Tresfilos Tavares : Un bombon asesino. Una bala certera. / Josè Luis Facello

CUARENTA
Durante el transcurso de la noche Tavares recuperó el perfume de la mujer amada apenas ella cruzó la puerta.
Las ojeras violáceas cedían al maquillaje. No así el cansancio después del show en Karim´s una vez extinguida la euforia sutil del champán, que en sucesivos brindis mezclaba la satisfacción de las burbujas con sentirse halagada por el público. Eso había dicho Candy. Pero con el inquietante presentimiento de sentirse rodeada y adulada por muchos,  como atribulada y en la mayor de las soledades.
_ Por eso tenía necesidad de verte… de amarnos como la primera vez.
La muchacha sonrió con un dejo de tristeza.
_ No por miedo, porque al parecer el servil Saldaña dejó de molestarme, al punto de entregarle al barman una esquela con mi nombre y un corto pero extraño mensaje: “Señora le pido me perdone por mi estado de confusión, para mí lo nuestro se redujo a complacer un capricho ajeno y eso no volverá a ocurrir. Amar secretamente a una mujer es el mayor de los castigos. Le deseo lo mejor. S.”
_ ¿Qué te parece que quiso decir? preguntó Candy mientras encendía dos cigarrillos y rozaba con la punta de los dedos la medalla de la virgencita de Caacupé.
_ Bueno… el chofer de Perdriel recapacitó y no volverá a molestarte, dijo Tavares mirando al techo.
Ella sintiéndose al amparo de su hombre, insistió en curiosear.
_ ¿Quién sería la mujer amada sin ella llegar a saberlo?
_ Vaya uno a saber, supe de la existencia de María José la madre de sus hijos, pero por lo que dijo mi informante, la relación de pareja parecía estar terminada. Pero vos mejor que nadie sabe que deparan los entresijos del corazón… de los solitarios que esperan el amanecer en el mostrador de Karim´s.
Queda Candela Maizani, por quién Saldaña mientras tomábamos un café confesó haber tenido por ella la ilusión de un adolescente sin declararlo. Si mal no entendí mientras conversamos, porque el estado emocional del guardaespaldas era por momentos inestable y confuso, mintió Tavares apiadándose de la muchacha. Ella merecía un mundo mejor…
_ También podría ser otra la mujer deseada y te mintió para protegerla. La sumisión cuando no es amor tiene estas cosas.
Pero amorcito voy a otro asunto, necesito viajar a Paraguay, acompañada… después te cuento los porque.
Tomaron café. Candy se despidió prometiendo volver esa noche al salir del club.
El hombre se dio el acostumbrado baño de agua fría y salió a trotar.
Se sentía satisfecho, estaba recuperando la vida cotidiana como un bien intangible.
Y el amor por Candy, su completamiento pleno.
Andy Vallejos cruzó por su mente, vivificante, pero con Andy la relación se encaminaba por otro andarivel no menos intenso.
¿Qué motivaría a Candy para emprender un viaje de improviso?
 Salió de la ducha y optó sin pensarlo demasiado por usar ropa clara y liviana.
El pronóstico daba una máxima de 35º grados a la sombra para la hora de la siesta, hora significativa para los ancianos y nadie más, pensó Tavares, porque la modernidad resignificaba las veinticuatro horas a una sola, la de demandar y ofrecer un servicio día y noche, indistintamente todos los días del año.
Sin sospecharlo, los montevideanos vamos camino a transformarnos en autómatas, corriendo a la búsqueda de un portal que nos transporte a otra realidad, cuando en realidad para la mayoría por esas cosas de las oportunidades, se frustra en la búsqueda misma.
No importa si hombres o mujeres, pobres o ricos, había filosofado Raúl al influjo de los fermentados de la cebada, los autómatas sólo se reconocen en la clase, serie y código del fabricante. No son capaces de amar ni guardar lealtad a nada, con la excepción en las pelis de ciencia ficción.
Tavares se sobresaltó cuando sonó el timbre del teléfono de la oficina.
_ Tavares y Cardoso, seguridad privada, dijo mientras pensaba que el dinero se terminaba y necesitaba de un cliente y un caso… simple y normal, después de tanto.
_ …
_ ¿Qué sugiere comisario?
_ …
_ Okey. En el Nuevo Bristol a las diez y media.
