Tresfilos Tavares : ¿ Que fallô, cual fuè la traiciòn? Muerte y misterio / Josè Luis Facello

CUARENTA Y OCHO
Por algún motivo que Tavares desconocía, el comisario Panzeri lo había llamado la noche anterior para confirmar un encuentro para ese día, a las once, en la Plaza Zitarrosa.
El detective estacionó una cuadra antes de llegar, encendió un cigarrillo y caminó en dirección a la plaza. El lugar no le gustaba, recordaba que por allí hacía ya tiempo, se desató un episodio sangriento con el ajuste de cuentas como protagonista principal. Pero a cada paso para esclarecer los hechos, la investigación se enredaba más y más hasta que se archivó como tantos casos sin resolver. Las dos motos de alta cilindrada incautadas en el operativo policial fueron al depósito y una semana después desaparecieron. Los dos occisos, muy jóvenes, portaban entre sus ropas documentación falsa y no pudieron ser identificados porque carecían de antecedentes delictivos. En la morgue nadie reclamó los cuerpos y descansarán allí hasta que llegue la orden de arrojarlos a una fosa común.
Definitivamente, una zona que poco lo atraía, porque la ciudad de antaño cedía a los nuevos edificios, con vista al mar tal la oferta inmobiliaria, consolidando a la franja costera como el gueto urbano de los más pudientes.
Las calles silentes eran un resabio del pasado y la plaza pequeña y los árboles acorralados por el piso y los muretes de hormigón; e inalterable como un telón de fondo, sobre Gonzalo Ramírez se imponía la clásica fachada del Cementerio Central.
A lo lejos, Panzeri lo observaba recostado en su automóvil con actitud impasible.
_ Te cité a esta hora porque dentro de un rato tengo turno con la dentista.
_ No hay problema, dijo Tavares encendiendo un cigarrillo.
_ Me dijeron que estás custodiando a mister Harris ¿es cierto?
_ De vez en cuando custodio los caudales de un tipo del que no conozco su cara.
_ Mejor así… por lo que sé, el americano estaría en el negocio de comprar tierras en los departamentos del este, campos fácilmente inundables para las plantaciones de arroz. Y se sospecha que estaría en el tráfico de esmeraldas, Bogotá, Montevideo, Milán.
_ …
_ El ministro de tierras habla de los logros…dijo el comisario con crónico pesimismo.
_ …
_ Tengo los resultados del análisis de la jeringa, negativo, ni siquiera tuvo uso.
¿Qué pensas vos?
Tavares recordó que Josualdo le entregó un estuche que estaba abierto y del que faltaba una jeringa. Se lo comentó a Panzeri sin nombrar al hermano de Raúl.
_ ¿Una orden de registro al apartamento de las mujeres lo ve como algo posible?
_ Lo dudo, de ellas no tenemos nada con relación al crimen de la Maizani.
Y a ningún funcionario con sentido común, se le ocurriría firmar nada como para rozar o importunar al entorno del capo de la prensa libre… ¿Se entiende?
_ Ni siquiera una razón para matar… dijo el detective sin demasiado convencimiento, porque en el piso trece existían intereses cruzados y avidez por el dinero del hombre fuerte de Medios & Medios, pero insuficiente como para asesinar a la secretaria.
Salvo que estemos frente a la impensada acción de un demente.
_ Eso ya estuvo descartado porque el asesinato fue premeditado a distancia, fue real, bien pensado y eso lo sabemos con certeza. Y acto seguido, el desconocido que movió de lugar el cuerpo de la mujer también es real…
_ Y de él no sabemos nada, mintió Tavares que conocía las imágenes registradas en el ascensor.
Pero Cardozo en la segunda revisión, le había asegurado que los videos no aportaban prácticamente nada.  Lo que atenuaba de alguna manera mentirle al comisario, tanto como evidenciar, la incapacidad palpable de no tener siquiera una pista del asesino.
Prefería dejarlo así, por otra parte lo conversado entre él y Perdriel por ahora no le incumbía al comisario.
