Tresfilos Tavares: Moral y traiciones / Josè Luis Facello

CINCUENTA Y DOS
Tavares revisó la heladera despoblada de algo comestible, lo ya poco, se reducía a fiambre y pan en fetas, a la botella con agua y unas latas de cerveza.
Se extrañaba por todo el apartamento la presencia de la mujer, del perfume difuminado en el aire, de las prendas íntimas colgadas en las canillas de la ducha. Extrañaba a Candy y a Andy de modo insoportable…
Comió apenas, bebió dos cervezas y antes de caer bajo el influjo del ventilador en un pesado sueño estival, recordó la máxima de un viejo republicano que sentenciaba: “mucho se pierde de comer por no haber”
Cuando despertó eran más de las siete de la tarde, se apoyó en el respaldar de la cama y encendió un cigarrillo a modo de terminar de reponerse a un domingo al que no le faltó nada, ni el aire incandescente de la ciudad ni la adrenalina a partir de forzar, a las siete y cinco, la puerta de entrada del edificio.
La razia a la oficina del abogado había resultado, al menos provechosa, aunque la expectativa fuese encontrar la jeringa melliza a la hallada por Josualdo en la heladera. De cualquier manera, la segunda carta de S.M. a Leonora Zabala presentaba nuevos desafíos.
¿Cómo le habría ido a Josualdo en el apartamento de las mujeres? Permanecer sin teléfono móvil para evadir el seguimiento de los muchachos de I.P. implicaba el retraso en recibir la información, en verdad la demora no hacía en demasía al fondo de las cosas, ni a la investigación ni de la vida misma…
En su trabajo, caminar y hurgar en la vida de los demás configuraba el modo de vida de los policías, y mantenerse con vida el principal desafío cuando pisabas las calles.
Por un momento se evadió pensando en Dieguito el pescador…
¿O la jeringa contaminada estaría en manos del abogado, a buen resguardo, celosamente escondida por tratarse del arma con que se consumó el crimen?
¿Y la extorsión a la mujer en proceso de materializarse?
De ser así, coloca a Leonora como la principal sospechosa, porque al parecer motivos no le faltaron, pudo más el hartazgo de secundar una comedia social ya que no familiar para perpetrar la venganza contra su esposo. O rayano a una patología, envidiar la juventud y la belleza, el desprejuicio de la otra como para desearla muerta.
A Leonora Zabala le sobraban motivos para matar a Candela Maizani.
Pero algo no encajaba, que la mujer macerara el odio durante largos años como para irrumpir a los dictados de la pasión y de la noche a la mañana convertirse en una asesina, no le cerraba.
Saltó de la cama y fue por la botella de agua.
Este absurdo de alguna manera reflotaba la existencia del cuarto hombre…
La esposa del millonario pudo consumar el crimen, cavilaba el detective, una persona insospechable de los que frecuentaban el piso trece de la torre del Buceo, motivación tenía pero no encajaba en el perfil de las mujeres asesinas. Además, no podía disociar el hecho  de mover el cuerpo de un lugar a otro, porque el sujeto grabado en el ascensor podía ser un cómplice de la señora, pero no la señora misma.
Bebió de la botella como en el rincón del cuadrilátero y consideró necesaria una conversación con Segundo Moral ni bien regresase a Montevideo. El maldito tendría que responderle con exactitud que quería decir con, las motivaciones irreparables de tu locura.
Miró por la ventana y vio a Raúl sentado a la sombra del viejo árbol, parecía abatido por el calor pero a la vez inmutable, enfrascado en la lectura de una revista.
_ ¿Todo bien amigo? dijo a modo de saludo.
_ Tranquilo por demás. Domingo…
_ Voy para allá.
Tavares se paró bajo el agua fría de la ducha y no supo cuánto tiempo permaneció así, pero fue suficiente para evocar el paraíso terrenal y el día que fueron de excursión al salto de Mbocaruzú. Lugar aledaño en la edad de los descubrimientos de Ñambi, cuando Ybycui era el ombligo del mundo y el mar apenas un sueño…
Después de lo conversado ese mediodía con el comisario y la magnitud de la red de favores entre mafiosos, comprendió que debía extremar los cuidados.
