Tresfilos Tavares . Miseria y soberbia de los ricos .Grandezas de los pobres / Josè Luis Facello

TREINTA Y OCHO
Hacía muchas noches que no dormía en mi cama, y quizá por eso esta mañana tenía la sensación de haber descansado de maravilla. La ausencia de Andy acentuaba otras sensaciones, contradictorias, entre ellas la vuelta al individuo improvisado y pragmático, y un presentimiento que parecía advertirme de una larvada vuelta al salvajismo…
Después de un baño con agua fría puso a calentar la cafetera. Mientras se curaba los nudillos de la mano izquierda miraba por la ventana como el cielo se teñía de color púrpura.
Amanecer de un nuevo día.
No recordaba nada de lo ocurrido hacía unas horas nomás en la casa de Saldaña.
No podía olvidar los fotogramas del tipo maniatado a la silla, negando y escupiendo sangre, jurando no saber ni entender el significado de algunas preguntas, tanto como para confundir los hechos con el trasfondo del asunto.
El desgraciado resultó ser un gran actor o un simulador al estilo del viejo ministro.
En un momento de impotencia como de bronca, había escupido de su boca deforme el juramento de no haber matado a Candela Maizani.
No le creí.
Cuando creí haberlo escuchado todo de esta clase de calañas, el tipo se quebró y recién al recuperar la voz lo hizo para murmurar que amó secretamente a Candela... 
Era la mujer perfecta, sollozó el maldito, distante de día, inalcanzable dijo, una reina a la que estaba prohibido mirar, siquiera imaginarla. Por las noches fui el preferido, pronunciaba despacio tomando aire por la boca, para satisfacer sus caprichos que incitaban a los juegos más perversos, dijo con un hilo de voz.
Vigilante, vos no podés comprender nada, dijo babeando sangre.
Cuando alcancé a la mujer de mis sueños vino un loco o un asesino y me la arrebató. Vos no entendés lo que es estar perdidamente enamorado de una mujer inalcanzable. Yo amaba a Candela…
En un momento de debilidad, la imagen de Candy y de Candela se esfumaba de mi mente negándome a tan sólo evocarlas. Reaccioné a tiempo y al amagar con sacar la Bersa, no sé por qué oscura razón me contuve de liquidarlo, a cambio, pude descargar el miedo de Candy hecho furia, como para sacudirlo a puñetazos hasta que me ardieron  los nudillos.
Cansado y hastiado de la violencia caí en cuenta en medio del living que los dos éramos unos cobardes, él pretendiendo abusar de los débiles como otros lo hacían con él. Pensé en la soberbia que caracterizaba a los principales y a la que el magnate no era ajeno con sus órdenes inapelables; y para mayor humillación del chofer-guardaespaldas, acatar resignado los gustos del pequeño poder que emanaba de la secretaria ejecutiva.
Caprichos a la orden del día en el piso trece o durante las veladas nocturnas, y los escasos rastros de humanidad reducidos a despojos. Mentes explorando mundos de fantasía con la placidez de los fumadores de opio, cuerpos danzantes enardecidos por la música, el champán y la cocaína. Y la imaginación liberada en difusos sueños de grandeza.
Y yo, creyendo hacer justicia, comenzaba por pegarle cobardemente a un maldito tipo indefenso, amarrado, más que a la silla a las circunstancias. Cómo dilucidar el elemento fortuito, accidental, acompañante a lo circunstancial con la esencia misma de los poderosos, para hacer con los nuestros lo que hacen… con el “gallego” y Pedemonte, con el viejo Cruz como antes habían hecho con el padre de Raúl.
Conmigo mismo… Yo y las infames circunstancias que me persiguen sin tregua y sin pausa como la sombra de mi destino.
Montevideo, el viejo abusador, se postraba ante el libre albedrío de los abusadores.  
Al salir a la calle, numerosos camiones medianos aguardaban en fila para descargar las mercaderías. Al pasar por el portón 6, no alcancé a distinguir entre un grupo de camioneros que tomaban mate la presencia de Raúl.
Controlé la hora, seis y media, y empecé a trotar después de tanto en dirección al Parque Capurro.
Desde la noche del asado en la casa de piedra, Andy, su padrino y él habían vivido huyendo más de dos semanas de modo permanente. Cada minuto de cada uno de los días, resultaba una medida de tiempo inconmensurable, efecto de las vertiginosas instancias que a cada paso complicaba escapar de un enemigo invisible.
Llenó los pulmones del aire fresco que barría las aguas de la bahía y mecía su ropa, cómo a las cometas en primavera.