_ …
_ Nos vemos, comisario.
Cuando entró al bar, reconoció a Panzeri sentado en la mesa de siempre.
_ Buen día Panzeri.
_ Buen día Tresfilos.
_ Buen día Fraga, un café cortado en vaso.
_ Buen día licenciado, dijo con reserva el mozo ante la presencia del poli de civil.
El comisario giraba despaciosamente el whisky con hielo, transpirando copiosamente la frente como el vaso mismo.
La imagen de un autómata, se figuró Tavares escrutándolo con la mirada.
El pedido de Fraga para la mesa tres resonó en el salón vacío. De la cocina se escuchaba la radio apagando el fragor preparativo para la hora de los almuerzos.
_ Su pedido licenciado.
_ Gracias.
El ruido y el calor agobiante de la calle no traspasaban los cristales del ventanal, magnificando la soledad en torno a la mesa tres donde conversaban los dos hombres.
El ronroneo del equipo de aire resultaba acogedor.
_ Tengo algunas novedades del caso Candela que te pueden interesar.
_ Escucho, dijo Tavares en actitud de estudiar al otro, como hacen los boxeadores en el primer round, sabiendo previamente de que la pelea no esté arreglada.
_ No imaginas lo que hicieron las muchachas del laboratorio…
Tavares reacomodó el cuerpo haciendo crujir la silla, instintivamente, se sintió en medio del ring pero con la guardia alta observando al otro.
Recordó haber soñado con sus huellas dactilares, delatadoras, impresas en un vaso  en la mesita del balcón de la Maizani. Pero soñado como la posibilidad de una sucia maniobra de Panzeri, para incriminarlo a él a falta de otro sospechoso.
Pero aquello fue un sueño y esta vez…
_ Créeme que las mujeres tienen otra lógica.
Pidieron una reunión y mi sola presencia en la videoteca del laboratorio y allí dieron cuenta de la sospecha y luego del hallazgo.
Sé que es políticamente incorrecto y por eso guardé silencio, pero me pareció imaginar un club de mujeres engañadas por sus maridos que tomaban venganza en todos los ámbitos y estratos sociales.
Vos serías un sospechoso… de las muchachas del laboratorio.
A la hora de tomar la palabra fueron expeditivas como que son excelentes profesionales.
Comisario Panzeri, preguntaron con suficiencia malsana. ¿Por qué una sola víctima y no una masacre con once asesinados?
Tavares sin saberlo, reprodujo en su rostro la misma estupefacción que afectó al comisario al escuchar a las policías del laboratorio.
_ No sé cómo me contuve de gritar una barbaridad, dijo el comisario con ojos desorbitados, ante una pregunta a todas luces de intencionalidad sesgada.
Tavares llamó a Fraga y pidió un whisky para él y otro para Panzeri.
El ventanal delimitaba el infierno de las once calcinando la calle y el ahogo de los transeúntes, y al otro lado, el refugio en el salón desierto para los dos hombres y el desafío pendiente de poder dilucidar el nuevo giro en el caso de la Maizani.
Tavares sacó un cigarrillo, lo retuvo nerviosamente entre el índice y el mayor, y lo devolvió al manoseado atado de Phillips Morris bajo la mirada inquisidora del comisario.
_ Las mujeres tienen otra cosa en la cabeza y lo plantearon de esta manera.
La caja de la Bombonería Corso, afamado y distinguido comercio del Buenos Aires parisino, contenía veinticuatro bombones de gusto variado, se entiende. Al finalizar el meticuloso relevamiento de la oficina, los peritos encontraron la caja con trece bombones. Y a poco, la señora de la limpieza dio fe que la bolsa de los residuos se tira al contenedor del primer subsuelo, los días miércoles y sábados. En el piso trece prácticamente no se producen residuos en cantidad notable, porque todo se reduce a descartables, envoltorios del refrigerio y cosas por el estilo. En la cocina de servicio se proveían sobres individuales de azúcar o té o café, y en razón de eso afirmaba que la bolsa del miércoles con los papelitos de los chocolates se encontraba en el subsuelo.
Las mujeres del laboratorio rieron, cuando dos auxiliares de I.P. maldijeron a la mujer de la limpieza al recibir la orden de revisar los contenedores del subsuelo, antes de que fuese demasiado tarde, como para encontrar la bolsa del piso trece.