_ ¿En qué pensas Tavares?
_ En el cuarto hombre, dijo dando una pitada profunda que le abrazó el pecho.
_ ¿De qué estás hablando?
_ Mover el cuerpo no pudo ser obra de Perdriel o Saldaña, menos de la señora de la limpieza, porque nada razonable los motivaba para hacerlo.
Tavares encendió otro cigarrillo, y sin convidar extravió la mirada más allá de los arcos de la entrada y de las cruces, hasta donde el mar irrumpía teñido de azules.
La Maizani era respetada por todos ellos, el magnate a su querida amante, el guardaespaldas a su amor imposible y la señora de la limpieza a su patrona.
Todos a su manera querían a Candela Maizani.
Todos menos el asesino.
_ Aquel día, en el piso trece había un cuarto hombre. Un asesino invisible…
En eso pienso.
Las instrucciones de Arteaga al teléfono, se repitieron como las otras veces.
_ Tavares, de parte del jefe, lo espero mañana a las ocho en el garaje de la avenida Agraciada.
Esa madrugada Tavares bebió café e hizo algunos ejercicios mínimos, incontables flexiones, otros tantos saltos a la soga hasta finalizar con cincuenta lagartijas. Después se dio una ducha fría y bebió media botella de agua mineral.
Aunque Arteaga lo proveía de las armas y un automóvil operativo, el detective limpió la Bersa Thunder .380, descargó y recargó nuevamente el cargador y alojó una bala en la recámara, después repitió la operación con el cargador de repuesto.
No confiaba en nadie cuando de armas se trataba y menos oficiando de custodio de míster Harris. En la calle, un simple error se pagaba caro y en esos momentos lo único que contaba era el instinto de sobrevivencia y la Bersa .380 en la sobaquera.
Los tres automóviles, uno llevando los caudales, otro resguardando al americano y el tercero ocupado por Tavares con el rifle AR-15 a mano, tomaron por la avenida Agraciada hasta la ruta 1, a poco de doblar por el bulevar Batlle y Ordóñez continuaron por avenida Italia sin novedades hasta el destino, desconocido por el detective, que resultó ser el estacionamiento del shopping Portones.
Eligían avenidas rápidas que se ajustaban a las necesidades de los cambios imprevistos en el recorrido, podían incluso decidir tomar distintas vías de escape, salvo el custodio cuyo objetivo principal era proteger el vehículo del americano. Evitar avenidas como 18 de Julio, General Flores o 8 de Octubre podía convertirse en algo de vida o muerte, cuando los embotellamientos paralizaban, como casi todos los días, el tránsito vehicular.
El ministro había asegurado que los aumentos del precio de los combustibles traería la oportunidad de minimizar los atolladeros, menos automóviles circulando igual a tránsito más amigable. Sólo había que pedir paciencia a los montevideanos porque los resultados se verían según los cálculos estimados, en el futuro cercano.
El ministro instó a la población al saludable uso de la bicicleta y la práctica del jogging como opción, propuesta cuasi revolucionaria al uso de los combustibles fósiles.  
 Habíamos llegado sin novedad y estacionamos en la playa del shopping.
El vehículo donde viajaba Arteaga se ubicó frente a la entrada del banco, el chofer del americano lo hizo en la otra dársena a unos treinta metros y yo estacioné a diez metros del coche a custodiar.
Bajé del automóvil, parado junto a la puerta abierta y el rifle automático sobre el asiento dediqué una amplia y veloz mirada al estacionamiento, a un anciano que salía del banco y a dos motos que se alejaban por una callecita lateral.
A diferencia de la primera vez, el chofer del americano acompañó a Arteaga portando un atache negro; cruzamos rigurosas miradas con Arteaga y el otro cuando se disponían a entrar al banco. 
Dos mujeres con un carrito repleto de bolsas, abrieron la tapa del baúl de un pequeño Renault a tres sitios del coche de míster Harris. A unos cien metros una barredora hacía su trabajo sobre otra de las calles laterales al estacionamiento.