Observó la estela blanca del buque zarpando con rumbo a Buenos Aires.
Pensó en Doris y en alguien o algo que, obviando su trabajo en Fronteras Invisibles, diese sentido a su absurda temporada en la Argentina.
La última vez que conversaron, Panzeri dijo haberla visto bien pero más inquieta que de costumbre. Parecía esconder algo que la preocupaba, pero se negó a hablar de ello.
Ella había establecido una condición que mi madre aceptaba a cada visita. Guardar silencio de su llegada, por razones de seguridad mentía siempre, en procura de evitarnos un encuentro casual.
Dos personas se aproximaban con tres o cuatro perros a menos de una cuadra, miró hacia atrás temiendo una encerrona, nada, en tanto palpaba su revólver S&W del 32 disimulado en la riñonera. Los tipos despejaron la vereda tirando de las correas y ordenándoles a los canes cosas inentendibles. Al verlos recordó haberlos visto en otras caminatas, con las mismas caras de temor frente a su figura de boxeador amateur.
Pasaron llevándose los ladridos lastimeros de los perros sin siquiera mirarlo. Mejor para ellos… últimamente no estaba de humor.
La situación de Doris establecida en Buenos Aires y él con Dieguito en Montevideo, inicialmente había provocado una situación de extrañeza como de alivio. La mudanza de Dieguito a la casa de mi madre le recordaba que no trajo mayores complicaciones, conjugando un armisticio entre la soledad de una mujer viuda y un niño que sentía el vacío a sus pies.
Su voluntariosa madre le había comentado, que la señorita Eugenia insistió que no existían motivos de preocupación, porque el imaginario de familia en nuestro país había evolucionado a otras formas adaptadas a las nuevas circunstancias. Son los costos de la modernidad, sentenció oscuramente la señorita Eugenia, no hay por qué preocuparse.
Yo, dijo mi madre, no la entendí y la señorita Eugenia me explicó con un dejo de ternura, que al caso de Dieguito, único, normal e inclasificable, se debe comprender los casos de niños abandonados en las calles, los niños hijos del corazón, los niños de familias bipolares, los niños huérfanos o de padres encarcelados, los niños hijos de padres emigrantes, los niños hijos de parejas homosexuales, los niños que con o sin familia esperan la muerte en una sala de hospital. Entre otra diversidad de casos, dijo la señorita Eugenia, que son materia de estudio en las cátedras de afamadas universidades europeas y angloamericanas.
Entonces, recuerdo como si la estuviese viendo que mi madre dijo:
_ Aunque vieja tengo derechos ¡Derecho a no comprender!
Una garúa fresca e imprevista lo sacó a Tavares de sus cavilaciones y pensamientos desatinados.
La playa Capurro había quedado atrás y regresó sobre sus pasos.
A las nueve sonó el teléfono de T&C.
_ Agencia, dijo al levantar el tubo.
_ …
_ ¡Ah! sós vos.
_ …
_ Una noche tranquila, recién vuelvo de la caminata.
_ …
_ Así parece… por acá amagó con llover pero quedó en nada.
_ …
_ Sí, como todo en este generoso país.
_ …
_ Yo diría que por ahora continúes con los llamados de las nueve, mañana y noche.
_ …
_ No pasa nada.
_ …
_ Dale, nos vemos y dale mis saludos a Hannah.
Era una fija que extrañaba la cama, como dicen una maña de los viejos, por eso sin pensarlo demasiado optó por un duchazo rápido y meterse nuevamente bajo la sábana.
El teléfono sonó y lo despertó, se levantó al sonar por segunda vez y recordó el llamado de las nueve. Recién entoncesTavares, cayó en cuenta que había dormido todo el día.
La novedad era que Cardozo había conseguido quedar preseleccionado para la instalación de cámaras de seguridad en la avenida Italia y su continuación por la ruta Interbalnearia, en el trayecto que va de Parque Roosevelt a Punta del Este.
Su socio estaba poco menos que eufórico por las buenas perspectivas de ganar la concesión de la obra y con ello, restablecer el equilibrio de sus ingresos por unos meses.
Lo felicité sinceramente.
No satisfecho con eso, me habló de la “nueva Ruta de la Seda” y las expectativas del ministro augurando la bonanza de los uruguayos haciendo negocios con los chinos.
Lo felicité por el optimismo.
Nueve y tres minutos colgué el teléfono…
Bajé de buen talante después de refrescarme.
Raúl me esperaba al reparo del muro.
_ ¿Cómo está Tavares? saludó el vigilador, más que por formalidad por respeto a los complicados días que estaba viviendo el otro.