_ Por favor, resuma de una vez comisario, pidió Tavares preso de la ansiedad.
_ La requisa de la bolsa de residuos permitió recuperar los once papelitos de colores metalizados. En el informe de las muchachas, un detallado listado daba cuenta de formas y gustos exóticos, como la crema de almendras, pero ahora no viene al caso.
Comisario, al analizar los trece bombones de la caja, resultó negativo la presencia de sustancia venenosa alguna, habían dicho ellas con altanería científica.
Y lo mismo ocurrió con el análisis de los trece papelitos encontrados en la basura, menos en uno, donde hallaron los rastros del cianuro de sodio.
Ellas insistieron en preguntar.
¿Un solo bombón envenenado dispuesto al azar de quién lo elija?
_ Sólo a un sicópata se le ocurriría matar por matar a cualquiera, dijo Tavares.
_ Lo mismo deduje por mí lado. Obviamente guardé silencio por el secreto del sumario, y me limité a agradecer sinceramente, la excelente pesquisa de las mujeres del laboratorio. No quedaron conformes aduciendo remuneraciones, a una misma función, más bajos que los recibidos por los masculinos. No contentas, se quejaron por la falta de presupuesto.
Un asunto correspondiente al área del ministro, respondí lavándome las manos en algo que no me compete.
Tavares llamó a Fraga y pidió una jarra de agua con hielo.
_ Entonces, prosiguió el comisario, no me quedaba otra que volver sobre mis pasos y reducir a tres el número de sospechosos del entorno cercano a la víctima, el magnate Pedro Pradro Perdriel, el guardaespaldas Saldaña y la señora de la limpieza.
No es casualidad la desaparición de los videos incriminatorios ¿Se entiende?
_ Eso ahora queda claro… alguien está encubriendo algo, dijo Tavares constatando que el comisario volvía a fojas cero.  Pero mientras tanto, guardaría silencio sobre sus propias averiguaciones.
_ A su vez despeja algunas incógnitas, la sospecha del ataque desde Buenos Aires de los rusos, los chinos o los belgas pierde credibilidad.
_ Sólo el asesino pudo haber contaminado el bombón destinado a la Maizani.
_ Un bombón asesino… je, je, je. Dijo con humor negro el comisario, recurriendo al cancionero tropical.
_ Compadre… no sea malo…
CUARENTA Y UNO
_ Ahora le sigo contando m´ija, dijo el anciano, que regresaba con la cebadura mejorada y el agua bien caliente. Andy observaba a su padrino con devoción y expectativa por el relato que prometía ser revelador de asuntos que ella ignoraba.
_ Prosigo.
Le conté de mi paso por los aprendizajes y los trabajos, de mi paso por los trabajos y los aprendizajes en el sentido amplio de la palabra, el aprendizaje de la vida misma, una construcción que para cada uno cobra íntima relevancia… más cuando se tiene contados los días por venir.
Las palabras del anciano conmovieron a la mujer, incapaz de evitar una lágrima furtiva al asociar de modo instantáneo la edad de su padrino, con la carrera para escapar de la casa de piedra para ponerse a salvo de los atacantes desconocidos.
Y ella por sus niños había dejado solo a Tresfilos Tavares, su entrañable amor.
Esperando a Tavares en un día ajetreado, había tenido la oportunidad de conversar con Raúl, el empleado del supermercado, se conocían al pasar y sabía de la confianza que se profesaban los dos hombres. Comenzaron hablando de asuntos triviales, de horarios y rutinas, de maestras y autodidactas hasta pasar a hablar de libros, de libros de autora.
No tardé demasiado en intuir que bajo la superficie del decir, Raúl, un muchacho interesante, rescataba palabras sueltas, significantes, pequeños gestos humanos que guardaban conductas complejas. Comprendí que él buscaba decir sin ofender, su noción del respeto era de un muchacho de barrio, pero me divertía escucharlo y cuando nos despedimos llegué a la conclusión que había otra mujer en la vida de Tavares.
En lo que tarda fumar un cigarrillo, atravesé conmocionada de los celos al desengaño, del enojo a la soledad y caer en el patético estado de los enamorados hasta que lo vi llegar con pasos apresurados.