Arteaga y el chofer reaparecieron pasados cinco minutos escasos, y las dos motos surgidas de la nada aceleraron protegidos entre los vehículos estacionados, tomé el rifle y giré el cuerpo para enfrentarlos, se escucharon disparos provenientes de las mujeres parapetadas al pequeño Renault, armadas con ametralladoras Uzi que no dejaban lugar a dudas, una lluvia de vidrios empezó a caer copiosamente, giré nuevamente pero sin resultado porque el AR-15 se trabó inmediatamente a la primera ráfaga, los motociclistas hicieron una pasada disparando con armas cortas y la poca gente que había se dispersó como pudo del foco de los disparos, empuñé la pistola y sin avistar a las motos disparé al Renault, el chofer del americano disparó a su vez y alcanzó a llegar al vehículo para emprender la retirada, disparé hacia arriba y los seguí a toda marcha, los nuevos disparos dejaron de preocuparme dentro del blindado y centré mi atención en el automóvil de míster Harris.
¿Qué había fallado? me pregunté, no alcancé a ver por el espejo el coche de Arteaga pero ese no era mi problema.
Algo había salido mal, por lo pronto el AR-15 no funcionó.
Arteaga le debía algunas explicaciones al respecto.
Cuando llegaron los dos automóviles al garaje, después de dar un enorme rodeo a las pistas del aeropuerto Carrasco por la ruta 102 y retornar por Camino Maldonado, habían pasado cuarenta minutos de extrema tensión. El automóvil del americano estaba dentro del galpón, el chofer salió a su encuentro diciéndole que el jefe le quería hablar.
El detective calculó que tendría seis tiros en el cargador y bajó del coche con el recelo innato al trato con un mafioso. Se distrajo un instante al percibir la comezón en la cara. Otro sujeto con el aspecto acicalado de un empleado bancario subió al blindado y lo estacionó dentro del garaje.
_ Así que usted es Tavares, dijo míster Harris con el castellano adoptado en las islas del caribe.
_ Sí señor, respondió el detective, constatando entre la penumbra del local a otros dos sujetos ubicados a tres pasos atrás de la silla del americano.
Cuatro matones en total sin tener en consideración al jefe máximo, era su cuenta. No distinguió entre los rostros que alcanzó a ver, la cara inconfundible de Arteaga con su afinado bigotito y los lentes pequeños como dos monedas de diez pesos.
_ Me decía Arteaga que con esta es la tercera vez que usted trabaja para nosotros.
_ …
_ …
_ Responda, me apremió uno de los tipos.
_ Sí, es como usted dice, la tercera vez.
_ ¿Y puede decirme qué es lo que pasó a la salida del banco?
_ Si se refiere al rifle, está claro que se atascó a la primera barrida.
Después su chofer y yo respondimos con el arma que cada uno tenía a mano, hasta el momento de retirarnos y en la dirección tomada por su vehículo, yo lo secundé con el mío a corta distancia… en ningún momento a más de cincuenta metros.
_ ¿Y del otro transporte que sabe? apremió el jefe con un atisbo de impotencia.
_ Al primer coche lo perdí de vista ni bien se desató el tiroteo, se desentendió Tavares.
¿A qué venía todo este asunto? se preguntó el detective calculando las chances para zafar de cuatro tipos armados.
En ese momento se abrió el portón y entró el automóvil que faltaba.
_ Mataron a Arteaga, dijo el recién llegado sin medir sus palabras.
El silencio se adueñó del lugar y todas las miradas se dirigieron al americano.
_ ¡Malditos sean los muy traidores! vociferó Harris, como si recién cayese en cuenta de lo que realmente había sucedido detrás de los acontecimientos imprevistos en el estacionamiento del shopping.
Tavares sintió el frío caño de un arma apoyado en la nuca y pensó que iba a morir sin entender nada.
_ Última pregunta a todo o nada, dijo el americano.
¿Para quién trabaja Tavares?