Vistió ropa liviana, la Bersa .380 en la riñonera y dos latas de cervezas heladas en una bolsa de nilón. Observó la quietud antinatural en el monitor y salió de la oficina.
_ ¿Trabajando un domingo? preguntó a la vez que brindaban chocando lata con lata.
_ Vine de gauchada. Hoy estoy suplantando al franquero porque estaban de fiesta en la casa, bautizaban a la hijita.
_ …
_ Estuvo mi hermano a la mañana pero usted ya se había ido. ¿Le cuento?
_ ¡Sí claro!
_ Para empezar no espere resultados.
Me dijo Josualdo que su ángel lo acompañó toda la noche. Mientras las dos mujeres dormían bajo el sopor de las pastillas trabajó inútilmente porque en el registro encontró un muestrario de cosas que desnudaban la intimidad de las mujeres, pero nada más.
Lo cotidiano, ropas y calzados, perfumes, fotografías. Notó la ausencia de una de las hijas, presumiblemente viajando o en los preparativos de un viaje. Pero me contaba, que estuvo a punto de malograr todo.
Ocurrió cuando se detuvo embelesado frente a las dos mujeres, bellísimas, inmóviles, asoleadas, para observarlas con parecida sacralidad con la que se mira a las, afamadas como  ignotas, obras de arte en un museo.
_ No entiendo que querés decir.
_ Josualdo admiró a las mujeres con la plenitud con que se mira algo de puro hermoso a sabiendas del peligro de fisgonear en casa ajena, después se mandó una con su firma burlona…
_ ¿Qué querés decir?
_ Me decía Josualdo que al abrir la puerta de aquella heladera era como pasar a un mundo asombroso. Al mundo del consumo de primer nivel, con envases raros y soberbias marcas importadas que garantizaban los gustos exóticos, como para imponerse con sesgo aristocrático al vulgar estándar que los super nos ofrecen a la mayoría.
_ …
_ Dijo que tomó dos cervezas como señal de su furtiva incursión al apartamento, como ya lo había hecho antes, pero esta vez se despidió con un cartelito: gracias por las cervezas.
_ Desconocía el sentido del humor de tu hermano…
_ Mire que más que humor es un dictado de la experiencia.
Josualdo es de los que no trabaja tres veces en el mismo lugar, por cábala se entiende, por eso dejó su sello irónico en la segunda despedida…
_ Si antes no notaron la falta de las cervezas, ahora las mujeres entrarán en pánico al saberse a merced de un desconocido, de un silencioso sicópata…
_ No seas machista Tresfilos.
¿El visitante nocturno no pudo haber sido una mujer?
Tavares fue por otras cervezas.
Al atardecer, la brisa del mar traía la reconfortante sensación de que sobrevivirían a otro día del tórrido verano.
_ Te la hago corta, dijo Tavares, mientras hacían un brindis por los sobrevivientes.
_ La banda que asoló con dos asesinatos la playa del shopping no eran ladrones y fueron dispuestos a matar, comentó el detective poniendo al tanto a Raúl de lo conversado con Panzeri.
_ El objetivo era matar, pero ¿a quién si disparaban a mansalva? apuntó el vigilador.
_ Al principio supuse a una banda rival marcando el territorio o antiguos socios que pretendían cobrar una deuda. Una vendetta, o cualquier cosa que imagines.
_ ¿Entonces? preguntó demandante, su amigo.
_ Anteriormente, yo le había comentado al comisario que al momento de enterarse de la muerte de Arteaga, míster Harris había explotado de ira, pero curiosamente maldiciendo a los traidores. A mí no me decía nada, sometido al tenso episodio del garaje y menos después, a poco de quedar al capricho del tipo apuntándome a la cabeza. Ni entonces ni más tarde le di importancia a los exabruptos del mafioso. ¿Se entiende?
_ Pero el comisario tiene otra mirada.
_ En efecto.
Raúl esperó el desarrollo del relato para imaginar cada situación, cada detalle en boca de Tresfilos.
_ Panzeri constató el reprimido nerviosismo en algunos de sus hombres y lo mismo advirtió con los muchachos del subcomisario Cartagena ni bien recibieron el código de alerta máxima en uno de los shopping de avenida Italia y los portones.
Se implementaron los protocolos de persecución, algo demorado sobrevoló la zona el helicóptero de la central pero igualmente nos localizaron en cuestión de minutos.