 _ El amor y la lucha no están ausentes en el aprendizaje del vivir, sentenció Cruz, cuando se escucha al corazón con el mandato de la pasión y a la razón que pugna por hacerse escuchar, a veces secretamente y otras con la furia, hija bastarda de las injusticias. Circunstancia que exige de reflexiones y temperamento calmo para no precipitarse en la sinrazón.
Algo de esto me ocurrió en aquel año de 1985. Una razonable revelación…
Usted sabe m´ija que los retiros espirituales en las escuelas de campaña o las reuniones de autoayuda en torno a un silente círculo de sillas, el anciano sorbió el mate con fruición y pensamientos tardíos, o la planitud imperante al interior de una celda crean los ámbitos propicios para la reflexión sobre asuntos que aun siendo individuales y hasta cotidianos, adquieren otras perspectivas muchas veces sorprendentes para las almas desprevenidas. Por caso, la sexualidad y la violencia, por mencionar las manifestaciones más extremas pero extendidas en las sociedades modernas.
Ese muchacho, el detective, bien sabe que el crimen y el sexo perfilan en gran medida el comportamiento de los montevideanos.
Créame que de esas y otras cosas uno piensa cuando está en la más absoluta de las soledades, con el corazón lacerado y la razón obnubilada. Puede uno estar beneficiado de la simulada libertad o encarcelado en Libertad, lo mismo da, existen asuntos medulares  por resolver por fuera de las circunstancias, como la construcción de sentirse vivo y a sabiendas que el último paso fronterizo conduce a la muerte.
Para el hombre o la mujer que pagaron su deuda con los jueces, al cruzar el portón de la cárcel la primera reacción que asoma es de parálisis, enceguecidos por la luz del sol y la perspectiva olvidada al caminar en línea recta una cuadra, dos cuadras, tres cuadras…
En simultáneo, con el bolso al hombro guardando las pocas pertenencias, llenando a pleno los pulmones de aire fresco y hollín, se va reconstruyendo la noción de libertad y la posibilidad de dejar de hablar solo, un vicio dañino como el cigarrillo pero necesario, porque es sabido que no hay nada peor que la imposición de guardarse a silencio.
Al llegar a la rambla, titubeando al caminar por la calle Solano García, me detuve por un tiempo indefinido, pero esa vez, ante la inmensidad del mar y sus misterios. 
En eso estaba, ganando el tiempo perdido, sin advertir la presencia de un hombre que me observaba. No le di importancia porque lo único que merecía mi atención era el movimiento del mar, movimiento que después de diez años de calabozo me produjo algo semejante a una borrachera. Me recosté sobre las rocas y aguardé un tiempo sin saber qué esperar.
El desconocido se acercó y de modo amigable comentó algo sobre el mar y los naufragios. Después, a modo de confesión dijo que para él yo no era un desconocido, contó calmosamente detalles de mi juventud en las cuchillas que yo mismo había olvidado, como también ser reconocido como uno de los mejores cazadores de jabalí, acompañado de mis perros mestizos y el Remington 7.62 a mano. Cacerías en las que se ponía el cuerpo por una o dos semanas, atravesando campo a pie y durmiendo a monte.
El sujeto que no era de confiar, sabía de mi reclusión como el dato del día y hora de mi salida. Dijo traer un ofrecimiento de trabajo a cambio de una buena paga. En caso de aceptar, tenía tiempo hasta el día siguiente para encontrarnos en la esquina de Guatemala y Rondeau, a las ocho de la mañana.
Dudé que hacer, deseché la oferta y me asustó la libertad.
La dirección del encuentro estaba en una zona decadente con pocas casas comerciales y muchos galpones reciclados, algunos, testimonios del viejo país exportador de lana sucia y cueros salados. Y la abundancia de divisas en sus cajas fuertes como empleos por miles…
Al día siguiente, un viernes, el mismo sujeto me condujo hasta un automóvil estacionado sobre la calle Guatemala donde nos aguardaba otro individuo al volante. Viajamos por calles que ya no recordaba, noté la inexistencia de las salas de cine y la proliferación de salones evangélicos a cambio, tampoco existían los trolebuses de la AMDET ni por lo que contaban, los frigoríficos del Cerro…
Montevideo había sido cambiado de prepo.
¿Por qué acepté reunirme con los tipos aquellos? se preguntará usted.