_ Bueno, ¿me crees Raúl si te digo que extrañaba el barrio?
_ Y nosotros a usted, su socio pasó tres o cuatro veces por las noches y decía sentirse apesadumbrado por los días que le tocaron en suerte… Le mandó saludos Josualdo.
_ Dale las gracias a tu hermano, con Cardozo acabo de hablar y no hay nada de qué preocuparse.
Se sorprendió por echar mano a la sentencia de la maestra de Dieguito. Este domingo dedicaría el día entero al niño y su abuela. Compraría ravioles y salchichas para el tuco.
_ Espéreme que voy por unas latas, dijo Raúl dejando al otro en sus cavilaciones.
Tavares encendió un cigarrillo y observó la calle ensombrecida por las copas de los plátanos. Calle encajonada por las veredas angostas y las viejas casas verticales de dos pisos, con puertas altísimas y balcones al frente. Y entremedio, los ruinosos galpones sobrevivientes a las demoliciones. De improviso, sintió un escalofrío relacionado al hombre que envejece, pero sobrevoló el asunto a sabiendas que no había edad para morir.
_ Tenga que volvió el calor, dijo Raúl entregándole una cerveza.
_ Me hacía falta todo esto, creo que la cama restableció mis huesos como para que mi cabeza arrumbara las pesadillas al rincón de mis sueños…
_ ¿Hablando de sueños y pesadillas, se sabe algo de cómo siguen las investigaciones de la policía? Pregunto por el caso de la secretaria, dijo con cautela Raúl.
_ Hace tiempo que no converso con el comisario Panzeri…
_ Entiendo.
_ A vos te cuento, dijo Tavares bebiendo un buen trago de cerveza, le hice una visita al guardaespaldas de Perdriel. En su apartamento.
_ Espera Tresfilos que voy por unas latas, dijo el vigilador después de observar los nudillos lastimados del otro.
_ Alcancé a descubrir alguna cosa, dijo Tavares mientras encendía dos cigarrillos.
Cómo que el tipo es un embaucador… Entre las cosas que confesó dijo no saber del escondite de los disquetes en el horno de su cocina, cómo iba a saberlo si nunca cocinaba en la casa, argumentó. Y menos, saber nada del contenido de las imágenes del piso trece; una declaración sobre dos hechos que resulta poco creíble.
El tipo sí fue contundente, cuando vociferó con los labios sangrantes, que no había matado a Candela y escupir envalentonado que yo era un maldito policía.
En cambio, cuando apelando a la mentira, le dije que lo habíamos identificado en el disquete, moviendo con la ayuda de un plástico el cuerpo de la mujer a otro lugar, me trató de mentiroso. Lo único cierto, afirmó entrecortado por la hinchazón de la boca, era que la cortina del baño de servicio se la habían robado, como le dijo la señora de la limpieza tres días después, cuando la policía dio autorizaron para ingresar al piso trece. La única persona autorizada durante esos tres días de confusión generalizada era el señor Perdriel.
Para entonces, el tipo dijo con sorna, con rapidez desusada los obreros habían desmantelado la instalación nueva e hicieron desaparecer las cámaras y los videos…
Tavares pitó profundamente inundando los pulmones de placer, satisfecho de restablecer de a poco, la normalidad perdida en las últimas semanas a partir del malogrado asado en la casa de piedra.
_ Casi seguro, Saldaña tuvo ayuda al momento de asesinar a la Maizani, un cómplice que prestamente movió el cadáver de la oficina al ascensor para después abandonarlo.
_ Y cuando caen en cuenta que fueron filmados, fuerzan la entrada e ingresan a la oficina de T&C para hacerse de los videos que los incriminan, dijo Raúl siguiendo el razonamiento del detective.
¿Pero en todo esto donde entran los rusos o los belgas? se interrogó el vigilador.
_ En la conversación que mantuvimos en su oficina, Perdriel juró que no era el asesino, dijo el detective, no era su estilo y además con Candela estaba todo bien. Cómo si el concepto bien y mal en torno a su amante pudiera haber significado algo en la vida de la muchacha, dijo entonces el magnate a modo de triste colofón…
_ El magnate parece un tipo coherente entre el pensar y la acción, agregó Raúl.
_ Un tipo rico y desinhibido, completó Tavares.
Lo qué no deja de ser curioso es que un vulgar guardaespaldas y el capo máximo de Medios & Medios estuviesen enamorados, a su manera, de la misma mujer.
_ Una mujer descollante, típico personaje de las novelas policiales de los cincuenta… acotó Raúl.