Los preparativos del allanamiento al garaje se decidieron de modo precipitado, según Panzeri, sino dijo, todavía estarían relevando el lugar y evaluando los posibles daños colaterales como insinuaba Cartagena a partir de constatar la existencia de dos muertos.
_ ¡Y vos en medio del embrollo!
A veces no se explicarme la mano invisible del azar, el momento exacto, inexistente entre prematuro y tardío, pero suficiente para mantener el soplo de la vida.
Una advertencia de que la vida continúa hasta aquel otro momento exacto, obligados a mirar cara a cara a la muerte pero conscientes de que la brisa de la bahía cesa, la sirena de los buques cesa, los recuerdos sagrados cesan y el último vestigio de los recuerdos languidece hasta cesar…
_ Cuando salí del garaje, sintiendo todavía el frío redondel en la nuca del arma de mi verdugo, sólo atiné a caminar en línea recta, escapar por cuadras y cuadras hasta alcanzar la rambla, y sentado en el murete fumar con la mirada vacía clavada en el horizonte. Esperando inútilmente encontrar sentido al sinsentido.
Raúl fue por cervezas y subrepticiamente algo anotó en su cuaderno al reparo de la garita.
Esta vez, brindaron por la aventura de vivir y el amor por las mujeres, fuese cualquiera el lugar y el tiempo donde se encontrasen.
_ ¿Y a qué conclusión llegó el comisario, si se puede saber?
Tabares bebió un trago y después encendió un cigarrillo y convidó a su amigo.
_ El allanamiento al garaje se redujo a una inspección visual del comisario y su segundo, negociada, sin resistencia, lo suficiente para tener una conversación con míster Harris a solas y esclarecer algunas cosas. De hecho no habían cometido delito alguno, solo fueron a realizar una transacción bancaria…
Tabares dio una pitada que le caló el pecho.
_ Al parecer, el americano habría hecho un acuerdo a toma y daca con los atacantes al shopping.
Un pago de favores, la banda de los cuatro le demostraría al millonario la capacidad y eficiencia en asaltos relámpago y robos express, a cambio de entregarles al tipo que custodiaba los caudales. Después ellos se encargarían… tenían suficientes motivos.
Dos de los cuatros detenidos le confesaron a Panzeri que el americano les dijo, a Tabares se los sirvo en bandeja de plata si eso quieren, atrápenlo ustedes mismos y les pasó el dato: lugar, día y hora.
_ Tan raro como la revista que estoy leyendo.
_ Dos de los cuatro resultaron ser ex agentes de I.P. complicados en la exportación de pescado y la droga subyacente en las cajas de super congelados.
_ ¡No seas malo! ¿Los tipos tenían otro acuerdo?
_ Es lo único que explica el sabotaje a mi AR-15…
_ Entonces la muerte de Arteaga…
_ No fue casual, parte del otro acuerdo que tanto míster Harris como los dos detenidos, dicen ignorar por completo. Eso explica por qué el americano explotara de furia maldiciendo a los traidores.
_ Todo es real todo es posible, dijo Raúl fastidiado por trabajar un día franco.
_ Cartagena recuperó las motos y el Renault utilizados aquel día… y está satisfecho por los resultados. Pero Panzeri sonreía malicioso cuando lo contaba.
Cartagena es un buen hombre, metódico, respetuoso de los procedimientos, pero para fastidio de su equipo a menudo se le escapa la tortuga…
(espacio)
CINCUENTA Y TRES
Tavares en compañía de Raúl gozaban de unas cervezas y una pizza mirando el partido River-Boca en el Santiago Bernabéu, cuando en eso escuchó el teléfono.
_ Tavares y Cardozo, seguridad global.
_ Tengo algunas novedades, dijo la voz del otro lado.
_ Lo escucho señor Perdriel, dijo expectante el detective porque el magnate no era de hacer llamados por nada.
_ Lo espero mañana a las ocho en la oficina.
_ Allí estaré puntualmente, dijo a regañadientes en el momento que se escuchaba un grito de gol.
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Tavares se presentó en el piso trece a las ocho menos cinco.
Lo recibió la nueva secretaria con voz impostada y la sonrisa medida y la compostura exageradamente formal al sentirse observada por el detective.