Según la respuesta, sale por la entrada como llegó o se va en una bolsa.
El detective notó que transpiraba copiosamente en tanto sentía la boca reseca como nunca antes. La comezón punzaba la piel.
¿Qué clase de pregunta era esa?
El tipo de atrás presionó con el arma demandando la respuesta.
_ Trabajo solo, por mi cuenta.
Tengo la oficina en la calle Florida a la que llegó su hombre con la oferta de trabajar para ustedes. No quiso nombrar a Arteaga para evitar herir susceptibilidades, sabiendo por experiencia que a veces mencionar un asunto menor podía costarle la vida.
Mi socio es un técnico que está en el negocio de la vigilancia, monitoreo a distancia con inteligencia artificial incorporada.
El americano lo miró como el verdugo a un condenado a la silla eléctrica.
_ Créalo o no eso es todo, dijo el detective clavando la mirada.
_ Este fue su último trabajo, dijo secamente Harris.
El americano abrió el atache y Tresfilos Tavares se dispuso a morir peleando.
_ Tome su dinero y váyase por donde vino.
¡Joder con esta vaina! explotó míster Harris.
CUARENTA Y NUEVE   
En tres horas y media de esa mañana había visto el cielo y el infierno… y aún, como que se llamaba Tresfilos Tavares, podía contarlo.
Salió a hacer un trabajo para el americano como habían acordado, por milagro salió ileso de la emboscada que le costó la vida a Arteaga y cuando se creía perdido sintiendo el frío de un arma apoyada en la nuca, en un juego arbitrario a vivir o morir, la duda de míster Harris se esfuma y a cambio le entrega un fajo de dólares encintados, con la inscripción “CINCUENTA MIL”.
Demasiadas cosas para un solo día, demasiada presión para un solo hombre.
Subió penosamente la escalera del edificio escalón por escalón, las piernas se negaban a responder como si una droga atenazase cada músculo y cada articulación. Se sintió un viejo más del desgraciado vecindario y a cada movimiento por subir otro escalón un dolor vergonzante se lo recordaba. Se detuvo a tomar aire al llegar al primer piso y reanudó con paso inseguro la subida de la escalera.
_ ¡Dios mío! pronunció Andy, con el asombro dibujado en los ojos al verlo cruzar la puerta.
El detective, de aspecto mal trazado como la ropa sucia que llevaba, mostraba un costado de la cara con manchas enrojecidas y sangrantes por los vidrios incrustados a flor de piel. Fue un ardor que notó a poco de evadir la encerrona en la playa del shopping y al que había restado importancia. Los acontecimientos se habían sucedido con celeridad y no tuvo tiempo para pensar otra cosa que en las reacciones inmediatas que demandaron los momentos de mayor peligro.
Sin otra cosa que una sospecha en la cabeza y la pregunta pendular. ¿Qué había fallado?  ¿Cuál era la traición?
_ ¿Qué pasó amor? preguntó la decidida mujer, de vuelta con una botella de agua, una toalla y la pinza de las cejas. 
Tresfilos Tavares comprendió que ese sería un día complicado. Entre rezongos y maldiciones al principio, terminó por aceptar las indicaciones de Andy y el pedido de recostarse apoyando la cabeza sobre dos almohadas. Le dolían mucho las piernas que no salían del agarrotamiento. Por los exabruptos, propios de las peleas callejeras, le pidió disculpas a la mujer y se besaron rozando apenas los labios como para romper lo que ella consideraba, el maleficio de la violencia germinando en el sentido común.
Acostumbrada en las cuchillas a quitar espinas y areniscas de los pies y manitas de sus niños, Andy con la paciencia que caracteriza a las maestras, se dio sin miramientos a la tarea de lavar las heridas producidas por los vidrios, extraer una a una las diminutas lascas de la hinchada cara de Tresfilos, para finalizar la cura lavándolo con agua fría y jabón Bao.
