Tresfilos Tavares : Nuevas pistas, Candy,Andy, y....Raùl

CUARENTA Y SEIS
A las seis de la tarde, pasó delante del edificio de las Perdriel para familiarizarse con el lugar. A las once, Josualdo caminó despaciosamente constatando que las luces del segundo piso donde vivían las mujeres estaban apagadas.
A las tres de la mañana el edificio estaba a oscuras, salvo en el séptimo piso y el hall de la entrada principal. Josualdo trepó a la añosa tipa de ramaje enmarañado y saltó al balcón a sabiendas que no había cámaras exteriores salvo la panorámica de la puerta principal. El apartamento estaba a oscuras y las luces de la calle apenas iluminaban las veredas. Observó detenidamente el ventanal y no encontró los sensores de la alarma, forzó con el hombro y una pequeña barreta hasta que la puerta se deslizó silenciosa abriéndole el paso. Se calzó los guantes de hule y echó mano a una miniatura de linterna.
Josualdo no se resignaba a abandonar el oficio a pesar que la edad y la tos conspiraban en su contra, ni pensar en caer preso otra vez ni morir como su padre. Respiró hondo con los ojos cerrados y al abrirlos, el penumbroso living fue adquiriendo los espacios y las formas de modo más nítido y reconocible.
La dueña de la casa no se privaba de lujos. Gustaba de las pinturas marinas al óleo, en pequeños formatos con marcos rebuscados, y también de los grandes jarrones chinos, extravagantes, con formas de bestias mitológicas y profusión de esmaltados.
¿Qué estaba buscando? Ni el detective lo sabía con certeza, le encomendó buscar algún indicio que lo condujese a la venganza, algo inconsistente e inmaterial porque la venganza se tejía en las sombras y cuando se manifestaba, ya era demasiado tarde.
Revisó los cajones de los muebles, un pequeño escritorio de cedro y el guarda ropa sin resultado. Lo mismo ocurrió en el resto de las habitaciones. No encontró caja fuerte pero sí un cofre de seguridad, que no resistió mucho tiempo a la acción de las ganzúas en sus manos expertas. No había demasiado, dos fajos de dólares y sobres bancarios, entre ellos uno llamó su atención por el encabezado manuscrito: señora Eleonora Zabala.
Miró la hora en el digital de la tele, las 3:38 a.m.
De modo ligero leyó la carta de una hoja, dirigida a la señora Perdriel y consideró que podría ser de interés para el detective. Tomó una fotografía y repitió otra toma por si acaso.
Cuando se dirigía al balcón encontró la cocina estilo americano. Abrió la puerta de la heladera y se sentó en un taburete a beber una lata de cerveza BrewDog 'Sink the Bismarck', mientras miraba extasiado los productos de marcas importadas. Calculó frente a sus ojos que el dinero gastado por la Zabala en comestibles, le alcanzaba y sobraba para pagar la pieza en la pensión de doña Pili durante un año.
Bebió otra cerveza sin dar crédito al stock de bebidas y comidas listas para consumir, y se interrogaba cuanto tiempo les llevaría a las tres mujeres embucharse todo eso, cuando de pronto observó, escondido detrás de un pack de sopas Campbell´s, un estuche plástico.
La curiosidad pudo más, pero al retirarlo y mirar el contenido sospechó que algo estaba fuera de lugar.
Tavares como la vez anterior estacionó en la calle Hernandarias, a unos pasos del apartamento donde vivía Saldaña. El barrio exudaba tranquilidad, en tanto el aire cálido derramaba la música que ensayaban los murgueros anticipando el carnaval.
El humo del cigarrillo perturbó al detective remitiéndolo oscuramente a los episodios donde se entremezclaban, como las barajas en el mazo, los cuerpos de Ñambi, del guardaespaldas y de la Maizani. Mezcla impura que se prolongaba en la hermosa desnudez de las mujeres, como la carencia de sentimientos en los encuentros sexuales que se realizan por capricho o por dinero. Por lo que cuentan Saldaña no era la excepción… decía amar a la Maizani pero a pedido de ella participaba de los juegos eróticos con la bailarina.
Pensó en la prostitución como la peor manifestación de la esclavitud, aunque al conversarlo con Candy la muchacha  tenía otra mirada al respecto, menos dramática si se quiere.