_ Si por un momento aceptamos que Perdriel y Saldaña no son los asesinos, entonces podríamos reconsiderar la pista de los rusos o los belgas, y descubrir el motivo para eliminarla…
_ ¿Una desavenencia por cuestiones de dinero o de otro amor imposible?  
_ Es lo que todavía queda por averiguar.

TREINTA Y NUEVE
_ Mire ahijada, he regresado a la casilla porque en Kilómetro 401 me siento más a mis anchas, más seguro para los dos si usted quiere quedarse unos días y los vecinos puedo garantizarle, que son pocos pero gente buena, la puerta desde donde se avista el río Negro permite alcanzar a media legua el paso y cruzando el agua adentrarse en las cuchillas de Tacuarembó, por la otra puerta uno enfrenta el mar verde de la forestación, lugar donde se puede vivir llevando unas pocas cosas, una trampa para palomas, el cuchillo y el Remington, las botas de cuero y unas cajas de fósforos y tabaco, no más, los perros acompañan por su cuenta, lo principal lo provee la misma naturaleza humana, la mirada limpia para leer los mapas estelares y descubrir a tiempo el escondite de las cruceras y yararás, como también el fino olfato para advertir en el aire la perfumada miel del camoatí o el humo de los incendios, o del cigarro de los cazadores de jabalí… o de hombres, no debería llamarle la atención m´ija, en estos lugares por extraños que resulten a los ojos del pueblero, también pasan cosas como ocurre en las ciudades y sin ir más lejos, para ejemplo, usted y los niños que la quieren con devoción y sus padres otro tanto que la respetan por su entereza y conocimientos, no debe ser nada fácil para una mujer lidiar con algunas costumbres de las cuchillas y quién mejor que usted por advertirlo a diario, yo de mi parte no hago daño a nadie y me consuelo escuchando la música del viento al rozar las casuarinas o el canto de los pájaros alborotados a cada amanecer, a sol o lluvia, pero no le mandé el mensaje para que viniese a escuchar estas cosas de boca de su padrino sino por otros asuntos, de los recuerdos que rescatados del pasado pueda servir a alguien ¿quién sabe?, porque de lo contrario no hay futuro, ayúdeme a entender sobre la importancia de ejercitar la memoria de lo pasado como sustento de mi presente o lo que sería pa´mi, un gurí capaz de ilusionarme con el futuro y al cabo de los años sorprenderme por vivir en otro futuro al imaginado y según lo veo bastardeado en el presente real… nunca nada fue regalado pero siento como que a muchos jóvenes les han robado la posibilidad de soñar, usted debería saber y hágame acordar  porque se lo voy a obsequiar, que el único libro que me cayó a mano fue cuando mi tío Romildo en una de sus visitas me regaló Los hijos del capitán Grant, de Julio Verne, un gran visionario dijo el tío a modo de incitar mi interés por la lectura, asunto que no sé si estuve a la altura… aprendí de joven a pura voluntad y consejos los siete oficios y le entré a la cosa cuando un anarquista venido de la Patagonia me entregó, le hablo de los años treinta o por ahí, usted no había nacido pero fue cuando el suicidio del expresidente Baltasar Brum,  decía que me entregó celosamente doblado como una carta de amor un boletín de la FORA y recién ahí, hombre grande, descubrí detrás de cada frase las ideas para conocerse a uno mismo y a sus compañeros de la clase trabajadora, nos entendíamos como podíamos, no es sencillo prosear con los extranjeros, hermanos de clase pero de lengua enrevesada por las sorpresas que depara tratar con gente de otras latitudes, capaz por eso fue mi destino ser arriero y no andar arañando la tierra, el arriero fue viajero en su tiempo y como todo viajero, salvo los turistas, descubridor de otros mundos, llámense las costumbres de la gente o asomarse a los cielos nocturnos, observar la sociedad de los insectos o de esos seres longevos, los más viejos del planeta, los árboles en infinita diversidad, no los pinos y eucaliptus que usted ha visto alineados en formación militar por los departamentos norteños, sino los talas y los quebrachos de nuestros enmarañados montes nativos, presentes en los recuerdos de su padrino hachando leña para el fogón de las casas, pero ahora y en cierta medida, arrasados por los incendios o las máquinas de los vendedores de troncos a las fábricas de celulosa, aunque no sé los porque a ciencia cierta ¿qué puede saber uno de las cuchillas con sólo remover una piedra?, pero la intensión de mi llamado es ponerla al tanto de asuntos que más allá de su valoración en la actualidad, significaron el sacrificio de este viejo cuando joven en pos