_ Buenos días señor, dijo al ingresar.
_ Tome asiento Tavares, hoy sí que es un buen día ¡Ya lo verá!
El detective reacomodó su cuerpo de peso pesado en el mullido sillón dispuesto a escuchar. ¿Qué se traería entre manos el hombre de M&M que frente suyo irradiaba energía y confianza de modo ampuloso?
_ Lo llamé para adelantarle que va a ocurrir en el día de hoy.
Tavares volvió a moverse en el sillón porque lo confundían los astrólogos como lo molestaban los tipos que hablaban con las aproximaciones de un vidente. Su vida en cambio, se debatía entre agitadas marejadas donde lo único cierto eran las acechanzas del peligro.
_ En este momento mi chofer esta camino a Carrasco a la espera del vuelo que trae a mi hija y su amiguito, el abogado.
Una tarea sencilla para mi hombre, los recoge en el aeropuerto y luego lleva a Victoria y sus maletas hasta el apartamento de su madre. Después, mientras regresan de camino a la oficina, transmitirá un mensaje privado al abogado adelantándole al miserable que lo espero ahora en la oficina.
Un mensaje que no dé lugar a dudas ni pretextos, máxime cuando se trata de asuntos importantes, usted me entiende detective.
Perdriel encendió la pipa de raíz de brezo y detuvo frente al ventanal del piso trece, con la mirada poseída por el vacío extendido sobre el mar, vacío acrecentado de modo impensable desde que se apagara la vida de Candela, la mujer de su vida.
_ ¡El mar y la mujer amada comparten el misterio de la vastedad! dijo apenado el hombre fuerte de los medios.
Después la secretaria les trajo café y galletitas de avena y miel.
Perdriel divagó durante una hora acerca de su juventud, los comienzos como importador de papel y las primeras experiencias en el negocio de las publicaciones, en los tiempos de las linotipos y los comunistas en los sindicatos, acotó con severa nostalgia.
Mi padre fue carnicero, dijo el magnate con cierto orgullo a la distancia.
A veces Tavares, entre principales te hacen creer ser alguien importante, muy importante. Tan importante como para caer en la trampa y creértelo, y después sentirte realmente importante y finalmente actuar degustando la autoridad que emana del poder. No me refiero a la fama, simplemente al acto de mandar y ser obedecido, de buena o mala gana da igual. Para el obsecuente hay un paso y otro paso a la humillación del que se compra por unas monedas....
Sólo así se construye un emporio.
Cuando la conocí a Candela ya era dueño del primer periódico y de una pequeña galería de arte en Gorlero y 21. Pero el destino quiso que nos conociésemos del otro lado del Plata, en la casona de Finisterre, un lugar en las islas del delta y punto ideal, aislado y seguro para el encuentro de los principales de la región.
Reuniones donde no faltaba un ministro y un estanciero, los Ceos de las empresas extranjeras y algún especialista como para evaluar la estrategia global surgida de unos pocos países, tan importantes que los cuenta con los dedo de una mano, en otro intento de acertar en una táctica que nos preserve de los concentradores de títulos y acciones.
En la noche de despedida, exuberante como el delta mismo, con la desconocida Candela cruzamos miradas y recuerdo que ella hizo un brindis por los náufragos del sistema planetario. Había empezado a correr la década del noventa y el expansionismo triunfal de los nuevos millonarios…
Usted es joven, pero imagínese una mesa de póker con  personajes como Bush padre, al tano Berlusconi, a Margaret Thatcher, Bill Gates o Carlos Slim, o Alice Walton. Son fortunas que juegan en las ligas mayores, esa gente no se la cree, existen.
Lo nuestro no es tampoco despreciable, potencialmente importante en una región signada por el canibalismo y las borracheras virreinales, desde Cristoforo Colombo a la fecha…  
Usted me entiende Tavares.
Por el intercomunicador, la secretaria informó que el señor Saldaña estaba disponible en el edificio para lo que ordenara.
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Cuando lo vieron a Saldaña en el hall de LLEGADAS, Victoria no hizo otra cosa que saludarlo con la parquedad acostumbrada a los empleados de la empresa, no le causó extrañeza, como en otras ocasiones el guardaespaldas rondaba en la vida de los demás por orden de su padre. Ella sonrió malignamente como su progenitor, imaginando el fastidio que le habría provocado al enterarse del viaje en compañía de Segundo.