El detective giró la cabeza por indicación de ella mientras le aplicaba una toalla remojada en agua helada. Sintió una puntada en el ojo y una corriente eléctrica que se extendía por cada una de sus células recordándole que no había llegado su hora de morir.
Andy regresó con una tableta de analgésicos y otra de antibióticos de amplio espectro.
_ Toma una de cada una que mal no te van a hacer, dijo acercándole un vaso de agua, pero para entonces Tresfilos se había sumergido en las tinieblas del sueño.
_ ¿Qué había pasado? trató de responder Tresfilos, a la inquietud pintada en los ojos verde agua de Andy, la maestra rural.
Mientras le ofrecía un mate, ella guardó silencio como si ello ayudara a comprender asuntos que metían miedo, cuando todavía, en algunos de sus sueños asomaban la noche surcada por las chispas del fogón y la casa de piedra se transformaba en la abadía medieval dónde fray Guillermo de Baskerville, develaría extraños sucesos ayudado de unas primitivas gafas y la astucia deductiva.
_ ¿Qué fue lo que pasó? No lo sé, dijo un Tavares más distendido y de los dolores que lo acuciaron quedaba apenas una leve molestia.
Para empezar se presentaron una sucesión de cosas imprevistas, que de encontrarles un sentido ayudarían a responder la pregunta de qué fue lo que pasó.
Salimos del garaje del americano con el mismo criterio de trabajo que las veces anteriores. En un coche iba Arteaga que se encargaba de los valores, en el otro vehículo como supe más tarde, el americano a veces viajaba de incógnito o simplemente sólo lo ocupaba el chofer, y en el tercer blindado yo conducía con el AR-15 a mano.
Pero este jueves todo se trastocó y no fue lo que parece.
Ella sirvió otro mate mientras escuchaba el relato de su amante, pero la imaginación le jugaba maravillosamente, desde el momento sublime que ella encarnaba a la muchachita que hacía el amor con el joven discípulo de fray Guillermo, Adso de Melk, en el establo de la abadía.
_ Cerca de las diez y media, Arteaga y el chofer del americano se encaminaron a la entrada del banco, en tanto yo descendía de mi vehículo y escudaba detrás de la puerta abierta con el rifle a mano. El coche de míster Harris aguardaba estacionado con el motor en marcha como estaba estipulado.
Observé en derredor registrando lo que podía ser de interés para cumplir el objetivo, de proteger al americano a como diera lugar. Recuerdo a un anciano que salía del banco y se cruzaba con Arteaga y el otro; vi a un ómnibus de Cutcsa fuera de servicio en dirección a la terminal Portones, y por la misma calle lateral a dos motociclistas en la dirección contraria.
Nada de qué preocuparse bajo el sol del verano.
Ella regresó del ensueño placentero en el pajar cuando escuchó decir Cutcsa, palabra que la remitió instantáneamente a dos cosas. Primero, al accidente de esos días entre dos ómnibus de esa empresa, ocurrido en avenida Instrucciones con cincuenta y pico de pasajeros heridos como efecto del choque. Según los encendidos testimonios de los vecinos, la causa del encontronazo se debió a la presencia de tres volquetas ocupando parte de la calzada.
El segundo hecho, lo mencionó alguna vez su padrino. Ocurrió en los años setenta cuando los trabajadores fueron a la huelga porque los dueños de Cutcsa, españoles de sangre hidalga, se negaban a emplear trabajadores negros. Mientras, decía el padrino, otros de igual calaña achacaban los males del país a la idiosincrasia de los negros, pardos y criollos.
La leyenda continúa… pensó la maestra con un dejo irónico, la culpa siempre la tienen los demás. 
_ El estacionamiento a esa hora estaba apenas ocupado, algunos vehículos dispersos por el lugar se asoleaban de modo impío, a unos pasos más allá del blindado de míster Harris, dos mujeres conversaban animadamente mientras pasaban las bolsas de compras del carrito al baúl. El sonido de fondo era el siseo del acelerado trasvasar de automóviles por la avenida Italia.