de un sueño, nada nuevo bajo el sol, recuerdo al anarquista carraspeando las palabras, contar las cosas terribles del sacrificio y las penurias que pasaban niños, mujeres y hombres, por un mísero salario los ingleses en las minas o por unas monedas los tripulantes del ballenero Pequod, o por defender una posición los italianos morían en las trincheras heladas, sí claro culpa de la primera guerra y que no fue la primera ni la última, ahora mismo mientras tomamos mate, unos guerrean en Yemen y otros en Siria y otros más se aprontan en Ucrania, en Corea… ¿me entiende ahijada? si los viejos recuperamos la memoria entonces nos azoramos de haber escuchado tantas cosas como vivido algunas por acá nomás… dicen que el mayor sacrificio en tiempos modernos es estar parado, imaginar un trabajo para meter mano en la cosa como fue siempre, pero ahora no, la solución milenaria es emigrar en busca de la tierra prometida, en el pasado haber navegando a la deriva desde el oriente hasta encontrarse con las islas y la barrera de un continente desconocido, o en estos días los migrantes hondureños marchando hacia las alambradas… o peor, caer en la encerrona de la caridad de los principales o de la ayuda social, el flaco amparo de los gobiernos progresistas, un circunstancial remedo, un paliativo en la emergencia, desnaturalizando lo que fue el estado de bienestar en época del presidente Roosevelt más allá de la visión de Keynes, pero para abordar lo que quiero contarle necesito reconocer el voluntarismo de la juventud que me tocó en suerte, no me quejo y entiéndase que para 1985 yo recuperaba la libertad pero ya sabía que todo estaba simuladamente cambiado y por eso pasó lo que pasó en el país de las cuchillas, usted me entiende, muchos muertos y desaparecidos, muchos corazones lastimados, los orientales que emigraron y los hijos de los hijos de ellos que no regresaron, ese robo de la esperanza puede que pueda ser causa de que somos tres millones y pico de habitantes desde hace décadas, pero perdóneme de haberme ido por las ramas, la pregunta que se estará haciendo es ¿por qué estuve preso con otros compañeros?, algo de lo que nunca hablamos, es sencillo de explicar ahora… por una locura que cometimos al confundir la democracia con tener derechos, ese error fue garrafal y nos lo hicieron pagar caro, porque cuando fundamos el sindicato y lo cuidamos como a una criatura recién nacida para que crezca grande y fuerte, el ministro de entonces entendió que no era tiempo de reclamos, lo de siempre, argumentaba que había que pagar deudas, entiéndase, vociferaba el ministro de entonces, somos un país chico entre dos gigantes, unos años va mal por las inundaciones y otros por la sequía, ¿me sigue ahijada?, en la campaña andábamos de alpargatas y comíamos guiso de oveja la más de la veces y así y todo trabajábamos cuando había… lo que escaseaba era el dinero en los bolsillos, y los trabajadores que migraron a Montevideo al principio se hallaron bien contaban en sus cartas, canillas con agua aunque fuera de pozo, ómnibus para movilizarse, tener un empleo más a mano… pero con la inseguridad de saber que iba a pasar mañana porque trabajo a veces había y otras no, ¿qué puede esperar una familia sin trabajo en la ciudad? hay de todo, pero los trabajadores en Montevideo se hicieron oír del puerto a La Unión, de los frigoríficos del Cerro al Paso Carrasco, las maestras como usted y las enfermeras y los estudiantes todos reclamando por sus derechos… de ahí a ser sospechados y acusados de comunistas o sediciosos hubo un solo paso, pero cometimos otro error garrafal cuando el ministro de entonces cambió súbitamente las reglas de juego, en tanto a nosotros nos educaron en la creencia que del Parlamento y las leyes emanaban los principios de la justicia social, el fermento de la democracia, pero nada de eso ocurrió porque los principales cambiaron todo… hubo incontables muertos y desaparecidos de nuestro lado, del lado del pueblo, cantidades fueron arreados como ganado al matadero, al Cilindro municipal, otros a Punta Carretas y el penal de Libertad, y muchos otros, mujeres y hombres, sin saberlo profundizaron la sangría al emigrar sin otra alternativa ni otra certeza para sobrevivir que la esperanza, pagamos de una manera u otra la inocencia de creer que teníamos derechos, desoyendo una palabra reveladora: “cáscarodemocracia”, acuñada por el poeta de Paso de los Toros, y así m´ija… llegamos al año 1985, ahora le sigo contando pero primero voy a ensillar este mate lavado.

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