Te quedaste en el pasado papá, diría ella, lo de Segundo es asunto mío, personal y absolutamente ocasional. Ya fue, no hay nada más que hablar.
En cambio, Segundo Moral advirtió tan solo ver al chofer del viejo, que el viaje de placer con la hija del millonario había terminado abruptamente. No lo inquietó pero le resultó perturbador, nada más, como tantos casos llegados al estudio donde el abuso y la tensión sicológica eran el común denominador, situaciones arquetípicas que llevaban indefectiblemente al conflicto e incluso algunas veces a consumar un acto delictivo.
Más perturbador le resultó pensar que Eleonora hubiese hablado y confesado todo a su esposo. Eso no lo afectaba, el intento de extorsión era nada en el contexto del crimen de la secretaria. Nada podía probar la policía como para incriminar a la esposa de Perdriel. Menos llevar a juicio a un integrante de la familia del viejo.
¿Quién en su sano juicio se atrevería a desafiar el poder del magnate de M&M?
La escapada a la playa con Victoria se inscribía en el ejercicio de los derechos individuales como propio de los ciudadanos libres, nada que censurar en el proceso  fermentativo de nuestra democracia, desde el momento que los funcionarios hacen gala de la retórica barata en los foros internacionales.
Cuando le dijo al gorila, gracias pero el automóvil está en el estacionamiento, el tipo se limitó a tomar las valijas y responder que tenía la orden del señor Perdriel de recogerlos y llevar a la señorita Victoria a su domicilio.
En tanto se despedían, mientras el chofer dejaba el equipaje junto a la puerta del ascensor, ella comentó que no se preocupara por el celo de su padre. En esos días algo raro había sucedido.
El último mensaje de su madre daba cuenta que unos ladrones habían entrado al apartamento una noche de esas, pero Segundo Moral lo interpretó como un aviso para alguien de la familia, posiblemente por encargue de Perdriel. Nada dijo al respecto y menos de la cuantiosa demanda en juego.
Suba y lo llevo, indicó Saldaña con parquedad.
A poco de andar, dejaron atrás la rambla rodearon el descampado lindero a la Aduana de Oribe, para al fin estacionar en la calle general Riveros. En ese momento el abogado tuvo un miedo visceral porque conocía los procedimientos de facto.
Los dos hombres permanecieron en el vehículo largos minutos, con las luces encendidas, el guardaespaldas trasmitió con crudeza el mensaje pero nada trascendió de lo dicho.
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Con Saldaña a un costado, el abogado Segundo Moral cruzó el hall de la Torre 4 y detuvo frente a la puerta del ascensor, el lugar donde había aparecido el cadáver de la secretaria de Perdriel.
Cuando entraron al ascensor y el chofer pulsó el botón del piso trece, a Segundo Moral lo recorrió un escalofrío al pensar que Saldaña bien podía ser el asesino. A la temperatura media de veinticuatro grados extendidos por el interior del edificio, el abogado transpiraba copiosamente. Por su cabeza cruzaban las inocentes tropelías nocturnas en las playas de Cancún con la exquisita Victoria, pero sus pensamientos se atropellaban con los derechos individuales conculcados; con las cartas-documento en manos del millonario y la disposición a pagar y terminar el asunto, por el bien del prestigio familiar. Miró el piso del ascensor y creyó ver manchas de sangre y el asesinato como moneda de los conflictos sin saldar.
Miró de reojo al guardaespaldas mientras un vacío se apoderaba de su cuerpo en proporción al vertiginoso ascenso. Se distrajo al pasar el piso diez, considerando que lo importante es preservar el sistema, perfectible si se quiere tratándose de un país joven, con la alternancia de los partidos en el gobierno. La sentencia feliz de que algo cambie para que todo siga igual, parece una contradicción pero sólo aparente…
Estaban detenidos en el piso trece no sabía hace cuánto. Cuando sintió la presión de la manaza del otro aprisionando su brazo derecho y el dolor en la mano, la misma mano con que firmaba y aseguraba su estilo de vida, entonces temió por primera vez no saber lo que le esperaba en el bunker del hombre fuerte de M&M.
