuestros caballos quedarían a buen resguardo en la cercana forestación y de surgir algo imprevisto, el paisano amigo se haría el desentendido y denunciaría la presencia de ladrones rurales…
Los desconocidos de siempre eran fuente de leyendas. Eran historias increíbles que se escuchaban en cualquier boliche de campaña o las fiestas del santo patrono donde se congregaba el vecindario.  
A trabajar en las plantaciones de pinos llegaban de todas partes hombres de diversa catadura moral. Eran en esas temporadas, cuando los padres escondían a sus hijas por temor a los viciosos y depravados…
Y denunciar alguna oveja robada era moneda común.
Roban los estancieros ¿y a nosotros nos tienen miedo?, decían los braceros más retobados.
Después de avanzar dos leguas por la cerrillada, dejaron el sulky en el almacén de ramos generales Los Cuatro Vientos, y tres horas después, subieron al ómnibus que los llevaría a Montevideo por la ruinosa ruta 7.
_ Una verdadera odisea, dijo Raúl en tanto fue por más cervezas.
Tavares envió otro mensaje avisando que llegaría al hotel en poco rato más.
Y entonces en ese momento, recordó cuando en la calma de esperar al ómnibus a la sombra de los paraísos, Cruz habló por primera vez de las artimañas de la minera.

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