La esclavitud para ella era la pérdida de la libertad, de la libertad abarcadora como para sentir que son compatibles los sueños, el amor y el barro. En ese sentido, la postergación de los sueños limaba el corazón a los obreros como a los artistas, a las mujeres solas o acompañadas, al igual que al común de los mortales. Candy en pocas palabras expresaba, la prostitución no hace mejores ni peores a las personas, es apenas un coctel de champán y deseos inasibles, en un diálogo forzado entre dos que se creen libres y dueños de sus actos, entre el tipo sin amor y la prostituta sin dinero, entre la sociedad hipócrita y la trata de personas.
¿Será la promiscuidad y el acto sexual por dinero un resabio de la democracia en la Grecia antigua? había preguntado ladinamente Candy al hindú, mientras tomaban té Darjeeling a modo de ritual a la hora que veían apagarse las luces del Karim´s.
Saldaña estaba parado no sabía desde hacía cuanto, fumando frente al parabrisas, interrogando en silencio al hombre encarcelado en sus pensamientos. Había logrado sorprenderlo con la defensa baja, el signo de la distracción en el aprendiz de boxeador…
_ ¿Qué lo trae otra vez por el barrio, detective? preguntó con cierta desconfianza.
_ Conversar con usted, dijo el detective mientras salía del automóvil.
Subieron las escaleras, esta vez naturalmente, sin apremiar al otro a punta de pistola.
_ ¿Una coca o agua fría?
_ Un vaso de agua está bien.
_ Usted dirá Tavares, dijo el guardaespaldas con el reparo de quién ha probado los puñetazos del otro.
_ Seré breve si contesta a mis preguntas sin dar vueltas.
_ Pregunte nomás.
_ Deme los nombres de las personas que frecuentaban el piso trece del T.W.C.
Saldaña lo observó al detective sin entender para qué preguntar sobre al obvio.
_ Francamente, eso consta en mi primera declaración al comisario Panzeri. Y a decir verdad, no entiendo qué busca.
_ Busco los nombres y apellidos de las personas que frecuentaron la oficina de M&M en el mes anterior al fallecimiento de la señora Maizani, dijo con la intensión esta vez, de no lastimar al otro.
_ Bueno… el señor Perdriel cuando no viajaba al extranjero. La secretaria personal Candela Maizani, la señora de la limpieza Bendita Méndez, y quién le habla Silvio Saldaña, estábamos prácticamente todos los días, y en ocasiones especiales, también los sábados y domingos.
Tavares escuchaba mientras tomaba nota en el bloc.
_ Las que frecuentaban menos la oficina era la señora Leonora Zabala, esposa del señor Perdriel, y las hijas del matrimonio, Matilda y Victoria.
Alejandro, hijo del primer matrimonio, venía de los Estados Unidos y lo visitaba una o dos veces al año. En esta ocasión, coincidió su presencia en la oficina con el desgraciado suceso.
Para ese entonces, vinieron a la oficina usted y su socio y unos días después, los tres obreros que seguramente están registrados en la entrada de personal, del primer subsuelo.
_ ¿Nadie más?
_ El piso trece es el centro de decisiones ejecutivas del señor Perdriel, pero de lo operativo y comercial se encargaba el staff de gerentes en otros lados.
Muy rara vez se presentaban los altos directivos de las otras empresas.
_ Deme el nombre de un par de empresas, sin importar cuando, requirió el detective.
_ Los fabricantes de papel, los chilenos y finlandeses; las compañías de dragado, belgas y los rusas. Y hablo por comentarios de Candela, lo mío es manejar el coche y el objetivo de proteger al señor como usted sabe.
_ ¿No recuerda a nadie más que haya estado en la oficina?
_ …
_ …
_ Ahora que dice, me parece que en aquellos días se presentó ante Candela, una vez, el abogado de la señora Zabala.
_ ¿Nombre?
_ Segundo Moral.
Tavares guardó el bloc, agradeció a Saldaña por la colaboración  y se dirigió a la salida.
_ Tengo una última pregunta, dijo señalando la pieza chica.
¿Vive otra persona con usted?
_ Por supuesto, Cristian mi hijo.
_ ¿Y a que se dedica su hijo?
_ Estudia en la escuela de gastronomía durante la semana, dijo Saldaña con cierto orgullo, y algunos sábados o domingos lo pasa en la casa de la madre.
_ No lo molesto más, dijo el detective abriendo la puerta y dando paso al otro para que se adelantase a abrir la puerta de abajo.
_ Tavares, ¿sabe qué? puede resultar obvio pero me faltó alguien.
_ ¿Quién?
_ A Cristian. Mi hijo me acompañó un par de veces a la oficina.