En primer lugar, en aquellos días no tenía nada, ni comida, ni pensión, ni a nadie, salvo la cédula y unos pocos pesos en el bolsillo.
En segundo lugar, nadie toma un empleado, a sabiendas qué es un ex convicto y mucho menos si se trata de un ex preso político. A diferencia suya yo no tenía padrinos…
A los fondos de un taller de chapa y pintura, otro individuo nos esperaba y debimos esperar cerca de una hora hasta que llegase el jefe. Sin duda se habían tomado su tiempo y precauciones para constatar que nadie nos había seguido hasta el taller.
El plan era relativamente sencillo si bien no estaban todos los datos arriba de la mesa.
En el primer paso, nos instalaríamos con otro tipo por un par de semanas en un campo de pastoreo. En algún lugar del departamento San José y aledaño a un afluente del río Santa Lucía,  donde me dijeron que allí retomaría las prácticas, después de tanto, con un rifle Remington 700 a un blanco distante a unos quinientos metros.
Después de finalizada las prácticas les dije que no estaba preparado, que necesitaba unos días más. El tipo a cargo me respondió que estaba conforme con mis ejercicios, y mejoró mi autoestima cuando dijo que hay conocimientos que no se olvidan jamás.
El jefe está al tanto y confía en usted, había dicho de modo terminante.
Me resultaba un desafío poco menos que inalcanzable, mis condiciones de tirador habían quedado demostradas en las cuchillas del norte, pero en aquellos días sentía que  padecía los secuelas del encierro, había perdido la práctica en calcular las distancias como también en el efecto del viento sobre la trayectoria del proyectil.
El tipo que dijo llamarse Benito siguió adelante con el plan.
El segundo paso consistía en hospedarnos uno o dos días en la ciudad de Colonia y aguardar hasta la confirmación del trabajo. Al llegar el día señalado, por la noche una lancha me dejaría en la ribera del río San Juan, un lugar cercano a la Estancia de Anchorena.
No conocía la estancia, pero la describían como un lugar apacible a contramano de las rutas transitadas, un antiguo coto de caza donde el terrateniente argentino traía a sus invitados, condes y aristócratas de los países centroeuropeos, con la promesa de enfrentarse a una gran aventura y la cacería de animales salvajes a cambio de una suma en libras esterlinas.
Ese era el lugar elegido y aunque ya tenía la certeza de que se trataba el asunto, ignoraba el cuándo y la identificación del objetivo que centraría en la mira telescópica. El por qué, no era de mi incumbencia dijo Benito y en estos casos, saber poco puede ayudar mucho.
En la transición de un régimen duro a una democracia flaca, dijo Cruz mientras cebaba mate, no se sabe con certeza quien es quien ni que carga cada uno en la mochila de su pasado.
Lo que estaba claro en 1985 era el mandato del pueblo para construir una democracia sin tutores… Cada generación se aferra a la esperanza como puede y en ese momento, fue volver a creer en la posibilidad de construir un futuro alejado de los violentos.
Una cosa era inocultable como contradictoria, en la estancia coloniense se reunirían los principales, el grupo invisible que garantizaría la transición democrática como años antes habían concebido y decidido en una estancia centenaria el nuevo papel de los militares. Cómo hicieron antes y después en 1985, los gobiernos europeos reconocieron indistintamente, primero a los gobiernos  dictatoriales y posteriormente a los gobiernos de la democracia, en nuestro país y en los países de la región…
¡Ah! los europeos…
Los usureros de la banca internacional se frotaban las manos por reeditar otro círculo vicioso y eso justificaba la presencia de algunos de sus directores en el selecto grupo reunido en la estancia de Anchorena.
¿Por qué le hablo de estas cosas? se preguntará usted.
La verdad no sé.
Capaz que el aprendizaje de vivir lo lleva a uno a ser menos crédulo… como para no sentirse incómodo y parte de una sociedad de idiotas.
Perdóneme el exabrupto m´ija, usted no se lo merece…
Ahijada ¿qué le parece si avivamos el fuego y calentamos el guiso carrero?
Recordar algunas cosas a mi edad, me da apetito.

El tercer paso se desarrolló según lo previsto.