Pero me equivoqué cuando supuse una mañana tranquila en lo que fueran los antiguos viñedos de Mendizabal.
Hasta ese momento supuse que sabía lo que pasaba, que la realidad era lo que te acabo de contar, pero no ¿qué se interpreta a partir de entonces?
Como las veloces y cambiantes escenas de los videojuegos, las cosas se precipitaron en un dantesco escenario que alguien, banda o sujeto, había planificado meticulosamente.
Ella, escuchando a Tresfilos Tavares, su amante, no pudo evitar relacionarlo a la sagacidad y perseverancia, a los razonamientos y comentarios tan urticantes como dignos del pensamiento hipotético de fray Guillermo, que sumían en el asombro al joven e inocente discípulo, en medio de sucesos encapsulados más que por las paredes de la fortificada abadía, por las refutables interpretaciones de los dogmas en tiempos cismáticos.
_ En segundos se desató con el estampido de las armas la lluvia de vidrios, como para advertir demasiado tarde la trampa que nos habían tendido, desde el momento que insospechables mujeres haciendo las habituales compras disparaban mortíferas ráfagas con ametralladoras Uzi. La incursión de los tipos de las motocicletas multiplicó el estruendo de las armas y la respuesta inmediata del chofer del americano y de Arteaga, como la mía, con el contratiempo de tener que cambiar un arma por otra, repotenciaron las manifestaciones del caos.
Lo supe más tarde, un disparo en movimiento, enrevesado, adivinando los asesinos el blanco móvil de los cuerpos escabulléndose, resguardando el atache negro, entre las espejadas estructuras y transparencias del shopping que parecía interponerse a la caída de los cristales rotos por la superposición de destellos al influjo del sol. Que llamaban a la confusión como en un salón de espejos dispuestos a distorsionar la realidad, pero sin incidir para que un solo y errático disparo terminara en un instante con la vida del hombre de confianza de míster Harris.
Tavares bajó la cabeza por la mezcla ponzoñosa del duelo y la culpa, que en momentos como ese mortificaba su mente, remitiéndolo a la noche, al barrial y los dos camaradas asesinados en el operativo “mieles negras”.
En ese preciso momento el ex policía mirando los ojos de su amada, se creyó con derecho a preguntar.
 _ ¿En qué andará el comisario Panzeri?
El timbre se escuchó una vez y fue suficiente para que el detective clavara la mirada en el monitor. Raúl asomaba con el pelo corto al ojo de la lente preguntando por Tavares.
Aceptó cuando fue invitado a subir al segundo piso. Tavares lo observó caminar por el pasillo y subir la escalera con un paquete en la mano, hasta quedar encuadrado en el visor de la puerta del apartamento. El reloj en las 6:10 p.m.
_ Buenas tardes Tresfilos, no sé si molesto dijo mirando furtivamente la puerta cerrada del dormitorio y la cara del otro, casi sin señales de rasguño alguno.
Le traje un par de latas alemanas, dijo entregándole el envoltorio.
_ Gracias amigo. ¿Cómo andan tus cosas? dijo el detective mientras quitaba el revoltijo de ropa sobre la silla.
_ En casa todo va bien y en el trabajo usted sabe, de rutina en rutina, los chilenos se creyeron lo de la modernidad y a la entrada y salida nos controlan la huella dactilar con un dispositivo y con otros, los movimientos apenas damos un paso por el super.
_ No es nada, una sombra de los negocios que hacen tipos como Cardozo… el asunto de los chilenos es importar y reexportar productos sin importarles pelo ni marca, un televisor, arándanos o una lata de cerveza. Eso es lo que viene como una nube tóxica para esta parte del mundo.
Raúl no dijo nada, pero vino a su memoria cuando vio dinamitar la última chimenea que quedaba en pie de las ladrilleras de camino Carrasco, para así dar cabida a una extensa explanada donde apilar los contenedores. El contenedor como un icono de la modernidad en los países sin industrias…
_ No quedan dudas… ellos exportan pasta de celulosa y nosotros compramos los ladrillos y clavos de la industria brasilera, dijo Raúl.