_ Gracias por recordarlo.
Al día siguiente, Tavares bebió media botella de agua fría, antes de salir a trotar.
Vio junto a la garita un camionero parlamentando con Raúl, que al verlo hizo el gesto con las manos para conversar después. Tavares respondió con el gesto de okay.
Las altas temperaturas comenzaban a hacer mella en el ánimo de los montevideanos, a paso cansino unos buscaban la sombra de los árboles, mientras otros solazándose con el aire acondicionado de sus vehículos se demoraban en salir a las candentes calles. 
La rambla a esa hora, era la ilusión de una ciudad habitable cuando la brisa por leve que fuese, llegaba con el olor salobre impregnado en las redes y las bodegas sucias de los pesqueros de altura.
Tavares prefería el olor picante de la podredumbre marina, a la nube tóxica que se alineaba sobre las avenidas interiores de la ciudad como las apacibles neblinas de abril.
Cuando advirtió a simple vista la calle Florida miró el reloj constatando una hora diez de ejercicio medio exigido. Su peso se mantenía en doscientas libras.
Raúl lo esperaba en el portón Nº 6.
_ Buenos días Tavares, dijo el vigilador mientras le entregaba un sobre.
_ Gracias, ¿de parte de tu hermano?
_ Josualdo es rápido para los encargues…
Lo dejo tranquilo hoy es un día muy movido.
El detective subió la escalera de dos en dos escalones, jactándose interiormente de su estado físico. Bebió el resto de la botella de agua y revivió bajo la ducha fría.
Preparó un refuerzo de queso y salame y llevó a la mesa con una lata de cerveza. Disfrutó el frugal desayuno mientras repasaba los titulares de los diarios por la web. Bebía de a poco su cerveza cuando en eso vio el sobre junto a la sobaquera.
En su interior había sólo dos cosas pero fueron suficientes para generarle un estado de excitación incontrolable. Sobre la mesa no dejaba de observar en estado casi hipnótico, un diminuto pendrive y un estuche plástico abierto conteniendo una jeringa.
Optó por calmarse y fue por otra lata.
Lo primero que hizo fue llamar a Panzeri, diciéndole sin mayores comentarios que tenía algo para las muchachas del laboratorio.
Lo segundo fue observar la pantalla una vez que abrió el único archivo que contenía el pendrive: CARTA.
“Leonora:
Seguí tus instrucciones según lo conversado. Creo que hay elementos sólidos y suficientes para entablar la demanda en corto tiempo.
Te sugiero tener la calma suficiente y manejar los tiempos, así como mantener prudente distancia entre las urgencias económicas y los sentimientos”
La misiva no tenía fecha y la firmaba S.M.
Tavares revisó el bloc de lo conversado la noche anterior con el guardaespaldas.
S.M. Segundo Moral, el abogado de la señora Perdriel.
Una jeringa y la fotografía de una carta no son mucho, pero es algo que merece investigarse, supuso el detective mientras se vestía para encontrarse con Panzeri en el bar.
CUARENTA Y SIETE
Contame ¿cómo fue el viaje por tierras paraguayas? preguntó Andy Vallejos abrazada a Tresfilos mientras aguardaban el pedido. El antiguo patio de baldosas, la palmera y lo agradable de su sombra invitaban a la intimidad de la primera vez.
El detective escuchó la pregunta, directa como un gancho al plexo solar, entendiendo que había llegado la hora de poner en contexto las fotografías y comentarios en Facebook.
Tanto Andy como Ñambi merecían en palabras, en palabras esenciales como para trazar una perspectiva amorosa que se desenvolvía con diversos puntos de fuga, como en una lámina de M.C. Escher, y que hacía del apasionamiento un devenir permanente.
Pero, aunque no sabía cómo plantearlo sospechaba que no lo lograría con las elucubraciones obsesivas de los detectives, sino escuchando la voz y el silencio de ellas, en las palabras y sentir de las dos mujeres expresando sus propias miradas, desde los nuevos puntos de fuga de una perspectiva compartida.
De alguna manera, pensaba Tavares, las redes sociales escaneaban, más allá del emoticón elegido, la intimidad de las personas con la frialdad que el médico forense al diseccionado de un cadáver sobre la mesa de autopsias. Lamentaba que sus pensamientos ensombrecidos fuesen la epidermis de una profesión donde la violencia se señoreaba a sus anchas por la ciudad y de la que nadie lograba escapar.