Al bajar sigilosamente de la lancha, habíamos remontado río arriba para después bajar con el motor apagado, nos despedimos con un apretón de manos deseándonos suerte pero sin la certeza de volver a vernos, una vez cumplido el objetivo de eliminar al individuo de la fotografía. Había memorizado su rostro al detalle como para reconocerlo por el mentón afilado y por sus aguados ojos azules. Ese sábado por la noche escondí en el monte ribereño el chaleco para la retirada y esperé la llegada del mediodía a resguardo de tres custodios merodeando por los jardines. Pero con el paso de las horas y ayuda del largavista conté una veintena de tipos en sus rutinas, bien vestidos y fuertemente armados. Cuando los mozos y auxiliares extendieron los manteles sobre la mesa, al aire libre como estaba previsto y protegidos por un enorme quincho de totora, yo avancé hasta situarme a unos quinientos metros del objetivo. Unos pocos automóviles blindados denunciaban la presencia de los principales reunidos desde horas antes en la casa principal de la antigua estancia. A mi izquierda estaban las caballerizas y un espacio limpio con el pasto cortado.
Mi reloj marcaba la una de la tarde y una hora después cuando los mozos y las mozas apuraron el paso entendí que había llegado la hora.
Me calcé los guantes de goma y retiré del estuche las partes del Remington 700, lo armé cuidadosamente, comprobé la carga y empecé un vaivén con la mira telescópica para ajustar el lente y posteriormente el nivel adecuado del rifle sobre el trípode.
Esperé al resguardo del sombrío monte y las flores encarnadas de un ceibo patrio.
Los principales guardaban el protocolo y las formalidades al sentarse a la mesa.
Los mozos y mozas de uniforme negro, servían con destreza y seriedad anticipando si se quiere, junto a los costillares humeantes en las cruces un sentido lindante con la tragedia.
Vi por el lente las caras serias pero de sonrisa ladina, intuí detrás de los ademanes suaves el carácter absolutista y el temperamento férreo de los principales. La mayoría de ellos nacieron, crecieron y estudiaron para mandar… Un hombre de raza negra llamó mi atención, seguramente un experto de algún organismo internacional, quité el seguro, en la lente apareció un hombre blanco, en la medianía de la vida, el mentón afilado y los ojos azules, respiré hondo, apunté al entrecejo y disparé.
Inmediatamente, aprovechando la confusión generalizada volví al cerno del monte y resguardé bajo la hojarasca, semienterrado en el humus podrido para despistar a los perros del casero y a la espera de la llegada de la noche.
Tiré a las aguas del río todo el equipo.
Guardé la bolsa hermética con los documentos falsos y dinero del bueno que me entregó Benito a último momento, ajusté las correas del chaleco salvavidas y me deje llevar por la corriente río abajo.
Pedí la protección de los dioses celestes y sacié la sed en las aguas del río Uruguay.
Cuando el cielo comenzó a clarear bajo la Cruz del Sur divisé el centenario eucaliptus junto al embarcadero de ganado. Benito me aguardaba en una moto con una muda de ropa seca y el resto del dinero.
Durante cuarenta y ocho horas no circuló una sola noticia, un solo rumor del episodio ocurrido en la estancia de Anchorena. La sorpresa y el proceder calculado terminaron por cuajar un pacto de silencio entre los principales. Los mozos y las mozas, los chóferes y los guardaespaldas, así como los asadores y el jardinero fueron amenazados de muerte ante la posibilidad de decir una sola palabra de más.
A instancias de un politólogo y consejero full time de los principales, Medios & Medios publicó el lunes siguiente un libelo con impronta de Editorial en la página dos de la tirada impresa y reprodujo en el noticiero de las diez, de modo magistral y sutil.
 Se vinculaba el ataque con bomba que había matado a dieciocho personas en un restaurante situado entre Barajas y Torrejón, a manos de una organización islámica, con un trágico accidente automovilístico en el apacible camino de entrada a la estancia de Anchorena…
Pero a diferencia de lo ocurrido en la patria de Felipe González y de las repetidas tragedias que se sucedían por toda Europa fruto de las guerras de baja intensidad, Medios & Medios se limitó a pronosticar tiempos difíciles para las jóvenes democracias latinoamericanas, pero esta vez, la causa de los males y frustraciones no se atribuían a las deudas con los bancos extranjeros, ni a la falta de un “pacto de la Moncloa criollo”, sino al horroroso choque entre dos culturas irreconciliables, entre la cruz y la media luna, entre el Oriente y Occidente…

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