_ Y las cajas de bombones… dijo oscuramente el detective.
_ …
_ …
_ En definitiva ¿qué fue lo que pasó? preguntó Raúl en clara alusión a lo sucedido en la playa del shopping, y de lo que Jessica Buendía ya había dado sucinta cuenta en el noticiero de la noche.
El detective en actitud circunspecta respondió persuadido de su verdad.
_ La banda de los cuatro no eran ladrones y dispararon a matar.

Tavares enfrentaba la imagen del espejo, esta vez para consumar la afeitada diaria. Lo incomodaba con recurrentes picazones la barba crecida en los días de mucho calor, si fuese por estética o el mero vivir no se afeitaría nunca…
La faz afectada de la cara se había restablecido gracias a los cuidados de Andy.
Gracias a Andy y Candy sumaban energía para que la vida trascendiese los lugares comunes, él confesó que las amaba pero ellas se lo habían advertido de diversas maneras, un recurso muy femenino, de que no harían el amor con un hombre barbado…
En eso estaba cuando escuchó el timbre del teléfono. Maldijo con la cara a medio espumar y a continuación levanto el tubo.
_ Tavares y Cardoso, seguri…
_ Habla Panzeri ¿estás muy ocupado?
_ No demasiado, lo escucho.
_ A las once en el bar.
_ No se preocupe comisario, allí estaré.
El Nuevo Bristol reverberaba al calor del verano montevideano.
_ Buen día, dijo el comisario al llegar.
_ Buen día Panzeri, respondió el otro en tanto llamaba al mozo.
_ Buenos días señores, dijo Fraga con formalidad.
_ Para mí un scotch y una jarra de agua con hielo, pidió el comisario.
_ Lo mismo, dijo con fervor el detective porque lo remitía a la tumultuosa noche anterior, al buen beber y a la amalgama de suma pureza, entre el amor soñado y el escarceo amoroso consumado con la dulce maestra rural.
_ ¡Salud! dijo el comisario echándose un trago.
¿Qué fue lo que pasó? preguntó a bocajarro.
Tavares sorbió el áspero whisky y serenó su mente a fin de poder reconstruir con objetividad lo ocurrido la mañana anterior.
Sospechaba que no había nada para decir que ya no supiese el comisario.
_ Le cuento, lo que parecía un trabajo sencillo de pronto se complicó.
_ ¿Complicó? Murieron dos personas.
Tavares lo miró sin comprender.
_ Arteaga, un sujeto deleznable, el traficante de divisas que murió de dos balazos en la espalda con orificio de salida. ¿Te imaginas el destrozo que causa en los tejidos de la víctima dos tiros de un fusil automático?
_ ¿Y quién fue la otra persona?
Panzeri se sirvió agua helada en una copa y bebió dos veces consecutivas.
_ J.R.M, uruguayo, de sesenta y seis años, funcionario de la A.N.P. y jubilado desde hacía un año. Se retiró de la administración con mención honorífica.
 J.R.M., continuó el comisario con su lapidario informe, ingresó al sanatorio con una herida en la arteria femoral por la incrustación de un vidrio, del tamaño de una hoja de afeitar, y a poco murió en el quirófano de un paro cardiovascular.
_ Otra víctima propiciatoria de la violencia, contabilizó con parquedad el detective.
_ Nada que hacer, trabajar toda la vida esclavizado por el jefe, para desangrarse en la encerada vereda del shopping esperando una ambulancia.
_ Fue un asunto que se puso muy feo…
_ En efecto, recogimos en el lugar cientos de cápsulas de distinto calibre. Los videos en la playa de estacionamiento confirman el veloz desarrollo de lo ocurrido.
_ Me consta, usted sabe que estuve en el lugar…
_ Lo que no está claro por ahora es que objeto tiene el mortífero ataque.
Yo que voz, aconsejó el comisario, me cuidaría las espaldas

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