Vino a su mente la imagen de la Maizani tirada en el piso del ascensor. Y al segundo, el recuerdo de García y Pedemonte hundidos en las aguas barrosas del pajonal como un registro fotográfico, pero que después de un tiempo solamente abultaban las estadísticas criminales. Pero el hecho en sí, el origen de un asesinato, caía en el olvido entre supuestos y prejuzgamientos para unos pocos. Para el resto de los mortales era olvido en estado puro…
_ Te diría que fue un doble viaje, uno interior y el otro surcado por gente y paisajes maravillosos.
En mi caso, dijo Tresfilos, conmocionado ante lo inimaginable, las distancias y la vastedad me precipitaba a la noción de mi propia pequeñez, exponiendo mi flanco débil ante el acoso persistente de las temperaturas tropicales y las nubes de insectos, o el aislamiento por las barreras de otro idioma o los vulgares modismos lugareños.
Decir ¿botija, mitã o chango? para nombrar a un niño o una niña, me confundía.      
Puedo asegurarte que al principio todo me daba vueltas en la cabeza… o en el estómago, porque no toleraba los infames platillos picantes de cerdo frito acompañados con cervezas frías que tanto gustan a Ñambi.
Mientras atravesábamos las tierras calientes, otrora reducciones jesuíticas, imaginaba algunas veces, el sentido de la distancia temporal. Al ver desde la veloz camioneta los mismos pastizales, que alguna vez recorrieron al paso seguro de las cabalgaduras el general Celeste y su gente, con un solo sentido y voluntad que no fuese otra que intentar un plan de operaciones libertario, aún en la derrota.
La derrota, al parecer de Raúl, recién se consuma definitivamente cuando el vencedor impone las condiciones humillantes y el otro, claudica aceptando un trato que la mayoría de las veces lo transforma en tránsfuga.
O en un renegado, o en un apátrida… comprado por treinta monedas de plata.
Mis pensamientos afiebrados se extraviaban en parajes, mojones y constelaciones que creía conocidas, quizá por el gusto en mi niñez de ojear los atlas antiguos o más tarde, soñados en la vigilia nocturna del policía secreto mientras observaba el objetivo encomendado.
Hasta que desde esos lugares mediterráneos, sumidos para algunos en el aislamiento, alcancé a comprender que para la gente la lejanía del mar se interponía, como un obstáculo a desandar hasta alcanzar los mundos ultramarinos, los paraísos imaginados.
Algo de todo eso había influido en la decisión de Ñambi para alcanzar, después de mil peripecias, las playas montevideanas.
Así, después de escuchar voces disidentes, deduje que los grandes ríos alimentaban el sueño de escapar, a la deriva o como fuese, de migrar allende los cerros. Y alcanzar los sueños inalcanzables, viajar a la meca del último atrevimiento arquitectónico a orillas del Golfo Pérsico; o no parar hasta el Bronx buscando un tugurio de jazz de la otrora noche neoyorquina; o descubrir demasiado tarde, el vertiginoso desengaño a poco de trabajar en la moderna maquiladora fronteriza.
La estupidez humana de no encontrar uno su propia sombra…
O ser inducidos a migrar en masa a las américas, las tierras de las oportunidades.
Les pasó a mis abuelos portugueses como a tantos de su generación, dijo Tavares con cierto pesar. Hijos de agricultores carentes, más que de lustre, de tierras para trabajar.
Muy distinto a lo que pregona en estos días Medios & Medios, sobre la situación de  millones de forzados a llevar todo lo que cabe en una mochila, ante la inminencia de nuevos conflictos y escapar a la profanación sistemática de la condición humana.
Alambrados, asentamientos y refugios de pobres que testimonian por doquier el país de los sin tierra…
Las ruinas de la fábrica de fierro en las cercanías de Ybycui, lugar donde nació Ñambi puntualizó el detective, son la evocación trágica de una historia vergonzosa más, de cuando nuestros tatarabuelos invadieron a los paraguayos.
_ Si por nuestros, intervino Andy que había permanecido callada hasta entonces, consideramos a los soldados de línea o a los marineros de la flota, en su mayoría pobre gente que más que enrolada fue condenada a una muerte segura, resulta aceptable el término, los nuestros. Pero los vencedores de tamaña monstruosidad, de mayor escala para su época que la guerra civil estadounidense, no por casualidad nos legaron los apellidos malditos de los principales, que nombran las calles de pueblos y ciudades en muchas partes del mundo...