Escuchó decir, por favor pasen, el señor Perdriel los está esperando.
Cuando la puerta de la oficina se cerró detrás y Pedro Prado Perdriel lo observó con la repugnancia pintada en el rostro, el guardaespaldas sostuvo al buscapleitos que bordeaba los límites entre la compostura y el desmayo.
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Segundo Moral acusaba las tensiones de la última hora cuando salió del vehículo y abrió la puerta del edificio de la calle Solís, persuadido de que Saldaña vigilaba detrás del vidrio polarizado. No tenía idea del tiempo transcurrido que pasó entre retirar los equipajes de la cinta y estar de vuelta en su estudio, pero sí advertía que en ese lapso había traicionado a Eleonora, como a partir de ese día, él mismo quedar sometido a los caprichos de Perdriel.
El viejo no se conformaría con desactivar la demanda a cambio del dinero exiguo que le entregó en mano, usó el recurso mínimo y habitual de resolución en un diferendo, pero no dudaría en liquidarlo con tal de quitarlo de en medio.
La presencia cercana del guardaespaldas le resultaba tan intimidante como provocadora. Debía meditar los próximos pasos, moverse con precaución hasta que pasara el tiempo y todo quedara en agua de borrajas. Con el dinero, a cuenta de futuros servicios, se haría una escapada a Viña del Mar considerando lo inestable de su situación.
Montevideo le estaba quedando chico…
La situación del ciudadano común se acomodaba al compás de las bandas bien organizadas. Sin ir más lejos, era público y notable, la reciente balacera en las puertas de un shopping con muertos y heridos por doquier era la demostración palpable de un nuevo y sangriento contrato social.
En cambio la muerte de la secretaria del viejo, más allá de los titulares de M&M, fue un grotesco error. Y él conocía la verdad…
Al encender la luz y ver al tipo sentado detrás de su escritorio quedó paralizado, apenas si pudo formular una rudimentaria pregunta, muy lejos de la retórica punzante por la que era conocido entre sus colegas de los estrados judiciales.
_ ¿Quién es usted?
_ Eso no tiene importancia.
_ ¿Qué quiere usted? repreguntó preso del miedo.
_ Tranquilícese, estoy aquí de parte del señor Perdriel.
El abogado se sintió estafado porque hacía menos de una hora había llegado a un acuerdo, impuesto por el viejo, un acuerdo civilizado donde él cobraba un dinero a cambio de desistir con la demanda de Leonora Zabala y todo olvidado.
Un acuerdo con un ápice implícito que lo comprometía a desaparecer de la vida de Victoria y apartado de cualquier otra situación de tipo legal, el magnate le había advertido que por esto último, dejaba en hipoteca los huevos y la propia vida.
Claro y sencillo señor inmoral, había dicho el viejo con voz amenazadora al despedirlo sin más trámite del piso trece.
Y ahora la intrusión de este tipo en su estudio, en nombre de Perdriel.
_ Tome asiento abogado, sólo le robaré unos minutos para aclarar un asunto.
_ Creí dejar bien establecidos los términos de mi relación con el señor Perdriel.
¿Qué quiere usted? insistió de mala gana.
_ Hacerle un par de preguntas, nada más.
Segundo Moral consideró que el peligro rondaba la oficina y no perdía nada con escuchar al empleado del viejo. Si colaboraba, podría de alguna manera mejorar su precaria situación a merced  del mandamás de la prensa libre.
_ Lo escucho, dijo sin entusiasmo.
Tresfilos Tavares, encendió un cigarrillo mientras aparentaba mirar absorto el papel doblado en cuatro sobre el escritorio. El abogado observó el papel e inmediatamente recordó el impermeable en el perchero y la carta a Eleonora que olvidó reducir a cenizas.
_ ¿Quisiera decirme cuál es la prueba que incrimina a la señora Perdriel Zabala?
El abogado pestañó de modo involuntario, pero el otro advirtiendo el tic esperó sin inmutarse recostado en el confortable sillón.
_ Mire señor, no sé quién es usted pero a lo que refiere es a un asunto íntimo y personal.
_ Intimidad entre quienes, disparó el detective.
_ Entre la señora Eleonora y yo, por eso es un asunto que no le compete.
_ Me compete investigar todo lo pudiera tener que ver con el asesinato de Candela Maizani.