Sarmiento, Flores, Tamanderé, Palmerston, Mitre, Mauá, Rothschild, Pedro II, Baring, Urquiza, Barroso… entre otros jugadores olvidables, enumeró Andy con jerga futbolera.
 El bombardeo a la fábrica fue tardío e innecesario, porque el ejército de Solano López después de cinco años de guerrear, había sido diezmado y se batía en retirada hacia el norte.
¿Por qué entonces el afán de los aliados por destruir a la fábrica de hierro hasta los cimientos? Sino como un acto simbólico.
Como el símbolo paradojal del destino común de nuestros países, tanto de los vencedores como de los vencidos, sería a futuro dedicarnos a cultivar los campos aptos, a la cría de ganado, a hurgar el suelo buscando minerales pero obligados a vivir sin industrias pesadas, de relevancia para alcanzar el pregonado progreso.  
El crimen del Paraguay se transformó en el crimen de nuestra américa morena, porque argumentar en contra de las tiranías y festejar los favores del imperio británico acarrearon mentiras y más pobreza, como por entonces ocurrió en la China y en otras partes, concluyó Andy con la pasión que la caracterizaba.
Bebieron más café con pancitos calientes y fumaron en los lapsos silenciosos de la evasión compartida.
La refriega en la casa de piedra, los días en el hotel de Malvín y en Shangrilá, habían quedado en los resquicios de la memoria de ambos. Se sentían a salvo como para redescubrir nuevamente los placeres mundanos, simples como gozar de Rollins una cerveza fría acompañada de una pizza de queso y albahaca.
Placer extendido al aire del ventilador besando los cuerpos de los amantes sobre las sábanas revueltas.
_ ¿Contarte algo del andar por las tierras calientes más allá de Asunción?
El pretexto de Ñambi para justificar el apresurado regreso a su país fue recibir un mensaje de su hermana Arami. Breve y concreto: Francisco había quedado malherido monte adentro.
Aquella noche perturbadora, el viento norte no dejaba de soplar con su carga de polvo y malestar, dislocó el tiempo de amarse con el de las noticias fragmentadas de Arami.
Esa noche no fue igual a ninguna, él había optado por estar cerca de Ñambi preso del contagioso nerviosismo que a ella inmovilizaba de a ratos como ponía frenética en otros. La muchacha rezó a la virgen de Caacupé por la salud de su hermano, evocó a los dioses de la selva que tan bien conocían a sus hermanos, enajenándolos cada dos por tres con el alcohol a modo de castigo.
Ñambi le había dicho por lo bajo, que los dioses a veces se equivocaban. ¿Qué daño podían hacer los hacheros que no hiciesen, multiplicado por cien, las máquinas taladoras arrasando a su paso la selva?
Bebimos un whisky con la artificiosidad de las marcas taiwanesas y nos abrazamos adormilados, puteando y reflexionando bizarramente sobre las peripecias de los hombres y la parcialidad de los dioses cuando se trata de prohibiciones y castigos…
Hablamos de las serpientes y las manzanas, y de la estigmatización de Eva, la valiente muchacha que desafió la veda al comer el fruto prohibido del paraíso.
Otro mensaje de Arami, daba cuenta de que Francisco estaba en terapia intensiva y, según los médicos, con lesiones múltiples pero fuera de peligro.
A las cuatro de la mañana Ñambi se asomó gritando empalagosamente su amor por Raúl y que estaba muy pero muy feliz porque su hermanito se pondría bien.
Yo sin fuerzas para nada alcancé a balbucear que la perdonaba.
Raúl observó la desnudez perfecta de la bailarina enmarcada en la ventana como en un afiche de Toulouse-Lautrec. No sabía nada del hermanito y desdeñando el resto de la oratoria, respondió saludando con el brazo en alto y se recluyó en la garita agradecido de la gozosa visión.
Mientras tomaba mate, anotó en el cuaderno unas brevísimas impresiones acerca de las mujeres como Candy, media hoja de escritura que se redujeron a tres renglones, después de tachar algunos pensamientos emborrascados que no merecía mujer alguna. Lo suyo fue un impulso mañanero azuzando por la libido después de una noche solitaria y la aparición rutilante de la muchacha asomada a la ventana.
_ A Raúl no lo volví a ver hasta el día siguiente, al salir a trotar, le dijo Tavares a Andy. Allí, el vigilador asomado al portón Nº 6, me contó entre la discreción y las sonrisas maliciosas el episodio protagonizado por Candy superstar.
Raúl me cae bien, dijo el detective.
_ A mí también, agregó la maestra.

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