El abogado cayó en cuenta que el tipo en su sillón era un policía.
_ ¿De qué está hablando? Desde cuando soy sospechoso de un asesinato…
Tavares se inclinó mirando fijo al otro y cuando recuperó la postura tenía la Bersa Thunder .380 en la mano. Con la pavura estampada en la cara del abogado, el detective dejó cuidadosamente la pistola sobre el cristal de la mesa, dando por descontado que el código de la conversación habría sido finalmente interpretado. Siempre daba resultado.
_ Hábleme de la prueba, por favor.
_ Sí claro… Mire con la señora Eleonora tuvimos un breve affaire, nació a partir del desarrollo de las conversaciones y el papeleo, mientras íbamos definiendo el formato y el momento de iniciar la demanda. Así, llegó la oportunidad de compartir un fin de semana licencioso en el rancho de Laguna Garzón, propiedad de la señora.
Usted imaginara… con sus invitados compartiendo algunos sexo, otros drogas y rock and roll con reminiscencias hippies, dijo dándose ínfulas pero denotando un nerviosismo en aumento. Sudaba como en la cinta del gimnasio.
_ Le pedí que hable de la prueba abogado y no de sus aventuras, dijo Tavares sin disimular el fastidio.
_ A eso iba, Eleonora es una mujer deslumbrante y soñolienta más aún, situación que aproveché para grabarla con mi cámara, después al levantarse, y bajo la ducha con la naturalidad de una diosa, hasta el momento final de cubrirse apenas con una blusa desabrochada…
El registro de una noche de juerga en el rancho con una bella desconocida, no era para otra cosa que poder fanfarronear con los colegas, nada sucio ni malintencionado…
_ ¿Entonces?
_ Mencioné el video en la carta para asustarla, nada más.
Le mostré el video a la mañana siguiente de la fiesta y se sintió alagada al verlo.
Me haces sentir mujer dijo, después de tanto actuar como la señora de Pedro Prado Perdriel.
Tavares se distrajo en la diversidad y los matices de género, en Eleonora Zabala, en Ñambi y Andy… y en su madre, costurera a destajo en sus mejores años.
_ Explique qué significa, ¿las motivaciones irreparables de tu locura?
Segundo Moral dio un respingo y el tic en el ojo reapareció.
_ Señor, ¿no es mejor dejar todo como está por la buena imagen de la familia?
_ ¿De qué está hablando? dijo Tavares colocando la mano sobre la culata de la pistola. El simple gesto hizo efecto de inmediato.
_ De asomarse a un precipicio…
_ Probemos, alentó el detective buscando que el otro hablara.
_ Mire, lo que voy a decirle surge de la esfera del trato íntimo con una mujer, no cualquier mujer, se entiende…
Y previamente asegurarle, créame, que yo no tengo nada que ver con el asesinato de la secretaria.
_ Le creo, dijo Tavares como si el asunto fuese una cuestión de fe o de la neopolítica.
_ Leonora en un momento de crisis depresiva, me confesó que intentó un asesinato. Pero inexplicablemente algo se había salido de control y el arma, un veneno letal cambió imprevistamente de destinatario.
La operación de matar por odio al autoritario e infiel Pedro Prado Perdriel se desvió misteriosamente hacia la secretaria y amante, Candela Maizani.
_ Lo entiendo pero ¿quién fue el cómplice de Eleonora Zabala y qué motivó la elección de una víctima por otra?
_ Ignoro por completo eso, porqué sobre el particular la señora no dio detalles.
Esta delicada situación es conocida solamente por cuatro personas, Eleonora, el asesino, usted y yo.
Usted sabrá mejor que nadie, dijo el abogado afectado por el agobio, del riesgo que implica disponer de esta información.
_ Le creo, repitió Tavares, pensando en el cuarto hombre o en una mujer como  ejecutores del homicidio. Pero carecía de respuesta sobre que motivó imprevistamente eliminar a la Maizani como para convertirse en el objetivo principal del asesino.
¿La secretaria habría descubierto el plan para asesinar a Pedro Prado Perdriel?
¿La Maizani habría reconocido a su asesino cuando ya fue demasiado tarde?
_ Yo que usted olvidaría esta ciudad por un tiempo, dijo Tavares al retirarse.

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